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Mi corazón estaba latiendo demasiado rápido, la noticia de que nos estaban vigilando era aterradora, yo no deseaba ayudar a ninguno de los dos bandos, aunque tampoco sabría cómo hacerlo. Eirik dejó de caminar y empezó a mirar de un lado a otro.

—No quiero morir y menos por tu culpa, ahora sácame de este lugar —le dije. Él me miró, su expresión seria. —No morirás, al menos no el día de hoy. — me dijo para tranuilizarme.

El bosque alrededor de nosotros parecía cobrar vida con cada sombra y sonido. Podía sentir los ojos invisibles observándonos, esperando el momento perfecto para atacar. Mi piel se erizó y la sensación de peligro se intensificó.

—¿Qué hacemos ahora? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.

—No te preocupes, yo te protegeré —me dijo él con voz calmada.

Yo volteé a verlo, quería decir algún comentario mordaz, pero este no era el momento.

—¿Y si gritamos para que tus hombres vengan a rescatarnos? —le sugerí.

Él me miró como si yo hubiese dicho la cosa más estúpida del mundo. —Mejor quédate en silencio —me dijo.

Yo miré de un lado a otro, podía escuchar los pasos de varias personas. Tal vez era su hermano, dispuesto a matarnos a ambos.

—No te muevas —me ordenó.

Yo me quedé muy quieta, esperando a que él hiciera algo, pero solo estaba allí alerta. De los árboles salió una mujer vestida de blanco, ella me miró y sonrió.

“Bienvenida” me dijo, pero su boca no se movió.

Eirik volvió a convertirse en ese enorme lobo negro y le gruñó a la mujer frente a nosotros.

“Dile que no quiero ningún altercado, solo quería darte la bienvenida y decirte que en tus manos está el poder para detenerlo todo o para empezarlo”.

La mujer desapareció entre los árboles. Yo respiré profundamente, mucho más confundida. Ahora estaba mucho más asustada, y no de la enorme bestia frente a mí. Estaba asustada de mí, de lo que podía hacer.

—Deberías irte y dejarme aquí —le dije a Eirik.

Este volvió a su forma humana y se acercó a mí. Yo sentí cómo mis piernas fallaban, sus brazos me atraparon antes de terminar en el suelo. Lo miré y luego miré al cielo. Cerré los ojos por un momento, sentía cómo el mundo se me estaba viniendo encima.

Vi el cuerpo desmayado entre los brazos de Eirik. El terror se apoderó de mí.

—Hola, Tiana —dijo una voz detrás de mí.

Yo me di la vuelta y era ella, mirándome con una leve sonrisa en los labios.

—Quiero volver —le pedí.

Ella negó con la cabeza.

—Tienes una profecía que cumplir, solo te pido que escojas bien el bando, porque si erras al hacerlo, todo el mundo arderá en llamas —me dijo ella.

Miré mis manos, los dedos de estas se estaban oscureciendo y esta oscuridad se estaba propagando.

—No sé qué hacer, no sé nada del amuleto que buscan —le dije entre lágrimas.

Ella se acercó a mí y me miró a los ojos.

—Tú eres el amuleto —me dijo—. Y ellos irán por ti. Cuídate, Tiana, y lamento que este peso esté sobre tus hombros —me dijo y desapareció.

Mi cuerpo empezó a arder, como si estuviera quemándome en una hoguera. Cerré los ojos con fuerza y empecé a gritar. ¡Esto era tan doloroso!

Abrí los ojos y allí estaba él mirándome con preocupación. Yo lo abracé con fuerza. Mi respiración estaba entrecortada. Eso que ella me había dicho fue tan aterrador.

—¿Qué ha pasado? —me preguntó con calma.

Me separé un poco de él y en un impulso inexplicable, lo besé. Mis labios se encontraron con los suyos con una voracidad desbordante, como si cada célula de mi ser ansiara esa conexión. Quería fundirme con él, borrar de un plumazo todo lo que había sucedido momentos antes. En ese beso, el mundo se desvanecía y solo existíamos nosotros dos, unidos por una pasión ardiente que hacía temblar el mismo universo.

Dejé de besarlo y me aparté, lo miré a los ojos, y esos ojos que eran azules ahora parecían casi negros, como en aquel sueño.

—¿Estás bien? —me preguntó mientras intentaba tocarme, pero yo lo empujé a un lado. Tenía que averiguar qué era realmente, y la única que podría decírmelo era esa mujer vestida de blanco.

—Sí, estoy muy bien. Y tú deberías cambiarte —le dije.

Él se dio la vuelta para buscar su ropa. Yo iba a huir, pero uno de los hombres de Eirik apareció.

—Tenemos que irnos —informó.

Eirik se cambió rápidamente, agarró mi mano y me arrastró con él. Ahora no sabía qué hacer. ¿Cómo iba a solucionar esto?

Mientras corríamos por el bosque, mi mente iba a mil por hora. No podía dejar de pensar en las palabras de la mujer de blanco. ¿Cómo podía ser yo el amuleto? ¿Qué significaba eso realmente? ¿Y por qué debía escoger un bando?

—Eirik, necesitamos hablar —le dije, tirando de su mano para detenernos.

—No ahora, Tiana. Estamos en peligro. Tenemos que seguir moviéndonos —respondió, sin mirarme.

—¡No! —grité, deteniéndome en seco—. ¡Tenemos que hablar ahora! — le dije con algo de desesperación.

Eirik se giró para enfrentarme, su rostro serio y sus ojos oscuros brillando con impaciencia.

—Lo que sea que tengas que decirme, me lo dirás después —me dijo.

Los hombres de Eirik ya estaban listos y, apenas nos vieron, empezaron a moverse. Caminamos rápidamente por el bosque, todos en completo silencio, un silencio que resultaba inquietantemente aterrador.

Avanzamos durante un par de horas hasta que la costa apareció ante nosotros, y con ella, varios barcos anclados. Mi corazón empezó a latir con fuerza; iba a dejar estas tierras que, aunque desconocidas, me hacían sentir de alguna manera protegida.

—No quiero irme —le dije a Eirik, mi voz quebrándose.

Él me cargó en brazos sin decir una palabra y comenzó a andar conmigo. Escondí mi cabeza en el hueco de su cuello y comencé a llorar. Algo muy dentro de mí me gritaba que Eirik era el bando equivocado y que pronto me consumiría en sus llamas. Mientras me llevaba, el sonido de las olas rompiendo contra la costa se mezclaba con el latido frenético de mi corazón, y en sus brazos, la realidad y el destino se enfrentaban en un tumulto de emociones.

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