6

El camino se extendía interminablemente ante nosotros, y el cansancio se apoderaba de cada fibra de mi cuerpo. Anhelaba sentarme, aunque fuera por un momento, y descansar mis piernas agotadas.

—¿Falta mucho? —pregunté, tratando de mantener la compostura, a Eirik, que caminaba a mi lado.

—Sí, pararemos cuando el sol esté a punto de ocultarse —contestó con indiferencia.

Respiré hondo y observé mis manos aún atadas.

—Suéltame, quiero caminar bien, no estar tropezando todo el tiempo —exigí, tratando de sonar firme.

Eirik se detuvo bruscamente, obligándome a hacer lo mismo.

—Estás atada de las manos, no de los pies —respondió, con una sonrisa burlona en su rostro.

La ira me hervía por dentro; quería lanzarme sobre él y golpear esa enorme cabeza sin cerebro.

—¿A dónde vamos? —pregunté, intentando cambiar el tema y aliviar la tensión.

—A casa —dijo, y una sonrisa se dibujó en sus labios—. Te va a encantar, es hermosa. — me dijo con una sonrisa.

—¿Está muy lejos? — le pregunte.

—Un poco, pero no te preocupes, yo haré que el tiempo pase volando —respondió con una sonrisa.

Puse los ojos en blanco y reanudé la marcha, tratando de ignorar la creciente hambre que sentía. Después de un par de horas más caminando, el cansancio y el hambre pudieron más conmigo.

—Tengo hambre —dije, esperando despertar algo de compasión en él.

El me miro de arriba abajo para después seguir caminando como si yo no le hubiera dicho nada. Se supone que yo soy alguien valioso, pero no era tratada como tal.

—Debiste comer lo que se te ofreció —replicó sin mirarme.

Volví a poner los ojos en blanco. Era un loco si pensaba que yo iba a comerme la cabeza de aquel pobre animal. De repente, me levantó del suelo y me cargó en sus brazos.

—Bájame —ordené, sintiéndome humillada. Yo no era una mujer débil, podía andar perfectamente yo sola.

—Se supone que estás cansada, o ¿solo era una excusa para que te libere? —comentó con una sonrisa burlona.

No respondí. En lugar de eso, apoyé mi cabeza en el hueco de su cuello y respiré profundamente. Extrañamente, su aroma era agradable.

—¿Qué perfume usas? —pregunté, sorprendida por lo mucho que me gustaba su olor.

—No sé de lo que hablas —contestó.

Solté una risita, olvidando por un momento que estaba, aparentemente, cientos de años atrás.

—Hueles bien —admití a regañadientes, y luego me mordí la lengua por decir algo tan tonto—, para verte tan sucio. — conclui.

Eirik rió suavemente. Continuó caminando conmigo en brazos, como si no pesara nada.

—¿Qué pasa si no puedo ayudarte, y si tampoco soy de utilidad para tu hermano? —pregunté, queriendo saber un poco más del lío en el que estaba involucrada.

Eirik se detuvo y me miró a los ojos con intensidad.

—¿Dices que vienes de otro tiempo, no? —preguntó.

Asentí.

—Entonces me ayudarás. Conseguirás lo que necesito y al fin podré derrocar a mi hermano del poder —dijo con una determinación feroz.

—¿Por qué no puedes hacerlo sin eso? —repliqué, desafiándolo—. ¿Tan débil eres?

Negó con la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de frustración y rencor.

—Muchos están con él. Sí, puede que asesinarlo sea fácil, pero entonces estarán los otros, y gobernar con tantos enemigos a tu alrededor es tedioso. Vivirás siempre con el miedo de morir en cualquier momento. Pero si obtengo ese poder, nadie podrá matarme. — me conto.

Asentí, el tenia razón.

—Entonces te vas a arrepentir por retenerme. No seré de utilidad, y tarde o temprano morirás a manos de tu hermano —advertí.

Eirik sonrió con frialdad.

—Entonces moriremos. Ya que dudo que él te quiera con vida después de engañarlo como lo hiciste —dijo, con una sonrisa siniestra.

Lo miré, frunciendo el ceño.

—Yo no he engañado a nadie. Él me secuestró, de la misma manera en que lo has hecho tú.— le deje en claro.

—Dudo que después de la mentira que le dijiste quiera tratarte bien —dijo con esa estúpida sonrisa burlona.

Volví a apoyar mi cabeza en su cuello. Tenía razón, aunque no quisiera aceptarlo. Iba a morir de una manera u otra.

—¿Asustada, brujita? —preguntó mientras seguía caminando.

—No, aún puedo transformarte en un horrible sapo —dije, intentando sonar amenazante—. Y te juro que no estoy bromeando.

Eirik rió, y el sonido resonó en el bosque silencioso.

—Aún tengo hambre, y quiero ir al baño —dije.

Él me bajó y me quedó mirando.

—Me haces perder el tiempo —me dijo.

Soltó mis ataduras, me agarró de la mano y me adentró más en el bosque. Yo miré de un lado a otro, lista para defenderme si él se atrevía a hacerme algo.

—Pensé que querías hacer del baño —dijo.

Asentí, pero no me moví.

—Date la vuelta —le dije.

Él negó de inmediato con la cabeza.

—No me voy a dar la vuelta. No me fío de ti, brujita —respondió, cruzando los brazos.

Respiré profundamente, frustrada. No tenía otra opción.

—¿Qué esperas que haga entonces? ¿Quieres ver todo? Eres un pervertido —le dije con rabia.

Él se encogió de hombros, sin dejar de mirarme.

—Tengo que asegurarme de que no intentes escapar —dijo con frialdad.

Respiré hondo, tratando de mantener la calma. Me di cuenta de que debía ser más astuta si quería ganar su confianza, o al menos, obtener un poco de privacidad.

—Muy bien, pero necesito que me des al menos un poco de espacio. No puedo hacerlo si estás justo aquí, por favor —le dije, suavizando mi tono.

Él volvió a negar con la cabeza. Lo desprecié aún más. Pero mi vejiga quería ser liberada, así que no tuve más opción. Subí un poco la falda del vestido y me agaché, allí frente a él, hice del baño. Nunca había sentido tanta vergüenza en mi vida. Pero esta humillación, en algún momento me la iba a cobrar, de eso estaba muy segura.

—¿Ya? —preguntó.

Me levanté y asentí con la cabeza. Caminé lentamente hacia él.

—Pensé que ibas a cagar —dijo sin vergüenza alguna.

Sentí mis mejillas arder. ¿Cómo podía hablar de esa manera tan desvergonzada? Claro, se me olvidaba que era un bárbaro, y los bárbaros carecían de vergüenza.

Aragones

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