Capítulo 51

Con la caída de la noche, las tropas finalmente llegaron al campamento, agotadas por el largo viaje. Apenas comenzaban a instalarse cuando un estruendo ensordecedor rompió la tranquilidad. En un instante, grandes explosiones de granadas sacudieron el suelo, y el campamento se convirtió en un infierno de llamas y polvo. Las tiendas ardían mientras la desesperación se apoderaba de los hombres, que corrían envueltos en llamas.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda! —clamaban los heridos con una desgarradora voz. El aire se llenó de gritos lastimeros y el olor acre de carne quemada.

Aradne, con el corazón acelerado y el alma destrozada, intentaba aliviar con sus manos el dolor insoportable de los quemados.

—¿De dónde provienen las granadas? —gritó Gedeón, con la furia retumbando en su voz.

—No lo sabemos, su majestad. Revisamos el perímetro, pero no encontramos rastro del enemigo cerca —respondió Horus, jadeante y con el rostro pálido de miedo.

Gedeón, con el ceño fruncido, observó de un lado a otro el
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