Con la caída de la noche, las tropas finalmente llegaron al campamento, agotadas por el largo viaje. Apenas comenzaban a instalarse cuando un estruendo ensordecedor rompió la tranquilidad. En un instante, grandes explosiones de granadas sacudieron el suelo, y el campamento se convirtió en un infierno de llamas y polvo. Las tiendas ardían mientras la desesperación se apoderaba de los hombres, que corrían envueltos en llamas.—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda! —clamaban los heridos con una desgarradora voz. El aire se llenó de gritos lastimeros y el olor acre de carne quemada.Aradne, con el corazón acelerado y el alma destrozada, intentaba aliviar con sus manos el dolor insoportable de los quemados.—¿De dónde provienen las granadas? —gritó Gedeón, con la furia retumbando en su voz.—No lo sabemos, su majestad. Revisamos el perímetro, pero no encontramos rastro del enemigo cerca —respondió Horus, jadeante y con el rostro pálido de miedo.Gedeón, con el ceño fruncido, observó de un lado a otro el
Al día siguiente, las tropas de Kane avanzaron más allá de su frontera, marchando triunfantes entre la devastación que había quedado donde antes se encontraba el ejército de Nardis. Sin embargo, cuando emergieron del bosque Esmer, una emboscada los aguardaba. Los guerreros enemigos se encontraban al frente, bajo el mando de Gedeón. A su lado estaba Aradne y el rey del imperio de Uregon. Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Kane al ver a Odin, mientras pensaba: "Qué fácil será tomar dos imperios al mismo tiempo."—Estamos aquí para tomar este reino —anunció Kane con voz cargada de arrogancia y poder—. Si se rinden ahora, prometemos no hacer daño a su gente. Quedarán bajo nuestro mando y los líderes serán desterrados más allá de las tierras de lobos.Gedeón apretó los puños, con ira latiendo en sus venas y su mirada afilada se clavó en Kane mientras vociferaba:—Jamás entregaré mi reino a un lobo sangriento y desleal como tú. Este reino me pertenece por derecho de linaje anti
Marie y Trysta, que habían corrido hacia Aradne en el momento en que se arrodilló, se miraron entre sí y asintieron lentamente.—Hazlo —dijeron al unísono, soltando un suspiro de resignación.Evolet dio varios pasos hacia adelante y colocó sus patas en cada extremo del cuerpo del rey. Luego, inclinó su cabeza hacia el cuello de Gedeón y, con un gruñido, mostró sus colmillos y lo mordió. Al retirar sus caninos de la carne, una marca comenzó a formarse rápidamente, dejando a los observadores asombrados. Era una figura de dos lobos entrelazados con las iniciales G y A, como un tatuaje plateado. La loba se apartó de Gedeón quien ya tenía color en su piel y el gran hueco en su pecho había desaparecido, dejando como rastro de lo que pasó, solo la camisa rota y ensangrentada.Mientras tanto, Rocco se agitaba en su ecosistema, gruñendo con desesperación.—Es ella. Estuvo a mi lado. ¿Cómo no pude percibir la conexión? Es nuestra mate, es mía. —repetía con entusiasmo y confusión.Ramsés estaba
La batalla estalló con una intensidad desbordante. Medinson, envuelto en una oscura aura, alzó las manos y, con un grito desagradable, lanzó un conjuro. Desde las sombras surgieron figuras espectrales, emergiendo del suelo como cadáveres vivientes, avanzando implacables hacia los guerreros, quienes a aquellos que eran tocados por las garras heladas de los espectros caían al suelo, con sus cuerpos rígidos y sus miradas perdidas en un trance profundo.—¿Qué son esas cosas? —preguntó Aradne, con un tomo de miedo al ver cómo sus compañeros caían indefensos.—Es magia negra, una maldición que usaban los magos antiguos—reconoció Trysa con rabia—. Debo detener a Medinson, o los guerreros nunca despertarán.—Yo me quedaré aquí, evitaré que esas criaturas lleguen a nuestros alfas —declaró Aradne, con la mirada fija en la batalla que libraban sus lobos contra los lobos salvajes de Safe—. Ustedes vayan por Medinson.Sin perder tiempo, Aradne lanzó su ataque contra los espectros. Sabía que no pod
A la mañana siguiente, las tropas de Gedeón regresaban triunfantes a Corinto. La manada estaba de fiesta, celebrando el triunfo del rey, mientras los ancianos preparaban el recibimiento de los guerreros. Asher y Jonás debían ir al pueblo por provisiones para la llegada de Aradne. Eiden, emocionado, quiso acompañarlos, y Gloria les permitió ir con la condición de que no se despegara de Cleo. Después de las compras, Eiden vio la heladería donde había estado con su papá.—Cleo, quiero un helado de limón, por favor —suplico el niño con sus ojitos chispeantes y brincando emocionado.—Mi príncipe, debemos llevar las cosas a la mansión. La comida se dañará si nos quedamos más tiempo —respondió Cleo, tomándolo de la mano.—Me he portado bien, solo quiero uno, solo uno —gimoteó el niño, haciendo un berrinche.—Jonás, ve con las provisiones a la mansión. Yo me quedaré con Cleo y llevaremos a Eiden por su helado. Se lo merece, han sido días muy tensos — Asher intervino sonriendo mientras le revo
Eiden, al verse liberado, corrió hacia Cleo llorando, se arrodilló y le colocó las manitos sobre el pecho. Pero ella no respondía; las patadas le habían causado daños graves a algunos órganos vitales.Los otros tres hombres miraban temblando como se le apagaba la vida a su compañero, desesperados salieron corriendo, pero fue en vano. Una bandada de abejas los atacó, picándolos por todas partes, mientras unas raíces emergían del suelo, arrastrándolos y sujetándolos firmemente a un arbusto.Aradne y Evolet atravesaban el bosque con una urgencia desesperada, cada segundo se alargaba como una agonía interminable. Cuando finalmente llegaron, la visión que se desplegó ante los ojos de Aradne le desgarró el alma: su hijo estaba abrazando el cuerpo ensangrentado de Cleo. Sin vacilar, corrió hacia Eiden, se agachó y estiro sus manos envolviéndolo con desesperación entre sus brazos.—Hijo mío, ¿qué te han hecho? —su voz sonaba cargada de dolor, apenas era un susurro ahogado en la angustia.Eid
—Vamos a mi despacho —dijo Aradne con el corazón comprimido, y Gedeón y Jonas la siguieron. Justo en ese momento, Emma, Sira y Lucio llegaron, uniéndose al grupo en silencio mientras caminaban hacia la oficina.Al entrar Aradne rodeó el escritorio y se dejó caer pesadamente en la silla. Con una mirada fría y calculadora, preguntó.—Jonas, ¿por qué Cleo y Eiden estaban solos? Se suponía que tú y Ascher los cuidaban.Jonás, no dejaba de maldecir en su interior por no haber sido más precavido y haber esperado a Cloe y al pequeño príncipe. Con la preocupación reflejada en su rostro y la culpa carcomiendo su alma explicó.—Aradne, fuimos al pueblo a comprar provisiones. Eiden quería helado y Ascher se ofreció a cuidarlos. Soy culpable de lo que pasó, por haber confiado en ese lobo —Jonás, tensaba la mandíbula mientras pasaba una mano desesperada por su cabeza—. Si tan solo hubiera esperado, Cleo estaría bien. Aceptaré cualquier castigo que me impongas.—No te juzgo, Jonás, sé que eres un b
La oscuridad empezaba a envolver el cielo, todo en Corinto empezaba llegar a la plaza central a esperar la llegada de los guerreros. La multitud se agolpaba, ansiosa por asegurarse los mejores lugares cerca de la tarima. Los ancianos, con semblantes autoritarios, observaban desde la distancia, acompañados de algunos alfas que habían permanecido para proteger la ciudad. Entre ellos también estaba Mara.El murmullo del gentío se transformó en un rugido cuando los guerreros hicieron su entrada. La plaza se llenó de vítores al reconocer a Horus al frente de la columna. Sin embargo, los ancianos intercambiaron miradas de desconcierto; esperaban que Gedeón hubiera hecho su entrada junto a los guerreros. Clemente, dio un paso adelante, tomando el micrófono con determinación.—¡Pueblo de Corinto! —clamó con voz potente—. ¡Denle un aplauso a nuestros héroes, aquellos que han derrocado al imperio enemigo!El clamor de la multitud se elevó como un trueno. Los guerreros, al llegar cerca de la tar