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Capítulo 2: La mentira más grande del mundo

Estamos con Isabella en el estudio de trabajo que usamos para nuestras cosas de artes mi padre, mi madre y yo. Es una excelente alumna, aprende rápido y además tiene iniciativa propia. Yo estoy terminando una pintura, que es precisamente de ella trabajando en el busto, se me hace de lo más adorable verla con el ceño fruncido, la trompa estirada y muy concentrada.

Llaman a la puerta, se asoma Hellen y sonríe al ver a su hija haciendo su tarea.

—Joven, disculpe que lo interrumpa, pero una muchacha lo busca en la sala.

—¿Muchacha? ¿Quién?

—Me dijo que se llama Mariela y que necesita hablar con usted lo antes posible.

—¡¿Mariela?! —digo saltando de la silla, sin poder evitar que caiga con un estruendo sordo.

Salgo de allí hecho una furia, porque le dejé claro que no quería nada con ella, ni siquiera en la universidad le he dirigido la mirada, nada. Llego a la sala, con las manos en los bolsillos, mi expresión de odio sin reservas y la voz gélida.

—¿Qué haces aquí? ¿Acaso no dejé claro que no quería verte?

—Lorenzo, llevo tiempo tratando de hablar contigo, pero no me has dejado explicarte…

—¿Qué quieres explicarme? ¿Por qué me drogaste? Mejor vete, porque no te quiero aquí.

—Hijo, ¿ya terminaste con Isabella? Necesito que me ayudes con… —mi madre se detiene en seco cuando me ve, seguro que sabe no estoy contento, mira a Mariela y enseguida se para mi lado—. ¿Y ella?

—Una mujer que se irá ahora si no quiere verme enojado —siseo.

—No, soy la mujer que te dará un hijo —esas palabras son como una bofetada, doy dos pasos a ella y no puedo acercarme más porque mi madre me detiene, pero ella toma mi lugar. No puedo verla, pero me la imagino mirándola como si quisiera conocerle la vida entera.

—¿Dices que estás embarazada de mi hijo?

—Sí, estoy esperando un hijo de Lorenzo y él no ha querido escucharme para decírselo, por eso yo…

—¿Cuánto tiempo tienes? —la interrumpe mi madre y ella se pone nerviosa.

—On-once semanas.

—Guau… es mucho, casi tres meses —mi madre la mira de pies a cabeza y sé que en su mente hay algo dando vueltas, pero yo le disipo las dudas.

—No es mío —mi madre me mira, no muestro ni una pizca de duda en mi respuesta. Yo sé que no es mío, si es que está embarazada.

—¡Claro que es tuyo! ¡¿Quieres insinuar que soy una cualquiera?! —dice llorando y cubriéndose el rostro.

—No es mío, es imposible.

—Tuviste sexo, ¿verdad? —me dice mi madre y yo asiento—. Supongo que con protección —vuelvo a asentir y ella suspira—. Pero sabes que falla, tu hermano es la muestra de ello.

—Sí, pero dime, yo dejé de tener intimidad con ella desde que conocí a Aurora, saca tus cuentas.

Mi madre entrecierra los ojos, sé que está sacando sus cuentas y luego mira a Mariela, pero el tono que usa nunca se lo oí antes.

—Mira, Mariela, soy una mujer muy cariñosa, amorosa y que atiende bien a los extraños en mi casa, solo por eso, te daré la oportunidad de salir de aquí por tus medios o el medio seré yo… —y su voz se vuelve más temible—. Y créeme, no quieres que lo haga yo.

—¡Pero…!

—¡¡Pero nada!! —retumba la voz grave de mi madre, como su estuviera poseída por una bruja malévola y es mejor que nunca sepa la comparación que acabo de hacer en mi mente—. Sal de aquí ahora, o te haré conocer el infierno, muchachita… si estás embarazada, que lo dudo, ve a buscar a los otros con los que te revolcaste.

—¡Por supuesto que estoy embarazada!

—Aquí donde me ves toda estupenda, tuve cinco embarazos… y tú no estás embarazada ni del espíritu santo.

Mariela abre mucho los ojos y comienza a caminar a la salida, se voltea a verme, me mira con odio y me dice.

—Te juro que te arrepentirás de haberme rechazado —mi madre se acerca a ella y le dice con el mismo tono.

—Y yo te juro que te arrepentirás de haber amenazado a mi hijo, perra.

La toma por el cabello, haciendo que Mariela chille, yo trato de acercarme para separarla de ella, pero mi padre llega y niega con la cabeza, se queda viendo la escena divertido y con los brazos cruzados.

—¡¿No harás nada?! ¡Podría estar embarazada!

—Y ni siquiera eso detuvo a tu madre… debió hacer algo muy mal.

—Quiso decir que tendría un hijo mío y me amenazó.

—Si no fuera un caballero, también le estaría dando su merecido —lo miro con la boca abierta y él sonríe nada más—. Nadie se mete con la familia, eso lo sabes.

Se va, mientras yo quiero pensar que mi madre sigue siendo aquella mujer delicada, amable y que se podría romper si alguien le grita. Cuando la veo entrar, lleva la sonrisa más llena de satisfacción que le he visto en mucho tiempo, se acerca a mí y me mira con el ceño fruncido.

—Espero que desde ahora mantengas esa cosa en tus pantalones, porque a la próxima no tendrás tanta suerte y aunque no sea tuyo, te obligaré a casarte, ¿entendido?

—Sí, mami —le doy un beso como cuando era pequeño y hacía travesuras, para luego irme al estudio.

Hellen está allí, mirando a su hija trabajar, al verme se acerca y me abraza.

—Gracias por ayudarla, esta noche te haré de cenar tu comida favorita.

—Con mucha crema, por favor —le doy otro beso a ella, como cuando me daba más postre y se va riendo.

—¿Yo también me ganaré un beso por ser buena estudiante? —me dice Isabella y me sorprendo.

—No —me ve con tristeza, me acerco a ella y le doy un beso en cada mejilla—. Uno por ser buena estudiante y el otro por ser una buena hija —le revuelvo el cabello, para después irme con lo mío—. Nunca te olvides, que las madres siempre tienen la razón.

—Eso ya lo sabía, recuerda… lo aprendí con eso del karma.

Y con esas palabras me quedo pensando en mí.

Desde los quince años he despreciado y jugado con muchas chicas, incluso algunas que estaban interesadas en Alex. Si eso es cierto, tendré mucho que pagar, que sufrir y me da miedo. Tal vez lo mejor será no volver a fijarme en nadie más, tratar de ser bueno y…

—Parezco niño esperando navidad —susurro.

—No eres un niño —me dice Isabella, sin quitar su atención a su trabajo—, pero pareces uno que espera Halloween… tienes una cara del terror.

Solo puedo reírme, porque esta niña es demasiado ocurrente.

Las horas se van pasando como si nada, para cuando casi es de noche, Isabella da un bostezo, pero se aleja de su obra y sonríe satisfecha.

—Lo terminé… creo que me quedó bien, solo tengo que esperar a que se seque.

—Podemos colocarlo en el horno, lo calentamos y lo dejamos allí para que pierda la humedad —le digo revolviéndole el cabello—, verás que para el lunes estará perfecto.

—Gracias, en verdad fue lindo lo que hiciste por mí hoy.

Isabella me abraza y sale de allí entusiasmada, yo tomo su trabajo y me doy cuenta que es en verdad muy bueno, esta niña tiene…

—¡Tiene talento para la escultura! —me quedo con la boca abierta por dos razones, una porque es realmente perfecto, con cada detalle del rostro, y la otra… es que soy yo.

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