—Boldo, Romero, Regaliz, Caléndula y ahora Perejil —enumeró Doris, como Samia la llamaba, al recibir una nueva solicitud por un té de hiervas para su dolor de cabeza—. Parece que estás poniendo en práctica lo aprendido en tus clases de reproducción.
El nudo en la garganta de Samia, que se había comenzado a formar cuando su nana le miró de hostigosa manera, hizo que tanto el aire como la saliva se quedaran atorados y que le doliera desde el pecho hasta la mandíbula.
—Se está tomando muy en serio lo de la luna de miel —confesó la reina algo apenada—, y no creo que sea el momento adecuado de tener un heredero... ni siquiera creo que sea buena idea tenerlo. ¿Acaso no has escuchado que los preparativos para el compromiso del emperador con la segunda reina, quien sí será emperatriz, están comenzando ya?
Dorothea asintió, ella lo había escuchado también, pero no creía que lo mejor fuera que esa joven tomara por su cuenta la planificación familiar.
—¿Lo hablaste con él? —preguntó la dama de honor de la reina, y la cuestionada negó con la cabeza.
Si lo que ella recordaba no era una simple pesadilla, porque de verdad no se sentía como una, teniendo en cuenta que él había cambiado todo para protegerla, estaba segura de que en sus planes estaba aceptar traer a la vida al primer príncipe, si es que ella quedaba embarazada.
Lo que Samia no tenía claro era si ese hombre, que no lograba odiar a pesar de toda la negligencia que le recordaba, también había tenido esa pesadilla que ella había sufrido tanto y por eso era diferente a como lo vio en su sueño.
—Nana —habló la azabache, con el nudo ahora en el corazón, pues de verdad sentía que algo lo oprimía fuerte y dolorosamente—, yo mejor que nadie sé lo desventajoso de ser la no heredera, así que, ¿por qué tengo que ver a mi hijo sufrir o, pero, muriendo? Él no solo tendrá en contra que no será hijo de la emperatriz, también será hijo de la reina que no es de Cenzalino... Es suficiente con que yo pase los desprecios y humillaciones, ¿no lo crees?
La azabache de ojos azules no logró contener el llanto, por eso sus lágrimas empaparon su rostro mientras sus labios temblaban; y sus manos se apresuraron a esconder su deformado rostro por el dolor y el llanto.
Samia no estaba segura, porque no sonaba lógico que fuera así, pero en su corazón sentía que de verdad había perdido a ese niño que ahora no quería dejar nacer, aunque él estuviera en todo su derecho y, también, aunque ahora las cosas podrían ser diferentes a como habían sido en ese mal sueño.
—Lo entiendo —aseguró Doris, abrazando a una joven que lloraba, temerosa del futuro.
Y de verdad la entendía. Ser una amenaza para el heredero ya sería difícil de sobrellevar, y sin nadie que le apoyara políticamente podría ser peor; además, tal como Samia lo había dicho, en su contra tenía que eran extranjeros, y aún quedaba la posibilidad que el favoritismo que le tenía el emperador a esa joven fuera un capricho pasajero que se le terminaría pronto.
» No te preocupes por nada —aseguró la nana—, voy a ayudarte con todo, así que deja de cargar las cosas por ti misma, no necesitas hacerlo de la manera difícil, mi niña.
Samia asintió, agradecida, entonces desayunó lo que su nana le había dado, agradecida de que, al fin, tras los tres días que le había dado al mayordomo, su cocina personal estuviera en funcionamiento, de esa manera podría ser un poco más discreta con todo lo que hacía, a pesar de que aún tenía el enemigo en casa.
Por alguna razón, Ariztia Zorenco había solicitado pertenecer al sequito de su majestad la primera reina. Eso desconcertó a casi todos, excepto a Samia, quien estaba segura de que esa mujer se quedaría cerca de ella para vigilarla.
Pero estaba bien, Samia no tenía ningún problema con ser vigilada, ella no estaba en Cenzalino para traicionar al emperador, mucho menos para ayudar a Lutenia que, aunque era su amado reino, tenía al mando a esa gente que no la quería y le había hecho tanto mal.
» ¿Por qué no te recuestas un poco, majestad? —preguntó Dorothea, viendo como el cansancio se apoderaba de esa pobre chica que, sumida en sus peores miedos, no dejaba de temblar—. Necesitas reponer energía antes de que inicies con lo bueno.
Samia sonrió un poco, que se refiriera a la esclavitud futura como lo bueno era demasiado irónico. Y es que, por el bienestar de su gente, los monarcas de cada lugar debían trabajar hasta mucho más allá del cansancio.
La azabache acarició con las yemas de sus dedos sus párpados inferiores, deshaciéndose de las lágrimas; y asintió un par de veces en señal de que aceptaba la sugerencia de su dama principal, quien se aproximó a la cama para destenderla y que la chica la pudiera usar cómodamente.
Samia caminó hasta el lecho del emperador, suspiró y se sentó en la cama para que su dama le sacara los zapatos, entonces subió al colchón y se recostó de lado, abrazándose a sí misma para confortarse un poco.
Tenía toda la semana intentando dormir de día, pero no lo lograba, pues cada que cerraba sus ojos volvía a ver pasar el horror ante sus ojos.
Era por eso que medio agradecía que el emperador la dejara exhausta cada noche, de esa manera no le quedaba más que dormir profundamente luego de que su cabeza estallara en montón de deliciosas sensaciones que le borraban absolutamente todas sus preocupaciones, al menos por algunas horas.
La azabache cerró los ojos, rezando porque sus pesadillas no se hicieran presentes, pero nadie escuchó sus rezos y, como si estuviera programado, en cuando el sueño le ganó, memorias de un pasado que estaba casi segura de que no había vivido le comenzaron a perseguir.
Estaba de pie frente al vestíbulo de un palacio completamente abandonado, la luz a su alrededor era tenue y rojiza, y los pasos de alguien yendo hasta ella hicieron eco en el palacio, en su cabeza y corazón hasta que ese hombre rubio de ojos verdes apareció ante ella con un pequeño rubio sin vida entre los brazos.
—¡Leonel! —gritó la azabache, desesperada, corriendo hasta el hombre que, sin detenerse, la atravesó sin dificultad alguna y siguió su camino para dejar el palacio Anémonas.
Inquieta y frustrada por no poder hacer nada, corrió detrás del hombre que anunciaba a los presentes que ese niño era su primogénito y solicitaba un sepelio imperial.
» ¡Es tu culpa! —gritó Samia en el inmutable rostro del emperador—... si te hubieras interesado solo un poco en mí nada de esto habría pasado... o si tan solo me hubieras desechado nada malo habría ocurrido... es tu culpa que mi hijo... mi hijo...
La azabache terminó hincada en el suelo, llorando desprolijamente y sin que nadie en ese lugar la percibiera siquiera.
De pronto, como si alguien hubiera susurrado algo en su cabeza, la joven se puso en pie mirando al palacio y corrió hasta donde ella recordaba haberse quedado en aquella ocasión, encontrándose consigo misma hincada en el piso, mirando entre lágrimas el suelo entre sus manos, llorando como si su alma estuviera vacía.
» ¿Qué estás haciendo? —gritó Samia desde la puerta y su patético reflejo alzó el rostro y le miró destrozada—... ¿Por qué no te largaste?... ¿por qué no buscaste algo mejor para él?... ¿por qué esperaste hasta que fue inevitable?...
Los reclamos que la azabache se hacían eran como agujas encajándose en el cuerpo de esa joven que solo le miraba suplicante, como si pidiera en silencio que alguien acabara con su sufrimiento.
—¿Por qué no nos salvaste? —preguntó la mujer en el piso, como reclamándole a esa que le reclamaba a ella—... Si eras tan fuerte y tan valiente, ¿por qué no nos salvaste?... ¿Por qué no salvaste a mi pequeño bebé? ¿Por qué?
Las piernas de Samia se quedaron de nuevo sin fuerza, y algo en su pecho la dejó de nuevo sin respirar. La azabache boqueaba sin lograr nada, desesperada porque no respiraba y sintiendo a plenitud cómo sus ojos eran ahogados por la infinidad de lágrimas intentando salir de ella.
Samia quería disculparse, pero no podía hacerlo.
Ella ni siquiera podía respirar, mucho menos hablar, así que solo se disculpó internamente consigo misma por ser tan cobarde y no atreverse a dejar ese lugar por saber que afuera no había nada para ella; se disculpó por quedarse en ese lugar porque al menos ahí tenía un techo seguro.
Muchas veces se lo planteó, porque ni siquiera estaba siendo vigilada, pero le pareció que no sería inteligente dejar un lugar con techo y comida para ir a enfrentarse a un mundo que poco conocía y que, por ser de otra región, probablemente no le trataría bien.
Sin embargo, tras todo lo ocurrido, ella no dejaba de cuestionarse si de verdad no habría sido mejor convertirse en una plebeya sin nombre que intentaría con todas sus fuerzas sacar a su hijo adelante.
Se arrepentía profundamente de las decisiones que había tomado, así que sus preguntas sin respuesta, y lo que imaginaba de pronto, le atormentaban día tras día.
Samia Lutze estaba arrepentida, de verdad arrepentida, y no podía hacer nada por remediarlo porque el pasado no se arregla, es inmutable, es irreparable.
Un suspiro sacudió su cuerpo, y tal vez un poco su alma, entonces Samia abrió los ojos y fijó la mirada en el borroso techo de la cama de su majestad el emperador, a quien odió por un segundo, pensando en todas las comodidades que él tuvo y que le negó a su hijo sin saberlo.
—No vas a tener a mi hijo —aseguró la azabache, obligándose a serenarse, pues su cuerpo temblaba con tal fuerza que era doloroso de resistir—, no tendrás nada para quitarme esta vez... no te lo daré.
El inicio de labores de la reina Samia, como primera reina de Cenzalino, dieron inicio un lunes por la mañana, y para el día miércoles por la tarde todo el mundo rumoraba sobre lo diligente que era la nueva reina.No era para menos, Samia había sido educada por su padre para convertirse en la siguiente reina de Lutenia, un objetivo que ahora solo la reina viuda de ese lugar sabía y que seguro no lo compartiría con nadie jamás.Dirigir el palacio no fue un reto para la joven azabache, quien tenía práctica por haber dirigido el suyo en su reino, así como otras propiedades de su familia; además, ella era muy buena con los números, por lo que la contabilidad tampoco le asustaba.Lo que le estaba costando era dimensionar, pues los recursos de Cenzalino eran mucho más caros que en Lutenia, por lo que debía hacer uso de cantidades enormes de dinero que de pronto le parecían un lujo más que una necesidad.Pero eso no era todo, lo que más sufriría era, sin duda alguna, los eventos sociales, aq
Los rumores sobre el embrujo de la primera reina al emperador se encendieron de nuevo, y esta vez definitivamente traspasaron los muros del palacio, provocando una división en la gente del imperio: estaban los que desaprobaban a la nueva reina por lo que de ella se decía y los que la veían con buenos ojos por los logros que mostraba.Sin embargo, había algo que en que ambos lados coincidían: la dedicación del emperador a la primera reina era, sin duda alguna, algo a considerar.—Su majestad —habló uno de los tantos ministros de su corte imperial, preocupado por el bienestar del imperio, según él—. No puede solo seguir dejando que la reina se tome atribuciones que no le pertenecen, retomar los deberes de la emperatriz es una falta de respeto...—Falta de respeto es que hables de la reina sin informarte primero —vociferó el emperador tras interrumpir al ministro cuando golpeó con fuerza el brazo de su trono, provocando tal estruendo que muchos cuerpos respingaron sin querer—, cada proye
—El almacén también contenía la cosecha de esta temporada, parte eran pedidos ya pagados o parcialmente pagados que estaban a la espera de ser entregados —enumeró Corono y el silencio se profundizó un poco más.—¿Qué podemos cubrir con los otros almacenes? —cuestionó el emperador, refiriéndose a los graneros del sur y del este, porque el del norte, que era el más grande e importante, se había perdido por completo.—Grano para siembra no había guardado en ningún otro lado —informó el próximo duque de Elliot—, y, considero que habrá qué elegir entre vender a foráneos o entregar recursos al imperio luego de que se cubran los pedidos ya pagados, rembolsando anticipos y pagando la multa por incumplimiento a quienes no cubrieron el total del pedido al hacer contrato con nosotros; esto además de cancelar los pedidos sin pago previo.Nadie más dijo nada, pero ahora todos estaban preocupados por el futuro, que, según se veía venir, sería un desastre.—Eso es a corto plazo —señaló la reina, int
Samia se enderezó ligeramente y su cuerpo, cansado por todo el trabajo y el estrés que recientemente había estado soportando, crujió por completo.—¿Estás bien? —preguntó Doris, que entraba a la habitación de la joven tras recibir el pase—. Te ves agotada.—Estoy demasiado agotada —confirmó la joven, respirando realmente profundo—. Las cosas están feas, y pintan para ponerse peor.—¿Por lo de los alimentos? —cuestionó esa mujer, que le servía un té para dormir.Recientemente, la reina se había quejado de que su mente estaba tan agobiada que no lograba calmarla ni por las noches, afectando su sueño.La monarca asintió y luego bebió un trago de ese té que, no solo olía horrible, tenía el sabor más terrible del mundo entero. Pero a veces lo había necesitado, y le había dado muy buenos resultados.» ¿No has pensado en contactar a Lutenia? —cuestionó la mayor y la joven le miró con los ojos muy abiertos mientras se lamía los labios para deshacerse del resto de té.Sí, eso era algo que no d
La primera reina de Cenzalino salió muy temprano del palacio, pues necesitaba que todo estuviera listo para recibir a quienes hubieran respondido a su llamado.Ya que la propuesta había nacido de ella, parecía ser ella quien tenía una mejor visión de lo que quería hacer con ese proyecto y fue a quien se le asignó el dirigirlo. Samia no refutó, estaba emocionada de poder llevarlo a cabo, así que, por eso y otras cosas que ocupaban su mente, no había dormido mucho la noche anterior.Recién abrían los negocios locales de la capital y la reina ingresó a hacer algunas solicitudes, luego se encontró con el herrero real, que se había jubilado tiempo atrás dejando a su hijo mayor a cargo de su taller, y que se había ofrecido a apoyarla con la idea que tenía, pues, aunque le dolía un poco que su trabajo de tantos años fuera eliminado, le sabía mucho peor que estuviera descartado y malográndose en una bodega.Visitaron el espacio donde se iba a montar la enorme herrería y una de las dos asisten
Llegaron a Paltero a media tarde, y los caballeros que los acompañaron parecían estarse sacudiendo un poco antes de volver a subirse a esos incomodísimos carruajes que habían conducido por un par de días.—¿Volverán ahora mismo? —preguntó Petes, ese herrero que, de alguna manera, tal vez por ser el mayor de todos, había terminado como un tipo de líder designado por todos.—Ese es el plan —respondió Axulex, que había sido encargado de dirigir a los caballeros que regresarían lo herreros a Paltero.Si ellos salían justo en ese momento, ya sin carga, alcanzarían a llegar a algún poblado pequeño donde pudieran dormir algunas horas antes de reiniciar su camino, y seguro llegarían a la capital el día siguiente ya muy entrada la noche.—Disculpe si sueno imprudente —dijo Petes—, pero nos gustaría saber sí, en caso de que nosotros paguemos su posada por una noche, la cena y el desayuno, ¿podrían regresar hasta mañana luego del amanecer? De esa manera podríamos irnos algunos con ustedes.Axule
Samia recibió el sobre que le entregaban con mucha emoción, pues la dirección del remitente, que había sido anunciada, era la de la persona que más extrañaba de Lutenia, un hombre a quién ella le había escrito recientemente y, considerando el tiempo de respuesta, había dado una respuesta inmediata.Abrió la carta recibida y leyó una respuesta a su petición que le complació demasiado. Su tío Saulo decía que la esperaba con los brazos abiertos, y que se encontraba en la mejor disposición para hacer negocios con el palacio imperial.A pesar del escándalo que había sido el incendio del más grande almacén de la capital, nadie se había enterado de los problemas que aquejaban al palacio, pues los más altos mandos del lugar habían sabido controlar la situación y, para el resto del imperio, aparentemente, los daños sufridos no serían suficientes para afectar su futuro.Esa teoría estaba apoyada por la creación de la nueva fábrica en la capital, que era un proyecto tan llamativo que se había co
—¿A tal punto te odian? —preguntó el hombre, que recién escuchaba de su sobrina que lo ocurrido en la capital no había sido un penoso accidente, sino una ligera rebelión contra ella—. Me sorprende un poco cuán idiotas pueden llegar a ser algunas personas.Samia asintió. Lo ocurrido había sido una total idiotez, una que había terminado mal para los dos idiotas que provocaron lo ocurrido.—Las cosas se pusieron complicadas, y ahora andamos corriendo por todos lados para intentar minimizar daños tanto como sea posible —explicó la joven de cabello oscuro.—A mí me alegra muchísimo que corrieras en mi dirección —aseguró el de ojos azules, sonriendo a una joven que le sonreía también.—Vamos a necesitar víveres por un tiempo, así que eres nuestra salvación —informó Samia y el conde Dunant supo bien de qué iba el negocio que la otra le estaba proponiendo.—Bien —concedió el conde—. Yo proporciono alimentos por ese tiempo, pero, ¿qué ganaré yo?Samia se puso en pie y caminó hasta una especie