La muchacha se puso pálida por la sorpresa y su mente, rápida como el rayo, calculó en fracción de segundos, para dar una respuesta que resultara acorde con ella, pero al mismo tiempo, agradecida y que expresara lo que significaba en ese momento abandonar sus estudios.
—Qué gran honor. Me deja de una sola pieza, arquitecto— Le respondió Consuelo— No sabría qué decirle en este momento. Estoy en la última etapa de mi tesis, la cual elaboro conjuntamente con dos compañeras más. Ya terminamos la primera parte y vamos a empezar a desarrollar la final, para obtener el grado. Antes de responder, quisiera plantearles a mis compañeras el caso y además, estudiar con seriedad esta generosa propuesta. Si me da un par de días, con gusto le daré la respuesta.
Consuelo se reunió con sus compañeras y estas le dijeron que, si abandonaba el proyecto, sacarían su nombre de la tesis y, por otro lado, pensó en todos los sacrificios que había hecho su madre para brindarle una educación de calidad. Lo menos que podía hacer, era obtener el grado con honores y brindárselo, en compensación a todo ese esfuerzo. Finalmente, se decidió por declinar la oferta.
La obra, La mansión de Don Giovanni de Di Vicenzo, avanzaba según el cronograma. Los acabados para la construcción comenzaron a llegar. Un gris “Pietra Grey” de Irán. Un mármol rosado con finas líneas de un tenue blanco, venían de México. El granito verde Ubatuba de Brasil. Unas piezas completas de mármol blanco absoluto de Carrara y la estrella de los recubrimientos, un mármol “Azabache Portoro” ambos de Italia.
Todos los accesorios y los gabinetes de cocina con suaves rodamientos que funcionaban al contacto, de Italia, muchas piezas de tecnología de punta en telecomunicaciones para aquel momento, de Estados Unidos, grandes lotes de madera Teca para los techos rasos machimbrados, proveniente de una hacienda en Los Montes de María, propiedad de un compadre de don Giovanni. En fin, no se detenían en gastos, todo de la más óptima calidad como le gustaba al arquitecto José Miguel Mares, quien además cobraba para sus exclusivos clientes, un porcentaje sobre los gastos generales de cada obra.Consuelo le comentó su decisión y le dijo que una vez se graduara, iría a visitarlo para aceptar su oferta si esta, aún seguía disponible. En ese momento ella no sabía, que casi dos años después, cuando hubo resuelto toda una serie de situaciones imprevistas que se le presentaron, habiéndose graduado con honores y cuando las circunstancias del momento estaban dadas para aceptar finalmente la propuesta, al tocar a la puerta de la casa del arquitecto José Miguel Mares, la empleada le comentaría, que ya el proyecto había sido terminado y vendido incluso con anticipación y el anciano se había ido de vacaciones en un largo crucero en barco con su esposa, paseo que llegaría a durar todo un año.
En ese mes de julio, al arquitecto José Miguel Mares, le venían a la memoria hechos pasados que le resultaban imborrables. Esa tarde, después del almuerzo, sentado debajo de la sombrilla de lona junto a la piscina, degustando un frappé de naranja, como ya era costumbre, recordaba las historias que había vivido en su ya dilatada existencia y con cierta satisfacción, hacía a Consuelo depositaria de esos múltiples recuerdos. Esta vez, la historia trataba sobre las vivencias que había vivido en un pueblo a ciento setenta y cinco kilómetros al sur de Riohacha, la Capital de la Guajira, llamado Urumita y cuyos recuerdos, aún le erizaban los vellos.
Allí en ese pueblo, en teoría, en un terreno bien ubicado, construiría una casa quinta para su compadre Lisímaco Iguarán Moscote, si los sucesos acontecidos aquella noche, un dieciséis de julio, día de la Virgen del Carmen, no hubiesen cambiado de manera drástica el curso de la historia.
Su compadre, Lisímaco, había iniciado su leyenda como un joven humilde jornalero, recolector de las siembras de algodón que se daban en la región, hasta que con los primeros ahorros que logró reunir, pudo comprar a crédito, un destartalado y pequeño camión, con el cual comenzó llevando encomiendas de un pueblo a otro y muchas veces, hasta el mismo puerto de Santa Marta.
Para esa época, alguien maduraba una idea que llegaría a convertirse en realidad. Dada las bondades de la tierra y la brisa fresca que descendía de las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta, a esa persona en un país del norte del continente, se le ocurrió que, debido a la calidad del suelo, con un pH entre seis y siete, a lo benevolente del clima y a estar algo retirado de los centros poblados, reunía las condiciones ideales y era apropiado para el desarrollo de unos cultivos ilícitos, lejos del alcance del largo brazo de la ley de su país. El producto, una vez iniciadas las pruebas, resultó ser de una excelente calidad para sus propósitos y se inició entonces, a gran escala, el cultivo de lo que sería reconocido en esa época como “La Bonanza”.
Lisímaco comenzó llevando carga de sus clientes de los cultivos obtenidos, hasta el puerto, evolucionó adquiriendo poco a poco una flota y ya con el tiempo, comenzó sus propios cultivos, aumentando los volúmenes de producción y obteniendo como ganancia, fuertes sumas de dinero, hasta convertirse en poco tiempo, en un rico y “acaudalado comerciante”, como era reconocido a lo largo y ancho de toda la extensa región.
Cada exitoso flete de mercancía entregado, era celebrado ruidosamente y en una de esas prolongadas fiestas propias de esos tiempos, cuya duración duraba muchas veces hasta una semana, en casa de un cliente, en medio de una parranda con música de acordeones entre los juglares de la época, sentados en la misma mesa con José Miguel Mares, este conoció a Lisímaco Iguarán Moscote y este al calor de los tragos y al nacer una corriente de mutua simpatía, lo comprometió a ser el padrino del hijo que le acababa de nacer, llamándose desde entonces el uno al otro, “compadre” y empezando lo que se presagiaba sería una larga amistad.
Lisímaco, al año siguiente, otro 16 de julio precisamente, se dispuso a celebrar en grande el día de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, y en su fervor religioso, le estaba encomendando “coronar” el copioso envío por barco de varias toneladas de Golden Santa Marta.Para celebrar el acontecimiento, se contrató el conjunto nacido en un caserío llamado La Jagua y que estaba sonando con fuerza en toda la región y cuyos ecos llegaron incluso a muchos kilómetros, hasta la capital, en el mismo centro del país. La invitación formal sería convertida años después en unos célebres versos y cantada en la potente voz de Poncho Zuleta, en otro éxito de la música vallenata, cambiando los nombres y el sitio donde se llevó a cabo, esa legendaria celebración.Ese día, en horas de la noche, de ese mes de julio, a falta de luz eléctrica por uno de los frecuentes apagones que tenían azotada la región, se colocaron unos mechones en diferentes lugares del patio, para iluminar el amplio espacio,
Al arquitecto José Miguel Mares, le pareció curioso esa mañana cuando recibió por primera vez una llamada telefónica desde Lima, capital de un país sur americano, y no dejó de darle cierta sorpresa, lo bien informado que estaba su interlocutor, sobre varias de las obras realizadas por él y a quienes pertenecían dichas obras, pues del otro lado de la línea, la persona en cuestión manifestó que quería contactarlo para ver si era posible llegar a un acuerdo económico y convertirse en un potencial cliente en el proyecto de la construcción de su casa principal, con la cual venía soñando desde hacía un tiempo y en la que se retiraría llegado el momento en unos años con su esposa, cuando ya sus hijos se hiciesen cargo del negocio.Le comentó, sin rodeos, que después de varias consultas, todas las recomendaciones siempre coincidían finalmente con su nombre. La propuesta ofrecía carta blanca en el manejo de unos recursos ilimitados y algunos otros nombres mencionados en la conversación como re
Él, Calógero Di Vicenzo, desde muy joven se había hecho aficionado al ajedrez, tiempo en que por casualidad supo que uno de los principales directivos de un negocio rival al de su padre, era aficionado al juego ciencia y que incluso, entre su círculo más íntimo, era conocido como “El ajedrecista”, haciendo cada uno de sus movimientos, con una precisión, casi matemática.Desde ese momento, por simple curiosidad, empezó a estudiar el famoso juego ciencia. Analizaba las partidas de los grandes Maestros, incluso algunos desaparecidos hacía mucho tiempo, como el cubano José Raúl Capablanca, por ejemplo.Pensando en una solución como las que buscaba en las partidas que tenía con sus amigos y donde en sus años escolares llegó a ser campeón del colegio católico donde estudiaba y luego, compitió incluso, a nivel juvenil. Se puso a pensar: ¿qué pasaría si le proponía a esta difícil muchacha un convenio para llevar a cabo un matrimonio arreglado?Hacía mucho tiempo que no sentía nada parecido por
Nadie podría imaginar que, bajo esa hermosa y frágil apariencia, podría esconderse la fuerza telúrica de un volcán. Mientras tanto, a Consuelo Daza se le fueron encendiendo las mejillas, pasando por varias tonalidades de colores, mientras que, al mismo tiempo, por sus ojos parecían brotarle sendas llamaradas de fuego.Una furia explosiva, de la que ya Calógero había sido testigo, hizo presa de ella y se le abalanzó, pudiéndola contener a duras penas. El solo hecho de no respetar su libertad, era la más grande de las ofensas. El querer disponer de su vida, un agravio imperdonable. El tomar decisiones, sin considerar en lo más mínimo sus pensamientos, era para la más grande de las humillaciones.Tardó un tiempo en controlarse, mientras por sus mejillas se deslizaban unas ardientes lágrimas producto de la indignación que sentía.Después de la tempestad, dicen que viene la calma. Calógero trató de demostrarle que el convenio entre ambos podía ser tan solo cuestión de apariencia ante los de
Consuelo Daza le propuso a Calógero, ahora que era su novio oficial, ya que el compromiso sería anunciado con bombos y platillos en la siguiente semana, en la reunión de los más íntimos, para que le permitiera viajar a visitar a su madre.Él le exigió, como condición, que podía visitar a su madre, pero que fuese en el jet privado de la familia, un Bombardier Global 8000, para que todo estuviese controlado por ellos. Sobre viajar sin escoltas, ese punto no era negociable y se negó rotundamente, a menos de que se estuviese en cuenta otras ciertas concesiones. Si quería tener el control sobre su futura esposa, debía empezar a imponerse en algunas situaciones, desde el primer momento.Consuelo Daza, además de ser agraciada, poseía una particular inteligencia y sabía que de momento no tenía alternativa, consideraba que ya llegaría la etapa de estar mejor posicionada en el tablero de la vida.Calógero aún no lo sabía, pero ella también era una apasionada del juego ciencia y por ese breve in
Don Giovanni, quien procedía de los estratos más bajos, a pesar de haber evolucionado en su ordinario comportamiento, bastaba con limar un poco la superficie para pelar el cobre y quedar expuesta su ordinariez.Su ascenso lo había logrado, probablemente incluso, haciendo una escalera y pisando las cabezas de una montaña de sus enemigos. Ahora estaba en la cúspide del poder, sus tentáculos y relaciones se extendían a todos los niveles y un ejército de soldados era absolutamente fiel a su férrea jefatura.En la lujosa vivienda, a la derecha, un inmenso portón de cedro de doce metros de ancho, compuesto horizontalmente por pequeños tableros de madera cedro pintados de laca blanca, se enrollaba por un mecanismo sobre sí mismo, recogiéndolo a la altura del techo y daba entrada al semisótano, donde en un cómodo espacio se acomodaban media docena de vehículos de alta gama, incluyendo un Lamborghini Diablo, color rojo.A mano izquierda, una escalera con dos tramos de ocho escalones cada uno,
Era evidente que sus movimientos, a pesar de los cuidados que se tenían, eran seguidos al milímetro. Los asociados en esa región, rápidamente iniciaron labores de inteligencia. Aparentemente, el agente de la DEA y marido de su exnovia, Fidelina María Quinterini, estaba detrás de toda la operación, pero no existían pistas sobre cuál era la ubicación exacta de su esposa. La noticia había sido manejada con muy bajo perfil y ni siquiera trascendió a los medios de comunicación social.Calógero se puso en contacto con sus relacionados en esa región y les recomendó, como de alta prioridad, el rescate inmediato de su esposa sin ningún rasguño. En caso contrario, se comenzaría una guerra y represalias de gravísimas consecuencias para las partes implicadas.Calógero Di Vicenzo, a pesar de los esfuerzos que hacía, no dejaba de sentir una furia interna que le carcomía las entrañas. No podía permitir, además, que pusieran en entredicho su autoridad y este hecho se convertía en la primera prueba par
Después de aquel desafortunado hecho, Calógero se encontraba terriblemente contrariado y esta vez hizo que a su esposa la siguiera todo un enjambre de mujeres de servicio encargadas de su bienestar y cuidado. Cuando le hubo pasado un poco el mal genio, su mujer le pidió que llevara a su madre a un lugar más cerca, para ella estar más tranquila, pues ese en realidad había sido el motivo de su viaje.Por otro lado, tampoco quería que ella siguiera trabajando como mujer de servicio, en la casa de aquella periodista, reconocida a nivel internacional y donde ya llevaba un cuarto de siglo trabajando como interna, aunque realmente, el producto de su sacrificio fue invertido de una manera valiosa y le había servido para costear la mejor preparación en los estudios a su única hija.Ya un poco más calmado, el argumento de Consuelo Daza le pareció razonable e hizo los arreglos necesarios para que