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Ana había logrado convencer al médico para que me dejara ir, con la condición de regresar la semana siguiente para los exámenes restantes. Al llegar a casa, una oleada de emociones me embargó: el recuerdo de mis padres, las experiencias vividas aquí, todo se hizo palpable de nuevo y fue muy doloroso. Pero ahora, este no era mi hogar; ya no pertenecía aquí.

—¿Estás bien? —preguntó Ana, con un atisbo de preocupación en su voz.

Asentí, esforzándome por mantener la calma. Necesitaba que ella pensara que todo estaba bien, o no me la quitaría de encima.

—Solo quiero descansar un poco. Si necesitas hacer algo, ve, yo me quedaré aquí descansando —le dije, tratando de ocultar mi urgencia.

Necesitaba que ella se fuera para poder buscar a esa anciana. Ella era mi última esperanza en este momento. Debía regresar y proteger a mi hijo de la perra de Gytha.

—¿Estás segura? —insistió Ana, no completamente convencida.

—Sí, solo quiero dormir un poco. Ayer fue muy intenso y me duele un poco el cuerpo —
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