Eiden, al verse liberado, corrió hacia Cleo llorando, se arrodilló y le colocó las manitos sobre el pecho. Pero ella no respondía; las patadas le habían causado daños graves a algunos órganos vitales.Los otros tres hombres miraban temblando como se le apagaba la vida a su compañero, desesperados salieron corriendo, pero fue en vano. Una bandada de abejas los atacó, picándolos por todas partes, mientras unas raíces emergían del suelo, arrastrándolos y sujetándolos firmemente a un arbusto.Aradne y Evolet atravesaban el bosque con una urgencia desesperada, cada segundo se alargaba como una agonía interminable. Cuando finalmente llegaron, la visión que se desplegó ante los ojos de Aradne le desgarró el alma: su hijo estaba abrazando el cuerpo ensangrentado de Cleo. Sin vacilar, corrió hacia Eiden, se agachó y estiro sus manos envolviéndolo con desesperación entre sus brazos.—Hijo mío, ¿qué te han hecho? —su voz sonaba cargada de dolor, apenas era un susurro ahogado en la angustia.Eid
—Vamos a mi despacho —dijo Aradne con el corazón comprimido, y Gedeón y Jonas la siguieron. Justo en ese momento, Emma, Sira y Lucio llegaron, uniéndose al grupo en silencio mientras caminaban hacia la oficina.Al entrar Aradne rodeó el escritorio y se dejó caer pesadamente en la silla. Con una mirada fría y calculadora, preguntó.—Jonas, ¿por qué Cleo y Eiden estaban solos? Se suponía que tú y Ascher los cuidaban.Jonás, no dejaba de maldecir en su interior por no haber sido más precavido y haber esperado a Cloe y al pequeño príncipe. Con la preocupación reflejada en su rostro y la culpa carcomiendo su alma explicó.—Aradne, fuimos al pueblo a comprar provisiones. Eiden quería helado y Ascher se ofreció a cuidarlos. Soy culpable de lo que pasó, por haber confiado en ese lobo —Jonás, tensaba la mandíbula mientras pasaba una mano desesperada por su cabeza—. Si tan solo hubiera esperado, Cleo estaría bien. Aceptaré cualquier castigo que me impongas.—No te juzgo, Jonás, sé que eres un b
La oscuridad empezaba a envolver el cielo, todo en Corinto empezaba llegar a la plaza central a esperar la llegada de los guerreros. La multitud se agolpaba, ansiosa por asegurarse los mejores lugares cerca de la tarima. Los ancianos, con semblantes autoritarios, observaban desde la distancia, acompañados de algunos alfas que habían permanecido para proteger la ciudad. Entre ellos también estaba Mara.El murmullo del gentío se transformó en un rugido cuando los guerreros hicieron su entrada. La plaza se llenó de vítores al reconocer a Horus al frente de la columna. Sin embargo, los ancianos intercambiaron miradas de desconcierto; esperaban que Gedeón hubiera hecho su entrada junto a los guerreros. Clemente, dio un paso adelante, tomando el micrófono con determinación.—¡Pueblo de Corinto! —clamó con voz potente—. ¡Denle un aplauso a nuestros héroes, aquellos que han derrocado al imperio enemigo!El clamor de la multitud se elevó como un trueno. Los guerreros, al llegar cerca de la tar
—Pueblo de Corinto, el rey Gedeón y los alfas del imperio de Nardis me han otorgado el poder sobre las tierras de los lobos. Yo soy Aradne Hause, hija de Keseo Hause, antiguo rey de Nardis, y también hija de Helíades, princesa del valle de los dioses. Mi madre no era una bruja, como les han hecho creer los miembros del consejo de lobos. Ella es una diosa, descendiente del dios Helio. Por lo tanto, yo poseo la sangre real de los Hause y el trono me pertenece, tanto por derecho de ley como por la sangre divina. —Su voz resonó con una autoridad inquebrantable en el aire.La multitud permanecía en silencio, con sus miradas divididas entre la incredibilidad y el miedo.—Además, cuento con el apoyo de los guerreros del imperio Uregon —continuó Aradne—. Ustedes me han rechazado a mí y a mi madre por no pertenecer a esta manada, y han sido crueles. Pero ahora yo soy la autoridad, y no toleraré maltratos de nadie. Quien no esté de acuerdo con mi reinado será desterrado de las tierras de Nardis
Clemente, pálido y derrotado bajo la cabeza, sabía que no tenía escapatoria. Con un suspiro ahogado, se rindió.—Su majestad, piedad con estos ancianos, ahora sin autoridad. ¿Qué podemos hacer unos viejos lobos contra la reina? Solo le pedimos que nos deje vivir, juramos que no escuchara de nosotros.Aradne soltó una carcajada que resonó en el aire, haciendo que los ancianos se encogieran aún más de miedo.—Ahora sí soy su reina. Para que vean que tengo corazón, los dejaré vivir como simples lobos en sus manadas de origen. Pero si hacen algo en mi contra o de mi familia, Evolet no será tan amable como yo.Los ancianos sintieron que el alma les volvía al cuerpo, aún temblando de miedo ante la mirada asesina de la gran loba blanca. Aradne giró su mirada hacia la multitud, mientras Gedeón se colocaba a su lado y, con suavidad, tomaba su mano, entrelazando sus dedos con los de ella con ternura.—Señores, como han visto, desde hoy seré la gobernante de los tres reinos. Junto a mí estará mi
Marie apoyó su mano derecha temblorosa en el pómulo de la puerta. Sus dedos apenas respondían, mientras su corazón latía con fuerza en su pecho. El miedo la invadía; no sabía cómo reaccionaría frente a Odín. En ocasiones, había fantaseado con este momento, con enfrentarse al hombre que le había destrozado el corazón desde la primera vez que lo vio. Pero imaginarlo era una cosa, y enfrentarlo, otra muy distinta. Después un suspiro largo y profundo, empujó la puerta.Ahí estaba él, sentado, con la mirada clavada en la entrada, esperándola. Un escalofrío le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. Apretó las manos en un intento de darse valor y, con decisión, cerró la puerta detrás de ella.—Hasta que te dignas aparecer —la voz de Odin era áspera y cortante.Marie lo miró frunciendo el ceño, intentando mantener la calma que se desmoronaba en su interior.—Tú, tan arrogante como siempre —respondió, con voz fría—. Aquí estoy. Si vas a rechazarme, hazlo ya. No le demos más vueltas a esto. Si de
Ariadne se sentaba en la banca, con las manos entrelazadas sobre su regazo, mientras sus ojos se perdían en la escena frente a ella. Gedeón jugaba con su cachorro, Eiden blandía una espada de madera con entusiasmo desbordante, moviéndose con la agilidad de un próximo héroe. Imaginaba ser un valiente caballero, enfrentándose a un gigantesco monstruo del pantano. Corría de un lado a otro, su risa cristalina llenaba el aire, calándose hondo en el corazón de Ariadne, arrancándole una sonrisa melancólica.—Me rindo, el pequeño caballero me ha vencido —proclamó el gigante, dejándose caer al suelo con una exagerada expresión de derrota, mientras soltaba un gruñido teatral de dolor.El eco de la risa de Eiden resonaba en el corazón de Gedeón como una melodía de amor. Era uno de los primeros momentos de paz que estaba disfrutando desde el final de la guerra.Por un breve instante, las miradas de Aradne y Gedeón se cruzaron. Desde la distancia, él le sonrió con dulzura, una sonrisa cargada de a
Trysa avanzaba hacia la ciudad de Drea. A medida que su grupo se acercaba, notó que los aldeanos la miraban con temor. Uno a uno, se refugiaban en sus casas, cerrando puertas y ventanas con apuros, como si el solo hecho de verla pudiera desatar su ira contra ellos. Frunció el ceño al darse cuenta de que este lugar era el único que se mantenía civilizado, y no por casualidad. Aquí, estaba el reinado de Kate.Los hombres de su manada Amanecer la estaban esperando y la guiaron a hacia la mansión real. Al llegar, Trysa desmontó su caballo, seguida por sus amigos, quienes caminaron a su lado, atentos a cada movimiento a su alrededor.—¿Dónde está Pedro? Llévame con él —exigió con voz firme.Uno de los guardias de su manada se acercó para responder.—Está en el salón principal, reunido con algunos alfas. Desde que llegamos a esta mansión, pocas cosas ha podido hacer el alfa Pedro. Los buitres de estas tierras ya se están disputando el poder. Dicen que el rey Gedeón debe presentarse cuando d