Como Mía lo esperaba ya, el viaje fue una total tortura; aunque no fue tanto por el movimiento del barco, que definitivamente sí se sentía horrible para su estómago y ella; pero lo que más le molestaba a esa mujer, de cabello oscuro y ojos claros, era, sin duda alguna, tener que enfrentarse a su mayor pecado.El recibimiento que les dieron al pisar el puerto de Atrumb fue tremendo. Y es que no era para menos cuando en ese imperio estaban recibiendo a la emperatriz de Cenzalino, un imperio hermano con quien tenían tan buenos negocios que parecía que seguirían creciendo sin parar, por eso la gente de Atrumb le dio la bienvenida a esa mujer con mucha calidez.De camino del puerto al palacio, Mía deseó haber implementado el tranvía en Atrumb al tiempo que lo hizo en Cenzalino, de esa manera solo tendría que viajar dos horas muy cómoda en lugar de la semana y media que le tomaría ir en ese carruaje en completa y total incomodidad.Pero de pronto, a pesar del dolor de estómago que tenía que
—Lamento todas las molestias —dijo Mía cuando el emperador se despedía de ella para dejarla descansar—, y de todo corazón agradezco tu hospitalidad, excelencia.—Es un placer tenerte aquí, majestad —aseguró Cale Solero, sonriendo amablemente—. Descansa un poco, enviaré a alguien muy discreto para que te ayude a deshinchar tus ojos, porque así no te ves nada bonita, y seguro los años te han sentado bien. Lo quiero ver.Mía suspiró sonriendo solo un poco, y tras suspirar por enésima vez, tal vez, arrastró los pies hasta esa cama donde se tiró a descansar un poco, porque llorar ya no podía.Rato después, los golpes en su puerta precedieron a una azabache de ojos grises que entró a la habitación de invitados, con una tinaja de hiervas medicinales frías y algunas toallas limpias, para ayudar a la joven que le abrió la puerta a refrescarse un poco.—El emperador me pidió que te ayudara un poco —declaró Messina y Mía le sonrió agradecida—. Esperaba alegrarme por verte, pero, en realidad, est
El regreso a Cenzalino fue por demás tranquilo, Mía había dejado todo su doloroso pasado atrás, al fin; porque ahora que había visto con sus propios ojos que no había nada de lo que debiera preocuparse, al respecto de ese niño, que seguro sería feliz para siempre con su amada familia, nada le hacía peso en el alma. Saulo Dunant, por su parte, seguía en conflicto consigo mismo y con esa azabache, que parecía estar en serio en paz con esa decisión que, según las costumbres del hombre, era una mala decisión; aunque sus ojos hubieran atestiguado que no había nada de malo en una mujer en paz y un niño feliz. El conde Dunant lo pensó mucho, demasiado, y comenzó a creer que de verdad no valía la pena remover el doloroso pasado cuando el presente estaba bien, y menos cuando el futuro pintaba para algo mucho mejor; y aun así no sabía bien qué hacer con sus sentimientos, por eso le pidió tiempo a Mía para poderse tranquilizar antes de tomar una decisión final. —Solo necesito asimilarlo —decla
—Por favor —suplicaba la mujer de enorme y desgastado vestido, que sin adorno alguno intentaba ver al emperador del imperio Cenzalino, empujándose con sus pocas fuerzas contra el guardia que la detenía. —No puede ver al emperador sin una cita, ni en el estado que se encuentra —señaló el corpulento hombre cuya armadura no parecía limitar su movilidad a pesar de lo rígida que aparentaba ser—. Vuelva a su palacio, por favor. —¡Soy su esposa! —gritó la mujer, aferrándose a esas palabras que eran su última esperanza de lograr lo que necesitaba—, soy la primera reina, tiene que dejarme verlo. El guardia la vio de arriba abajo. Era cierto lo que la mujer decía. Ella, a pesar de su apariencia desalineada y humilde; y a pesar también de la poca educación que mostraba justo en ese momento, era la primera reina, una que nadie en ese imperio quería porque provenía de un país ajeno y que no tenía el respaldo de nadie. » Por favor —suplicó la mujer, hincada en el suelo, justo frente a la entrad
—La primera reina sigue sin probar bocado —informó el primer ministro, Corono Elliot, al emperador, lo que los criados que la cuidaban le habían reportado a él minutos atrás.Leone suspiró disimuladamente, ese era el tercer día después de la muerte del pequeño Leonel y ella seguía negándose a comer, era como si buscara morir también.—¿Qué pasó con la primera reina en estos dos años? —preguntó el monarca, dejando de lado sus deberes imperiales y sobando con parsimonia su entrecejo. Le había dado tres días a su primer ministro para indagarlo, y ahora solicitaba saberlo—. ¿Por qué nadie informó sobre el nacimiento de un niño?Corono respiró profundo y se tragó un grueso de saliva que se anudó en su garganta. Sabía que todo iba a terminar mal, lo intuyó cuando el emperador accedió a ver a la primera reina, aun cuando nunca antes la buscó, y lo confirmó cuando la mayor autoridad en ese imperio salió de un palacio abandonado con el cuerpo de su primer hijo, al que había llamado Leonel, par
Samia Lutze despertó al movimiento en su cama y, abriendo los ojos, se encontró con su ahora esposo sentado a su lado, mirándole fijamente.El corazón de esa joven de cabello negro ébano y ojos azul profundo se detuvo por completo, igual que su respiración, pues un montón de recuerdos se comenzaron a agolpar en su cabeza, provocándole un terrible dolor solo comparado al del resto de su cuerpo.—¿Estás bien? —preguntó el emperador al ver a la joven fruncir el rostro y llevar sus manos a la cabeza, intentando levantar su cara para verla a los ojos.En la cabeza de ese hombre aún pasaban muchas cosas, cosas importantes que debía atender a la brevedad, pero lo principal era el bienestar de su única reina y eso quería atender, sin embargo, Samia Lutza se encogió aún más al ver la mano de ese hombre dirigirse hacia ella.» Supongo que anoche me extralimité contigo —señaló el rubio de ojos verdes, recordando su primer remordimiento con esa mujer a la que hizo suya de la peor manera aún cuand
—Será difícil que le acepten en la cocina —informó el mayordomo del palacio del emperador, refiriéndose al cocinero que ella solicitaba—, es por precaución. Y déjeme aclarar que no intento insinuar que alguien esté intentando hacerle daño al emperador, esto es simple protocolo.—Lo entiendo —aseguró Samia, que de verdad comprendía el miedo de esa gente.Ella no solo era la princesa de un reino lejano, era la princesa de un lejano reino que había tenido muchos roses con el imperio Cenzalino, incluso ella había llegado al emperador como un tipo botín de guerras tras una guerra no convencional.Esa guerra, del tipo psicológica, había dejado al reino de Lutenia severamente afectado hasta que el rey del lugar, buscando detener los daños económicos y morales que estaban sufriendo su país y su gente, decidió rendirse ante Cenzalino.Sin embargo, el acuerdo de paz no incluía la conformidad de ambas partes, por eso era normal que vieran a la nueva reina como una amenaza para su amado emperador
—No puedo esperar por dos semanas —declaró Samia tras escuchar del mayordomo que ese sería el tiempo aproximado para recibir muebles nuevos para la cocina.El hombre le miró aterrado. Esa mujer era demasiado difícil de complacer. Tenían cerca de una hora en el tema de la nueva cocina y a todo lo que él sugería, que era lo normal al acondicionar lugares nuevos en un palacio, ella le encontraba un pero.Aunque era claro que la nueva reina sabía perfectamente bien lo que quería, y aun más lo que era lo mejor en cada situación.Aún así, ya era demasiado denigrante que ella pidiera muebles ya hechos para acondicionar la nueva cocina; en esos casos, lo ideal, por la dignidad del título que esa mujer portaba, era que todo se hiciera a la medida y de nuevo diseño, pero ella se conformaba con muebles ya hechos para acortar el tiempo de espera de algunos meses a solo semanas; y ni así parecía estar satisfecha.» Traslada la cocina del palacio Anémonas aquí —solicitó la reina y el mayordomo sint