—Será difícil que le acepten en la cocina —informó el mayordomo del palacio del emperador, refiriéndose al cocinero que ella solicitaba—, es por precaución. Y déjeme aclarar que no intento insinuar que alguien esté intentando hacerle daño al emperador, esto es simple protocolo.
—Lo entiendo —aseguró Samia, que de verdad comprendía el miedo de esa gente.
Ella no solo era la princesa de un reino lejano, era la princesa de un lejano reino que había tenido muchos roses con el imperio Cenzalino, incluso ella había llegado al emperador como un tipo botín de guerras tras una guerra no convencional.
Esa guerra, del tipo psicológica, había dejado al reino de Lutenia severamente afectado hasta que el rey del lugar, buscando detener los daños económicos y morales que estaban sufriendo su país y su gente, decidió rendirse ante Cenzalino.
Sin embargo, el acuerdo de paz no incluía la conformidad de ambas partes, por eso era normal que vieran a la nueva reina como una amenaza para su amado emperador, quien, por alguna razón desconocida, no era lo que ella esperaba.
» Sin embargo —habló la ahora reina de un imperio que no la quería—, estoy en la misma postura que ustedes. Tengo en claro que la gente del palacio no me quiere, así que temo por mi seguridad.
Los rostros de todos los presentes, que eran: el mayordomo, dos guardias, la jefa de mucamas y dos de ellas, empalidecieron. Esa mujer, sin temor alguno, acababa de declarar que percibía de ellos intensiones de dañarla, y eso era en extremo peligroso para sus vidas.
La nueva reina se percató de su sutil sobresalto, y sonrió internamente por haber conseguido lo que buscaba.
» Solo digo que no puedo comer en paz sabiendo que no sé quién preparó mi comida o cómo la prepararon, además, cada que alguien abre la puerta de la habitación me estremezco —explicó Samia segura de que si los presionaba con miedo ellos cederían un poco ante ella—. Esto también es solo por precaución.
—La entiendo, majestad —dijo un hombre mayor, que sudaba de cuerpo completo—, pero me disculpo con usted, no puedo hacer más de lo que le ofrezco.
Samia se mordió los labios, pensativa. Necesitaba encontrar una buena opción, para ella, así que incluso hizo un sonido mientras miraba a todos lados.
—Bien —dijo la emperatriz—, entonces, establezcamos una segunda cocina en el palacio, de esa manera, incluso mi gente se sentirá tranquila, igual que ustedes, porque estoy segura de que no les gusta verse mutuamente, y, en lo posible, me gustaría evitar afrontas entre mi gente y ustedes.
—Con todo el respeto que merece, su majestad, desde que se convirtió en la reina de nuestro imperio nosotros también somos su gente —señaló el mayordomo que, por disposición del emperador, que confiaba a plenitud en él, le había encargado la dirección de ese palacio.
—Entonces... ¿Cuál es el problema? —preguntó la azabache, con el rostro endurecido para mostrar, de esa manera, su descontento con la situación—. Si ustedes, como ellos, son mi gente, ¿por qué no pueden ellos integrarse al servicio del palacio?
Las manos del mayordomo temblaron con nerviosismo. Esa mujer, a pesar de lo joven que era, sabía utilizar bien las palabras, de otra manera no lo tendría contra la espada y la pared.
—Si me disculpa, su majestad, debo decir que es por la lealtad de esa gente —señaló el hombre y el cuerpo erguido de la dama de enorme y muy adornado vestido se endureció un poco más, igual que su expresión.
—El reino Lutenia pertenece al imperio Cenzalino —declaró la ojiazul molesta—, ¿por qué no seríamos leales a su majestad el emperador?
El ambiente se ensordeció de pronto, y los corazones de todos dejaron de latir hasta que una carcajada retumbara en el lugar, haciendo que todos miraran a quien reía de desaforada manera.
Leone II, emperador del imperio Cenzalino, se encontraba de pie junto a una puerta abierta, al parecer, divertido por lo que había escuchado.
Los azules ojos de la nueva reina de Cenzalino se posaron en un hombre del cuál no sabía qué debía esperar. Es decir, de todo lo que recordaba de él, eso era que la había aceptado por compromiso, porque era la bandera de la rendición de Lutenia, y luego la había ignorado por completo; pero ahora tenía desde que despertaron comportándose extraño, contrariándola mucho.
—¿Por qué dudas de la lealtad de mi esposa hacia Jim, mayordomo? —preguntó Leone II y el hombre que, a sus palabras, sentía la sangre del cuerpo congelarse y su alma abandonarle, se tiró al suelo para implorar clemencia.
—No lo hice, su majestad —aseguró un hombre incapaz de elegir sus palabras cuidadosamente, pues su instinto de supervivencia era tal que había dejado a su cabeza sin funcionar racionalmente.
Ese hombre estaba en convertirse en puro instinto y llorar suplicando perdón, tal vez incluso culpando a otros por sus palabras malinterpretadas.
—No fue contra mí, majestad —habló Samia, poniéndose en pie para saludar al hombre, y luego de ello siguió su alegato—, al parecer, no solo él, sino que todos en el palacio tienen la idea de que las personas de Lutenia no somos leales a su excelencia.
—¿Y lo son? —preguntó el hombre más poderoso de ese imperio, caminando hasta su esposa, que ocultaba bien su nerviosismo, para sonreírle muy cerca del rostro—. ¿Todos son leales a mí?
—¿Cómo podría hablar por todo el reino, su eminencia? —cuestionó Samia con un nudo en el estómago—. Ni siquiera podría asegurar si todos en sus dominios son leales a usted. Es difícil creer que todos comulgamos en nuestros gustos e intereses.
Leone II sonrió de medio lado y retrocedió un paso para sentarse en donde antes su esposa lo hubiera estado, mirando los pálidos rostros de todo el mundo.
—Bien —dijo el emperador—, dejemos eso de lado y solo explíquenme cómo es que llegaron a ese punto: y, tú, levántate del suelo.
—Al parecer, por venir de Lutenia, ni mi cocinero ni mi dama pueden servirme como pido, así que intentaba aclarar algunos puntos con su gente para poder disponer del servicio de mi gente.
La explicación de la reina iba a hacerle mucho daño a algunos, por eso el mayordomo decidió intervenir un poco, para endulzar la situación antes de entregarla a un hombre que, aunque siempre había parecido justo, tenía toda la mañana siendo un tanto irracional.
—Por protocolo y precaución, nadie con antecedentes no verificados, ni sin referencias de familias nobles, puede trabajar en el palacio, mi señor —explicó el mayordomo y la reina suspiró.
—He pedido una cocina aparte, porque me niego a confiar en quien no confía en mí —explicó la azabache cansada de no llegar a ningún lado.
—¿No es impráctico dos cocinas en un mismo palacio? —cuestionó el emperador y tanto el mayordomo como la reina le miraron suplicantes.
Si él iba a mediar, debería ser más tajante. Su ambigüedad tan solo provocaría que las cosas se alargaran.
—En ese caso —habló Samia, que ya sufría un terrible dolor de cabeza—, concédame un palacio donde la cocina y las mucamas estén a cargo de las personas que renunciaron a la comodidad de sus hogares, a sus antiguos empleos y a sus familias para servirme aún en otra tierra.
El rostro del emperador se ensombreció con la sugerencia y el cuerpo de la azabache tembló por completo. Ese hombre le daba miedo, mucho, pero no todo el tiempo, solo cuando la miraba fija y fríamente, como si quiera despedazarla.
—No hay palacios disponibles —informó el rubio de ojos azules, jalando a la reina hasta sentarla a su lado y abrazándola hasta el punto que su boca quedó cerca de uno de los oídos de ella—. Tú vas a quedarte donde yo pueda cuidarte.
«¿Acaso esa era una amenaza?» Al menos así fue como Samia lo interpretó, por eso agachó la mirada y cerró los ojos, experimentando lo doloroso que era no poder respirar.
» Hagamos lo de las dos cocinas —concedió el emperador, poniéndose en pie tras ver a su mujer temblar sutilmente, sintiéndose mal por ello—, su dama será quien ella designe y, como mucamas, busca hijas nobles de familias neutrales. La prioridad es la comodidad de mi reina.
La sonrisa con que el hombre finalizó fue tranquilizadora para todo el mundo, a pesar de que casi nadie se quedó conforme con la resolución que él había dado.
El personal completo, exceptuando los guardias y el asistente personal del emperador, se retiraron, y fue así como Samia supo el nombre de un hombre que solo conocía de vista.
» Él es Corono Elliot —informó el emperador, refiriéndose a un hombre de cabello largo, liso y castaño claro, casi rubio, de ojos miel, casi dorados—, es mi asistente, pero te lo prestaré algunos meses en lo que te acostumbras tus deberes como reina y encuentras a un auxiliar que te agrade, te sea útil y con quien te sientas a gusto.
—Soy Corono Elliot —se presentó el hombre, haciendo una reverencia—, heredero del ducado Elliot y asistente personal de su excelencia. Estaré a su cuidado a partir de hoy.
—Soy Samia Lut... —comenzó a decir ella, pero el emperador la interrumpió recordándole que no había nadie en el imperio que no la conociera, y que, como reina, jamás debía doblar su rodilla ante nadie, mucho menos bajar la cabeza.
—Y no será desde hoy —informó el emperador a su asistente—, comenzarán a trabajar la próxima semana. Ya es demasiado que yo deba escaparme de nuestra alcoba nupcial cuando estamos recién casados, no ocuparé a mi esposa con deberes agotadores y agobiantes por ahora.
Corono asintió, se disculpó con la reina y ambos hombres se despidieron de esa mujer que no parecía tener queja alguna con lo que le habían informado, y que se quedó con el corazón en la garganta por haber tenido que enfrentar a un hombre que le doblaba las rodillas con su sola presencia.
Samia respiró profundo y se atragantó con el aire en su pecho cuando la puerta de su habitación fue golpeada. Estaba exhausta, física y mentalmente, y aún así no parecía que fuera a tener un descanso.
—Adelante —concedió Samia tras escuchar anunciarse al mayordomo, quien le solicitó le acompañara para elegir el espacio y los muebles que se designarían a la nueva cocina, igual que las habitaciones de los nuevos empleados.
Samia caminó detrás del hombre que le llamaba tras haberse alentado internamente a seguir, pensando en lo increíblemente fácil que había sido acostumbrarse a la buena vida; y es que, tras un par de meses de no ser nadie, hoy debía volver a ser de la realeza, y eso era muchísimo trabajo qué atender.
—No puedo esperar por dos semanas —declaró Samia tras escuchar del mayordomo que ese sería el tiempo aproximado para recibir muebles nuevos para la cocina.El hombre le miró aterrado. Esa mujer era demasiado difícil de complacer. Tenían cerca de una hora en el tema de la nueva cocina y a todo lo que él sugería, que era lo normal al acondicionar lugares nuevos en un palacio, ella le encontraba un pero.Aunque era claro que la nueva reina sabía perfectamente bien lo que quería, y aun más lo que era lo mejor en cada situación.Aún así, ya era demasiado denigrante que ella pidiera muebles ya hechos para acondicionar la nueva cocina; en esos casos, lo ideal, por la dignidad del título que esa mujer portaba, era que todo se hiciera a la medida y de nuevo diseño, pero ella se conformaba con muebles ya hechos para acortar el tiempo de espera de algunos meses a solo semanas; y ni así parecía estar satisfecha.» Traslada la cocina del palacio Anémonas aquí —solicitó la reina y el mayordomo sint
—Boldo, Romero, Regaliz, Caléndula y ahora Perejil —enumeró Doris, como Samia la llamaba, al recibir una nueva solicitud por un té de hiervas para su dolor de cabeza—. Parece que estás poniendo en práctica lo aprendido en tus clases de reproducción.El nudo en la garganta de Samia, que se había comenzado a formar cuando su nana le miró de hostigosa manera, hizo que tanto el aire como la saliva se quedaran atorados y que le doliera desde el pecho hasta la mandíbula.—Se está tomando muy en serio lo de la luna de miel —confesó la reina algo apenada—, y no creo que sea el momento adecuado de tener un heredero... ni siquiera creo que sea buena idea tenerlo. ¿Acaso no has escuchado que los preparativos para el compromiso del emperador con la segunda reina, quien sí será emperatriz, están comenzando ya?Dorothea asintió, ella lo había escuchado también, pero no creía que lo mejor fuera que esa joven tomara por su cuenta la planificación familiar.—¿Lo hablaste con él? —preguntó la dama de h
El inicio de labores de la reina Samia, como primera reina de Cenzalino, dieron inicio un lunes por la mañana, y para el día miércoles por la tarde todo el mundo rumoraba sobre lo diligente que era la nueva reina.No era para menos, Samia había sido educada por su padre para convertirse en la siguiente reina de Lutenia, un objetivo que ahora solo la reina viuda de ese lugar sabía y que seguro no lo compartiría con nadie jamás.Dirigir el palacio no fue un reto para la joven azabache, quien tenía práctica por haber dirigido el suyo en su reino, así como otras propiedades de su familia; además, ella era muy buena con los números, por lo que la contabilidad tampoco le asustaba.Lo que le estaba costando era dimensionar, pues los recursos de Cenzalino eran mucho más caros que en Lutenia, por lo que debía hacer uso de cantidades enormes de dinero que de pronto le parecían un lujo más que una necesidad.Pero eso no era todo, lo que más sufriría era, sin duda alguna, los eventos sociales, aq
Los rumores sobre el embrujo de la primera reina al emperador se encendieron de nuevo, y esta vez definitivamente traspasaron los muros del palacio, provocando una división en la gente del imperio: estaban los que desaprobaban a la nueva reina por lo que de ella se decía y los que la veían con buenos ojos por los logros que mostraba.Sin embargo, había algo que en que ambos lados coincidían: la dedicación del emperador a la primera reina era, sin duda alguna, algo a considerar.—Su majestad —habló uno de los tantos ministros de su corte imperial, preocupado por el bienestar del imperio, según él—. No puede solo seguir dejando que la reina se tome atribuciones que no le pertenecen, retomar los deberes de la emperatriz es una falta de respeto...—Falta de respeto es que hables de la reina sin informarte primero —vociferó el emperador tras interrumpir al ministro cuando golpeó con fuerza el brazo de su trono, provocando tal estruendo que muchos cuerpos respingaron sin querer—, cada proye
—El almacén también contenía la cosecha de esta temporada, parte eran pedidos ya pagados o parcialmente pagados que estaban a la espera de ser entregados —enumeró Corono y el silencio se profundizó un poco más.—¿Qué podemos cubrir con los otros almacenes? —cuestionó el emperador, refiriéndose a los graneros del sur y del este, porque el del norte, que era el más grande e importante, se había perdido por completo.—Grano para siembra no había guardado en ningún otro lado —informó el próximo duque de Elliot—, y, considero que habrá qué elegir entre vender a foráneos o entregar recursos al imperio luego de que se cubran los pedidos ya pagados, rembolsando anticipos y pagando la multa por incumplimiento a quienes no cubrieron el total del pedido al hacer contrato con nosotros; esto además de cancelar los pedidos sin pago previo.Nadie más dijo nada, pero ahora todos estaban preocupados por el futuro, que, según se veía venir, sería un desastre.—Eso es a corto plazo —señaló la reina, int
Samia se enderezó ligeramente y su cuerpo, cansado por todo el trabajo y el estrés que recientemente había estado soportando, crujió por completo.—¿Estás bien? —preguntó Doris, que entraba a la habitación de la joven tras recibir el pase—. Te ves agotada.—Estoy demasiado agotada —confirmó la joven, respirando realmente profundo—. Las cosas están feas, y pintan para ponerse peor.—¿Por lo de los alimentos? —cuestionó esa mujer, que le servía un té para dormir.Recientemente, la reina se había quejado de que su mente estaba tan agobiada que no lograba calmarla ni por las noches, afectando su sueño.La monarca asintió y luego bebió un trago de ese té que, no solo olía horrible, tenía el sabor más terrible del mundo entero. Pero a veces lo había necesitado, y le había dado muy buenos resultados.» ¿No has pensado en contactar a Lutenia? —cuestionó la mayor y la joven le miró con los ojos muy abiertos mientras se lamía los labios para deshacerse del resto de té.Sí, eso era algo que no d
La primera reina de Cenzalino salió muy temprano del palacio, pues necesitaba que todo estuviera listo para recibir a quienes hubieran respondido a su llamado.Ya que la propuesta había nacido de ella, parecía ser ella quien tenía una mejor visión de lo que quería hacer con ese proyecto y fue a quien se le asignó el dirigirlo. Samia no refutó, estaba emocionada de poder llevarlo a cabo, así que, por eso y otras cosas que ocupaban su mente, no había dormido mucho la noche anterior.Recién abrían los negocios locales de la capital y la reina ingresó a hacer algunas solicitudes, luego se encontró con el herrero real, que se había jubilado tiempo atrás dejando a su hijo mayor a cargo de su taller, y que se había ofrecido a apoyarla con la idea que tenía, pues, aunque le dolía un poco que su trabajo de tantos años fuera eliminado, le sabía mucho peor que estuviera descartado y malográndose en una bodega.Visitaron el espacio donde se iba a montar la enorme herrería y una de las dos asisten
Llegaron a Paltero a media tarde, y los caballeros que los acompañaron parecían estarse sacudiendo un poco antes de volver a subirse a esos incomodísimos carruajes que habían conducido por un par de días.—¿Volverán ahora mismo? —preguntó Petes, ese herrero que, de alguna manera, tal vez por ser el mayor de todos, había terminado como un tipo de líder designado por todos.—Ese es el plan —respondió Axulex, que había sido encargado de dirigir a los caballeros que regresarían lo herreros a Paltero.Si ellos salían justo en ese momento, ya sin carga, alcanzarían a llegar a algún poblado pequeño donde pudieran dormir algunas horas antes de reiniciar su camino, y seguro llegarían a la capital el día siguiente ya muy entrada la noche.—Disculpe si sueno imprudente —dijo Petes—, pero nos gustaría saber sí, en caso de que nosotros paguemos su posada por una noche, la cena y el desayuno, ¿podrían regresar hasta mañana luego del amanecer? De esa manera podríamos irnos algunos con ustedes.Axule