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Me levanté con la sensación de que hoy era el día. Mi corazón latía con fuerza, me sentía tan emocionada por al fin conocer a mi hija. Este momento lo había imaginado muchas noches. Miré a Eirik, que dormía plácidamente a mi lado, y lo estrujé un poco para que se despertara, mientras una suave sonrisa aparecía en mi rostro. Él se levantó de un salto de la cama, todavía medio adormilado, pero alerta.

—¿Qué pasó? —me preguntó, alerta.

—Va a nacer —le dije con una sonrisa que no podía esconder. Me sentía maravillada por lo que pasaría el día de hoy.

Eirik asintió con la cabeza. Se veía desorientado, y sabía que aún no había procesado del todo lo que le había dicho. Poco a poco, sus ojos se fueron abriendo para después mirarme con preocupación.

—¿Ya? —preguntó.

Asentí con la cabeza mientras sonreía.

—Llévame al lago más cercano —le pedí, mientras acariciaba mi vientre, sintiendo los pequeños movimientos de nuestra hija. Sabía que sería un lugar especial para recibirla.

Eirik no lo dudó. S
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