Samia Lutze despertó al movimiento en su cama y, abriendo los ojos, se encontró con su ahora esposo sentado a su lado, mirándole fijamente.
El corazón de esa joven de cabello negro ébano y ojos azul profundo se detuvo por completo, igual que su respiración, pues un montón de recuerdos se comenzaron a agolpar en su cabeza, provocándole un terrible dolor solo comparado al del resto de su cuerpo.
—¿Estás bien? —preguntó el emperador al ver a la joven fruncir el rostro y llevar sus manos a la cabeza, intentando levantar su cara para verla a los ojos.
En la cabeza de ese hombre aún pasaban muchas cosas, cosas importantes que debía atender a la brevedad, pero lo principal era el bienestar de su única reina y eso quería atender, sin embargo, Samia Lutza se encogió aún más al ver la mano de ese hombre dirigirse hacia ella.
» Supongo que anoche me extralimité contigo —señaló el rubio de ojos verdes, recordando su primer remordimiento con esa mujer a la que hizo suya de la peor manera aún cuando ella no tenía experiencia en el plano sexual—, me disculpo por ello, estaba un poco fuera de mí.
Los azules ojos de Samia, ex princesa del reino Lutenia y primera reina del imperio Cenzalino, se fijaron en el rostro de un hombre que, a penas algunas horas atrás, la había visto como si ella fuese algo que odiaba y que ansiaba destruir; entonces, ¿por qué se disculpaba con ella? No lo entendía.
Leone II se puso en pie y caminó hasta un perchero donde una bata pendía de una de las ramas de oro para tomarla y colocarla sobre su cuerpo, y luego caminó hasta una de las tres puertas que rodeaban esa habitación que daban al baño, al pasillo y a un vestidor al que entró.
Del vestidor tomó otra bata y la llevó a su esposa, para que se la colocara mientras él llamaba a los sirvientes a quienes solicitó el desayuno para ambos, e invitó a la mujer a dejar la cama para ocupar un asiento en esa mesa para dos donde, jamás en su vida, ese hombre había tomado o bebido absolutamente nada.
» ¿Cómo te sientes, su majestad? —preguntó su excelencia y la mujer lloró sin darse cuenta.
Las lágrimas de la azabache comenzaron a correr, y el rostro del emperador se frunció.
De alguna manera, ella parecía mucho más herida de lo que recordaba haberla visto; incluso su expresión de horror al descubrirse en su cama parecía haber sido peor ahora que antes, y eso le molestaba un poco.
Aunque, siendo franco, esa era tan solo una sensación; la verdad era que no recordaba claramente su primera mañana con ella. Leone II tan solo recordaba haberla visto aterrada, haberse sentido culpable y haber pedido a los sirvientes que se la llevaran a su palacio.
» Entiendo tu angustia, majestad —dijo el más grande gobernante de ese imperio—, pero no puedes mostrarte de esa manera ante nadie, así que, ¿por qué no pasas al baño a refrescarte un poco?
Samia, que sentía ahogarse con sus confusas emociones, accedió a esa sugerencia y negó necesitar ayuda cuando el otro la ofreció, pues lo que ella más necesitaba era estar sola.
La joven reina no entendía lo que pasaba. El día anterior, en su boda, a Samia le había quedado claro que ella no era bienvenida en ese lugar, y que el emperador la había tomado como garantía de paz, no porque la amara o le fuera a dar un buen lugar, entonces, ¿por qué rayos le trataba ahora tan cortésmente ahora?
La ojiazul tomó una toalla que vio cerca, la humedeció un poco y se limpió la cara y el cuello, en donde se encontró, al mirarse en el espejo, con su piel lastimada por lo que le había tocado aguantar la noche anterior.
Recordar eso le provocó ganas de llorar, de nuevo, y también le aseguró que el cambio de actitud de su ahora esposo no había sido porque la hubiera pasado bien con ella, pues recordaba claramente cómo él se había quejado de lo mala que había sido la noche con ella antes de desmayarse.
» El desayuno está listo, majestad —dijo un hombre del cual no sabía qué esperar, así que su cuerpo se estremeció completo por el temor que le infundía con su sola presencia y se pellizcó la pierna para concentrar su malestar en algo físico.
Samia dejó el baño un poco menos desalineada, pero aún así nerviosa. El emperador le ofreció la mano al verla abrir la puerta y ella, acostumbrada a ser escoltada, en automático la aceptó, siendo dirigida a una silla que un par de minutos atrás hubiera dejado por su propio pie.
El mayordomo del palacio del emperador, que había acompañado al chef y a una de las tantas mucamas del lugar a llevar el desayuno del emperador, se sorprendió con el trato que esa mujer estaba recibiendo, sobre todo porque el emperador no había mostrado interés alguno en esa noble dama que había llegado a Cenzalino dos meses atrás con una propuesta de matrimonio para él.
Samia Lutze comenzó a desayunar sintiendo un nudo en la garganta, y otro más en el estómago; se sentía vigilada por muchos ojos pero, la verdad, ella estaba muy acostumbrada a actuar bajo presión, pues, como princesa de Lutenia, se había enfrentado a infinidad de cosas incómodas fingiendo tranquilidad.
El desayuno fue malo, tener que recibir los saludos de gente que la desaprobaba tampoco era bueno, pero, definitivamente, lo peor de todo era tener que quedarse a solas con ese hombre luego de que los sirvientes se retiraran del lugar.
» ¿Quieres descansar? —preguntó Leone II, que se preparaba para ser vestido y salir a atender sus deberes—. Llamaré a algunas sirvientas para que te ayuden a darte un baño y a vestir.
—Quisiera ver a mi doncella —dijo una voz baja, nerviosa y cortada, una voz que ese hombre recordaba bien y, por alguna extraña razón, le provocaba sonreír.
—¿Trajiste una doncella de Lutenia? —cuestionó el hombre, mirando a su esposa que parecía volver a quedarse sin aire cada que él le ponía los ojos encima, y era peor cuando se le acercaba o intentaba tocarla.
—Y un cocinero —añadió la joven, bajando la mirada para evitar los ojos de ese hombre que le aterraba.
—¿Por qué? —preguntó el emperador de Cenzalino, acercándose a su esposa—. ¿Acaso creíste que no te asignaría gente para que te sirvieran?
Samia se obligó a apretar los dientes para que no le temblara la mandíbula, pues esa frase sonaba como un reclamo que terminaría muy mal para ella.
Sus ganas de llorar aumentaron, incluso le comenzó a doler el cuerpo y la garganta por obligarse a responderle a ese hombre.
—Tengo alergias —informó la azabache, sin poder contener las lágrimas—, requiero comidas preparadas cuidadosamente y, sobre mi doncella, ella es mi nana, vino a acompañarme.
—¿En dónde están ellos? —preguntó Leone, volviendo a alejarse de su esposa.
—Hasta ayer se quedaban conmigo en el palacio Anémonas —respondió la nueva reina y el emperador sintió un escalofrío horrible.
Recordar lo último que había visto de ese palacio le hacía sentir terriblemente mal, así que no pudo evitar que su cuerpo se tensara mucho y temblara un poco.
—Sobre el chef no puedo asegurarte que será aceptado —explicó Leone, recibiendo a las personas que se harían cargo de su arreglo de esa mañana—, porque en el palacio no podemos recibir gente nueva solo porque sí, sobre todo no en la cocina, pero tu nana puede seguir a tu lado.
—Disculpe, su excelencia —habló el mayordomo, que había atestiguado la anterior declaración de su gobernante—, creo entender que la princesa de Lutenia...
—¡Es la reina de Cenzalino! —corrigió el emperador, furioso, sobresaltando a todos en el lugar, incluso a la mujer que ambos hombres mencionaban.
—Por supuesto, me disculpo por mi error —hizo el hombre, inclinándose demasiado ante su emperador—. Lo que quiero saber es si la reina Samia Lutze se establecerá en el palacio del emperador.
—Lo hará —respondió el de cabello rubio y ojos verdes cuya voz imperaba en Cenzalino—, es mi esposa, después de todo.
—Pero —alegó temerosamente el mayordomo—, el palacio Anémonas ha sido establecido como su hogar; además, los nombres no estarán de acuerdo en que ella comparta techo con usted...
—Los nobles tendrán que aguantarse, porque, ya que el palacio Anémonas será derrumbado, no hay otro lugar para la reina más que a mi lado —declaró Leone II y el silencio reinó en la habitación por algunos segundos en los que todos le miraban fijamente, demasiado sorprendidos—, ¿alguna otra duda?
—Ninguna —respondió el mayordomo, sin levantar la cabeza, acatando las órdenes e intenciones no dichas de ese hombre que conocía demasiado bien.
Si la reina había sido tan bien acogida por el emperador, eso significaba que tenía su protección y, muy posiblemente, el mando que toda reina debía tener. Su siguiente labor era, entonces, conocer bien a su nueva reina y hacer que todos los empleados del lugar la respetaran y obedecieran.
Con eso en mente, dejando a su excelencia en las manos de quienes le ayudaban a vestirse, el hombre salió para buscar a los dos invitados de su reina y llevarlos al palacio del emperador, donde a una de ellas le asignaría una habitación y con el otro, tras hablar con la reina Samia, decidiría qué hacer después.
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Una mujer en la cincuentena entró casi corriendo a la habitación donde su princesa, su niña amada como a una hija, estaba siendo peinada por una sirvienta mientras dos de ellas, de pie a su lado, sostenían broches, listones y gemas que, al parecer, habían sido entregadas como regalo de bodas a esa joven que, con la mirada en el suelo, se ausentaba mentalmente de ese lugar.
—Princesa —habló la mujer y la joven le miró de una dolorosa manera que, a su nana, le provocó una inmensa y dolorosa opresión en el pecho—. Me alegra verla.
—Ella es su majestad, la reina de Cenzalino —informó una doncella, molesta por tener que recibir a alguien de un reino que se consideraba enemigo como si fuera superior a ella.
Porque, debido a una solicitud de la reina, a quien ya todos sabían su majestad quería complacer, esa mujer que llegaba sería colocada en el puesto más cercano a la esposa del emperador.
—Por supuesto —dijo la delgada y elegante mujer que, igual que Samia, había llegado ahí desde Lutenia—, me disculpo por mi insolencia, su majestad la reina Samia Lutze.
Samia sonrió algo aliviada de no estar sola en ese lugar y, con un movimiento de mano, indicó a quien la peinaba que dejara de hacerlo, entonces se puso en pie y caminó hasta su nana para ayudarla a enderezarse y tomar sus manos.
—Está bien, nana —dijo la joven, sonriéndole—, puedes llamarme como quieras, pero no me dejes de querer como a una hija, por favor.
—Por supuesto que no —aseguró esa mujer de cabello cano y de piel ligeramente avejentada—, siempre serás mi princesa en mi corazón, y te cuidaré y protegeré para siempre.
—Gracias —aceptó la joven, y el mayordomo, llegando hasta ellas, solicitó a todo el mundo que se retirara, pues requería hablar de algunas cosas con la nueva reina de Cenzalino.
—Será difícil que le acepten en la cocina —informó el mayordomo del palacio del emperador, refiriéndose al cocinero que ella solicitaba—, es por precaución. Y déjeme aclarar que no intento insinuar que alguien esté intentando hacerle daño al emperador, esto es simple protocolo.—Lo entiendo —aseguró Samia, que de verdad comprendía el miedo de esa gente.Ella no solo era la princesa de un reino lejano, era la princesa de un lejano reino que había tenido muchos roses con el imperio Cenzalino, incluso ella había llegado al emperador como un tipo botín de guerras tras una guerra no convencional.Esa guerra, del tipo psicológica, había dejado al reino de Lutenia severamente afectado hasta que el rey del lugar, buscando detener los daños económicos y morales que estaban sufriendo su país y su gente, decidió rendirse ante Cenzalino.Sin embargo, el acuerdo de paz no incluía la conformidad de ambas partes, por eso era normal que vieran a la nueva reina como una amenaza para su amado emperador
—No puedo esperar por dos semanas —declaró Samia tras escuchar del mayordomo que ese sería el tiempo aproximado para recibir muebles nuevos para la cocina.El hombre le miró aterrado. Esa mujer era demasiado difícil de complacer. Tenían cerca de una hora en el tema de la nueva cocina y a todo lo que él sugería, que era lo normal al acondicionar lugares nuevos en un palacio, ella le encontraba un pero.Aunque era claro que la nueva reina sabía perfectamente bien lo que quería, y aun más lo que era lo mejor en cada situación.Aún así, ya era demasiado denigrante que ella pidiera muebles ya hechos para acondicionar la nueva cocina; en esos casos, lo ideal, por la dignidad del título que esa mujer portaba, era que todo se hiciera a la medida y de nuevo diseño, pero ella se conformaba con muebles ya hechos para acortar el tiempo de espera de algunos meses a solo semanas; y ni así parecía estar satisfecha.» Traslada la cocina del palacio Anémonas aquí —solicitó la reina y el mayordomo sint
—Boldo, Romero, Regaliz, Caléndula y ahora Perejil —enumeró Doris, como Samia la llamaba, al recibir una nueva solicitud por un té de hiervas para su dolor de cabeza—. Parece que estás poniendo en práctica lo aprendido en tus clases de reproducción.El nudo en la garganta de Samia, que se había comenzado a formar cuando su nana le miró de hostigosa manera, hizo que tanto el aire como la saliva se quedaran atorados y que le doliera desde el pecho hasta la mandíbula.—Se está tomando muy en serio lo de la luna de miel —confesó la reina algo apenada—, y no creo que sea el momento adecuado de tener un heredero... ni siquiera creo que sea buena idea tenerlo. ¿Acaso no has escuchado que los preparativos para el compromiso del emperador con la segunda reina, quien sí será emperatriz, están comenzando ya?Dorothea asintió, ella lo había escuchado también, pero no creía que lo mejor fuera que esa joven tomara por su cuenta la planificación familiar.—¿Lo hablaste con él? —preguntó la dama de h
El inicio de labores de la reina Samia, como primera reina de Cenzalino, dieron inicio un lunes por la mañana, y para el día miércoles por la tarde todo el mundo rumoraba sobre lo diligente que era la nueva reina.No era para menos, Samia había sido educada por su padre para convertirse en la siguiente reina de Lutenia, un objetivo que ahora solo la reina viuda de ese lugar sabía y que seguro no lo compartiría con nadie jamás.Dirigir el palacio no fue un reto para la joven azabache, quien tenía práctica por haber dirigido el suyo en su reino, así como otras propiedades de su familia; además, ella era muy buena con los números, por lo que la contabilidad tampoco le asustaba.Lo que le estaba costando era dimensionar, pues los recursos de Cenzalino eran mucho más caros que en Lutenia, por lo que debía hacer uso de cantidades enormes de dinero que de pronto le parecían un lujo más que una necesidad.Pero eso no era todo, lo que más sufriría era, sin duda alguna, los eventos sociales, aq
Los rumores sobre el embrujo de la primera reina al emperador se encendieron de nuevo, y esta vez definitivamente traspasaron los muros del palacio, provocando una división en la gente del imperio: estaban los que desaprobaban a la nueva reina por lo que de ella se decía y los que la veían con buenos ojos por los logros que mostraba.Sin embargo, había algo que en que ambos lados coincidían: la dedicación del emperador a la primera reina era, sin duda alguna, algo a considerar.—Su majestad —habló uno de los tantos ministros de su corte imperial, preocupado por el bienestar del imperio, según él—. No puede solo seguir dejando que la reina se tome atribuciones que no le pertenecen, retomar los deberes de la emperatriz es una falta de respeto...—Falta de respeto es que hables de la reina sin informarte primero —vociferó el emperador tras interrumpir al ministro cuando golpeó con fuerza el brazo de su trono, provocando tal estruendo que muchos cuerpos respingaron sin querer—, cada proye
—El almacén también contenía la cosecha de esta temporada, parte eran pedidos ya pagados o parcialmente pagados que estaban a la espera de ser entregados —enumeró Corono y el silencio se profundizó un poco más.—¿Qué podemos cubrir con los otros almacenes? —cuestionó el emperador, refiriéndose a los graneros del sur y del este, porque el del norte, que era el más grande e importante, se había perdido por completo.—Grano para siembra no había guardado en ningún otro lado —informó el próximo duque de Elliot—, y, considero que habrá qué elegir entre vender a foráneos o entregar recursos al imperio luego de que se cubran los pedidos ya pagados, rembolsando anticipos y pagando la multa por incumplimiento a quienes no cubrieron el total del pedido al hacer contrato con nosotros; esto además de cancelar los pedidos sin pago previo.Nadie más dijo nada, pero ahora todos estaban preocupados por el futuro, que, según se veía venir, sería un desastre.—Eso es a corto plazo —señaló la reina, int
Samia se enderezó ligeramente y su cuerpo, cansado por todo el trabajo y el estrés que recientemente había estado soportando, crujió por completo.—¿Estás bien? —preguntó Doris, que entraba a la habitación de la joven tras recibir el pase—. Te ves agotada.—Estoy demasiado agotada —confirmó la joven, respirando realmente profundo—. Las cosas están feas, y pintan para ponerse peor.—¿Por lo de los alimentos? —cuestionó esa mujer, que le servía un té para dormir.Recientemente, la reina se había quejado de que su mente estaba tan agobiada que no lograba calmarla ni por las noches, afectando su sueño.La monarca asintió y luego bebió un trago de ese té que, no solo olía horrible, tenía el sabor más terrible del mundo entero. Pero a veces lo había necesitado, y le había dado muy buenos resultados.» ¿No has pensado en contactar a Lutenia? —cuestionó la mayor y la joven le miró con los ojos muy abiertos mientras se lamía los labios para deshacerse del resto de té.Sí, eso era algo que no d
La primera reina de Cenzalino salió muy temprano del palacio, pues necesitaba que todo estuviera listo para recibir a quienes hubieran respondido a su llamado.Ya que la propuesta había nacido de ella, parecía ser ella quien tenía una mejor visión de lo que quería hacer con ese proyecto y fue a quien se le asignó el dirigirlo. Samia no refutó, estaba emocionada de poder llevarlo a cabo, así que, por eso y otras cosas que ocupaban su mente, no había dormido mucho la noche anterior.Recién abrían los negocios locales de la capital y la reina ingresó a hacer algunas solicitudes, luego se encontró con el herrero real, que se había jubilado tiempo atrás dejando a su hijo mayor a cargo de su taller, y que se había ofrecido a apoyarla con la idea que tenía, pues, aunque le dolía un poco que su trabajo de tantos años fuera eliminado, le sabía mucho peor que estuviera descartado y malográndose en una bodega.Visitaron el espacio donde se iba a montar la enorme herrería y una de las dos asisten