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Me senté y miré el cuerpo destrozado de Ana, sintiendo el pánico apoderarse de mí. ¿Cómo carajo iba a deshacerme de él? Me levanté de golpe, caminando de un lado a otro como un animal enjaulado, tratando de encontrar una solución. Pero lo único que se me ocurría era enterrarla en el jardín, aunque una pregunta rondaba en mi mente, taladrando muy profundo: ¿cómo carajo lo iba a hacer?

Me rasqué la cabeza, desesperada. Si no me deshacía de su cuerpo, iba a terminar en la cárcel y jamás podría volver. No había escapatoria.

—Piensa, Tiana, piensa —me dije a mí misma, sintiendo cómo el pánico me arrastraba. Pero cada solución que venía a mi mente era más absurda que la anterior. Me acerqué a la puerta y la abrí un poco, espiando el exterior. No había nadie. Salí con cautela, pensando que lo primero sería quitarme la ropa manchada de sangre. Después, les diría a todos los empleados que se fueran.

—Señorita —dijo una voz a mis espaldas.

Me di la vuelta de inmediato, con el corazón a mil. Una
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