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Los días transcurrían en una calma que casi parecía irreal. Eirik estaba tan tranquilo, y en general, todo a nuestro alrededor emanaba una paz inusitada. De hecho, era una tranquilidad que casi rozaba lo inquietante. Respiré profundamente, intentando disipar la creciente inquietud en mi interior. Odiaba permitir que los pensamientos oscuros me consumieran, pero después de haber vivido tanto tiempo en tensión constante, esta serenidad me parecía extraña, como si fuera el preludio de algo que aún no alcanzaba a comprender.

Miré a lo lejos a los niños, que jugaban con espadas de madera. Ambos eran muy buenos, sus risas resonaban en el aire como una melodía que hacía eco en mi corazón. Sin embargo, cada uno era diferente, tan únicos en su ser. Poco a poco, había comenzado a descubrir sus personalidades, tan especiales. Entre ellos, la de Viggo destacaba con una fuerza particular. Viggo… ese nombre que el tiempo y el tumulto habían sepultado en el olvido, y que ahora volvía a mi mente con
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