Samia se enderezó ligeramente y su cuerpo, cansado por todo el trabajo y el estrés que recientemente había estado soportando, crujió por completo.—¿Estás bien? —preguntó Doris, que entraba a la habitación de la joven tras recibir el pase—. Te ves agotada.—Estoy demasiado agotada —confirmó la joven, respirando realmente profundo—. Las cosas están feas, y pintan para ponerse peor.—¿Por lo de los alimentos? —cuestionó esa mujer, que le servía un té para dormir.Recientemente, la reina se había quejado de que su mente estaba tan agobiada que no lograba calmarla ni por las noches, afectando su sueño.La monarca asintió y luego bebió un trago de ese té que, no solo olía horrible, tenía el sabor más terrible del mundo entero. Pero a veces lo había necesitado, y le había dado muy buenos resultados.» ¿No has pensado en contactar a Lutenia? —cuestionó la mayor y la joven le miró con los ojos muy abiertos mientras se lamía los labios para deshacerse del resto de té.Sí, eso era algo que no d
La primera reina de Cenzalino salió muy temprano del palacio, pues necesitaba que todo estuviera listo para recibir a quienes hubieran respondido a su llamado.Ya que la propuesta había nacido de ella, parecía ser ella quien tenía una mejor visión de lo que quería hacer con ese proyecto y fue a quien se le asignó el dirigirlo. Samia no refutó, estaba emocionada de poder llevarlo a cabo, así que, por eso y otras cosas que ocupaban su mente, no había dormido mucho la noche anterior.Recién abrían los negocios locales de la capital y la reina ingresó a hacer algunas solicitudes, luego se encontró con el herrero real, que se había jubilado tiempo atrás dejando a su hijo mayor a cargo de su taller, y que se había ofrecido a apoyarla con la idea que tenía, pues, aunque le dolía un poco que su trabajo de tantos años fuera eliminado, le sabía mucho peor que estuviera descartado y malográndose en una bodega.Visitaron el espacio donde se iba a montar la enorme herrería y una de las dos asisten
Llegaron a Paltero a media tarde, y los caballeros que los acompañaron parecían estarse sacudiendo un poco antes de volver a subirse a esos incomodísimos carruajes que habían conducido por un par de días.—¿Volverán ahora mismo? —preguntó Petes, ese herrero que, de alguna manera, tal vez por ser el mayor de todos, había terminado como un tipo de líder designado por todos.—Ese es el plan —respondió Axulex, que había sido encargado de dirigir a los caballeros que regresarían lo herreros a Paltero.Si ellos salían justo en ese momento, ya sin carga, alcanzarían a llegar a algún poblado pequeño donde pudieran dormir algunas horas antes de reiniciar su camino, y seguro llegarían a la capital el día siguiente ya muy entrada la noche.—Disculpe si sueno imprudente —dijo Petes—, pero nos gustaría saber sí, en caso de que nosotros paguemos su posada por una noche, la cena y el desayuno, ¿podrían regresar hasta mañana luego del amanecer? De esa manera podríamos irnos algunos con ustedes.Axule
Samia recibió el sobre que le entregaban con mucha emoción, pues la dirección del remitente, que había sido anunciada, era la de la persona que más extrañaba de Lutenia, un hombre a quién ella le había escrito recientemente y, considerando el tiempo de respuesta, había dado una respuesta inmediata.Abrió la carta recibida y leyó una respuesta a su petición que le complació demasiado. Su tío Saulo decía que la esperaba con los brazos abiertos, y que se encontraba en la mejor disposición para hacer negocios con el palacio imperial.A pesar del escándalo que había sido el incendio del más grande almacén de la capital, nadie se había enterado de los problemas que aquejaban al palacio, pues los más altos mandos del lugar habían sabido controlar la situación y, para el resto del imperio, aparentemente, los daños sufridos no serían suficientes para afectar su futuro.Esa teoría estaba apoyada por la creación de la nueva fábrica en la capital, que era un proyecto tan llamativo que se había co
—¿A tal punto te odian? —preguntó el hombre, que recién escuchaba de su sobrina que lo ocurrido en la capital no había sido un penoso accidente, sino una ligera rebelión contra ella—. Me sorprende un poco cuán idiotas pueden llegar a ser algunas personas.Samia asintió. Lo ocurrido había sido una total idiotez, una que había terminado mal para los dos idiotas que provocaron lo ocurrido.—Las cosas se pusieron complicadas, y ahora andamos corriendo por todos lados para intentar minimizar daños tanto como sea posible —explicó la joven de cabello oscuro.—A mí me alegra muchísimo que corrieras en mi dirección —aseguró el de ojos azules, sonriendo a una joven que le sonreía también.—Vamos a necesitar víveres por un tiempo, así que eres nuestra salvación —informó Samia y el conde Dunant supo bien de qué iba el negocio que la otra le estaba proponiendo.—Bien —concedió el conde—. Yo proporciono alimentos por ese tiempo, pero, ¿qué ganaré yo?Samia se puso en pie y caminó hasta una especie
—¿No saben hacer otra cosa más que quejarse? —preguntó Samia algo cansada de lo mismo, y tanto Tarina como Corono sonrieron.Ambos estaban apoyándole con el nuevo proyecto que se estaba implementando, pues Risa seguía atareada con la nueva herrería, que comenzaba a recibir y despachar pedidos ahora que se había comenzando la producción en masa de algunos artículos.Entonces, sin saber de dónde, los nobles habían obtenido la información de los planes de trabajo de la nueva reina, unos que no les parecieron para nada adecuados, según todas esas absurdas cartas de reclamo que había estado recibiendo.» Al parecer les preocupa el olor a granja —informó la azabache, rodando los ojos y dejando caer la última carta leída en el escritorio—. Como si las caballerizas en sus propiedades olieran a rosas.Corono no pudo evitar reír, aunque era impropio de su educación y cargo, por eso su rostro se coloreó de carmín, pero su vergüenza se desvaneció cuando la reina le miró sonriendo también.Ya no p
Dorothea se tiró sobre el emperador al querer salvar a su niña, esa joven que adoraba y que, debido a la fuerza con que el hombre le estaba sosteniendo de la ropa, parecía no poder respirar con normalidad.Y es que Samia no podía hacerlo, no era solo que el cuello de su vestido le estaba estrangulando con fuerza, sino que la expresión de furia de ese hombre le tenía congelada hasta la respiración.Leone II, colérico por las nuevas obtenidas, y aún más furioso porque esa mujer mayor se atreviera a tocarlo, empujó con fuerza a su esposa contra el colchón, quien se sofocó un poco tras el golpe seco en las malas condiciones en que se encontraba.El emperador terminó girándose para enfrentar a esa mujer que se atrevió a desafiar su autoridad por ayudar a quien no merecía ser ayudada, y también la empujó con fuerza, provocando que ella cayera al piso.—¡¿Qué le diste para que no se embarazara?! —gritó Leone, furibundo, apuntando a la mujer con esa espada que siempre cargaba en la cintura y
Las órdenes que Corono recibió fueron elegir, de entre las sirvientes ya existentes, una nueva dama que le fuera leal a él, en lugar de a la reina, pero que jamás la lastimara; también debía cancelar todas las ventanas de la habitación de la reina; y debía mantenerla vigilada veinticuatro siete; además de que dicha habitación debía prescindir de cualquier objeto que pudiera dañar a la reina.Samia fue encarcelada en una habitación a la que solo entraba esa dama, que no podía hablar con ella, para ayudarla a bañarse y para entregarle los alimentos; entonces, noche tras noche, recibió al emperador, a quien ella no le hablaba, pues no solo estaba aterrada de él, sino que también estaba molesta y dolida.Además, de que se encontraba en shock por todo lo ocurrido y por haber pasado días enferma y sobre esforzándose a causa del emperador buscando procrear a su heredero.En un inicio, Samia lloraba día y noche, lamentándose por la mujer que había perdido la vida por ayudarle con su planifica