CAPÍTULO 31

Kereem volvió a aspirar el puro mientras toqueteaba su mesa de roble con impaciencia.

Las imágenes de su cabeza estaban acabando con él, porque, aunque hace unas horas Zahar estaba gimiendo encima de este escritorio, ahora mismo tenía una fuerte erección de solo recordarla.

Asad entró pidiendo permiso, y él se giró en la silla para aceptar un teléfono nuevo.

—La señora Sanem está histérica, ha llamado a casi toda la familia.

Kereem asintió pidiéndole a Asad que se quedara, pero antes marcó su número y pegó el teléfono a su oreja.

—¡Kereem! ¡Por Alá!

—Estoy bien…

—No puedo dejar de ver las noticias. ¿Qué pasó? —Kereem se restregó sus ojos dejando el puro en el cenicero y negó.

—Estamos en eso, parece un grupo mínimo de rebeldes. No hay indicios de que sea un enemigo fuerte.

—Imagino el terror que vivió Janna, estaban los niños con ella, y… ella me dijo que Zahar ayudó mucho.

—Eso parece.

—Pero… ¿Cómo?

—Estamos investigando, cariño.

—¿Realmente estás bien? Te notó extraño.

Kereem pasó u
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