Aradne y su hijo se mudaron a la imponente mansión real. Los sirvientes, que habían soportado los despiadados caprichos de Mara durante tanto tiempo, observaban en silencio los cambios en la mansión, incapaces de ocultar la mezcla de miedo y cautela que dominaban sus corazones, pero también había una chispa de curiosidad que no podían ignorar por saber cómo será la luna del imperio.Los sirvientes cuando vieron a Cleo hablar con la señora de la mansión con familiaridad, el desconcierto los invadió, sembrando esperanza en sus corazones. ¿Era posible que esta nueva etapa no fuera tan aterradora como antes? Los sirvientes intercambiaron miradas fugaces, sintiendo que, tal vez, la nueva patrona no sea tan mala con ellos.Cleo, tomaría el control del personal, ya que era la única persona en quien Aradne confiaba plenamente. Mientras tanto, Gloria no perdía de vista a su nieto, como siempre lo había hecho en la manada.Después de organizar su estadía, Aradne, cansada por la mudanza, se dirig
Odín avanzaba a través del umbral de su manada, bajo un cielo teñido de púrpura al atardecer. El pueblo, al enterarse del regreso victorioso de su rey, estalló en aplausos, gritos y silbidos que resonaban por el lugar. Los ojos de los aldeanos brillaban con orgullo al ver a su rey regresar sano y salvo de la batalla, aunque muchos no podían apartar la mirada de la mujer que lo acompañaba.Odín, imponente, esbozaba una leve sonrisa mientras saludaba a su pueblo con un gesto de la mano. Sin embargo, sus ojos vagaban entre miradas a Marie, que ahora estaría a su lado para ocupar el lugar más importante en su vida.Al llegar a las puertas de su mansión, Odin desmontó su caballo y se acercó a Marie para ayudarla a bajar. La escena fue observada con atención por los miembros del consejo que esperaban al pie de las escalinatas de la mansión. Los lobos intercambiaban miradas tensas, con la curiosidad de saber quién es esa loba.—Es un orgullo que el rey haya regresado victorioso de la batalla
Marie se encontraba en su habitación, mirando por la ventana cuando una de las empleadas le notificó que sus padres la esperaban en la sala. El mensaje la atravesó como una punzada de dolor en el corazón y sus labios se torcieron en una mueca de disgusto.Mientras descendía de las escaleras, su corazón latía a un ritmo acelerado, pero su rostro permanecía inmutable. Al llegar al salón, una voz familiar, afilada como un cuchillo, llamó su atención.—¡Miren nada más a quién tenemos aquí! —La voz de su tía se alzó como un látigo—. La hija ingrata que, desde que llego a esta mansión, no se ha dignado a visitar a sus padres.La amargura en las palabras de esa mujer le recordó que han pasado tantos años y nada ha cambiado desde que se marchó. Seguía siendo la misma persona maliciosa de siempre. Marie apretó los puños y respiró hondo antes de responder, obligándose a mantener la compostura.—Ustedes no son mis padres —escupió con frialdad, evitando la mirada de su tía y dirigiéndola a su pa
Esa tarde, Marie se dirigió al campo de entrenamiento, necesitaba liberar tensiones. Al llegar, sus ojos se posaron en dos guerreros enfrascados en un intenso combate. Sin pensarlo mucho, se aproximó y les propuso entrenar juntos. Sin mediar más palabras, las espadas comenzaron a resonar en perfecta sincronía.Mientras tanto, Moida llegó a la mansión con una cesta de comida en la mano. Preguntó por su prima, y uno de los sirvientes le indicó dónde se encontraba, se dirigió al campo. Al llegar, se detuvo al ver a Marie, vestida con pantalones, sudorosa y rodeada por dos hombres. Frunció el ceño, esbozando una clara mueca de asco.—Me parece imprudente que nuestra luna esté sola con dos hombres. ¿Crees que al rey le agrade saber que estás aquí con estos guerreros? —clamó su prima con desagrado.Marie la miró sin darle importancia y continuó hasta derrotar a los guerreros. Luego les sonrió.—Buen trabajo, muchachos. Son bastante hábiles; me dieron una buena pelea —dijo Marie, aun recuper
Esa noche, Odín al cruzar el umbral de la mansión, sintió un aire denso. Dio unos pasos hacia el interior cuando Susana apareció corriendo hacia él, con el rostro pálido y las manos temblorosas.—Majestad —murmuró con la voz quebrada—. Nuestra luna está enferma. Después de merendar con su hermana, se desmayó en su habitación.Por un instante, esas palabras recorrían su mente, que se rehusaba a aceptar lo que había oído. Su cuerpo se tensó y sus puños se cerraron con fuerza, y el suelo bajo sus pies pareció tambalearse.—¿Qué has dicho? —gruñó, con voz grave y amenazante como el trueno antes de la tormenta—. ¿Por qué demonios no me avisaron antes?Su mirada se encendió con una ira descontrolada mientras avanzaba un paso hacia Susana.Ella apenas era capaz de sostener su mirada, retrocedió tambaleante, sus labios trataban de moviéndose, pero sin que palabras coherentes salieran. El terror la consumía, incapaz de encontrar las palabras correctas.—Habla de una vez ¡Voy a cortar cabezas en
Esa misma noche, Natael llegó a la casa de Moida y tocó la puerta. Bonifacio, extrañado por la inesperada visita a altas horas de la noche, abrió la puerta acompañado de su esposa. Para su sorpresa, allí estaba Natael, escoltado por cinco guardias reales. Una corriente fría recorrió su cuerpo y la preocupación inundo su mente, sabía que no eran buenas noticias por las que estaba él allí.—Beta Natael, ¿qué lo trae a esta hora a humilde hogar? ¿Ha pasado algo? —preguntó Bonifacio, notando la seriedad en el rostro del beta.—Buenas noches, Alfa Bonifacio, he venido por orden del rey Odín —respondió Natael con voz grave—. Estamos aquí para arrestar a la joven Moida, quien es acusada de envenenar a la Luna del Imperio.—¿Qué? —gritó Mildred, asustada y llena de rabia—. ¿De qué se está acusando a mi hija? ¡Esto es una injusticia! —Se aferró a la camisa de su esposo, suplicante—. No puedes permitir que se la lleven, Bonifacio. ¡Es nuestra hija!Natael miró fríamente al hombre y con voz impl
Odín tomó la mano de su mate, su mirada recorrió lentamente a cada miembro del consejo, mientras un pesado silencio llenaba la sala. Su expresión severa y calculada, transmitía la gravedad del momento. Finalmente, rompió el mutismo con una voz firme y clara.—Las pruebas son irrefutables. La joven Moida es culpable. Yo Odín, como rey del Imperio de Uregon, la condeno a muerte.El consejo, que había permanecido en silencio, comenzó a removerse incómodo. Uno de los consejeros, cuyo rostro reflejaba preocupación, se atrevió a alzar la voz.—Majestad, temo que está yendo demasiado lejos. Es cierto que Moida es culpable, pero llevarla a la muerte podría ser un error para su reinado. Acabamos de salir de una guerra. Lo que más necesita el imperio ahora es paz, no más sangre de su propia gente.Odín se giró bruscamente hacia el anciano, con las cejas fruncidas, revelando la molestia que hervía en su interior. Su voz se elevó, resonando en las paredes de la sala.—¿Paz? ¿Paz después de que in
La casa de Bonifacio era un caos. Los sirvientes ya no estaban y el eco de los objetos valiosos resonaba mientras eran metidos en el carro. Joyas, reliquias familiares, cualquier cosa que pudieran vender era arrojada a toda prisa dentro del baúl del vehículo. Las mujeres, entre sollozos, intentaban contener sus lágrimas, mientras se despedían de todo lo que conocían.Bonifacio se encontraba intranquilo dentro del carro, al ver que las mujeres no entraban en él, les gritó.—Vamos, es hora de partir —miraba hacia el horizonte donde el cielo empezaba a tornarse más claro—. El amanecer se acerca, y el camino hacia Safe es largo. Espero que una de las manadas fronterizas nos reciban.Un grupo de veinte guerreros a caballos permanecían cerca, escoltarían a la familia hasta la frontera.Moida entraba en la parte trasera del carro con resentimiento, su rostro se crispaba de rabia.—No entiendo por qué el rey Odín no me escogió a mí en vez de esa huérfana —su voz se escuchaba rota por la frustr