CAPÍTULO 38 AL FIN, PARA SIEMPRE

GABRIEL

Sentí una pata peluda en mi nariz, luego unos lengüetazos en la mejilla, luego un mordisco en la nariz.

Me enderecé en chinga.

—¡Hay, pinche gato! —me dolió.

Gabo saltó de la cama y maulló con fuerza, me percaté entonces del estridente sonido de mi celular, metí la mano debajo de la almohada, era una llamada de Berenice, tan temprano.

Seis de la mañana.

—¿Si? —mi voz sonó rasposa.

—Hoy es el gran día, pececito, levántate y comienza a arreglarte.

El final de mis días es hoy.

La boda comenzaba a las doce.

—Sí, ya voy.

—Está bien, te dejo, te veré en la iglesia a las doce.

Lancé el celular lejos de mí y volví a recostarme, Gabo saltó a la cama y se enroscó cerca de mi pecho. S&iacut

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