CAPÍTULO 14

—¿A tal punto te odian? —preguntó el hombre, que recién escuchaba de su sobrina que lo ocurrido en la capital no había sido un penoso accidente, sino una ligera rebelión contra ella—. Me sorprende un poco cuán idiotas pueden llegar a ser algunas personas.

Samia asintió. Lo ocurrido había sido una total idiotez, una que había terminado mal para los dos idiotas que provocaron lo ocurrido.

—Las cosas se pusieron complicadas, y ahora andamos corriendo por todos lados para intentar minimizar daños tanto como sea posible —explicó la joven de cabello oscuro.

—A mí me alegra muchísimo que corrieras en mi dirección —aseguró el de ojos azules, sonriendo a una joven que le sonreía también.

—Vamos a necesitar víveres por un tiempo, así que eres nuestra salvación —informó Samia y el conde Dunant supo bien de qué iba el negocio que la otra le estaba proponiendo.

—Bien —concedió el conde—. Yo proporciono alimentos por ese tiempo, pero, ¿qué ganaré yo?

Samia se puso en pie y caminó hasta una especie
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