—Por favor —suplicaba la mujer de enorme y desgastado vestido, que sin adorno alguno intentaba ver al emperador del imperio Cenzalino, empujándose con sus pocas fuerzas contra el guardia que la detenía.
—No puede ver al emperador sin una cita, ni en el estado que se encuentra —señaló el corpulento hombre cuya armadura no parecía limitar su movilidad a pesar de lo rígida que aparentaba ser—. Vuelva a su palacio, por favor.
—¡Soy su esposa! —gritó la mujer, aferrándose a esas palabras que eran su última esperanza de lograr lo que necesitaba—, soy la primera reina, tiene que dejarme verlo.
El guardia la vio de arriba abajo. Era cierto lo que la mujer decía. Ella, a pesar de su apariencia desalineada y humilde; y a pesar también de la poca educación que mostraba justo en ese momento, era la primera reina, una que nadie en ese imperio quería porque provenía de un país ajeno y que no tenía el respaldo de nadie.
» Por favor —suplicó la mujer, hincada en el suelo, justo frente a la entrada al palacio del emperador Leone II, un esposo al que difícilmente veía, y que a ella la había visto tan solo una vez: el día de su boda—... por favor...
El guardia, incómodo por la situación, pero seguro de que era una emergencia lo que llevaba a la reina olvidada a suplicar a un simple guardia, dio ordenes para uno de los otros tres guardias a su lado fueran a buscar alguien más que se hiciera cargo de ese asunto.
—Llama al primer ministro —pidió Axulex, que era un hombre justo, así que, aun cuando no simpatizaba con esa mujer, tenía bien en claro que ella no les había hecho daño alguno, así que haría cuanto en sus manos estuviera para no sentirse culpable de nada en caso de que algo muy malo ocurriera—. Hazlo ahora —ordenó de nuevo, tras ver que el soldado que había enviado ni siquiera se había movido de donde estaba.
El soldado salió corriendo para cumplir con la orden designada, encontrándose minutos después con el hombre que buscaba, y también con el emperador Leone II, a quien reverenció y le informó que la primera reina, Samia Lutze, solicitaba una audiencia extraordinaria con su majestad de manera urgente.
Corono Elliot, primer ministro y mano derecha del emperador, negó la solicitud y mandó al soldado a anunciar la negativa a la primera reina, quien mostraba mucha descortesía al aparecerse de la nada frente a su majestad que nunca antes la había llamado, tampoco en ese momento.
Pero el gran emperador de Cenzalino, movido por la curiosidad de que una mujer que, en poco más de dos años de casados nunca le hubiese buscado, concedió la audiencia y salió al encuentro de una mujer que no era ni la sombra de la mujer que recordaba.
—¿Quién eres? —preguntó Leone, seguro de que esa mujer, de apariencia de vagabunda, no era la princesa del reino Lutenia.
Definitivamente ella no podía ser su primera esposa, ni la primera reina de su imperio.
—Su majestad —clamó Samia, inclinándose hasta que su frente tocó el suelo, con la voz cortada por el llanto—, sé que no merezco pedirlo, pero, por favor, nuestro hijo está muriendo, si no lo ve un médico él...
La joven reina ni siquiera pudo terminar lo que tenía qué decir, pues tan solo imaginar que su pequeño hijo, que ni siquiera tenía dos años de vida, muriera, le destrozaba completamente.
» Por favor, su majestad —suplicó la mujer y el emperador de Cenzalino, congelado por la sorpresa, no dijo nada.
Él no podía tener un hijo con esa mujer, ni siquiera había estado con ella después de la noche de bodas, y si hubiese concebido en aquel entonces alguien se lo hubiera reportado. Pensando en ello fue que se dio cuenta de que nadie jamás le había reportado nada de sobre la primera reina, su gente o su castillo.
—¡Sáquenla de aquí! —ordenó Corono, interpretando el silencio del emperador como indiferencia.
Pero Samia no lo permitiría. Ella no se iría de ese lugar sin ayuda, prefería salir sin cabeza que tener que volver a solo cruzar los brazos en ese maldito lugar donde su hijo moría, por eso se tiró a los pies del emperador sin que nadie pudiera detenerla.
—¡Su majestad! —gritó con fuerza la primera reina, sacando al hombre de sus pensamientos—... por favor... por favor... también es su hijo.
—¿Cuándo dio a luz? —preguntó Leone a su primer ministro, quien tampoco conocía la información, pues, ya que el emperador nunca mostró interés por ella, él jamás se interesó tampoco.
—Lo lamento, su majestad —respondió el primer ministro—, desconocía que ella tenía un hijo.
Leone miró furibundo al hombre que le daba semejante respuesta.
Tan solo pensar que su sangre moriría, sin siquiera haber sido reconocida, le daba dolor de estómago. Pero las cosas eran mucho peor de lo que él creía, y no tardó nada en darse cuenta.
—Busca al médico imperial y llévalo al castillo de la primera reina —ordenó Leone para Corono, quien reverenció y fue a cumplir con la orden recibida—. Llévame a donde está él —pidió para Samia, quien, agradecida, pronto se puso en pie y se encaminó a toda prisa al lugar donde había vivido los últimos dos años y dos meses que tenía en ese reino.
Leone, a cada paso que daba, se enfurecía un poco más, pues el camino era largo y, al parecer, se dirigía a un lugar que poco después de su compromiso con la segunda reina, su ahora emperatriz, había sido declarado abandonado y no había recibido ningún subsidio desde entonces; y eso había ocurrido un año y medio atrás.
Y sí, tal como el emperador lo sospechó, el palacio de anémonas era el lugar al que fue dirigido por su primera esposa, una que no logró ser emperatriz por ser de un reino extranjero, y porque pareció odiarlo tanto en su primera noche que el monarca decidió dejarla en paz el resto de su vida.
Sin embargo, él no había sabido su paradero. Recordaba claramente haber pedido que se hicieran cargo de ella, y luego no se interesó más ya que pensó que la habían colocado en un buen palacio y seguía teniendo una vida digna de una princesa.
Se equivocó, y estaba molesto por ello.
Tras ingresar al palacio de anémonas comprobó lo abandonado que estaba: el jardín marchito y basuriento, además de que la mayoría de los ventanales estaban rotos y todos, sin excepción, estaban sucios de mucho tiempo.
En el palacio no había sirviente alguno, y estaba incluso sin muebles o decoraciones, lo que era raro porque, aunque los palacios se abandonaran, eran propiedad del imperio, además de que contenían valiosísimos recuerdos, por lo tanto, debían permanecer intactos, pero incluso las joyas de los pilares habían sido arrancadas.
«¿Cómo es que ella vivía en tan deplorable lugar?» Esa era una pregunta que no le podía hacer, pues la mujer que ignoraba las escaleras y corría a los cuartos de servicio, unos que no se veían tan mal como el resto del palacio, pero que seguían siendo indignos de la realeza, no parecía tener intenciones de detenerse a explicar nada.
Samia abrió con prisa la primera habitación de los cuartos de sirvientes y, al ver a su única dama hincada junto a la cama de su hijo, sintió un tremendo alivio.
A decir verdad, cuando ella despertó, Ría no estaba, pues, como todas las mañanas, había salido a buscar el desayuno para los tres; y cuando su niño comenzó a convulsionar no pudo hacer más que salir corriendo, desesperada.
Leone entró a la habitación y al ver a un pequeñito de su misma tez y mismo color de cabello, algo le comenzó a presionar el pecho con fuerza.
—Su majestad —saludó una mucama que no conocía, y que no se encontraba en mejor estado que la primera reina.
Ambas se mostraban demacradas y, hasta cierto punto, sucias. No había diferencia entre esa mucama plebeya y la primera reina, y eso le molestó mucho más al emperador.
—¿Qué edad tiene el niño? —preguntó el hombre sin corresponder al saludo de una simple plebeya, una que definitivamente no debía estar en ese lugar.
—Un año con seis meses, su majestad —respondió Samia, tomando en brazos al pequeño que solo jadeaba, pues ya no tenía fuerzas ni de respirar.
Ni siquiera necesitó hacer cuentas, porque el niño era su vivo retrato, además de que estaba seguro de que Samia había sido una doncella cuando llegó a él.
—¿Cuál es su nombre? —preguntó él, sospechando algo que el corazón de Samia sabía y que se negaba a aceptar, por eso había corrido a buscar algo que había estado segura no obtendría, pero que gracias al cielo sí obtuvo.
—No tiene uno —respondió la madre del pequeño—, usted jamás vino a darle uno. Él es mi bebé.
Leone respiró profundo y se arrepintió al instante. Ese lugar hedía a podredumbre.
—Su nombre será Leonel —respondió el emperador, de la nada, usando ese nombre que había planeado para su primer hijo ese que, según él, nacería unos meses después del vientre de su segunda esposa, la emperatriz de ese imperio.
Samia miró a su esposo con asombro, nombrar a su hijo significaba que lo reconocía, así que no lo podía creer pues, desde que ella había llegado a ese lugar, él solo permitió que todos la trataran mal y le hicieran mucho daño.
Iba a agradecer, pues era un honor recibir semejante bondad, pero al sentir que el peso de su niño se hacía mayor, lo miró con angustia para descubrir que el pequeño no estaba respirando ya.
El pequeño Leonel, primer príncipe del imperio Cenzalino, reconocido por el emperador Leone II, a sus dieciocho meses de edad, sin haber sido cargado por su padre jamás, murió en brazos de una madre que, aunque hizo todo lo que pudo para protegerlo, no logró hacerlo.
—La primera reina sigue sin probar bocado —informó el primer ministro, Corono Elliot, al emperador, lo que los criados que la cuidaban le habían reportado a él minutos atrás.Leone suspiró disimuladamente, ese era el tercer día después de la muerte del pequeño Leonel y ella seguía negándose a comer, era como si buscara morir también.—¿Qué pasó con la primera reina en estos dos años? —preguntó el monarca, dejando de lado sus deberes imperiales y sobando con parsimonia su entrecejo. Le había dado tres días a su primer ministro para indagarlo, y ahora solicitaba saberlo—. ¿Por qué nadie informó sobre el nacimiento de un niño?Corono respiró profundo y se tragó un grueso de saliva que se anudó en su garganta. Sabía que todo iba a terminar mal, lo intuyó cuando el emperador accedió a ver a la primera reina, aun cuando nunca antes la buscó, y lo confirmó cuando la mayor autoridad en ese imperio salió de un palacio abandonado con el cuerpo de su primer hijo, al que había llamado Leonel, par
Samia Lutze despertó al movimiento en su cama y, abriendo los ojos, se encontró con su ahora esposo sentado a su lado, mirándole fijamente.El corazón de esa joven de cabello negro ébano y ojos azul profundo se detuvo por completo, igual que su respiración, pues un montón de recuerdos se comenzaron a agolpar en su cabeza, provocándole un terrible dolor solo comparado al del resto de su cuerpo.—¿Estás bien? —preguntó el emperador al ver a la joven fruncir el rostro y llevar sus manos a la cabeza, intentando levantar su cara para verla a los ojos.En la cabeza de ese hombre aún pasaban muchas cosas, cosas importantes que debía atender a la brevedad, pero lo principal era el bienestar de su única reina y eso quería atender, sin embargo, Samia Lutza se encogió aún más al ver la mano de ese hombre dirigirse hacia ella.» Supongo que anoche me extralimité contigo —señaló el rubio de ojos verdes, recordando su primer remordimiento con esa mujer a la que hizo suya de la peor manera aún cuand
—Será difícil que le acepten en la cocina —informó el mayordomo del palacio del emperador, refiriéndose al cocinero que ella solicitaba—, es por precaución. Y déjeme aclarar que no intento insinuar que alguien esté intentando hacerle daño al emperador, esto es simple protocolo.—Lo entiendo —aseguró Samia, que de verdad comprendía el miedo de esa gente.Ella no solo era la princesa de un reino lejano, era la princesa de un lejano reino que había tenido muchos roses con el imperio Cenzalino, incluso ella había llegado al emperador como un tipo botín de guerras tras una guerra no convencional.Esa guerra, del tipo psicológica, había dejado al reino de Lutenia severamente afectado hasta que el rey del lugar, buscando detener los daños económicos y morales que estaban sufriendo su país y su gente, decidió rendirse ante Cenzalino.Sin embargo, el acuerdo de paz no incluía la conformidad de ambas partes, por eso era normal que vieran a la nueva reina como una amenaza para su amado emperador
—No puedo esperar por dos semanas —declaró Samia tras escuchar del mayordomo que ese sería el tiempo aproximado para recibir muebles nuevos para la cocina.El hombre le miró aterrado. Esa mujer era demasiado difícil de complacer. Tenían cerca de una hora en el tema de la nueva cocina y a todo lo que él sugería, que era lo normal al acondicionar lugares nuevos en un palacio, ella le encontraba un pero.Aunque era claro que la nueva reina sabía perfectamente bien lo que quería, y aun más lo que era lo mejor en cada situación.Aún así, ya era demasiado denigrante que ella pidiera muebles ya hechos para acondicionar la nueva cocina; en esos casos, lo ideal, por la dignidad del título que esa mujer portaba, era que todo se hiciera a la medida y de nuevo diseño, pero ella se conformaba con muebles ya hechos para acortar el tiempo de espera de algunos meses a solo semanas; y ni así parecía estar satisfecha.» Traslada la cocina del palacio Anémonas aquí —solicitó la reina y el mayordomo sint
—Boldo, Romero, Regaliz, Caléndula y ahora Perejil —enumeró Doris, como Samia la llamaba, al recibir una nueva solicitud por un té de hiervas para su dolor de cabeza—. Parece que estás poniendo en práctica lo aprendido en tus clases de reproducción.El nudo en la garganta de Samia, que se había comenzado a formar cuando su nana le miró de hostigosa manera, hizo que tanto el aire como la saliva se quedaran atorados y que le doliera desde el pecho hasta la mandíbula.—Se está tomando muy en serio lo de la luna de miel —confesó la reina algo apenada—, y no creo que sea el momento adecuado de tener un heredero... ni siquiera creo que sea buena idea tenerlo. ¿Acaso no has escuchado que los preparativos para el compromiso del emperador con la segunda reina, quien sí será emperatriz, están comenzando ya?Dorothea asintió, ella lo había escuchado también, pero no creía que lo mejor fuera que esa joven tomara por su cuenta la planificación familiar.—¿Lo hablaste con él? —preguntó la dama de h
El inicio de labores de la reina Samia, como primera reina de Cenzalino, dieron inicio un lunes por la mañana, y para el día miércoles por la tarde todo el mundo rumoraba sobre lo diligente que era la nueva reina.No era para menos, Samia había sido educada por su padre para convertirse en la siguiente reina de Lutenia, un objetivo que ahora solo la reina viuda de ese lugar sabía y que seguro no lo compartiría con nadie jamás.Dirigir el palacio no fue un reto para la joven azabache, quien tenía práctica por haber dirigido el suyo en su reino, así como otras propiedades de su familia; además, ella era muy buena con los números, por lo que la contabilidad tampoco le asustaba.Lo que le estaba costando era dimensionar, pues los recursos de Cenzalino eran mucho más caros que en Lutenia, por lo que debía hacer uso de cantidades enormes de dinero que de pronto le parecían un lujo más que una necesidad.Pero eso no era todo, lo que más sufriría era, sin duda alguna, los eventos sociales, aq
Los rumores sobre el embrujo de la primera reina al emperador se encendieron de nuevo, y esta vez definitivamente traspasaron los muros del palacio, provocando una división en la gente del imperio: estaban los que desaprobaban a la nueva reina por lo que de ella se decía y los que la veían con buenos ojos por los logros que mostraba.Sin embargo, había algo que en que ambos lados coincidían: la dedicación del emperador a la primera reina era, sin duda alguna, algo a considerar.—Su majestad —habló uno de los tantos ministros de su corte imperial, preocupado por el bienestar del imperio, según él—. No puede solo seguir dejando que la reina se tome atribuciones que no le pertenecen, retomar los deberes de la emperatriz es una falta de respeto...—Falta de respeto es que hables de la reina sin informarte primero —vociferó el emperador tras interrumpir al ministro cuando golpeó con fuerza el brazo de su trono, provocando tal estruendo que muchos cuerpos respingaron sin querer—, cada proye
—El almacén también contenía la cosecha de esta temporada, parte eran pedidos ya pagados o parcialmente pagados que estaban a la espera de ser entregados —enumeró Corono y el silencio se profundizó un poco más.—¿Qué podemos cubrir con los otros almacenes? —cuestionó el emperador, refiriéndose a los graneros del sur y del este, porque el del norte, que era el más grande e importante, se había perdido por completo.—Grano para siembra no había guardado en ningún otro lado —informó el próximo duque de Elliot—, y, considero que habrá qué elegir entre vender a foráneos o entregar recursos al imperio luego de que se cubran los pedidos ya pagados, rembolsando anticipos y pagando la multa por incumplimiento a quienes no cubrieron el total del pedido al hacer contrato con nosotros; esto además de cancelar los pedidos sin pago previo.Nadie más dijo nada, pero ahora todos estaban preocupados por el futuro, que, según se veía venir, sería un desastre.—Eso es a corto plazo —señaló la reina, int