El sol brillaba en lo alto, tal como una moneda brillante; Sascha contemplaba el reflejo dorado en las aguas del río. La comitiva se había detenido tras dos horas de cabalgata bajo el intenso sol. Los caballos pastaban y bebían del río. A su alrededor, Sascha pudo ver a los soldados compartiendo bocadillos entre ellos, conversando y soltando una que otra meada detrás de los árboles. Sascha se retiró las zapatillas y movió sus agarrotados dedos. Era un alivió poder mover libremente los dedos, las zapatillas eran bonitas, pero incómodas y hacían que le sudarán los pies. El carruaje en el que viajaba era una comodidad que solo ella y su hermana mayor, Ivanna, podían disfrutar. Sascha se removió en su asiento, volvió la mirada hacia Ivanna y comprobó que seguía dormida. Con mucho cuidado pasó junto a su hermana y abrió la puerta del carruaje. Ivanna se removió un poco pero no llegó a despertarse. Sascha pisó con cuidado los escalones de madera, cerró la puerta y caminó hasta el borde del río.
— ¡¿Qué haces, jovencita?! — Sascha giró la cabeza sobre los hombros y vio a Madame Fritz, la institutriz, caminar hacia ella. La chica se retiró rápidamente las calcetas y sumergió sus pies en el agua fría. La sensación fue tan refrescante que por un momento no le importó en lo absoluto tener que afrontar los reclamos de Madame Fritz.
—¡Princesa! — gritó Madame Fritz a sus espaldas. Sascha se volvió a mirarla y esbozó una sonrisa. Madame Fritz era una mujer implacable y dura en cuanto a la disciplina y se tomaba muy enserio su rol como institutriz de las jóvenes princesas, pero Sascha había descubierto que, muy de vez en cuando, Madame Fritz era capaz de sonreír e incluso de soltar alguna carcajada. De hecho, últimamente era lo que la institutriz hacía cada que Sascha hacía alguna travesura que ella desaprobaba en el pasado, cuando recién había sido llevada a la corte para hacerse cargo de su educación.
— ¿Se puede saber qué hace princesa? — preguntó Madame Fritz con las manos en la cintura y el ceño fruncido.
— Refresco mis pies, Madame — respondió Sascha mientras agitaba los pies dentro del agua.
— Princesa, usted sabe bien que no debe bajar del carruaje, estos caminos son peligrosos.
— Lo sé Madame y le suplicó me perdoné, pero las zapatillas me estaban matando y pensé que sería buena idea sumergir mis pies en el agua. Además, adentro hace demasiado calor…
— Disculpe, Madame, Princesa… — dijo de pronto la voz del capitán a cargo de la comitiva. Sascha miró sobre sus hombros sin dejar de chapotear en las aguas del río y vio al hombre parado junto a Madame Fritz, con el yelmo en la mano y el jubón dorado reflejando como un espejo la intensa luz del sol.
— … Es momento de seguir adelante, debemos llegar a las tierras del Valle Verde antes del atardecer.
— Enseguida Capitán — dijo Madame Fritz.
El capitán hizo una reverencia y se retiró a dar instrucciones y ayudar a sus hombres a reunir de nuevo a los caballos.Sascha estaba colocándose de nuevo las largas calcetas blancas, había creído que Madame Fritz no le recordaría esta vez su deber para con la corona, pero estaba equivocada.
— Espero que sea usted muy consciente de que pronto será toda una mujer, princesa.
Sascha no alzó la mirada; deslizaba muy lentamente las calcetas en sus esbeltas piernas como si aquello pudiera darle el tiempo suficiente para que su madre y el abuelo de su prometido, prometido a quien ni siquiera conocía, de cambiar de parecer respecto a la boda.
— ¿Princesa? — la voz de Madame Fritz era dura e impaciente.
— La he escuchado la primera vez, Madame. — atajó Sascha poniéndose en pie. Sascha hubiera querido pasar más tiempo junto al río, quizá hasta sumergirse en sus aguas y jugar con Ivanna una última vez, pues sabía que en cuanto cruzara las tierras del Valle Verde no volvería a ser una niña nunca más.
— ¿Y bien? — apuró Madame Fritz mientras un joven soldado le tendía las riendas de su yegua.
Sascha suspiró cansinamente.
— Mis deberes con la corona, ya lo sé Madame. Debo ir a Valle Verde a casarme con el heredero del rey, ser una buena esposa, darle muchos niños valientes y niñas tontas que obedezcan en todo a sus futuros esposos y … — Sascha se interrumpió de pronto, muy tarde se dio cuenta de lo que había dicho. Había pensado en voz alta. Madame Fritz no dijo nada durante un momento, quizá deseando que la princesa continuara hablando de lo que en realidad pensaba sobre su enlace matrimonial y así poder reprenderla con la misma severidad con la que solía hacerlo cuando Sascha no era más que una niña pequeña.
Sascha no dijo nada más y se dirigió de nuevo al carruaje sintiendo los implacables ojos de Madame Fritz clavados en su espalda.
La comitiva finalmente reanudó la marcha, el capitán y sus hombres más fuertes y valientes iban por delante. Madame Fritz, el embajador y las damas de la princesa Sascha cabalgaban inmediatamente detrás de los soldados. En el medio de la formación iba el carruaje en el que viajaban las dos princesas e inmediatamente detrás, una decena de soldados cerraban el paso de la comitiva real hacia Valle Verde.
— ¿Estas asustada? — preguntó Ivanna a su hermana.
Sascha se limitó a resoplar contra la ventana, ni ella misma sabía cómo se sentía ante la idea de contraer matrimonio a los 15 años, todo lo que sabía era lo que su madre le había dicho antes de partir: “Sascha, mi amor, un día serás una gran reina, una gran madre. Haz feliz a tu marido y nunca tendrás ningún problema. Sé que no es lo que deseas, pero somos mujeres y es a lo más que podemos aspirar”
— Dicen que Valle Verde es un lugar muy hermoso — dijo Ivanna sin mucho entusiasmo.
Sascha la miró y se preguntó si su hermana sentiría lo mismo que ella. ¿Estaría asustada? ¿Emocionada?
— ¿Te casaras con el rey? — preguntó Sascha en apenas un murmullo, pues no deseaba que su conversación pudiera ser escuchada por Madame Fritz o alguien más de la comitiva.
Ahora fue Ivanna la que resoplo. Miró a su hermana y Sascha pudo ver en sus ojos resignación y tristeza más que miedo o emoción.
— Nuestra madre me envía para que el rey me conozca — dijo al fin — Yo no soy parte de la alianza, pero si mi madre consiguiera que le agradara al rey, la posición de nuestro reino se fortalecería aún más.
— ¿También tienes miedo?, ¿verdad? — Sascha miraba fijamente a su hermana, había estado tan sumida en sus propios pensamientos y temores que no había tenido tiempo para reparar en que su hermana quizá se enfrentaría a un destino peor que el suyo. Casarse con un joven príncipe de casi su misma edad no era tan malo si se comparaba con la posibilidad que tenía Ivanna de casarse con el viejo rey de Valle Verde.
— Miedo no — respondió Ivanna tratando de parecer optimista — El rey es tan viejo que en nuestra noche de bodas podría morir de un infarto antes de arrancarme la virginidad.
Sascha sonrío. Ivanna la imitó.
— ¿Entonces? — la apremió Sascha
— Lo peor de venir aquí es que tuve que renunciar al amor. En nuestro hogar había un chico con el que solía verme a escondidas…
— ¡Por Dios! — gritó Sascha
— Cállate nos van a oír — dijo Ivanna con una sonrisa que rápidamente desapareció.
— Lo siento, continúa…
— No hay nada más que contar, hermanita. Ese chico es solo un campesino, su padre tiene una pequeña granja en la que cría animales de corral y gana dinero suficiente para mantener una familia numerosa con diez hijos, pero no lo suficiente para comprar la mano de una princesa ¿Entiendes?
Sascha asintió con la cabeza.
— Él y yo nos enamoramos, y me besó una sola vez, pero sabes, fue un beso tan dulce, inocente y sincero que después de eso hubiera querido huir con él sin importarme las consecuencias. Sin importarme nada.
— ¿Por qué no lo hiciste? — preguntó Sascha
— Sascha ¡Por Dios! Eso no se puede, mamá tiene razón cuando dice que las mujeres solo podemos aspirar a tener hijos que nos amen y nos sean agradecidos cuando seamos viejas. Date cuenta la suerte que tienes, tu príncipe es joven y con el tiempo puedes enamorarte de él, en cambio si yo soy del agrado del rey, me tomara y me usara como los perros usan a las perras. El amor no se hizo para nosotras, al menos para mí no. — Ivanna rompió a llorar y Sascha se acercó a ella hasta abrazarla fuerte contra su pecho.
Más tarde Ivanna estaba dormida de nuevo, recargada contra la puerta parecía aún más pequeña que su hermana. Sascha le acaricio el cabello con las manos y apoyo su propia cabeza en el hombro de su hermana. Al poco rato comenzó a adormilarse. No supo cuánto tiempo paso, pero la despertó el sonido de la puerta del carruaje al abrirse. Madame Fritz apareció ante ellas.
— Hemos llegado, niñas. Desperécense, las hijas del rey esperan para escoltarnos hasta el palacio.
El príncipe Iván no había escuchado nunca el sonido de las campanas del gran templo de Valle Verde, ubicado al pie de la gran colina. Su padre solía decir que se debía, en parte, a que aquellas campanadas anunciaban la llegada de un visitante de la nobleza y no había habido ninguno en al menos 17 años, que era la edad de Iván. Su padre decía, además, que gracias a la enemistad del rey con sus antiguos aliados eso probablemente no ocurriría nunca mientras el abuelo rey viviera. En eso te equivocaste, padre — pensó Iván mientras miraba por el balcón de su habitación hacía el sonido de las campanas. — El abuelo no solo vive aún, mientras suenan las campanas, sino que incluso ha vivido más que tú y que mamá. Ahora soy su único heredero — pensó con una mezcla de asombro y amargura.El joven príncipe no te
El ruido del acero era el sonido favorito del capitán Tristán Dagger, rivalizando, quizá, solo con los gritos de placer y dolor que daban las prisioneras cada que las montaba. Tristán llevaba años en altamar, saqueando pequeños pueblos, secuestrando hombres y mujeres para que le sirvieran como esclavos, remeros y, en el caso de las mujeres, como simples putas y ampliando así, cada vez más su flota. Ahora, mientras levantaba su pesado mandoble de acero para dar el golpe mortal a su enemigo en cubierta, Tristán Dagger se imaginó por un momento que a quién mataba en realidad no era a un simple marinero, sino su hermano, el rey de Valle Verde y quien era el causante directo de su exilio en altamar. La batalla terminó pronto, había sido una victoria fácil para el capitán Tristán y su tripulación. Los pocos sobrevivientes del bando enemigo suplicaron piedad, pero el capit
Era de madrugada y la oscuridad inundaba totalmente la habitación. Un resquicio de luz de luna que se colaba por un pequeño espacio entre las persianas era toda la iluminación que había. Iván llevaba horas despierto. Había estado dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Hacía mucho que no se sentía tan emocionado y ansioso por que llegara la mañana. Quizá, cabía decir, que no se sentía así desde que sus padres aún vivían. Apartó la pesada cobija con los pies y se sentó al borde de la cama. Encendió la pequeña lámpara que tenía a lado y se puso de pie. Caminó hasta las puertas que conducían al balcón y con mucho cuidando, evitando hacer demasiado ruido, las abrió y salió.El viento le acarició el rostro con la suavidad de una caricia. Iván respiro hondo y lleno s
El ruido de una celda abriéndose le despertó. El prisionero se levantó de su camastro; a sus pies, una enorme rata de ojos rojos y cola peluda comía los restos de comida que habían caído al suelo en la merienda de la tarde. Otro ruido. Está vez el sonido era de unas pisadas. La rata también se dio cuenta de la presencia que se acercaba, tomó entre su hocico el último pedazo de pan duro y se escabulló por un agujero que estaba en el rincón. El prisionero, en cambio, se limitó a quedarse sentado, con la mirada baja y tan quieto como una estatua. De pronto, una luz roja se coló por la pequeña rendija en lo alto de la enorme puerta de hierro. El prisionero parpadeó y la puerta se abrió con un chirrido agudo. La luz penetró en la habitación. El hombre que había llegado dejó la lámpara en la polvorienta mesa, recogió los platos y
La mañana del día previó a la boda el viento arreciaba con fuerza. Sascha miraba por la ventana de su habitación. Aún a la distancia podía ver como los árboles frutales situados justo a los pies de la torre se mecían con fuerza de un lado a otro.— Madame Fritz dijo que está tarde habrá otro banquete en el que estará presente el príncipe — dijo su hermana sentada en la mecedora. Ivanna estaba haciendo un complicado bordado utilizando un hilo dorado y una aguja de canevá tan pequeña que Sascha temió que su hermana pudiera pincharse. — ¿Por cierto que te ha parecido el príncipe? — preguntó Ivanna levantando la mirada.Sascha sonrío.— Creo que es muy apuesto, pero casi no cruzamos ninguna palabra. Me gustaría conocerlo más antes de casarnos ¿Entiendes?— En eso estoy de
Iván tenía una sensación extraña en el pecho y en el estómago. No tardó mucho en darse cuenta de que sus molestias físicas se debían a la excitación del momento. La princesa Sascha estaba tan cerca de él que podía escucharla masticar el salmón y la pasta de fideos. A su izquierda, escuchaba a sus hermanos conversar sobre cosas sin importancia; Isabel estaba diciendo algo sobre los patos que había visto por la tarde cerca de los estanques, Carlos hablaba acerca de lo mucho que le gustaría cazar uno con su nuevo arco y Luis reía los comentarios de los dos. Era interesante que, pese a los comentarios crueles de Carlos respecto a la caza de patos, Isabel no rompía a llorar como harían la mayoría de las niñas de su edad.Iván miró el reloj deseando que el tiempo pasara más deprisa, no porque deseara apartarse de Sascha, sino porq
El gran día había llegado. Afuera aún estaba oscuro, pero ya podía escucharse el canto de las aves que anunciaban la pronta e inminente llegada del amanecer. Una ligera llovizna se cernía sobre el palacio real, perlando con diminutas gotas los pastizales, jardines y árboles. El rey Bastián estaba sentado en su enorme sofá, alternando su mirada entre la ventana, en la que la lluvia repiqueteaba y, la única vela encendida en su habitación. El rey había tenido una noche difícil, cuando mucho había dormido un par de horas, después de eso, tras numerosos intentos fallidos, había decidido levantarse de la cama, servirse una copa de vino y dejarse caer sobre su sofá favorito. En los días previos a la boda de su nieto Iván, todo el mundo, incluido el propio rey, habían temido que su enfermedad le impidiera asistir. El médico decía que los s&iacut
Las dos damas que su madre le había asignado el día de su partida estaban terminando de cepillarle el cabello. Enfundada en el largo vestido blanco, Sascha se sentía como una figura diminuta y frágil. Le gustaba su aspecto en el espejo, pero tenía, desde la mañana, una extraña sensación de fatalidad, como si algo malo estuviera a punto de suceder en algún lado, lo bastante cerca de ella como para afectarla directamente. Tonterías — se dijo mientras sonreía a su reflejo.— Se ve usted bellísima — dijo una de sus damas, la más pequeña de las dos, que era casi de la edad de Sascha.—Gracias, Ana — respondió Sascha con amabilidad.—Debemos darnos prisa — dijo la más grande de sus damas — en cualquier momento vendrán por nosotras para escoltarnos al templo.—Tranquila, aún hay&hellip