Esa noche, Odín al cruzar el umbral de la mansión, sintió un aire denso. Dio unos pasos hacia el interior cuando Susana apareció corriendo hacia él, con el rostro pálido y las manos temblorosas.—Majestad —murmuró con la voz quebrada—. Nuestra luna está enferma. Después de merendar con su hermana, se desmayó en su habitación.Por un instante, esas palabras recorrían su mente, que se rehusaba a aceptar lo que había oído. Su cuerpo se tensó y sus puños se cerraron con fuerza, y el suelo bajo sus pies pareció tambalearse.—¿Qué has dicho? —gruñó, con voz grave y amenazante como el trueno antes de la tormenta—. ¿Por qué demonios no me avisaron antes?Su mirada se encendió con una ira descontrolada mientras avanzaba un paso hacia Susana.Ella apenas era capaz de sostener su mirada, retrocedió tambaleante, sus labios trataban de moviéndose, pero sin que palabras coherentes salieran. El terror la consumía, incapaz de encontrar las palabras correctas.—Habla de una vez ¡Voy a cortar cabezas en
Esa misma noche, Natael llegó a la casa de Moida y tocó la puerta. Bonifacio, extrañado por la inesperada visita a altas horas de la noche, abrió la puerta acompañado de su esposa. Para su sorpresa, allí estaba Natael, escoltado por cinco guardias reales. Una corriente fría recorrió su cuerpo y la preocupación inundo su mente, sabía que no eran buenas noticias por las que estaba él allí.—Beta Natael, ¿qué lo trae a esta hora a humilde hogar? ¿Ha pasado algo? —preguntó Bonifacio, notando la seriedad en el rostro del beta.—Buenas noches, Alfa Bonifacio, he venido por orden del rey Odín —respondió Natael con voz grave—. Estamos aquí para arrestar a la joven Moida, quien es acusada de envenenar a la Luna del Imperio.—¿Qué? —gritó Mildred, asustada y llena de rabia—. ¿De qué se está acusando a mi hija? ¡Esto es una injusticia! —Se aferró a la camisa de su esposo, suplicante—. No puedes permitir que se la lleven, Bonifacio. ¡Es nuestra hija!Natael miró fríamente al hombre y con voz impl
Odín tomó la mano de su mate, su mirada recorrió lentamente a cada miembro del consejo, mientras un pesado silencio llenaba la sala. Su expresión severa y calculada, transmitía la gravedad del momento. Finalmente, rompió el mutismo con una voz firme y clara.—Las pruebas son irrefutables. La joven Moida es culpable. Yo Odín, como rey del Imperio de Uregon, la condeno a muerte.El consejo, que había permanecido en silencio, comenzó a removerse incómodo. Uno de los consejeros, cuyo rostro reflejaba preocupación, se atrevió a alzar la voz.—Majestad, temo que está yendo demasiado lejos. Es cierto que Moida es culpable, pero llevarla a la muerte podría ser un error para su reinado. Acabamos de salir de una guerra. Lo que más necesita el imperio ahora es paz, no más sangre de su propia gente.Odín se giró bruscamente hacia el anciano, con las cejas fruncidas, revelando la molestia que hervía en su interior. Su voz se elevó, resonando en las paredes de la sala.—¿Paz? ¿Paz después de que in
La casa de Bonifacio era un caos. Los sirvientes ya no estaban y el eco de los objetos valiosos resonaba mientras eran metidos en el carro. Joyas, reliquias familiares, cualquier cosa que pudieran vender era arrojada a toda prisa dentro del baúl del vehículo. Las mujeres, entre sollozos, intentaban contener sus lágrimas, mientras se despedían de todo lo que conocían.Bonifacio se encontraba intranquilo dentro del carro, al ver que las mujeres no entraban en él, les gritó.—Vamos, es hora de partir —miraba hacia el horizonte donde el cielo empezaba a tornarse más claro—. El amanecer se acerca, y el camino hacia Safe es largo. Espero que una de las manadas fronterizas nos reciban.Un grupo de veinte guerreros a caballos permanecían cerca, escoltarían a la familia hasta la frontera.Moida entraba en la parte trasera del carro con resentimiento, su rostro se crispaba de rabia.—No entiendo por qué el rey Odín no me escogió a mí en vez de esa huérfana —su voz se escuchaba rota por la frustr
Él sonrió, con sus manos viajando por su cuerpo con destreza.—Eres demasiado noble, mi diosa. Si hubiera sido yo, estarían muertos desde que pisamos Uregon —murmuró, deslizando una mano por su vientre, provocando que ella soltara un gemido reprimido, al sentir sus dedos hacer círculos en su entrada balbuceó.—No... aquí no... —murmuró Marie, mordiéndose el labio inferior mientras intentaba reprimir un gemido. Su mente luchaba por mantener el control, pero su cuerpo la traicionaba, sintiendo cómo el calor la recorría como un volcán en erupción. Cuando Odín, con un movimiento brusco, le arrancó la blusa de un tirón, su cuerpo se arqueó hacia él involuntariamente. Las piernas de Marie temblaban, y sus manos se aferraban desesperadamente a la madera que adornaba la pared, intentando encontrar equilibrio mientras la excitación la dominaba.Cuando sintió su miembro duro posicionarse en su entrada, un gemido quiso escapar de sus labios, pero la mano grande de Odín cubrió su boca. No había t
Meses después, Gedeón sostenía con fuerza la mano de Aradne, quien respiraba agitada y gritaba de dolor. Él había insistido en estar presente en el parto; no quería perderse el momento más importante de sus vidas: el nacimiento de su princesa.—¡Puja! ¡Vamos puja! Falta poco —Le animaba Gedeón, con el corazón palpitando a toda velocidad, mientras ella pujaba con todo su ser, sintiendo como si su cuerpo se desgarrara por dentro. El dolor era insoportable, más intenso de lo experimento con Eiden.Gedeón, al verla así, sudorosa, temblando de dolor y agitada apretando con fuerza su mano, sintió un miedo que no había experimentado antes. En su mente considero la idea huir, salir corriendo de la sala, por verla sufrir y no poderla ayudar. Por un instante, pensó que se iba a desmayar.—¡Puja nuevamente, ya está aquí! ¡Puja duro! —exclamó el doctor, con voz gruesa y listo para recibir a la bebé.Aradne, estaba agotada, con ímpetu apretó la mano de Gedeón y gritó pujando con todas sus fuerzas,
—Señorita, yo soy de la manada Coral —pronunció con la voz temblorosa—. Escapé de ahí para buscar ayuda para mi familia.—¿Por qué huiste de tu manada?Ángela bajó la mirada, sus manos temblando ligeramente. Después de unos segundos, continuó:—Hace ocho meses, vivíamos tranquilos, un día se descubrió que en la montaña detrás de nuestra manada había oro. Eso fue nuestra desgracia. —Su voz se quebró y comenzó a sollozar, cubriéndose el rostro con las manos—. Después aparecieron mercenarios y nos tomaron a todos como esclavos. Solo nos daban comida una vez al día. —Se detuvo, luchando por mantener el control—. Nuestro alfa murió defendiendo a su aldea y los ancianos comenzaron a morir de hambre. Yo... —respiró profundamente antes de apartar las manos de su cara—. Yo logré escapar para buscar ayuda. —Sus ojos se clavaron en los de Sira, llenos de desesperación—. Señorita, por favor, ayúdeme a rescatar a mi hermanito y a mi madre.Sira arrugó el rostro de rabia, apretando los puños con fu
El lobo, después de olfatearla, restregó su hocico por la cara de Loite. Esa loba no iba a permitir que la tocara. Se echó hacia atrás y Sira logró tomar el control; completamente desnuda, gritó:—¡Lobo sanguinario, tú no me tocas! ¡Prefiero morir antes que ser tocada por manos ensangrentadas!El lobo le cedió el control a su humano, quien quedó maravillado ante la belleza de mujer frente a él. Su larga cabellera rubia que le llegaba a la cintura, esos ojos verdes que hacían contraste con su rostro hermoso, sin duda, era una belleza deslumbrante. Él estaba tan embobado que no escuchó bien lo que ella dijo. Carraspeó para tomar control de sí mismo y no marcarla de una vez, con voz ronca inquiero.—¿Qué?—¡No te acerqué, asqueroso sanguinario!El soltó una carcajada, intentando entender lo que acababa de oír.—La diosa Selene sí que me ha castigado con una loca. ¿Sanguinario? Tú no me conoces, lobita.—¡La castigada voy a ser yo sí tengo que matar a mi propio mate!Él dio un paso hacia