LA AMANTE SECRETA (JUEGOS DE ENGAÑO Y SEDUCCIÓN)
LA AMANTE SECRETA (JUEGOS DE ENGAÑO Y SEDUCCIÓN)
Por: Maria Pulido
CAPÍTULO 1

—Son inversiones importantes, mi señor… a la larga, podemos aliarnos a esas empresas. La monarquía se hace más fuerte con cada inyección de dinero…

Kereem Abdalá, el Emir de Arabia Saudita, asintió y comenzó a leer los documentos.

Sanem estaba a su lado un poco inquieta. Había un poco de sudor en su frente, los síntomas estaban volviendo cuando se colocó la palma en su vientre, y se dobló al sentir un fuerte dolor.

—¿Te encuentras bien? —preguntó en susurro su esposo en susurro, pero ella asintió rápidamente.

—Sí… creo que tengo que retirarme un momento… siento irme de repente.

—Te acompañaré… —Kereem insistió.

—No es necesario… — Ella apretó los dientes de forma ruda, para disimular su dolor, y con permiso de todos los presentes en el escenario, se retiró mientras Kereem quedó un poco preocupado observando su salida repentina.

Sanem casi corrió por los pasillos del gran palacio, pero se detuvo llegando a la entrada de su habitación mientras otro dolor, mucho más fuerte que los anteriores, la sacudió con fuerza.

—¡Ahhh…! —su gemido fue delicado, y justo en ese momento, Tara, su criada personal de confianza, llegó a ella con rapidez.

—Majestad… ¿Qué le ocurre?

—Ayúdame, Tara… entrame a la habitación y cierra las puertas…

Con dificultad, ambas llegaron a la cama, y solo en ese momento, Tara se dio cuenta de que su señora tenía las piernas ensangrentadas.

Así que se puso las manos en la boca.

—No… —Sanem bajó la mirada alzándose el vestido, y sus manos temblaron junto a su mandíbula.

Rápidamente, sus ojos se llenaron de lágrimas, y su pecho comenzó a hipar.

—Déjeme buscar un médico con urgencia… por favor… —Sanem reunió el valor y la tomó del brazo con fuerza, impidiendo que su criada se fuera.

—Llévame a la tina…

Tara la observó con terror, y luego asintió.

Ella la sentó con cuidado, desnudando a su señora, y supo que la cantidad de sangre que estaba fluyendo, era importante. Pronto debía buscar a un médico, y avisarle al Emir.

—¿Ya le había dicho al señor? Quiero decir, ¿qué estaba embarazada…? —Sanem negó.

—No… pero pensé… —Sanem miró a Tara con las lágrimas rodando por su mejilla—. Pensé que esta vez…

Tara bajó la cabeza.

—¿Cómo es posible, Tara…? ¡He perdido cuatro embarazos! ¡Cuatro bebés!

La mandíbula de Sanem tembló significativamente, y un sollozo desgarrador salió de su garganta.

—No lo sabemos hasta que el médico la vea, mi señora… por eso es mejor que lo llame…

—¡Basta, Tara…! —la amargura en la voz de Sanem cada vez era más profunda—. Este es un castigo… pero no sé qué hice en la vida para merecerlo… amo a mi esposo, y soy una mujer correcta… ¿Qué hice, Tara? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

Tara saltó por un momento, pero tenía la confianza necesaria para abrazar a su señora y dejar que llorara en sus brazos por unos minutos.

Sin embargo, su secreto no duró mucho, porque en medio de todo el caos en el baño, Tara se separó de su señora, cuando vio una figura masculina que estaba abriendo la puerta con urgencia.

Sanem se giró de golpe y cubrió su cuerpo, pero para Kereem fue muy notoria la sangre en el agua.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó.

Sanem temblaba en cuerpo completo, el aliento salió de su boca tratando de reprimir sus emociones, pero prontamente se desvaneció…

***

—Lo siento, señor… ella ha perdido al bebé… —Kereem apretó la mandíbula mirando en dirección de la cama, donde Sanem estaba completamente dormida, y ahora estaban pasando un tipo de suero para hidratarla.

—Ya lo sabe… nadie debe saber esto… —El médico asintió con respeto cuando Kereem se lo advirtió, y luego le informó:

—Estamos haciendo todos los exámenes… queremos determinar lo que…

—¡Han hecho miles de exámenes! Esto es de nunca acabar, nunca saben qué es lo que pasa… déjenos solos…

El doctor se retiró de la suite privada, de toda una planta reservada para la realeza, y Kereem esperó que cerrara la puerta, para pasarse la mano por la cara.

Si algo odiaba en este mundo, era ver una lágrima en el rostro de Sanem. Odiaba su sufrimiento y detestaba ver esa cara cuando la miraba, esos ojos que le decían que ella había fracasado, cuando lo único que le importaba era ella.

En pasos largos llegó a su cama y se sentó tomándole la mano para besarla.

No sabía qué estaba pasando, ella se veía cada vez más débil y no había forma de saber el porqué perdía a sus bebes.

Este último, solo lo había descubierto hace unas horas, y estaba seguro de que Sanem se lo había ocultado por temor de que pasara de nuevo.

Él la sintió removerse, y sus ojos se conectaron con ella cuando lo miró.

—Kereem…

—Shuuu… descansa… —ella negó rápidamente.

—¿Qué han dicho? Yo… no te lo pude decir antes… tenía la esperanza… —Kereem acarició su frágil rostro y negó.

—Nada de esto es tu culpa… buscaremos una solución, por ahora, solo me importa que tú estés bien.

Los labios de Sanem temblaron un poco.

—Lo siento… —Y Kereem apretó la mandíbula con impotencia.

—No, nunca… no es tu culpa. ¿Sabes que te amo? ¿Qué eres, la mujer del Emir? Mi mujer… —Kereem intentó sonreír para ella, pero la tristeza en el rostro de Sanem no podía desaparecer.

—¿Qué vamos a hacer, Kereem? Son cuatro… cuatro embarazos fallidos… ¿Y tu reunión? Se supone que debería estar a tu lado apoyándote… era una reunión importante.

Kereem negó todas las veces, apretó su rostro y besó su boca.

—Lo sabes Sanem… y todo el mundo lo sabe. Tú eres lo más importante para mí, y nunca, escúchame bien, nunca nada nos separará, ni esto, ni nada…

Sanem cerró los ojos cuando los labios de Kereem besaron su frente y luego ella tomó su rostro para hacer que la mirara.

—Kereem… creo que es hora…

—¿De qué estás hablando?

—Sabes de lo que hablo… sabes la situación del palacio… tu padre… Arabia…

—Sanem…

—Es hora, Kereem… solo yo sé que me amas, y nada me hará dudar de ello. No hay nada que pueda hacerme dudar de ti… pero es nuestro deber.

—Escucha, cariño…

—Kereem, por favor, escúchame a mí —Kereem frunció el ceño y pasó un trago grueso—. Tenemos diez años juntos… los años más hermosos que he vivido en toda mi vida… tengo treinta, y…

—Y eres demasiado joven… —él la interrumpió.

—Y no quiero ver, ni sentir que pierdo otro bebé… —continuó Sanem—. Yo me moriría del dolor… y creo que no puedo soportarlo más… —A Kereem le ardieron los ojos—. Debemos buscar otra esposa para ti, amor… es lo que tenemos que hacer…

—No… —Kereem arrojó las palabras como si fueran de hierro—. Escúchame bien, Sanem, yo nunca tendré una segunda esposa, y no pienso cambiar de opinión, jamás… eres y serás la única esposa del Emir de Arabia Saudí, y es mi última palabra…

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