CAPÍTULO 2

Unas horas después, el tiempo pareció detenerse en la habitación mientras el peso de la tragedia se asentaba en el corazón de Kereem, observando cómo su esposa dormía con las lágrimas en los ojos.

Sus puños se apretaron, salió de la suite para hablar con el médico, y nada más hizo la petición, lo pasaron a una sala espaciosa.

—Señor… por favor, siéntese.

—Me quedaré de pie… —El médico asistió y soltó el aire.

—Las pruebas arrojan una pérdida de leucocitos… es como si su cuerpo se debilitara en pasos muy lentos… como si algo le hiciera daño. Sin embargo, no logramos saber qué la está afectando de esta forma…

Kereem apretó la mandíbula.

—¿Sus pérdidas, son causadas por esto?

—No puedo asegurarle que sea exactamente por esto… son muy espontáneas… pero también existe la posibilidad de que esto que ataca su cuerpo, sea el principal causante de todo… incluso de su fatiga y debilidad.

Kereem masajeó su cien, y negó.

—¿Qué podemos hacer?

—Yo voy a recetarle unas vitaminas… —y literalmente la mesa voló.

—¿Vitaminas? ¡¿Qué es esto?! ¡A ella le está pasando algo y ¿receta vitaminas?! ¡¿Qué clase de hospital es cuando pago una millonada para que ella se cure?!

El doctor pasó un trago grueso y agachó la mirada.

—Lo siento, señor…

—Iré al exterior… tal vez haya más inteligencia fuera de aquí…

Kereem salió con la ira brotando de sus venas y regresó a la puerta de la habitación, dando la orden a sus guardias de seguridad de que nadie podía entrar a interrumpir el sueño de Sanem.

Entró a un auto mientras pidió al jefe de seguridad, Asad, dar vueltas por la ciudad, entretanto trataba de aliviar su mente congestionada y respirar aire puro.

—Sé que no es el momento, señor… pero debo informarle…

—No es el momento —Interrumpió Kereem con los ojos rojos—. Llama al asistente general, Asad… dile que necesito que se ponga en contacto con una clínica extrajera…

Asad asintió de forma lenta.

—Sí, señor… pero por favor, es necesario que le diga que por la mañana se reunirá con su padre y los ministros, es una reunión importante que usted mismo pautó para hacer el cambio de gabinete.

Kereem afirmó muy cansado, y restregó sus ojos.

—También tenemos al relacionista público, él solicitó una reunión antes de que se reúna con los ministros.

Kereem negó.

—No tengo tiempo, dile que entre a la reunión con todos, y luego nos quedaremos arreglando, los por menores.

Asad asintió moviendo sus dedos en la Tablet y solo le ordenó al conductor ir a un paso mediano por la ciudad, mientras otros autos, resguardaban la seguridad del Jeque, entretanto, él se recostaba al asiento y cerraba los ojos.

No tenía idea de lo que iba a hacer ahora y la tensión en sus hombros, aumentaba cada vez.

Como todas las veces pidió que su esposa fuese trasladada al palacio en silencio, y al otro día por la mañana, miró a Sanem frente a la ventana, mirando hacia los jardines.

—Cariño… debo ausentarme por un tiempo, pero luego vendré y lo hablaremos. Incluso podemos hacer un viaje, me gustaría que…

—Kereem —Sanem se giró—. Debemos enfrentar la realidad —ella lo cortó de golpe—. No puedo darte un heredero. El destino parece estar en contra de nosotros, o solo de mí… no sé qué pensar ahora… —dijo Sanem con voz temblorosa, luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer.

—No dejaré que esta tragedia defina nuestro matrimonio, Sanem. No permitiré que la presión de la sociedad o de las expectativas deje una grieta entre nosotros. Eres mi amor, mi compañera, y nada cambiará eso —declaró Kereem con determinación, aunque su rostro reflejaba la tristeza.

Sanem lo observó en silencio, sintiendo la mezcla de amor y desesperación en sus palabras. Sabía que su esposo hablaba desde el corazón, pero la realidad de la situación no podía ignorarse.

—Kereem, amarte no es suficiente. Mi amor por ti no puede cambiar el hecho de que no puedo darte un heredero. Nuestro matrimonio está destinado a enfrentar críticas y desafíos. No quiero que te veas atrapado en una situación que te cause dolor, además supimos, desde el día uno, nuestros compromisos como gobernantes… —expresó Sanem, buscando comprensión en los ojos de su esposo.

Kereem se acercó a ella y la abrazó con ternura. Sus brazos fuertes rodearon el cuerpo frágil de Sanem, ofreciéndole consuelo en medio de otra pérdida.

—Kereem, te amo más de lo que las palabras pueden expresar, pero no puedo soportar la idea de verte atrapado en un reinado sin descendencia. Necesitas asegurar la continuidad de tu linaje y la estabilidad del reino —confesó Sanem con sinceridad.

—Entiendo tu preocupación —él le sonrió como si tuviera todo bajo control—. Sanem, pero te elegí a ti, no a una línea de sangre… no una condición.

Y ella trató de persuadirlo, pero Kereem salió de su habitación mientras ella se sentía la más inútil de todas.

Y antes de que entrara a la sala de conferencias, Asad estaba de pie junto a su padre en un cuarto privado.

—Kereem…

—Papá… Vamos tarde —él intentó pasar de largo.

—Nunca es tarde, además, necesito tener unas palabras contigo… —Kereem frunció el ceño y miró a Asad para que se retirara.

—Adelante… —Kereem le mostró el sillón a su padre, y ambos se sentaron.

—Supe lo de Sanem… —Kereem aspiró el aire.

—Es un tema personal, papá… por favor no te metas en esto.

Saad frunció su ceño, y luego puso la mano en la rodilla de su hijo.

—Lamentablemente, es un asunto que compete a todo el palacio, aunque así no lo quieras. Van diez años, tienes treinta y siete años, y ella…

—¿Ella? Sanem es la reina de este palacio, padre…

—Será la reina cuando tenga un heredero en sus brazos… solo hay un rey ahora, un jeque… y eso sin un linaje…

—Papá…

—Kereem… tranquilízate. Sé que amas a tu mujer, todo el mundo sabe que Sanem es tu punto débil, y no me quejo, ella es excepcional.

Kereem respiraba un poco agitado.

—Pero ya es el cuarto embarazo… ¿Cómo pretendes seguir haciéndola pasar por esto?

Kereem se dio cuenta por primera vez que, sí, evidentemente la estaba lastimando con sus intentos, y se puso de pie cuando su agitación fue mucha.

—Necesitas una segunda esposa… —declaró su padre—. Sanem tomará al heredero como suyo, y asunto resuelto…

Kereem se giró hacia su padre con los ojos muy abiertos, y luego lo vio levantarse de la silla.

—Vamos a la reunión, pero debes pensar rápido… porque la falta de linaje, Kereem, debilita todo. Tu reino, tu poder, y por supuesto, aunque no te des cuenta… tú mismo matrimonio. No desgastes más a Sanem… y déjala descansar de toda esta tensión abrumadora…

Saad le dio una última mirada y Kereem pasó un trago sabiendo que, en parte, su padre tenía razón.

«¿Por cuánto tiempo había lastimado a Sanem sin darse cuenta?»

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