—Casi me da lástima el pobre ex emperador —soltó Mía y su marido fingió no haber bufado una risa, pero la joven azabache definitivamente se había dado cuenta de ella. Pero no era para menos, desde su entrada a la capital, donde un desfile apresurado se había realizado en su honor, los comentarios en contra del que la nueva emperatriz mencionaba no habían cesado, y todos eran malos comentarios. —Supongo que es normal —declaró Corono, saludando y sonriendo a la gente que le saludaba y le sonreía—, si no se difundían todos esos rumores, los malos hubiéramos sido tú y yo por tomar su lugar. —Pero no es como que lo hubiéramos pedido —refunfuñó la joven de ojos azules, saludando también—, ¿o sabías de esto? —No, de verdad no lo sabía —aseguró el hombre tomando la mano de su esposa—, y tampoco es lo que quería. Yo quería que volviéramos a nuestro hogar, el nuevo ducado, y que ahí pudiéremos vivir en paz una larga, tranquila y feliz vida... Cuidar del imperio no era lo que deseaba. —Antes
Corono se arrastró de nuevo hasta su habitación, encontrando a la emperatriz dormida sobre la cama sin deshacer, y aún vestida. Tenían tanto qué hacer, que a menudo se felicitaban por tan solo lograr reunirse para comer, pero seguro solo era que se vieran por la mañana que despertaban para irse a trabajar todo el día. Sin embargo, lo estaban haciendo demasiado bien, la gente de la capital y del imperio lo comenzó a notar y a agradecer, al punto de que, los reinos que habían pensado en deshacerse de ellos si no lograban nada, se habían devuelto a su lugar sin hacer mucho ruido, pues sabían que ese par de jóvenes personas eran de total confianza. Corono destendió su lado de la cama y levantó en brazos a su mujer para ayudarla a dormir con mayor comodidad, incluso le ayudó a quitarse el vestido y, viéndola en paños menores, besó su hombro y cabeza. Estaba demasiado cansado para intentar nada, y la pobre emperatriz estaba igual, así que su reencuentro intimo seguía esperando, y seguirí
Al final, debido a la cercanía de los proveedores de acero para la construcción de los vagones y las vías, se decidió dar inicio al proyecto del tranvía de vapor en la capital. Sin embargo, el trabajo era mucho, así que se inició una campaña de reclutamiento masiva, tanto en la capital como en poblados cercanos de la capital y de Lutenia. En un inicio nadie entendió lo que estaba sucediendo, pero era bueno que jóvenes y adultos, antes desempleados, ahora tuvieran empleos, aunque temporales. Las condiciones eran buenas para todos los pobladores porque, para ser contratados, a petición de la emperatriz, la única condición era que pudieran trabajar, sin importar la edad. Lo que sí necesitaban era que los menores de edad tuvieran el permiso de sus padres. Y nadie fue engañado, todos sabían que era un trabajo pesado, en su mayoría, porque también había trabajos como registrar la cantidad de materiales utilizados y quienes los habían solicitado y tomado. Fue ahí cuando personas, que no p
—No puedo creer que todos los reinos hayan invertido en el tranvía —expresó el emperador Corono tras recibir la solicitud del último reino en Cenzalino sin tranvía, con una petición para participar del proyecto—. ¿Qué eres? —Soy la emperatriz destinada a ser la mejor emperatriz que ha visto Cenzalino en toda su historia —respondió orgullosamente Mía y rio ante la mirada de disgusto que había puesto su esposo—. Por eso Leone II estaba tan obsesionado conmigo, y por eso mi cuidador en Atrumb se convirtió en emperador cuando me conoció, porque, si no era en Cenzalino, iba a ser donde sea. Tú lo dijiste: era mi destino. —Mmmm —hizo Corono con mala cara y su esposa le regaló un puchero fingido y luego lo abrazó con fuerza y lo besó, aprovechando que se encontraban solos—... aunque es cierto que eres la mejor emperatriz de todas. No recuerdo a nadie que haya hecho tanto como tú en tan poco tiempo. » La zona industrial levantó la economía en tan poco tiempo que apenas me lo creo —declaró C
Como Mía lo esperaba ya, el viaje fue una total tortura; aunque no fue tanto por el movimiento del barco, que definitivamente sí se sentía horrible para su estómago y ella; pero lo que más le molestaba a esa mujer, de cabello oscuro y ojos claros, era, sin duda alguna, tener que enfrentarse a su mayor pecado.El recibimiento que les dieron al pisar el puerto de Atrumb fue tremendo. Y es que no era para menos cuando en ese imperio estaban recibiendo a la emperatriz de Cenzalino, un imperio hermano con quien tenían tan buenos negocios que parecía que seguirían creciendo sin parar, por eso la gente de Atrumb le dio la bienvenida a esa mujer con mucha calidez.De camino del puerto al palacio, Mía deseó haber implementado el tranvía en Atrumb al tiempo que lo hizo en Cenzalino, de esa manera solo tendría que viajar dos horas muy cómoda en lugar de la semana y media que le tomaría ir en ese carruaje en completa y total incomodidad.Pero de pronto, a pesar del dolor de estómago que tenía que
—Lamento todas las molestias —dijo Mía cuando el emperador se despedía de ella para dejarla descansar—, y de todo corazón agradezco tu hospitalidad, excelencia.—Es un placer tenerte aquí, majestad —aseguró Cale Solero, sonriendo amablemente—. Descansa un poco, enviaré a alguien muy discreto para que te ayude a deshinchar tus ojos, porque así no te ves nada bonita, y seguro los años te han sentado bien. Lo quiero ver.Mía suspiró sonriendo solo un poco, y tras suspirar por enésima vez, tal vez, arrastró los pies hasta esa cama donde se tiró a descansar un poco, porque llorar ya no podía.Rato después, los golpes en su puerta precedieron a una azabache de ojos grises que entró a la habitación de invitados, con una tinaja de hiervas medicinales frías y algunas toallas limpias, para ayudar a la joven que le abrió la puerta a refrescarse un poco.—El emperador me pidió que te ayudara un poco —declaró Messina y Mía le sonrió agradecida—. Esperaba alegrarme por verte, pero, en realidad, est
El regreso a Cenzalino fue por demás tranquilo, Mía había dejado todo su doloroso pasado atrás, al fin; porque ahora que había visto con sus propios ojos que no había nada de lo que debiera preocuparse, al respecto de ese niño, que seguro sería feliz para siempre con su amada familia, nada le hacía peso en el alma. Saulo Dunant, por su parte, seguía en conflicto consigo mismo y con esa azabache, que parecía estar en serio en paz con esa decisión que, según las costumbres del hombre, era una mala decisión; aunque sus ojos hubieran atestiguado que no había nada de malo en una mujer en paz y un niño feliz. El conde Dunant lo pensó mucho, demasiado, y comenzó a creer que de verdad no valía la pena remover el doloroso pasado cuando el presente estaba bien, y menos cuando el futuro pintaba para algo mucho mejor; y aun así no sabía bien qué hacer con sus sentimientos, por eso le pidió tiempo a Mía para poderse tranquilizar antes de tomar una decisión final. —Solo necesito asimilarlo —decla
—Por favor —suplicaba la mujer de enorme y desgastado vestido, que sin adorno alguno intentaba ver al emperador del imperio Cenzalino, empujándose con sus pocas fuerzas contra el guardia que la detenía. —No puede ver al emperador sin una cita, ni en el estado que se encuentra —señaló el corpulento hombre cuya armadura no parecía limitar su movilidad a pesar de lo rígida que aparentaba ser—. Vuelva a su palacio, por favor. —¡Soy su esposa! —gritó la mujer, aferrándose a esas palabras que eran su última esperanza de lograr lo que necesitaba—, soy la primera reina, tiene que dejarme verlo. El guardia la vio de arriba abajo. Era cierto lo que la mujer decía. Ella, a pesar de su apariencia desalineada y humilde; y a pesar también de la poca educación que mostraba justo en ese momento, era la primera reina, una que nadie en ese imperio quería porque provenía de un país ajeno y que no tenía el respaldo de nadie. » Por favor —suplicó la mujer, hincada en el suelo, justo frente a la entrad