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JAZMINES EN EL MAR
JAZMINES EN EL MAR
Por: Caroline Rose
CAPÍTULO 1 EL PRIMER ENCUENTRO… ES TERRIBLE

VERACRUZ 1942

JENNIE

A inicios de verano hay una fiesta celebrada en el puerto. Muchos jóvenes asisten a ella con la determinación de conocer a su futuro … infelices para siempre.

Ah, ¿Por qué tenemos que soportar esto?

Las mujeres aquí parece que solo tenemos cuatro etapas en el desarrollo: nacemos, nos preparamos para el matrimonio, sucede y mueres.

Crecí en una buyuhan gajog o como se dice por aquí, familia acomodada, descendientes de migrantes asiáticos, cuyos primeros ancestros datan de 1810, más o menos.

La verdad es que no me interesa tanto la historia familiar y tampoco mi ardua instrucción por demanda nupcial, qué pésimo.

—Jennie, ven aquí—me llamó mi hermana mayor—¿Por qué no te has vestido?

—No quiero ir—gruñí, arrastrándome debajo de mi cama.

—Por dios, Jen—entró de lleno a mi habitación y tiró de mi pie arrastrándome por la alfombra—, deja ese viejo diario y vístete porque debemos irnos.

—No quiero ir a pasearme como una res en venta.

—¿Ese vocabulario tuyo nunca va a mejorar? —tiró de nuevo de mí.

—Déjame—protesté—, tú no eres mi mamá.

—Deja de comportarte como una niña—enfurruñada, soltó mi pie. Fue directo a mi armario—¿Qué haces? —comenzó a revolver entre mi ropa—¡Shinae, no quiero ir!

Extrajo mi vestido púrpura.

—Este estará bien—luego rebuscó mis guantes.

—¿Y si fingimos que estoy enferma?

—Jen, no puedes evitarlo para siempre, ya tienes diecisiete, debiste haber comenzado a ir desde los quince.

—¿Y ahora estaría como tú?

Refunfuñé, mi hermana mayor, me miró con compasión.

—Debemos hacerlo—explicó—, sabes perfectamente que no tenemos una posición sólida aquí.

Se acercó para alentarme, a quitar a empujones mi ropa, me deshice de sus manos, solita comencé a ponerme la ropa.

—¿Por qué papá nunca ha pensado en regresar?

—No tenemos nada en Corea—sentenció mi hermana—, lo único que tenemos está aquí. Tenemos la responsabilidad de proteger a la familia—me tomó del rostro—, sé que es duro, pero, si esto es lo mejor que podemos hacer, entonces no nos queda más que hacerlo.

Se alejó de mí, sacó mi abrigo a juego.

—No te tardes, o papá va a subir por ti.

—Sí, sí.

Enfurruñada me cepillé el cabello, usé el spray e intenté darle forma. Acomodé las medias y me enfundé en las estorbosas zapatillas.

Bajé al recibidor

—Ah, al fin—expresó mi madre—. Quita esa cara, cielo, no vas a un funeral.

—Si voy, a una muerte tortuosa y lenta.

—Pues esa muerte lenta, como dices—estiró mi padre—. Nos dará una posición más firme, intenta conocerlo en este evento.

—Conocerlo o no, el final será el mismo—me coloqué el abrigo a tirones—. Estoy lista para enfrentar la batalla.

Vi como los tres negaron con la cabeza.

El asunto es que, la familia Kim, es descendiente de inmigrantes coreanos. Desde pequeñas, a mis hermanas y a mí, nos han relatado la historia de nuestra familia; pero, casi, nunca presto atención.

Sé que los abuelos llegaron a las costas Veracruzanas en 1880, también sé que, la suerte, estuvo demasiado de su lado cuando los aliados exportadores hubiesen sido vencidos y solo quedaron tres familias importantes de coreanos en Veracruz.

Los Moon: que son auténticos textileros.

Los Park: que tienen un hacendado de henequén.

Y nosotros, los Kim: expertos en la industria petrolera.

Mis abuelos no eran simples jornaleros, debido a las repercusiones del país del que provenían tuvieron que migrar hacia México con todo y su industria petrolera y se asentaron aquí, en el bello puerto de Veracruz. Mi abuelo tuvo que codearse con el poder mexicano para poder quedarse aquí. Con el tiempo fuimos aceptados, ahora pertenecemos a una de las familias respetadas del puerto.

Sin embargo, lo que no me agrada para nada, es que, para continuar con nuestro estatus, tenemos que mezclarnos con otras familias prestigiosas del puerto. Para resumir, poder con poder.

Las mejores familias del puerto son los Marinos.

En el caso de mi hermana, está comprometida con un tal Fernando Villa Palma, un teniente de corbeta que pretende subir para ser alférez.

Ha venido a la casa para sus citas familiares, siempre está diciendo tonterías, cada que viene a la casa, se pavonea con su uniforme blanco, demasiado reluciente.

Yo solo me dedico a observarlos desde la campanela, viéndolos paseando por el jardín, mientras que Eunjoo se cuelga de mi falda para verlos.

Hoy no es la excepción, Lupe (la mujer de servicio) abrió la puerta de la entrada, dejando ver al Fernando relamido hacer su entrada. Lo veo, apachurrada, dar los saludos respetables a sus futuros suegros (mis padres), le tiende a Shinae un ramo de margaritas y ella las acepta gustosa.

Por mi lado, estoy recargada en la pared de la entrada, Eunjoo hace su aparición, de nuevo, metiéndose tras mis faldas y asomando la naricita para ver la escena.

—Me da náuseas—le dije a mi hermana menor—¿A ti no?

Ella me miró con sus pequeñitos ojos y luego miró la escena; solo suspiró.

Ya tiene seis años, pero apenas y puede pronunciar palabras, no es que no sepa hablar, hace dos años hablaba demasiado, pero, un día se cayó de boca y desde ahí tiene mucho cuidado en volver a correr o hablar demasiado.

—Mira lo que te traje Joo—dijo Fernando hacia mi hermanita, tendiéndole una paleta enorme de colores, Eunjoo se hundió más tras de mí—. Anda, tómalo, te lo manda Octavio—su hermano, que tenía ocho años.

Eunjoo estiró su manita, le arrebató la paleta y volvió a meterse tras de mí.

—Da gracias, Eunjoo—le orilló mi madre.

—Gracias.

Fernando le sonrió y luego a mí.

—Jennie.

—Fernando.

Mi casi cuñado, carraspeó.

—Bien, es hora de irse—instó mi padre—. No olviden regresar a las diez.

—Nueve—repliqué.

—Diez.

Fernando y Shinae salieron primero, sé que para ellos era incómodo tenerme de chaperón, no es por el hecho de llevar a la hermana, sino que, tal vez, no soy del mismo ambiente que ellos.

Es la primera vez que voy a una tertulia, a buscar a mi futuro marido, un tal Gabriel, con su apellido pomposo; Víctor Gabriel Salazar de la Rosa. No sabía mucho sobre él, más que su padre era el alférez Eulalio de la Rosa Villa Señor. ¿Por qué se empeñaban en poner apellidos tan largos? De solo saber que mi nombre cambiaría así…

—Jen—me trajo mi hermana al presente—. Recuerda no bailar con cualquiera, hasta que el teniente aparezca.

Fernando se rio fuerte al ver mi expresión de desagrado.

—Tranquila, Jen—me irrité más, nunca le di permiso para que acortara mi nombre—, mi amigo no es tan feo.

—¿Al menos tiene conversación?

—Pues verás—se rascó la mejilla—, no tiene cerebro de medusa.

El auto nos dejó frente al salón de baile, este salón era popular por dar una espléndida vista a la costa.

Fernando, tan caballeroso, ayudó a salir a mi hermana y luego a mí. Jóvenes de nuestras edades también entraban animados a la gran tertulia, esto no es más que una cacería de novias.

Shinae me tomó del brazo.

—Ni lo sueñes, Jen—me arrastró hacia dentro.

Decaí, ¿soñar? ¿Soñar en qué?

Dimos nuestros abrigos y nos abrimos paso entre tantos jóvenes, había música, sodas y cigarrillos. Fuimos a una mesa, saludaron a sus conocidos, de quienes no tenía idea y luego se fueron a bailar.

Y entonces, mi “cita” nunca llegó, una cosa es esperar solo unos cinco minutos, pero, el baile comenzó y muchas canciones pasaron, así, mi paciencia estaba al límite.

Quién sea que fuese mi futuro esposo, era un maleducado, luego me estremecí, ¿y si es un hombre malo?

Shinae ha tenido suerte, a Fernando le gustó desde el instante en que la vio ¿Cuántas mujeres tienen la misma suerte?

Me enfurruñé en mi asiento, había unos tipos que se acercaban a mí para bailar, pero les hablaba en coreano para que se fueran.

—¿Qué nadie aquí puede conseguir una soda? —casi grito, pero nadie se dio cuenta—. Esto es racismo—mascullé.

Por mucho que todos fueran hijos de buenas familias, no tenían nada de modales. Molesta y atosigada por tanta gente, salí de ese lugar a respirar aire puro.

El salón tenía una terraza, a la cual se podía acceder por una puerta de hierro, sorteé entre la muchedumbre y di con la puerta, la abrí y salí. El viento me azotó el rostro enseguida, la brisa marina me cubrió los brazos y el cuello, qué lindo.

Estiré mis brazos y tomé todo el aire que podía, desde aquí podía ver el azote de las olas entre las rocas, abajo, no muy lejos, estaba la playa.

La división del cielo y el mar, a esta hora del crepúsculo, era casi imperceptible, si no fuese por las estrellas… era la diferencia del cielo.

Tengo que esperarme hasta que den las diez de la noche para irme de este infierno, al menos tengo esta vista.

—¿Aburrida?

Di un salto por el susto.

Había un chico del otro lado del barandal, tendido, fumando un cigarrillo, me miraba entrecerrando los ojos, como receloso.

—Solo continúa fumando—dije mordaz, así no tendría que lidiar con él.

No respondió ante mi comentario, dejé de mirarlo y me replegué en el otro extremo del barandal, continué contemplando el firmamento.

¿Qué pensará mi padre en cuanto le diga que mi “prometido” nunca había llegado?

Además, ¿Qué le hubiese pasado si aparecía? Me irritaba el solo pensar en que tenía que pasar tiempo con ese tipo.

Me recargué en el barandal, apesadumbrada, ahora mismo podría continuar mi diario para reprochar todo lo que ha sucedido en el día.

Miré hacia el lado de la playa, ¿y si bajo un momento?, al menos así podría jugar en la arena hasta que mi hermana terminara de divertirse con Fernando y sus amigos.

Me erguí para dar media vuelta hacia la puerta, tiré de ella, pero no se abrió, volví a tirar, pero nada que se movía, ¿me quedé encerrada?

Volví a tirar con más fuerza, no puede ser. Retrocedí para pensar, ¿si grito me escucharán?

Miré hacia abajo… bueno, la caída podría ser de dos metros, además es sobre arena, ¿Cómo me sostendré?

Aunque no tengo que tener ningún raspón.

—Ya está—dijo a mis espaldas.

De nuevo me sobresalté, el chico estaba a mi lado, había abierto la puerta.

—Solo tenías que empujarla—explicó con total calma.

Los colores inundaron mi rostro, tenía una ligera sonrisa en la cara.

Lo miré sagaz.

—¿Está burlándose de mí?

—Jamás haría eso, señorita…

—No tiene por qué saber mi nombre—me volví hacia la puerta, pero él obstruía el paso—. Le pido que se haga a un lado.

—Un por favor y gracias no le vendrían mal.

Arquee una ceja.

—¿Ahora me dará clases educativas?

Él se rio con ganas.

—Es lo que le hace falta—contestó, respingué—. Deje de arrugar esa frente—estiró la mano para dar un toquecito en mi frente— que se pondrá viejita muy pronto.

Le di un manotazo.

—No se atreva a tocarme, ¿no se hará a un lado?

Ahora se recargó entre la puerta con los brazos cruzados.

—Ahora mismo, no se me da la gana, fíjate.

—Ah—exclamé acercándome a él intentando suavizar mi expresión, él se irguió un poco nervioso—¿Cuál es su nombre?

—Dime Gabo.

—Bueno, Gabo—estuve lo suficientemente cerquita, impulsé mi pie para clavarle el tacón en el pie—Te lo dije una vez.

—¡Ah!

Me escabullí hacia adentro.

Oh, dios, ¿Dónde está mi hermana?, miré hacia atrás para saber si ese chico estaba tras de mí, pero no fue el caso. Bien, ojalá y se quede ahí.

Fui hacia la mesa en donde estaban.

—Jen ¿Dónde estabas?

—Solo tomé un poco de aire.

—Oye Jen, disculpa a mi amigo, no sé qué le pasó, él siempre es puntual.

—No me interesa—refunfuñé—¿puedo obtener mi soda?

Shinae y Fernando se miraron mutuamente, pero eso encendió más mi enojo, ¿acaso me tenían lástima porque mi futuro prometido me dejó plantada?

Al final obtuve mi soda, así que estaba feliz bebiéndola.

Shinae y Fernando siguieron bailando y su grupo de amigos intentaban ser empatizar conmigo, escuché que unos cuantos dijeron que querían bajar a la playa un rato.

—¡Voy con ustedes! —así podía alejarme de aquí, y dado que el grupo era de chicos y chicas no me pareció mala idea, Shinae no se opuso y me dejó ir.

Seguí al grupo, calle abajo hasta llegar a la playa, me quité mis zapatillas para caminar descalza y varias chicas hicieron lo mismo, estaban charlando entre ellos y haciéndose bromas.

—¡Mira, ahí está Gabo! —exclamó una de ellas—¡Gabo! —le gritó al chico a lo lejos, estaba sentado en la arena mirando las olas, este volteó hacia nosotros.

Hay no, era el mismo de la terraza.

Me eché hacia atrás del grupo mientras se aproximaban hacia el tal Gabo.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó él con algo de molestia en la voz.

—Estamos divirtiéndonos un rato—le contestó un chico—, quizá nos metamos al mar un momento—ese mismo chico tomó a una de las chicas e hizo como que la empujaba, ella entre risas y chillidos se escapó de él.

¿Qué estoy haciendo aquí con ellos?

Comencé a alejarme mientras estaban acaparando la atención del tal Gabo. Me alegraba que no fui de su interés.

—¿Aburrida?

Estiré mi brazo con las zapatillas en un intento de defensa, golpeando al de la pregunta.

—Cielos, me sorprendió—miré hacia atrás ¿Cómo?, los chicos estaban atrás alejándose más divirtiéndose, mientras Gabo se sobaba su estómago—¿Qué hace aquí?

—No puedo dejar sola a una señorita ¿Qué no viene con ellos?

—Puedo regresar sola—seguí caminado.

—Entonces caminaré en su dirección.

Brusca, me volví.

—Deje de seguirme, porque si no, puedo gritar.

—No intento hacer nada mal—levantó las manos en paz—. Lo juro, pero… esta zona está algo oscura y solitaria.

—Me defiendo sola.

—No lo dudo, además, debo decir que mi pie ahora está muy adolorido y necesita de ciertos cuidados.

—Ah, ya—tomé mi bolso—, si lo que necesita es dinero… tome, cómprese algo y desaparezca de mi vista.

Él miró el dinero extendido y luego sonrió burlón.

—Guarde ese dinero, señorita, que alguien puede robárselo.

—Es para que deje de molestarme.

Resopló.

—Hagamos algo, déjeme acompañarla de regreso al salón y le prometo que no volveré a aparecer frente a usted.

—Es una buena oferta— guardé mi dinero.

—Entonces, ¿me dejará saber su nombre?

Lo pensé, al final es la última vez que lo veo, y ya sé su nombre.

—Jen—dije simple.

—Jen—cabeceó—¿Jennifer? ¿Jena? ¿Jenara?

—Jennie.

—Ah, Jennie, es lindo.

—¿Por qué estaba en el salón? —me atreví a preguntar.

—Bueno, quizá por la misma situación que estaba usted.

—No lo creo—recriminé—, ¿a usted lo dejaron plantado?

—¿Su novio le hizo tal desaire?

—Si—confesé.

—Qué mal hombre, no, ese no es hombre, es un pelado cobarde, es mejor que se busque a un buen hombre, Jen.

—En este mundo, no creo que existan los buenos hombres.

—Oh, pero, eso me ofende.

—Como ve, no estamos en la misma situación—continué, ignorando su ofensa—. Mi padre sabrá de tal… ofensa y seguramente buscará a alguien más.

—¿Su padre le buscó novio?

Apreté los labios.

—Si—contesté.

—No creo que sea incapaz de encontrar novio por su cuenta, Jen.

—Eso no importa, si por mí fuera jamás me casaría…

—Pero tiene que hacerlo.

—Sí.

—En eso… creo que tenemos algo en común—llegamos hasta la entrada del salón—. Bueno, Jen—me tomó de la mano, iba a retirarla, pero me aferró, se inclinó para besarme el dorso—, ha sido un extraordinario honor el conocerla.

—Difiero en ello—iba a darme la vuelta para entrar, pero me detuve, al final, no lo volvería a ver—. Gracias.

.

.

.

Cuando mi padre supo sobre lo sucedido con mi “prometido”, dijo que todo tenía explicación. Mandaron llamarlo en el cuartel, pero que en dos días vendría a casa para cenar, mi prometido y su padre.

Shinae y mi madre estuvieron vueltas locas buscando el vestido perfecto para ponerme, mientras que Eunjoo y yo nos escondimos debajo de la cama.

Se preparó un festín, la casa estuvo vuelta loca estos dos días, pues el alférez y su hijo vendrían.

¿Qué de importante tienen?

 Un vestido rosa de doble capa, mi madre estuvo ansiosa en peinarme, Shinae me prestó su medalla de la virgen de Guadalupe, Eunjoo me miraba a través del espejo, sentada sobre su oso de peluche.

Quisiera volver a tener su edad.

Para cuando fue la hora de la cena, esperamos la llegada de los refifi.

La campana de la entrada sonó y Lupe salió corriendo para abrir.

—Levántate—me pellizcó mamá—, y sonríe un poco.

—Me levanto, pero no quiero sonreír.

—Muy buenas noches—se quitó el sombrero, la potente voz de un hombre viejo resonó por el pasillo, tenía puesto su uniforme blanco, sobre el pecho le colgaban bastantes medallas—, es un gusto verlo de nuevo señor Kim.

—Buenas noches, alférez.

—Por favor—se rio bonachón—, llámeme Lalo, ya que pronto seremos familia—Lalo reparó en mí.

De pronto, tras él, llegó el prometido, luciendo su uniforme, apenas medio rostro se le veía por el gorro.

—Entonces es ella la afortunada—Lalo me continuó mirando, apremiando lo que veía—, señorita…

—Don Lalo, le presento a mi hija, Jennie Kim.

Entonces el prometido se quitó el gorro, devolviéndome la mirada.

—¿Jen? —exclamó sorprendido.

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