CAPÍTULO 7

Naim salió del auto cuando casi el sol estaba escondiéndose en ese cielo amplio de su ciudad favorita.

Riad. Su casa y hogar.

Le hizo una seña a Emré, su primo de treinta y cuatro años, y muy amigo de Kereem. Lo habían estado preparando para su nuevo cargo como ministro de exteriores, y había viajado con él, hacia varias ciudades de Arabia Saudita. 

Ambos venían a apoyar a Kereem en todo el cambio de gabinete.

—Nunca deja de robar el aliento… —ambos miraron el palacio alzando la cabeza cuando Emré lo dijo, eran casi las seis de la tarde, y las luces ya se habían encendido, dándole más majestuosidad al palacio.

—Y ahora que estarás más junto a nosotros, no querrás salir.

Emré asintió con una sonrisa.

—Eso lo tengo claro.

—Lleven las bolsas de compras a un salón… —ordenó Naim a unos hombres y luego se adentraron al palacio.

Todos, a excepción de Kereem, debían pasar por una inspección antes de entrar.

—¡Que Alá los bendiga! —Naim sonrió. Por supuesto, su madre, Hurem, había sido la primera en recibirlo.

Besó su mano y luego se apartó para dejar que Emré también la saludara.

—Tía…

En unos minutos se unió Yurem, la primera esposa de Saad, y la madre de Kereem y Janna, que se llevaban apenas tres años de diferencia.

—Bienvenidos… —Naim sentía el mismo respeto por ella, besó su mano, igual que Emré.

En un pitido de grito pequeño, vio a su hermana menor, Bahar, de veintiún años, y la recibió con los brazos abiertos. Ella era literalmente su consentida, a diferencia Kereem y Janna, ellos sí se llevaban una diferencia de nueve años, y eran hermanos de la misma madre y padre.

Luego de eso, se unieron los demás: Janna, con su esposo Jamil, sus dos hijos varones, y finalmente su padre Saad.

El jerarca mayor y anterior jeque de Arabia Saudita.

—Esta familia cada vez es más grande… —Emré señaló la panza de Janna que apenas se notaba y ella le sonrió.

—Pronto seremos más…

Y Naim se puso serio recordando que su hermano tenía algunos problemas con Sanem y sus embarazos.

—Hermano —Kereem entró con en su traje de *Thobe Ramadán.

Se dio un estrecho abrazo con su hermano, y luego se quitó para mirar a su primo Emré que tenía meses que no veía.

—Emré… —Se dieron un abrazo y Emré le palmeó la espalda.

—Me alegra mucho estar aquí…

—Y a mí… —respondió Kereem con una sonrisa palmeándole la mejilla—. Te necesito pronto en mi gabinete o voy a enloquecer…

Naim entregó unos regalos, especialmente a sus pequeños sobrinos, que comprendían la edad de siete y cuatro años, pero frunció el ceño cuando no notó a Sanem presente.

—¿Y la señora de este palacio?

Kereem estaba por decir que se iba a demorar un poco cuando ella apareció de repente.

Estaba reluciente con un vestido nuevo y Kereem notó que se había maquillado más de lo normal.

—Por supuesto, estaba preparando el gran banquete especial para mi familia —La sonrisa de Kereem se extendió al verla, ella invitó a todos a la gran mesa, y se sorprendieron por cómo había preparado todo con detalle.

El comedor era un bullicio total, Naim y Emré estaban contando algunas travesías del viaje, mientras Yurem los miraba con ilusión.

Kereem observaba cómo su padre intercambiaba temas con sus dos esposas, pero él estaba bastante callado, un poco hundido en sus pensamientos.

—¿Estás bien? —La mano de Sanem se posicionó en la suya haciendo que la mirara. Le apretó la mano, quitándola de la mesa, y colocándola debajo, sobre su muslo.

—Estoy bien, pienso en el cambio de gabinete que se avecina en unos días… las amenazas, los problemas del reino, nosotros.

Sanem se tensó un poco, pero le sonrió.

—Disfruta la cena… mañana será otro día.

Kereem vio cómo Sanem se giró y prontamente comenzó una conversación con Janna. Al terminar la cena, hombres y mujeres se apartaron en cada salón, mujeres a tomar té, y hombres alguna bebida, pero su padre se excusó diciendo que estaba bastante agotado, y Jamil también se fue con Janna a la habitación. 

Los niños se habían dormido desde hace una hora.

Naim encendió un puro, y Kereem negó cuando le ofreció uno. Los tres se sentaron en una terraza, mientras el cielo estrellado era perfecto.

—Estás tenso, hermano.

—Muy… —Kereem tomó un trago—. Me urge hacer el cambio de gabinete, no me acostumbro a tener los mismos personajes con los que mi padre trabajaba. No me siento conforme.

—Claro… pero aquí estamos, tu primer ministro, que es tu hermano, y uno de los puestos más importantes, el ministro de exteriores… Emré…

Kereem sonrió. Emré era su primo, pero era literalmente como un hermano también. El padre de Emré, su tío, igualmente estaba en el consejo, y era uno de los que se quedaban.

—¿Sanem y tú están bien? ¿Para cuándo nos sorprenden? —Naim se tensó ante la pregunta de Emré, y miró a Kereem con la mandíbula tensa.

—No te preocupes… —Kereem dejó el vaso en la mesa—. Emré es nuestro hermano, es de confianza —se dirigió a su hermano.

—Lo sé —Naim soltó una bocanada de humo—. Pero sabes que no es mi asunto hablar de temas delicados, menos los tuyos.

Emré frunció el ceño sin entender un poco.

—¿Está todo bien? —él preguntó confundido y Kereem se adelantó.

—Hemos perdido otro bebé… —Emré se puso pálido, y se arrimó para tomar el brazo de Kereem.

—Lo siento, Kereem… sé lo importante que es esto para ti, de hecho, para todos.

Él negó mirándolos a ambos.

No tenía problema en contarles sobre su plan, su nuevo plan que estaba destrozando sus nervios, pero la verdad, es que no quería. No ahora.

Este secreto se mantendría entre él, Malih y Sanem por ahora, esperaba que llegara mañana para idear algo cuando su familia notara a esa mujer en el palacio.

Se despidió de sus hermanos y luego caminó directo a su habitación.

Sanem parecía estar esperándolo, y se giró cuando él entró del todo.

—Quería hablar contigo… ¿Qué le diremos a nuestra familia? —Kereem apretó la mandíbula, y llegó a ella.

Ya no había rastro de maquillaje en su rostro, y rozó sus dedos en su mejilla.

—No le diremos a nadie, mañana cuando nos reunamos con Malih, se lo dejaremos claro. Nadie puede enterarse por ahora de la verdad. No quiero que te sientas avergonzada, y tampoco es un tema fácil de conversar.

Sanem asintió.

—No pude ni decírselo a Janna… no soy capaz.

—No se lo digas…

—Pero, entonces… ¿Cómo podemos mantenerla aquí? ¿Qué diremos sobre ella?

—Estoy pensando… descansemos, mañana será otro día.

Sanem asintió acariciando su mejilla, bajó a su cuello, y luego besó su mandíbula. Kereem tomó su cabello con delicadeza para acariciarlo, y luego se fundió en su boca y en su cuerpo. 

Sanem gimió en su boca y él la abrazó, extendiendo los besos en su rostro, en su cuello y clavícula, dejando que sus gemidos cálidos, invadieran sus oídos.

Con ella se sentía pleno y estaba seguro de que las decisiones que tomaran de ahora en adelante, serían solo para protegerse, solo para protegerse entre los dos, como hasta ahora lo había hecho…

Kereem notó que Sanem estaba dormida en su pecho una hora después y, en medio de que no podía quedarse dormido, salió a la terraza sin hacer ruido.

Desactivó los sensores de luces y encendió un puro mientras miraba la tranquilidad de la madrugada. Todo hasta que achicó sus ojos cuando, en otra terraza más pequeña del palacio, pudo reconocerla.

Zahar estaba pegada a la pared mirando las estrellas, pero lo único que Kereem podía ver en ese momento, era una delicada bata que apenas cubría su cuerpo. Aunque, de todas formas, se podía ver todo de ella…

Y el martilleo golpeó su pelvis, y volvió mucho más fuerte que la primera vez…

*Thobe Ramadán: Bata para hombres que se usa hasta las rodillas, con pantalón.

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