—Pueblo de Corinto, el rey Gedeón y los alfas del imperio de Nardis me han otorgado el poder sobre las tierras de los lobos. Yo soy Aradne Hause, hija de Keseo Hause, antiguo rey de Nardis, y también hija de Helíades, princesa del valle de los dioses. Mi madre no era una bruja, como les han hecho creer los miembros del consejo de lobos. Ella es una diosa, descendiente del dios Helio. Por lo tanto, yo poseo la sangre real de los Hause y el trono me pertenece, tanto por derecho de ley como por la sangre divina. —Su voz resonó con una autoridad inquebrantable en el aire.La multitud permanecía en silencio, con sus miradas divididas entre la incredibilidad y el miedo.—Además, cuento con el apoyo de los guerreros del imperio Uregon —continuó Aradne—. Ustedes me han rechazado a mí y a mi madre por no pertenecer a esta manada, y han sido crueles. Pero ahora yo soy la autoridad, y no toleraré maltratos de nadie. Quien no esté de acuerdo con mi reinado será desterrado de las tierras de Nardis
Clemente, pálido y derrotado bajo la cabeza, sabía que no tenía escapatoria. Con un suspiro ahogado, se rindió.—Su majestad, piedad con estos ancianos, ahora sin autoridad. ¿Qué podemos hacer unos viejos lobos contra la reina? Solo le pedimos que nos deje vivir, juramos que no escuchara de nosotros.Aradne soltó una carcajada que resonó en el aire, haciendo que los ancianos se encogieran aún más de miedo.—Ahora sí soy su reina. Para que vean que tengo corazón, los dejaré vivir como simples lobos en sus manadas de origen. Pero si hacen algo en mi contra o de mi familia, Evolet no será tan amable como yo.Los ancianos sintieron que el alma les volvía al cuerpo, aún temblando de miedo ante la mirada asesina de la gran loba blanca. Aradne giró su mirada hacia la multitud, mientras Gedeón se colocaba a su lado y, con suavidad, tomaba su mano, entrelazando sus dedos con los de ella con ternura.—Señores, como han visto, desde hoy seré la gobernante de los tres reinos. Junto a mí estará mi
Marie apoyó su mano derecha temblorosa en el pómulo de la puerta. Sus dedos apenas respondían, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho. El miedo la invadía; no sabía cómo reaccionaría frente a Odín. En ocasiones, había fantaseado con este momento, con enfrentarse al hombre que le había destrozado el corazón desde la primera vez que lo vio. Pero imaginarlo era una cosa, y enfrentarlo, otra muy distinta. Después un suspiro largo y profundo, empujó la puerta.Ahí estaba él, sentado, con la mirada clavada en la entrada, esperándola. Un escalofrío le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. Apretó las manos en un intento de darse valor y, con decisión, cerró la puerta detrás de ella.—Hasta que te dignas aparecer —la voz de Odin era áspera y cortante.Marie lo miró frunciendo el ceño, intentando mantener la calma que se desmoronaba en su interior.—Tú, tan arrogante como siempre —respondió, con voz fría—. Aquí estoy. Si vas a rechazarme, hazlo ya. No le demos más vueltas a esto. Si de
Ariadne se sentaba en la banca, con las manos entrelazadas sobre su regazo, mientras sus ojos se perdían en la escena frente a ella. Gedeón jugaba con su cachorro, Eiden blandía una espada de madera con entusiasmo desbordante, moviéndose con la agilidad de un próximo héroe. Imaginaba ser un valiente caballero, enfrentándose a un gigantesco monstruo del pantano. Corría de un lado a otro, su risa cristalina llenaba el aire, calándose hondo en el corazón de Ariadne, arrancándole una sonrisa melancólica.—Me rindo, el pequeño caballero me ha vencido —proclamó el gigante, dejándose caer al suelo con una exagerada expresión de derrota, mientras soltaba un gruñido teatral de dolor.El eco de la risa de Eiden resonaba en el corazón de Gedeón como una melodía de amor. Era uno de los primeros momentos de paz que estaba disfrutando desde el final de la guerra.Por un breve instante, las miradas de Aradne y Gedeón se cruzaron. Desde la distancia, él le sonrió con dulzura, una sonrisa cargada de a
Trysa avanzaba hacia la ciudad de Drea. A medida que su grupo se acercaba, notó que los aldeanos la miraban con temor. Uno a uno, se refugiaban en sus casas, cerrando puertas y ventanas con apuros, como si el solo hecho de verla pudiera desatar su ira contra ellos. Frunció el ceño al darse cuenta de que este lugar era el único que se mantenía civilizado, y no por casualidad. Aquí, estaba el reinado de Kate.Los hombres de su manada Amanecer la estaban esperando y la guiaron a hacia la mansión real. Al llegar, Trysa desmontó su caballo, seguida por sus amigos, quienes caminaron a su lado, atentos a cada movimiento a su alrededor.—¿Dónde está Pedro? Llévame con él —exigió con voz firme.Uno de los guardias de su manada se acercó para responder.—Está en el salón principal, reunido con algunos alfas. Desde que llegamos a esta mansión, pocas cosas ha podido hacer el alfa Pedro. Los buitres de estas tierras ya se están disputando el poder. Dicen que el rey Gedeón debe presentarse cuando d
Uno de los alfa, lleno de furia y miedo, gritó a los guerreros.—¡Ataquen!Los siete lobos restantes se lanzaron con fiereza contra Rocco, pero uno tras otro, el lobo gris los derribaba con brutalidad. Mientras Rocco se enfrentaba a las bestias, Trysa enfocó su atención en los hombres que avanzaban hacia ella con espadas en mano. Con un simple gesto de manos, lanzó una onda de energía que los empujó hacia la pared.El lobo con magia, con una sonrisa maliciosa en su rostro, conjuró una enorme bola de energía que chisporroteaba con una luz siniestra. Sin pensarlo dos veces, la lanzó directamente hacia Trysa. Ella estaba distraída, esquivando los ataques de otros alfas y no vio venir el ataque.Rocco, siempre vigilándola, notó el peligro antes que ella. Con un rugido feroz, se lanzó hacia Trysa, poniéndose entre ella y la bola de energía. El impacto fue devastador. La explosión sacudió la sala y Rocco fue lanzado al suelo soltando un lamentó desgarrador. Su cuerpo, se retorcía de dolor,
Trysa con cuidado ayudo a Ramsés a levantarse. Todavía no estaba del todo estable, y su mano descansaba pesadamente sobre el cuello de ella, mientras trysa lo rodeaba por la cintura.—Salgamos de aquí —murmuró él, con una sonrisa lasciva en sus labios—. Necesito un baño relajante... y poseer a mi diosa —un gruñido de satisfacción acompañó sus palabras.Trysa levantó la vista y se encontró con los ojos relajados de Ramsés, lo que la hizo soltar un largo suspiro. Lo que acababa de vivir era algo completamente nuevo para ella. Si así la habían recibido los alfas de algunas manadas, ¿qué más le esperaría de ahora en adelante?Mientras caminaba junto a Ramsés, se dio cuenta de que nada volvería a ser igual. El juego de poder, las alianzas y los desafíos que antes eran desconocidos ahora formaban parte de su realidad diaria. Desde ahora tendría que luchar para mantener el equilibrio que tantos dependían de ella.—Hay algo que me preocupa en estos momentos —respondió ella mientras salían de
Aradne y su hijo se mudaron a la imponente mansión real. Los sirvientes, que habían soportado los despiadados caprichos de Mara durante tanto tiempo, observaban en silencio los cambios en la mansión, incapaces de ocultar la mezcla de miedo y cautela que dominaban sus corazones, pero también había una chispa de curiosidad que no podían ignorar por saber cómo será la luna del imperio.Los sirvientes cuando vieron a Cleo hablar con la señora de la mansión con familiaridad, el desconcierto los invadió, sembrando esperanza en sus corazones. ¿Era posible que esta nueva etapa no fuera tan aterradora como antes? Los sirvientes intercambiaron miradas fugaces, sintiendo que, tal vez, la nueva patrona no sea tan mala con ellos.Cleo, tomaría el control del personal, ya que era la única persona en quien Aradne confiaba plenamente. Mientras tanto, Gloria no perdía de vista a su nieto, como siempre lo había hecho en la manada.Después de organizar su estadía, Aradne, cansada por la mudanza, se dirig