CAPÍTULO 5

La noticia de la llegada y la hora esperada, había sumido a Zahar en un estado quieto, mientras caminaba por los pasillos de la mansión junto a su padre. El peso de la responsabilidad se hacía más palpable con cada paso.

—Sabes cómo es… —repitió Aziz, mirando a su hija con una intensidad que la hizo estremecer—. Bakir te llevará, y… que Alá te bendiga…

Aziz dio un paso hacia ella, y estuvo a punto de tocar su cabeza con la mano, pero la retiró rápidamente. Zahar pasó un trago, y lo vio desaparecer.

No tenía que darle detalles de nada, porque por años, le había repetido los caminos, y las estrategias a seguir.

La mansión y el galpón de entrenamiento eran su único mundo, un mundo que ahora dejaba atrás para enfrentarse al complicado entramado del palacio Masmak.

Miró a la amplia pared del salón y divisó el retrato de su madre. Había olvidado su voz, e incluso la visión de su mirada era un poco borrosa ahora en su mente.

“Por la gloria de Arabia, por recuperar lo perdido”

Bakir vino por ella en unas horas y la subió a una camioneta blindada. Llevaba su mejor traje, y algunas joyas en sus dedos. La camioneta iba a gran velocidad, y luego se detuvieron en otro sitio, mientras Zahar se tapaba la cabeza y bajaba escoltada por Bakir.

Ella escuchó las voces y murmullos para luego Bakir decir:

—Queda en tus manos… no falles.

Ella se quedó tranquila esperando y luego observó entre la tela cómo un hombre se quedaba mirándola.

—Quítate el velo… —No refutó.

El velo cayó en sus hombros y el hombre de unos cuarenta años asintió.

—Bien… ve a la habitación a la que esta criada te llevará. Mañana salimos a primera hora.

Zahar no arrojó ni una palabra, siguió a la mujer que le indicaron, y comió la comida que le dieron sin presentar alguna queja.

Recordó uno de sus entrenamientos. La hicieron pasar hambre por una semana y media, y apenas había tomado pequeñas cantidades de agua.

En su hora programada se fue a dormir, no antes de hacer su oración de la noche, y todo pasó tan rápido, que sus ojos se abrieron antes de que el reloj la despertara.

La criada entró media hora después, pero ella estaba lista para salir, y fue informada de que se iría con ese hombre con el que la habían dejado ayer en cuestión de unos minutos.

Iban en un auto de lujo, ella estaba atrás sola, mientras el conductor y el hombre estaban en la parte delantera en medio de una charla común. Sus ojos en un momento dado se fueron hacia delante, y se sintió diminuta cuando el gran palacio de Masmak, que solo había visto en fotos y en una pequeña maqueta, se abrió ante sus ojos de forma magistral…

***

—Majestad, el señor Malih está aquí —Kereem afirmó hacia Asad y lo apuntó.

—Quédate un momento —y luego se levantó—. Llévalo a un salón privado, no quiero que esté aquí en el despacho, buscaré a Sanem, allá nos encontraremos.

—¿Señor? Una cosa más…

—Nos vemos en un momento… —Kereem salió del despacho y cruzó los pasillos del gran palacio. Entró al ala privada, y abrió la puerta de su habitación.

Sanem estaba siendo ayudada por su criada, pero hoy tenía un semblante débil de nuevo.

—Cariño… —Sanem se giró.

—Estoy terminando.

—No te preocupes, tomate tu tiempo —se acercó un poco y la criada se retiró—. ¿Te sientes bien?

Sanem sonrió sin ninguna ironía.

—Esta es tu pregunta diaria… ¿Me veo tan mal? —Kereem negó rápidamente y acarició sus mejillas.

—Estás preciosa… la más hermosa de todas… —Él la besó, incluso su beso se volvió apasionado hasta que escuchó la queja en Sanem.

—Lo siento… Hoy es más mi ánimo que mi salud…

—No te preocupes… si no quieres asistir.…

—Imposible, además… hoy llega tu hermano Asad, debemos recibirlo con una gran cena.

Kereem asintió.

—Mis hermanas están en ello.

Después de unos minutos, Kereem enredó sus dedos en los de Sanem y ambos caminaron en silencio rumbo a la sala privada, donde consiguieron a Malih.

Él se levantó prontamente, haciéndoles una reverencia, y los tres se sentaron en una amplia mesa, donde Kereem punteaba la reunión.

—¿Qué traes?

—Dos cosas… —Los miró a ambos y les pasó un iPad a cada uno.

Sanem miró el nombre.

Zahar Olayan.

—Es hija de un reconocido petrolero del país, respetado y con una reputación intacta.

Kereem no miró el iPad, aún estaba en la mesa sin tocarlo, mientras Sanem leía parte de la información.

—Criada con los mejores profesores, y…

—No veo cuántos años tiene… —preguntó Sanem interrumpiendo a Malih.

—Veinte… —ella miró a Kereem.

—Es bastante joven…

—Tiene su mismo tipo de sangre, su salud está en perfectas condiciones, ni siquiera recibió vacunas… ella está limpia en todos los aspectos.

Sanem sintió un fuego en su pecho, y por un momento le faltó el aire.

—¿Por qué no hay fotos? Queremos verla… —ella hizo todas las preguntas, mientras Kereem permaneció callado.

—Eso es lo segundo, majestad… no amerita foto.

Kereem frunció el ceño, y por primera vez habló:

—Si Sanem desea verla, usted debió venir preparado…

Sanem le puso la mano encima, pero esta vez no era para retenerlo, sino para apoyar su moción.

—Por supuesto, señor… por eso, la traje a ella.

Por primera vez en la conversación, Kereem se tensó, y Sanem sintió su incomodidad.

—¿Está aquí? —Malih asintió ante la pregunta.

—Sí, señor… aquí, en un salón continuo…

Sanem miró a Kereem, pero este se mantuvo impermeable en todos los sentidos.

—Bien. Tráigala… solo si Sanem da la autorización, ella se quedará, de lo contrario…

—Kereem… ¿Qué dices? —Sanem lo miró—. Es tu decisión…

—No será así, nuestros puntos están claros.

Sanem tomó el aire.

“El reino se tambalea, Sanem, estoy preocupada por mi hermano”, las palabras de Janna, la hermana que le seguía a Kereem, le vibraron en el corazón con fuerza.

Entonces ella observó a Malih y asintió de la forma más lenta que pudo.

—Tráela…

Malih se levantó y desapareció en el otro espacio.

Kereem también se levantó quitándose la chaqueta y caminó todo el espacio para sacar un trago urgentemente.

Sanem, presionaba sus dedos, fueron los segundos más tensos de toda su vida, y cuando la puerta se volvió a abrir, ella cerró los ojos.

—Quédate aquí… —La voz de Malih le exigió a la chica que, cuando Sanem se giró, tenía un velo entero sobre su cabeza.

Ella corrió su silla colocándose recta y miró a Kereem que daba su espalda.

Así que asintió hacia Malih.

—Quítale el velo…

Kereem dio un trago largo a su bebida, puso el vaso en la mesa, y se giró de golpe. Los dedos de Malih quitaron en velo con rapidez, y luego sus ojos se abrieron, mientras los ojos de esa chica se clavaron en su existencia…

Y tuvo que pasar un trago… un trago duro, grueso, y un poco difícil…

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