—La primera reina sigue sin probar bocado —informó el primer ministro, Corono Elliot, al emperador, lo que los criados que la cuidaban le habían reportado a él minutos atrás.
Leone suspiró disimuladamente, ese era el tercer día después de la muerte del pequeño Leonel y ella seguía negándose a comer, era como si buscara morir también.
—¿Qué pasó con la primera reina en estos dos años? —preguntó el monarca, dejando de lado sus deberes imperiales y sobando con parsimonia su entrecejo. Le había dado tres días a su primer ministro para indagarlo, y ahora solicitaba saberlo—. ¿Por qué nadie informó sobre el nacimiento de un niño?
Corono respiró profundo y se tragó un grueso de saliva que se anudó en su garganta. Sabía que todo iba a terminar mal, lo intuyó cuando el emperador accedió a ver a la primera reina, aun cuando nunca antes la buscó, y lo confirmó cuando la mayor autoridad en ese imperio salió de un palacio abandonado con el cuerpo de su primer hijo, al que había llamado Leonel, para solicitar un funeral imperial.
—Después de la boda se le otorgó el palacio de anémonas en lo que uno nuevo estaba disponible, pero no se hizo el cambio jamás —informó el primer ministro—. Además, dos meses después de la institución de la primera reina, para compensar parte del presupuesto requerido para la ceremonia de compromiso con la futura emperatriz se cortaron los subsidios a algunas fincas, incluyendo el palacio de anémonas.
Leone II sintió la sangre arder, pero se limitó a empuñar ambas manos, pues aún quedaban muchas cosas por saber y no debía perder los estribos aún.
—¿Qué pasó con los criados? ¿Por qué una plebeya cuidaba de la primera reina y no había nadie más a su lado?
—La mayoría de los empleados se fueron desde el principio, solicitaron cambio de área ya que no querían servir a una mujer ajena al reino...
—¡Ella es la primera reina del imperio! ¡Es mi esposa!
—Lo sé, su majestad. Pero es difícil aceptarla, muchos incluso la consideraban traidora y una amenaza para nuestro imperio ya que el reino de Lutenia no está a favor de usted, su majestad.
—Para evitar eso se le negó el contacto con Lutenia —señaló el emperador y Corono tragó saliva de nuevo, evitando hablar de semejante tema.
—Cuando se cortó el subsidio al palacio se concedió el cambio a los empleados y se abandonó el lugar hasta ahora —anunció el hombre cambiando de tema.
—¿Y ella? ¿Por qué nadie la movió de palacio?
—Lo lamento, su majestad. No me hice cargo de ello personalmente, pero, al parecer, nadie se dio cuenta de que ella se quedó sola en ese lugar.
Leone, furioso, empujó con fuerza todo lo que estaba sobre el escritorio en el que había estado trabajando, creando un desastre que no sería nada comparado con el que se haría para calmar su ira por la muerte de un primogénito que ni siquiera logró conocer.
—¿Quién es la plebeya que estaba a su lado? —preguntó el emperador luego de respirar profundo para recobrar un poco la calma.
—Ella, al parecer es hija de uno de los mercaderes que traían víveres a los diferentes palacios, y al saber que una mujer embarazada estaba sola en ese lugar se compadeció de ella, entonces, a cambio de artículos de la primera reina y del palacio de anémonas, incluyendo joyas, telas y decoraciones, se hizo cargo de la limpieza del cuarto donde la primera reina se quedaba y de las comidas de ella y el primer príncipe.
Eso explicaba perfectamente por qué no había nada de valor en ese lugar. Luego de dos años de saquearlo constantemente, era obvio que quedara en el estado en que estaba.
—¿Por qué la primera reina se quedaba en un cuarto de servicio? —cuestionó el monarca, dejando caer su trasero en esa bellísima silla de oro solido con almohadones del terciopelo de más alta calidad.
—Esto es lo que Ría, la plebeya que cuidaba de la primera reina, informó: Como hacía frío y no había forma de mantener las habitaciones calientes, tomó una de las más pequeñas para aminorar los efectos del invierno; de esa forma también se redujeron las tareas de limpieza que se realizaban por ella y por la primera reina.
—¡Maldita sea! —gritó Leone II, iracundo, empujando su silla con tal fuerza que se ladeó y rompió el enorme ventanal de cristal sólido detrás de él—. ¿Cómo es que permitiste que pasara eso? Fui claro cuando pedí que se hicieran cargo de ella. Ella debería estar viviendo como lo que es, una reina, y mi hijo atendido por los mejores sirvientes, entonces, ¿por qué el primer príncipe murió de un resfriado común porque su desnutrición era tal que no tenía defensas para defenderse de ello y ambos vivieron dos años en ese deplorable sitio en condiciones tan precarias?
—Es mi culpa, su majestad —respondió Corono, arrodillándose frente a la mayor autoridad del imperio Cenzalino—. Debí confirmar con mis propios ojos que sus órdenes se cumplieran, majestad. Me disculpo infinitamente.
—Una disculpa no le va a devolver la vida a mi hijo —farfulló Leone, fría y sanguinariamente—. Quiero las cabezas de todos los que no atendieron a la primera reina, incluyendo la tuya.
—Será como usted ordene —concedió el primer ministro que tomó una lista que ya tenía de todos los empleados que abandonaron el palacio de anémona en cuanto la primera reina llegó ahí, pues, tras investigar, había confirmado que no solo habían buscado cambiar de deberes, sino que también habían sido negligentes con ella aun cuando atenderla era su trabajo.
» Majestad —habló el primer ministro antes de ir a cumplir su encomienda, una en la que perdería la vida—, no es por salvar mi cuello, estoy agradecido de poder salvar mi honor al entregar mi cabeza para enmendar mi falta; esto es una simple advertencia, ya que no creo que mi familia se quede de brazos cruzados después de mi muerte.
—¿Me estás amenazando? —cuestionó un hombre que, en el fondo de sí, sentía que la culpa era suya más que de nadie, pero que no bajaría la cabeza y tan solo intentaría limpiar sus ofensas a la primera reina acabando con todos aquellos que le hicieron mal, y también con quienes no hicieron nada para evitarlo.
—Por supuesto que no, no me atrevería, su majestad —aseguró Corono Elliot, que estaba dispuesto a honrar el juramento que le había hecho a su majestad cuando le ofreció su lealtad y trabajo entregando su vida luego de la ineptitud demostrada—. Pero, mientras sigo siendo su primer ministro, es mi deber alertarlo de las posibles futuras amenazas, y mi familia será una grande. Además, cuando el reino de Lutenia se entere de esto, podrían surgir otros inconvenientes.
—Largo de aquí —ordenó el gran monarca el imperio Cenzalino, y, tras una nueva reverencia, Corono Elliot dirigió al ejercito imperial a capturar a todos los empleados enlistados como traidores por tratar mal a la primera reina.
Los palacios del imperio se volvieron ruidosos de un momento a otro, pues, de la nada, varias decenas de empleados fueron llevados a la fuerza al coliseo donde, frente al emperador, la primera reina y muchos nobles curiosos, así como algunos empleados, todos los capturados serían ejecutados en nombre del honor de la primera esposa del emperador y de la vida del primer príncipe de Cenzalino, el difunto príncipe Leonel.
Entre la muchedumbre atrapada, Samia alcanzó a ver los ansiosos y asustados rostros de montón de sirvientes que le habían mirado mal, que hablado mal de ella aún en sus narices y que le habían negado su servicio altaneros y arrogantes; y sus lágrimas corrieron mientras sus dientes se apretaban.
Samia Lutze los odiaba a todos y, no podía decirlo, pero de verdad se complacía con que todos murieran.
Sin embargo, semejante acto, que no había sido consultado con nadie, que había sido sentenciado por el emperador sin tener en cuenta consejos o tribunales, sería reprobada, aunque no por eso evitada.
La reputación de Samia Lutze, princesa del reino de Lutenia, primera reina del imperio Cenzalino y madre del difunto primer príncipe Leonel, cambió rápidamente de ser la reina abandonada a una villana sanguinaria e inclemente.
Pero estaba bien, a Samia no le importaba cuánto la odiara la gente de ese reino que no era su hogar, no le importaba que la miraran mal o hablaran de ella a sus espaldas, a ella ni siquiera le importó cuando un furioso sirviente llegó hasta su habitación en el palacio imperial y arremetió contra ella quitándole la vida en venganza por sus familiares muertos.
Los palacios del imperio Cenzalino se tornaron caos puro, y pronto la gente se reveló contra un emperador que parecía apoyar a alguien ajeno mucho más que a su propia gente, entonces las revueltas no se hicieron esperar.
Los nobles, ofendidos por la decisión del emperador Leone II, se tornaron contra él, acabando incluso con su segunda esposa, la emperatriz, y su segundo hijo aún no nato.
Leone II lo perdió todo por querer ser justo luego de ser negligente, y fue condenado a la crucifixión y abandonado en un sembradío estéril, clavado en una cruz completamente desnudo.
Sin embargo, perderlo todo no le había dolido, tampoco había sufrido con la insurrección de su gente, lo que a Leone le seguía carcomiendo el alma era su negligencia a su primera esposa y a ese pequeñito que debió ser el siguiente emperador pero que murió porque no supo proteger a quien debía.
“¿Te arrepientes?”
Unas palabras apenas audibles viajando en el viento le hicieron pensar que al final, antes de morir en completa soledad, se volvería completamente loco. Pero no, no se arrepentía, y lo dijo cuando el viento volvió a preguntarle si se arrepentía.
“Entonces hazlo mejor”
Farfulló el viento, golpeándolo con brutal fuerza, provocando que en su interior todo estallara por el exceso de aire ingresando en su cuerpo.
Leone se estaba asfixiando, tanto que sus pulmones y cabeza comenzaron a doler mucho más fuerte que el resto de su cuerpo, que ya dolía montones por la tortura y la crucifixión, entonces usó toda su fuerza para detener lo que ocurría, logrando despertar agitado, confundido y asustado, viendo en su cama a la mujer con la que el día anterior se había casado y que se había convertido en la primera reina del imperio Cenzalino.
Samia Lutze despertó al movimiento en su cama y, abriendo los ojos, se encontró con su ahora esposo sentado a su lado, mirándole fijamente.El corazón de esa joven de cabello negro ébano y ojos azul profundo se detuvo por completo, igual que su respiración, pues un montón de recuerdos se comenzaron a agolpar en su cabeza, provocándole un terrible dolor solo comparado al del resto de su cuerpo.—¿Estás bien? —preguntó el emperador al ver a la joven fruncir el rostro y llevar sus manos a la cabeza, intentando levantar su cara para verla a los ojos.En la cabeza de ese hombre aún pasaban muchas cosas, cosas importantes que debía atender a la brevedad, pero lo principal era el bienestar de su única reina y eso quería atender, sin embargo, Samia Lutza se encogió aún más al ver la mano de ese hombre dirigirse hacia ella.» Supongo que anoche me extralimité contigo —señaló el rubio de ojos verdes, recordando su primer remordimiento con esa mujer a la que hizo suya de la peor manera aún cuand
—Será difícil que le acepten en la cocina —informó el mayordomo del palacio del emperador, refiriéndose al cocinero que ella solicitaba—, es por precaución. Y déjeme aclarar que no intento insinuar que alguien esté intentando hacerle daño al emperador, esto es simple protocolo.—Lo entiendo —aseguró Samia, que de verdad comprendía el miedo de esa gente.Ella no solo era la princesa de un reino lejano, era la princesa de un lejano reino que había tenido muchos roses con el imperio Cenzalino, incluso ella había llegado al emperador como un tipo botín de guerras tras una guerra no convencional.Esa guerra, del tipo psicológica, había dejado al reino de Lutenia severamente afectado hasta que el rey del lugar, buscando detener los daños económicos y morales que estaban sufriendo su país y su gente, decidió rendirse ante Cenzalino.Sin embargo, el acuerdo de paz no incluía la conformidad de ambas partes, por eso era normal que vieran a la nueva reina como una amenaza para su amado emperador
—No puedo esperar por dos semanas —declaró Samia tras escuchar del mayordomo que ese sería el tiempo aproximado para recibir muebles nuevos para la cocina.El hombre le miró aterrado. Esa mujer era demasiado difícil de complacer. Tenían cerca de una hora en el tema de la nueva cocina y a todo lo que él sugería, que era lo normal al acondicionar lugares nuevos en un palacio, ella le encontraba un pero.Aunque era claro que la nueva reina sabía perfectamente bien lo que quería, y aun más lo que era lo mejor en cada situación.Aún así, ya era demasiado denigrante que ella pidiera muebles ya hechos para acondicionar la nueva cocina; en esos casos, lo ideal, por la dignidad del título que esa mujer portaba, era que todo se hiciera a la medida y de nuevo diseño, pero ella se conformaba con muebles ya hechos para acortar el tiempo de espera de algunos meses a solo semanas; y ni así parecía estar satisfecha.» Traslada la cocina del palacio Anémonas aquí —solicitó la reina y el mayordomo sint
—Boldo, Romero, Regaliz, Caléndula y ahora Perejil —enumeró Doris, como Samia la llamaba, al recibir una nueva solicitud por un té de hiervas para su dolor de cabeza—. Parece que estás poniendo en práctica lo aprendido en tus clases de reproducción.El nudo en la garganta de Samia, que se había comenzado a formar cuando su nana le miró de hostigosa manera, hizo que tanto el aire como la saliva se quedaran atorados y que le doliera desde el pecho hasta la mandíbula.—Se está tomando muy en serio lo de la luna de miel —confesó la reina algo apenada—, y no creo que sea el momento adecuado de tener un heredero... ni siquiera creo que sea buena idea tenerlo. ¿Acaso no has escuchado que los preparativos para el compromiso del emperador con la segunda reina, quien sí será emperatriz, están comenzando ya?Dorothea asintió, ella lo había escuchado también, pero no creía que lo mejor fuera que esa joven tomara por su cuenta la planificación familiar.—¿Lo hablaste con él? —preguntó la dama de h
El inicio de labores de la reina Samia, como primera reina de Cenzalino, dieron inicio un lunes por la mañana, y para el día miércoles por la tarde todo el mundo rumoraba sobre lo diligente que era la nueva reina.No era para menos, Samia había sido educada por su padre para convertirse en la siguiente reina de Lutenia, un objetivo que ahora solo la reina viuda de ese lugar sabía y que seguro no lo compartiría con nadie jamás.Dirigir el palacio no fue un reto para la joven azabache, quien tenía práctica por haber dirigido el suyo en su reino, así como otras propiedades de su familia; además, ella era muy buena con los números, por lo que la contabilidad tampoco le asustaba.Lo que le estaba costando era dimensionar, pues los recursos de Cenzalino eran mucho más caros que en Lutenia, por lo que debía hacer uso de cantidades enormes de dinero que de pronto le parecían un lujo más que una necesidad.Pero eso no era todo, lo que más sufriría era, sin duda alguna, los eventos sociales, aq
Los rumores sobre el embrujo de la primera reina al emperador se encendieron de nuevo, y esta vez definitivamente traspasaron los muros del palacio, provocando una división en la gente del imperio: estaban los que desaprobaban a la nueva reina por lo que de ella se decía y los que la veían con buenos ojos por los logros que mostraba.Sin embargo, había algo que en que ambos lados coincidían: la dedicación del emperador a la primera reina era, sin duda alguna, algo a considerar.—Su majestad —habló uno de los tantos ministros de su corte imperial, preocupado por el bienestar del imperio, según él—. No puede solo seguir dejando que la reina se tome atribuciones que no le pertenecen, retomar los deberes de la emperatriz es una falta de respeto...—Falta de respeto es que hables de la reina sin informarte primero —vociferó el emperador tras interrumpir al ministro cuando golpeó con fuerza el brazo de su trono, provocando tal estruendo que muchos cuerpos respingaron sin querer—, cada proye
—El almacén también contenía la cosecha de esta temporada, parte eran pedidos ya pagados o parcialmente pagados que estaban a la espera de ser entregados —enumeró Corono y el silencio se profundizó un poco más.—¿Qué podemos cubrir con los otros almacenes? —cuestionó el emperador, refiriéndose a los graneros del sur y del este, porque el del norte, que era el más grande e importante, se había perdido por completo.—Grano para siembra no había guardado en ningún otro lado —informó el próximo duque de Elliot—, y, considero que habrá qué elegir entre vender a foráneos o entregar recursos al imperio luego de que se cubran los pedidos ya pagados, rembolsando anticipos y pagando la multa por incumplimiento a quienes no cubrieron el total del pedido al hacer contrato con nosotros; esto además de cancelar los pedidos sin pago previo.Nadie más dijo nada, pero ahora todos estaban preocupados por el futuro, que, según se veía venir, sería un desastre.—Eso es a corto plazo —señaló la reina, int
Samia se enderezó ligeramente y su cuerpo, cansado por todo el trabajo y el estrés que recientemente había estado soportando, crujió por completo.—¿Estás bien? —preguntó Doris, que entraba a la habitación de la joven tras recibir el pase—. Te ves agotada.—Estoy demasiado agotada —confirmó la joven, respirando realmente profundo—. Las cosas están feas, y pintan para ponerse peor.—¿Por lo de los alimentos? —cuestionó esa mujer, que le servía un té para dormir.Recientemente, la reina se había quejado de que su mente estaba tan agobiada que no lograba calmarla ni por las noches, afectando su sueño.La monarca asintió y luego bebió un trago de ese té que, no solo olía horrible, tenía el sabor más terrible del mundo entero. Pero a veces lo había necesitado, y le había dado muy buenos resultados.» ¿No has pensado en contactar a Lutenia? —cuestionó la mayor y la joven le miró con los ojos muy abiertos mientras se lamía los labios para deshacerse del resto de té.Sí, eso era algo que no d