Él sonrió, con sus manos viajando por su cuerpo con destreza.—Eres demasiado noble, mi diosa. Si hubiera sido yo, estarían muertos desde que pisamos Uregon —murmuró, deslizando una mano por su vientre, provocando que ella soltara un gemido reprimido, al sentir sus dedos hacer círculos en su entrada balbuceó.—No... aquí no... —murmuró Marie, mordiéndose el labio inferior mientras intentaba reprimir un gemido. Su mente luchaba por mantener el control, pero su cuerpo la traicionaba, sintiendo cómo el calor la recorría como un volcán en erupción. Cuando Odín, con un movimiento brusco, le arrancó la blusa de un tirón, su cuerpo se arqueó hacia él involuntariamente. Las piernas de Marie temblaban, y sus manos se aferraban desesperadamente a la madera que adornaba la pared, intentando encontrar equilibrio mientras la excitación la dominaba.Cuando sintió su miembro duro posicionarse en su entrada, un gemido quiso escapar de sus labios, pero la mano grande de Odín cubrió su boca. No había t
Meses después, Gedeón sostenía con fuerza la mano de Aradne, quien respiraba agitada y gritaba de dolor. Él había insistido en estar presente en el parto; no quería perderse el momento más importante de sus vidas: el nacimiento de su princesa.—¡Puja! ¡Vamos puja! Falta poco —Le animaba Gedeón, con el corazón palpitando a toda velocidad, mientras ella pujaba con todo su ser, sintiendo como si su cuerpo se desgarrara por dentro. El dolor era insoportable, más intenso de lo experimento con Eiden.Gedeón, al verla así, sudorosa, temblando de dolor y agitada apretando con fuerza su mano, sintió un miedo que no había experimentado antes. En su mente considero la idea huir, salir corriendo de la sala, por verla sufrir y no poderla ayudar. Por un instante, pensó que se iba a desmayar.—¡Puja nuevamente, ya está aquí! ¡Puja duro! —exclamó el doctor, con voz gruesa y listo para recibir a la bebé.Aradne, estaba agotada, con ímpetu apretó la mano de Gedeón y gritó pujando con todas sus fuerzas,
—Señorita, yo soy de la manada Coral —pronunció con la voz temblorosa—. Escapé de ahí para buscar ayuda para mi familia.—¿Por qué huiste de tu manada?Ángela bajó la mirada, sus manos temblando ligeramente. Después de unos segundos, continuó:—Hace ocho meses, vivíamos tranquilos, un día se descubrió que en la montaña detrás de nuestra manada había oro. Eso fue nuestra desgracia. —Su voz se quebró y comenzó a sollozar, cubriéndose el rostro con las manos—. Después aparecieron mercenarios y nos tomaron a todos como esclavos. Solo nos daban comida una vez al día. —Se detuvo, luchando por mantener el control—. Nuestro alfa murió defendiendo a su aldea y los ancianos comenzaron a morir de hambre. Yo... —respiró profundamente antes de apartar las manos de su cara—. Yo logré escapar para buscar ayuda. —Sus ojos se clavaron en los de Sira, llenos de desesperación—. Señorita, por favor, ayúdeme a rescatar a mi hermanito y a mi madre.Sira arrugó el rostro de rabia, apretando los puños con fu
El lobo, después de olfatearla, restregó su hocico por la cara de Loite. Esa loba no iba a permitir que la tocara. Se echó hacia atrás y Sira logró tomar el control; completamente desnuda, gritó:—¡Lobo sanguinario, tú no me tocas! ¡Prefiero morir antes que ser tocada por manos ensangrentadas!El lobo le cedió el control a su humano, quien quedó maravillado ante la belleza de mujer frente a él. Su larga cabellera rubia que le llegaba a la cintura, esos ojos verdes que hacían contraste con su rostro hermoso, sin duda, era una belleza deslumbrante. Él estaba tan embobado que no escuchó bien lo que ella dijo. Carraspeó para tomar control de sí mismo y no marcarla de una vez, con voz ronca inquiero.—¿Qué?—¡No te acerqué, asqueroso sanguinario!El soltó una carcajada, intentando entender lo que acababa de oír.—La diosa Selene sí que me ha castigado con una loca. ¿Sanguinario? Tú no me conoces, lobita.—¡La castigada voy a ser yo sí tengo que matar a mi propio mate!Él dio un paso hacia
La gente corría aterrada en la dirección que Angela les había dicho, el miedo y el desespero se reflejaba en sus miradas y con pasos temblorosos escapaban de ese lugar. Angela, escondida, observaba la feroz batalla de los guerreros. De repente, vio a un lobo sanguinario apuntando directamente a la cabeza de Dilan. Sin perder tiempo, su mirada se posó en un arma cerca del cuerpo de un enemigo caído. La tomó rápidamente, muchas veces había observado como esos hombres la utilizaban y con manos temblorosas, corrió hacia Dilan.Dilan, estaba desarmado frente a un hombre que se reía con malicia, creyó que ese sería su final. Cerró los ojos, esperando el impacto, pero en su lugar escuchó un disparo que no lo alcanzó. Cuando abrió los ojos, vio al hombre caer de rodillas, sangrando, y detrás de él, a Angela, temblando con el arma aún en sus manos. Sin dudarlo, Dilan corrió hacia ella, la tomó de los hombros justo antes de que cayera al suelo.—Gracias por salvarme la vida —dijo, con la voz aú
Al día siguiente, después de asegurarse de que la pequeña aldea estuviera en orden, Sira se preparó. Buscó su traje de guerrera, ajustó su espada a la espalda, decidida a no dejarse intimidar. Reunió a sus hombres y partieron hacia Yare.En la ciudad, la gente se sorprendía al ver los carros negros que entraban y se dirigían hacia la casa destinada para reuniones entre alfas. Cuando llegaron, Dilan la guio siguiendo las indicaciones que Angela le había dado el día anterior. En la carta, Sira había dejado claro que no deseaba un recibimiento, que ella sola llegaría a la reunión y no debía ser retenida.Los carros se estacionaron en la entrada del edificio. Los hombres asignados para guiarla quedaron boquiabiertos al ver bajar a una mujer hermosa vestida para combate, con un traje ajustado al cuerpo que pronunciaba sus curvas. La sorpresa los dejó paralizados. Sira sonrió al ver la expresión de esos hombres, y, con paso firme, caminó seguida de algunos de los suyos, entre ellos Dilan, m
Liam sintió el frío filo de la espada presionando contra su cuello. Apretó los dientes con rabia y dejó caer a Sander, como si fuera un muñeco inerte. Su corazón estaba destrozado. Siempre había visto a Sander como su amigo inmaduro, alguien que se metía en problemas, pero jamás imaginó que pudiera ser tan egoísta como para dañar a su propia gente.—¡Amigo, no sé de qué habla esta mujer! —gritó Sander, desesperado y arrodillado frente a todos—. ¡Es mentira lo que se me acusa! Yo vivo lejos de la manada Coral, no sé nada de lo que ocurría allí, mucho menos que había mercenarios. Si lo hubiera sabido, ¡tú sabes que lo habría informado y protegido a mi gente también!Sira, harta de sus súplicas, soltó una carcajada fría.—Estoy cansada de tus lloriqueos. Yo, Sira Freyer, con el poder de hacer justicia en estas tierras, te condeno, alfa Sander, a muerte. Eres culpable de permitir que mercenarios cruzaran tus tierras para esclavizar a los miembros de la manada Coral —su voz resonó con fuer
Liam abrió los ojos de golpe, como si de repente todo encajara en su mente. La noche en que conoció a su mate se materializó en sus pensamientos, y, de pronto, comprendió por qué, al verlo por primera vez, pensó que era uno de los mercenarios. Aquella tarde, él había ido a hablar con Sander sobre los cambios que traería la muerte del antiguo rey. Luego, decidió salir a caminar para pensar y fue entonces cuando la vio.—Ahora lo entiendo —murmuró, con un amargo suspiro—. Vi odio en su mirada porque me confundió con uno de esos mercenarios.Liam apretó los labios, intentando contener el dolor que le producía saber lo que ella pensaba de él.—Averigua qué sucedió con la manada Coral —ordenó en un tono bajo pero firme—. Dile a Diego que se encargue de notificar a la familia de Sander que deben abandonar hoy mismo la manada Frimer y salir del territorio Safe. Asegúrate de que algunos de mis hombres los escolten hasta la frontera. Yo... no tengo el valor para hacerlo. Por favor, encárgate d