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Los días pasaron demasiado rápido, tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de empacar algunas cosas. Ni tiempo tuve de prepararme mentalmente para lo que iba a ocurrir.

Despedirme de mi hijo fue como arrancarme una parte de mi cuerpo. La angustia se aferraba a mí como una sombra que no podía sacudir, pero sabía que era un sacrificio necesario. Si quería asegurar un futuro en paz para él, tenía que enfrentar a Gytha e Ivar, detenerlos de una vez por todas, sin importar el costo.

Una vez en el enorme barco, una sensación de inquietud se apoderó de mi pecho; era tan pesada que, con cada respiración, se volvía más y más insoportable. Algo andaba mal, muy mal.

—Siento que algo va mal —le confesé a Eirik, que estaba a mi lado. Su presencia, que siempre me había reconfortado en momentos difíciles, ahora me hacía sentir aún más intranquila. Era tan contradictorio todo lo que estaba sintiendo.

Eirik me miró; su rostro mostraba una serenidad que no lograba contagiarme. Sin embargo, pude ver en
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