CAPÍTULO 6

El salón se sumió en un silencio abrumador mientras los ojos de Zahar y Kereem se encontraron.

Kereem pasó un trago y la boca se le puso seca, y no entendió por qué todo su cuerpo se tensó. Se quedó atrapado en la intensidad de la mirada de esa mujer, su cabello era largo y castaño oscuro, pero sus ojos eran de un color inexplicable.

Había un azul intenso en sus ojos, pero a la vez un gris claro que lo traspasaba como si fueran agujas, mientras una mezcla se fundía en él. Había rabia, por supuesto, impotencia, y mucha testosterona exudando de sus poros.

Zahar, por su parte, sintió una corriente eléctrica recorrer su cuerpo al encontrarse con la mirada penetrante de este hombre, tragó su propia saliva y achicó sus ojos.

Lo había visto innumerables veces en fotos, siempre le pareció un hombre apuesto, pero su presencia, evidentemente, era otra cosa. La autoridad que emanaba, sus ojos de un verde y amarillo intenso bajo su piel morena, destacaban a un hombre que emanaba no solo poder, sino dominio.

Su altura resaltaba la imponencia, y su cuerpo, donde la tela de su traje encajaba en todas sus partes, incluso lo hizo más interesante.

Zahar no se movió un centímetro, pero por dentro, todo en ella se agitó.

No apartó sus ojos, estaba en sus entrenamientos, pero supo que era más por una tensión invisible, que literalmente le había traspasado como la velocidad de la luz. Además, había algo en esos ojos que la hizo sentir desnuda, expuesta ante un poder que no comprendía del todo.

Y fue él el que apartó la mirada de inmediato, y luego volvió a ella con otra muy diferente, esta vez, como si la odiara de toda la vida.

Sanem fue quien rompió el silencio, ella estaba en medio, y juraba que algo había sucedido en sus miradas. Estaba demasiado agitada en el momento, y miró a Kereem, y él a ella.

Notó la transformación en la expresión de su esposo, lo vio cómo se compuso como una roca y asintió para ella.

Como si le dijera: «Todo está bien», pero nada estaba bien.

Ella bajó la mirada a sus propias manos, unas que temblaban ligeramente, y luego volvió a aquella mujer.

—¿Cómo te llamas? —preguntó finalmente mientras su garganta se comprimía. 

Fue hasta ese momento, que Zahar la miró.

—Zahar Olayan, señora —respondió ella con respeto, sin apartar la mirada.

Sanem caminó rápidamente al lado de Kereem, y notó una seguridad extrema en esa chica, que incluso la hizo sentir desprotegida.

No acostumbraba a tocar a Kereem frente a nadie, no estaba en ellos, pero se vio rodeando su cintura, apegándose a él.

—¿Sabes la razón del porqué estás aquí? —Zahar miró a Kereem, y notó su ceño pronunciado, esa primera mirada, ya no estaba en él.

Entonces se fue a Sanem.

—Sí, señora… el señor Malih me ha preparado más de…

—Majestad… —corrigió Malih—. El Emir sabe que he estado buscando y preparando a las candidatas desde hace un tiempo. Al final, Zahar ha dado con las mejores calificaciones.

Sanem se estremeció un poco.

—Malih… déjanos solos un momento… —Malih abrió los ojos, pero no titubeó un segundo ante su orden.

—Estaré en el salón continuo a este…

Ni Kereem ni Sanem afirmaron, y la tensión fue mayor cuando se quedaron los tres.

Como si fueran un triángulo.

Sanem tenía un carbón caliente en la garganta. Lo evidente a los ojos, no necesitaba lupa. Esta chica era hermosa, demasiado para describir, y ella sintió que el aire le faltaba de solo pensarlo. Quería llorar a mares, pero no era el momento.

—Siéntate… —Zahar miró la mesa, y no tardó un segundo en seguir su orden.

Sanem caminó un poco observando a Kereem y a él se le suavizaron los rasgos observando como Sanem estaba muy nerviosa.

—No tienes que decir nada… —Le dijo en susurro—. Podemos tomar la decisión después, o si quieres que se vaya ahora mismo…

Sanem negó. Se sentía demasiado expuesta como para repetir esto de nuevo. Lo que menos quería era un desfile de mujeres como si fuese un concurso.

No repetiría este evento. Nunca.

Caminó sentándose frente a la chica, mientras Kereem se mantuvo de pie.

—Zahar… —Zahar levantó la mirada—. Soy Sanem… la esposa del Emir.

—Lo sé, señora… —La confianza de esta chica, incluso incomodó a Sanem de nuevo.

—Bien… no sé si te explicaron, sobre este acuerdo… Yo…

—Sé cuál es el acuerdo… —Volvió a cortarla y esta vez Kereem caminó en largas zancadas, para ponerse en la punta de la mesa, y poner la palma extendida.

—Déjala hablar… —Zahar volvió sus ojos a él y soltó el aire por su boca.

—Lo siento, majestad…

Sanem pasó un trago y trató de volver a decir:

—No… no quiero ofenderte, Zahar… eres una… mujer joven, muy hermosa, mereces que…

—Sanem… —Kereem llamó su atención, interrumpiendo a su esposa—. Ella dijo saber por qué está aquí… no tienes que darle explicaciones.

Sanem apretó la mandíbula, y Zahar notó como una lágrima se escurrió por su mejilla que rápidamente limpió.

—Te mandaré a preparar una habitación.

Zahar parpadeó varias veces.

—¿Quiere decir que…? —Sanem asintió.

—Sí, te quedarás… pero hablaremos de este asunto más adelante, hoy llega un miembro de nuestra familia, y lo que menos queremos, es hablar sobre el tema.

Zahar asintió.

—Está bien. Haré como digan.

Sanem volvió a recorrer su cara, su sentado perfecto y recto, y solo miró de reojo a su esposo.

Kereem apretó un puño, su cuerpo volvió a sentir la tensión, y observó cómo Sanem se levantó para ordenar que Malih volviera a entrar.

Sin embargo, él no se preparó para que esa mujer lo mirara de nuevo, y aunque no lo vio venir, sintió que su cuerpo reaccionó a esa mirada azul.

Sus ojos recorrieron su cuello fino, el color de su piel era blanca, y cuando subió a su boca, ella la entreabrió como si estuviera controlando el aire con maestría, y por un momento, pudo notar un pequeño temblor en su labio inferior.

Y sí, una punzada dura, seca e insoportable se posicionó en su ingle, y en un parpadeo, pudo ver su mano en su garganta como si fuese una proyección del futuro.

Se sacudió rápidamente.

—Majestad… —miró a Malih—. Tendré unas palabras con ella, y luego la dejaré aquí en definitiva a su merced.

Kereem no afirmó ni negó, pero vio la preocupación de Sanem en sus ojos.

—Todo lo concerniente a ella, es asunto de Sanem, ella tomará las decisiones. Me retiro…

Sanem buscó su mirada, pero Kereem no podía devolvérsela ahora. Se sentía demasiado tenso, y nada más salió, se metió a uno tras otro salón, hasta llegar a la biblioteca.

En largas zancadas llegó a un minibar de whiskys, se sirvió otro trago, lo dejó en la mesa, y luego llevó su mano apretándose duramente su sexo, mientras la agitación lo consumía.

«¡¿Qué mierd@ es esta?!»

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