CAPÍTULO 40

Zahar…

El silencio dentro del auto era denso. Ni siquiera la música de fondo lograba aliviar la presión que sentía en el pecho. Miraba el GPS cada dos minutos mientras el paisaje urbano se transformaba en zonas más tranquilas. Algo no estaba bien. Sentía esa molestia punzante en la nuca, y mi pierna titilaba.

—Tranquilízate, puede que solo quiera hablar contigo.

—Eso espero. ¿Puedes ir más rápido?

—¿Quieres que choquemos?

—Podemos intercambiar, y yo manejaré —Víctor sonrió y negó.

—Eres imposible.

—Lo sé.

Demoramos más de lo que el GPS indicó y cuando me bajé, Víctor tomó mi mano impidiendo que saliera del auto.

—Tranquila, Ana, espera. Yo mismo te acompañaré.

—Estás agotando mi paciencia.

Víctor se apresuró a bajarse y se puso a mi lado, para caminar hasta la casa de Lidia. Realmente respiré aliviada porque nada parecía diferente, y podía ver las luces encendidas en su casa.

Estaba paranoica.

Cuando toqué el timbre, y ella asomó el rostro, todo mi cuerpo descansó y le asomé una sonri
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