CAPÍTULO 22

El camino parecía ser tan largo, y ni así sería suficiente para Samia, que deseaba no se terminara jamás, pues al final de este les esperaba lo peor a ella y a dos que amaba.

El silencio en el que caminaban era brutal, y el ardor de sus pies era tan desgarrador que tan solo se comparaba con lo que estaba sintiendo su corazón temeroso.

Estaba entrando la tarde cuando ellos, con los pies deshechos por tanto caminar, y con algunas heridas por las caídas que habían sufrido en el camino, cruzaron las murallas para llegar al palacio del emperador de Atrumb.

Samia no podía más, ni con el miedo que sentía ni con el dolor del alma y, mucho menos, con el cansancio físico que se cargaba. Había escuchado a su hijo llorar por horas, hasta que este se quedó dormido, pues los soldados que les llevaban no les tenían compasión alguna.

En la entrada del palacio se anunció la llegada de los archiduques y su hijo, y el emperador de ese imperio se aprontó a recibirlos. Su plan era matarlos en la entrada a
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