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La noche había llegado y, con ella, una calma que me envolvía. Estaba agotada; los niños, llenos de energía, no me habían dejado descansar en todo el día. Mientras la oscuridad se asentaba en la habitación, la puerta se abrió lentamente. Incluso antes de que Eirik cruzara el umbral, ya sentía su presencia, esa energía familiar que siempre traía consigo. El silencio entre nosotros hablaba más que cualquier palabra.

Mis hijos dormían en la habitación donde él solía descansar, y yo estaba sola, sola para él, para ser todo lo que necesitara. Su figura se acercó lentamente, sus ojos brillando con un anhelo que reflejaba el mío.

—Te extraño —susurró, su voz acariciando mi alma. Sus pasos, medidos y silenciosos, acortaban la distancia entre nosotros, y sus ojos, llenos de deseo y desesperación, buscaban los míos.

—Estoy aquí para ti —le respondí en voz baja. Mi cuerpo lo necesitaba con urgencia; era increíble cómo extrañaba su piel. Aunque para mí no había pasado tanto tiempo sin él, mi cuer
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