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Inglaterra.

El niño lloraba desconsoladamente mientras Ivar lo golpeaba como si fuera un animal salvaje. Y eso era lo que quería de él: que se convirtiera en un animal, uno leal que nunca mordiera la mano que lo alimentaba.

—Ma-ma —lloriqueó el pequeño al verme, sus ojos llenos de lágrimas y miedo.

Me acerqué con calma, apartando a Ivar.

—Me molesta verlo —dijo Ivar de mal humor.

El niño caminó hacia mí, extendiendo sus pequeños brazos en busca de consuelo.

—¿Te duele, pequeño animalito? —le pregunté, mi voz suave y cálida mientras me agachaba a su nivel. Él asintió con la cabeza, sus lágrimas mezclándose con la sangre en su rostro hinchado.

—Es desobediente y altanero —gruñó Ivar, claramente frustrado.

Abrí mis brazos y el niño, temblando pero esperanzado, se lanzó hacia mí. Lo rodeé con mis brazos y limpié la sangre de su cara con mi mano. El pequeño animalito no dejaba de llorar.

—Debes quererme mucho, pequeño animalito. Soy la única que te protegerá, lo entiendes, ¿verdad? —le sus
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