Era de madrugada y la oscuridad inundaba totalmente la habitación. Un resquicio de luz de luna que se colaba por un pequeño espacio entre las persianas era toda la iluminación que había. Iván llevaba horas despierto. Había estado dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Hacía mucho que no se sentía tan emocionado y ansioso por que llegara la mañana. Quizá, cabía decir, que no se sentía así desde que sus padres aún vivían. Apartó la pesada cobija con los pies y se sentó al borde de la cama. Encendió la pequeña lámpara que tenía a lado y se puso de pie. Caminó hasta las puertas que conducían al balcón y con mucho cuidando, evitando hacer demasiado ruido, las abrió y salió.
El viento le acarició el rostro con la suavidad de una caricia. Iván respiro hondo y lleno sus pulmones con la frescura del viento nocturno. Desde allí, podía ver la ciudad que un día, quizá no muy lejano, gobernaría. La imponente mole del templo de las campanas se alzaba en el centro de todo, etéreo, oscuro, frío y muy quieto. Docenas y docenas de luces provenientes de los cientos de hogares de Valle Verde estaban esparcidas en todas direcciones, como luciérnagas en un campo abierto. En la quietud de la noche, Iván solo escuchaba el sonido de algunos grillos y el sonido de su propia respiración. Cerró los ojos y en cuanto lo hubo hecho apareció el rostro de la princesa Sascha. Iván sonrío, recordando lo estupendo que había sido tenerla frente a frente. ¡Por Dios! Era aún más bonita de cerca.
Aquella tarde después de salir de las cocinas en compañía de Isabel, Iván había caminado hasta el gran salón sintiendo como su corazón latía con más fuerza a medida que se iba acercando. En el gran salón ya le esperaban sus tías, las Eternas Doncellas, la comitiva recién llegada de Torreblanca y en el trono, su abuelo, sentado con los brazos cruzados y bebiendo una de las tantas pócimas que le recetaban los médicos de la corte todos los días.
Iván se había detenido ante la puerta como si allí hubiera alguna barrera invisible que le impidiera seguir avanzando. Isabel había tirado de él y finalmente Iván había conseguido entrar al salón. Su abuelo se puso de pie y anunció orgulloso la llegada del joven heredero. Todos los presentes, incluidas las recién llegadas princesas, habían hecho la obligada reverencia. Después de eso, habían tenido lugar las debidas presentaciones entre el príncipe y sus invitados. Ahora, de pie en el balcón, Iván casi no podía recordar los nombres de ninguno, salvo, por supuesto, el de la princesa Sacha. Cuando llegó el momento de que los prometidos se conocieran finalmente, los guardias, las mujeres y el resto de los presentes se apartaron un poco, replegándose unos pasos hacia atrás en dirección a las esquinas.
— La princesa Sacha de Torreblanca — había anunciado el embajador cuando Iván se paró frente a ella.
La princesa sonrío tímidamente e hizo una acentuada reverencia. En ese momento, Iván advirtió que sus especulaciones habían resultado ser ciertas: la princesa tenía unos hermosos ojos azules, de un tono tan seductor que era como si el cielo y el mar hubieran dado un poco de sí para hacer posibles unos ojos tan únicos. La piel de Sascha Torreblanca era blanca, tersa y con un discreto bronceado que hacía perfectamente juego con su cabello rojo y su vestido verde esmeralda.
Iván entonces le había tomado suavemente la mano y el posterior beso en el dorso había desatado una bella sonrisa en el rostro de la princesa. Iván había creído, entonces, que tendría la oportunidad de entablar conversación con su prometida, pero en el banquete, la disposición del rey, fue que los novios estuvieran en extremos opuestos de la mesa. Rodeado por sus hermanos y dos de sus tías, Iván se pasó el resto de la velada escuchando las venturas y desventuras amorosas de sus tías y las conversaciones sin mucho sentido de sus hermanos menores. Isabel le sugirió en un momento que se acercara a hablar con su prometida, Iván se negó al principio, pero fue tanta la insistencia de la chiquilla que dado un momento estuvo dispuesto a intentarlo, pero en el último momento, antes de que pudiera ponerse siquiera de pie, su tía Evelyn le tomó del brazo y le dio la orden estricta de que regresara a su lugar. Una vez acabado el banquete, la princesa junto a su comitiva, fueron conducidos a la torre del ala oeste donde se encontraban las habitaciones de los invitados. Iván, por tanto, no había tenido ninguna oportunidad de entablar conversación alguna, y al cabo de un rato, él mismo se había retirado a sus habitaciones con una mezcla de emociones que no había sentido antes.
— ¿Príncipe Iván? — llamó una voz al otro lado de la puerta.
— ¿Quién es? — preguntó Iván algo extrañado.
— El rey quiere verle cuanto antes mi príncipe.
— ¿A esta hora? — Iván estaba ya vistiéndose. Se colocó una sencilla bata, las calzas y sus botines.
— Si mí príncipe. Lamento molestarle a esta hora, pero como usted sabe Su Majestad ha estado muy enfermó y hoy tiene uno de esos días de lucidez excepcional, es por eso que ha solicitado hablar con usted antes de que el mal lo vuelva a sumir en las aguas nebulosas de la demencia.
Iván abrió la puerta y se encontró de frente con el hombrecillo que fungía como médico de su abuelo.
— Lamento haberle despertado mí príncipe — se excusó el médico. Era un hombre tan menudo que parecía nadar en sus ropas, de ojos grandes y nariz pequeña. Iván calculó que tenía quizá tantos años como su abuelo.
— No es ningún problema — dijo Iván mientras avanzaban a las habitaciones reales. — Estaba despierto.
— ¿El príncipe tiene problemas para dormir? — preguntó el médico.
— Para nada. Hoy es la primera noche en mucho tiempo que tengo insomnio.
— Puedo prepararle un poco de jarabe del sueño si al príncipe le apetece — sugirió el médico.
— No es necesario, gracias. Usted ya hace suficiente por cuidar de mi abuelo.
— Me temo que no lo suficiente, mí príncipe.
— Dígame una cosa, doctor. ¿Qué tan grave es la enfermedad de mi abuelo? — el médico suspiró como para darse valor y cuando respondió lo hizo en voz baja.
— He tratado de ser lo más optimista posible cuando alguna de las hijas del rey me hace la misma pregunta, pero creo que usted puede saber toda la verdad, mi joven príncipe. El rey está en las etapas finales de la sífilis, lo que los plebeyos y estúpidos llaman el mal de la locura. Un nombre muy cruel, en mi humilde opinión, pero bastante apropiado para describir las afectaciones nerviosas y neurológicas de esta terrible enfermedad en su etapa más avanzada.
— ¿Cuánto tiempo le queda a mi abuelo? — preguntó Iván, pensativo.
— Temó que no mucho, mí príncipe. El rey no es ningún tonto y en sus momentos de lucidez él mismo reconoce la gravedad de su situación. Le quiere, mí príncipe, de eso puede estar seguro, y a menudo se muestra tan preocupado por usted como lo hacía su difunto padre, que en paz descanse.
Iván podía ver ya la habitación de su abuelo al final del pasillo. Sabía que una vez dentro no podría hacer la pregunta que traía en mente, así que mientras el médico seguía hablando de la salud del rey, Iván le interrumpió abruptamente
— ¿De que murió mi padre? — el médico calló de inmediato y se quedó pensativo durante unos instantes ante la inesperada pregunta.
— El rey me dio órdenes estrictas de no compartir con nadie esa información, mí príncipe, pero sabe una cosa, no creo que el rey lo haya dicho en sus cinco sentidos así que se lo diré siempre y cuando me prometa ser muy discreto. Es información muy delicada.
De pronto Iván sintió miedo de conocer la respuesta. ¿Qué podía ser tan grave para que el rey hubiera ordenado al médico del palacio no hablar con nadie sobre la causa de muerte de su hijo y heredero?
— Prometo ser discreto — dijo finalmente con expresión seria.
— Bien — el médico esbozó una pequeña sonrisa que dejo expuestos unos dientes aún más pequeños. — Su padre, el príncipe Vladimir fue envenenado. Aún no sabemos en qué momento paso, pudo ser cuando estuvo fuera, negociado en nombre del rey en las tierras del norte del continente. O quizá incluso en el palacio.
Iván recordó entonces la ocasión que su padre había ido al norte para negociar la repartición de tierras entre los vasallos y para impartir la justicia del rey en aquellas tierras lejanas y peligrosas. Después de haber regresado al palacio, solo hicieron falta algunos días antes de que la salud de su padre decayera vertiginosamente. El médico había dicho que quizá hubiera ocurrido en el palacio, lo cual planteaba una pregunta dolorosa y terrible ¿Quién pudo haberlo hecho?
— … el veneno usado es uno de los más raros y terribles que se pueden encontrar en estas tierras — continuó el médico — lágrimas de dragón le llaman. Produce una muerte rápida y dolorosa. El cuerpo de su padre tenía todos los signos patognomónicos del veneno.
Habían llegado ya ante la puerta de la habitación del rey. Iván agradeció al médico en voz baja y le dijo que no tenía de que preocuparse, no pensaba delatarlo.
— Muchas gracias, mí príncipe. — el médico hizo una reverencia y se alejó desandando el camino.
Con la verdad sobre la muerte de su padre agitándose en su mente como un torbellino, Iván tocó la puerta con los nudillos. Al segundo golpe la puerta entreabierta se deslizó hacía dentro con un chirrido de bisagras. Iván penetró en la escasa iluminación de la habitación. Había una única vela encendida sobre una mesa. El rey estaba sentado a la mesa con los ojos cerrados. El sonido de su respiración era lo único audible. El rey parecía dormido, pero abrió los ojos en cuanto Iván se acercó.
— Siéntate, hijo — dijo el rey con la voz cascada señalando una silla a su lado.
Iván dudó un momento, pero finalmente se acercó lentamente y se sentó a lado de su abuelo. Los ojos del rey se posaron en él como si lo viera por primera vez en mucho tiempo, como si tratara de memorizar el rostro de su nieto. Un nieto con el que había convivido poco, más allá de lo estrictamente necesario. Un nieto que, a diferencia suya, no tenía ninguna de las peligrosas aficiones que le habían llevado a él, a la ruina, la inmoralidad, la enfermedad y muy pronto, a la muerte. Una muerte dolorosa y prematura, sin duda. El rey Bastián Dagger sabía que estaba muriéndose. Años y años de excesos regresaban en forma de fantasmas para arrastrarlo al infierno donde seguramente yacen miles de reyes como él, promiscuos, avaros y estúpidos.
— Mi reinado está llegando a su final — dijo el rey.
Iván se removió inquieto en su silla al comprobar de primera mano lo que el médico había dicho: El rey está muriendo. El aspecto de su abuelo era deplorable. Tenía los ojos tan hundidos en las cuencas que era como ver una calavera, la piel le colgaba flácida de la barbilla, los pómulos eran afilados, sin apenas carne en ellos. Estaba tan flaco y demacrado que Iván dudaba que pudiera ponerse en pie sin ayuda. Cuando hablaba, de su boca salía el hedor de la naftalina mezclada con muerte y enfermedad. Iván deseaba irse de allí, pero sabía que tenía que escuchar lo que su abuelo tenía que decirle, quizá fuera algo importante, algo que el viejo rey había descubierto demasiado tarde como para que él mismo pudiera enmendar su lastimosa vida. Quizá le diría algo más sobre la muerte de su padre.
— Hijo mío — continuó el rey. Su voz era áspera y débil. — vas a ser un gran rey. No imites mis gustos por construcciones y guerras. Al contrario, trata de tener paz con tus vecinos. Vuelve a Dios lo que le pertenece; reconócele las obligaciones bajo las que te encuentras; haz que tus súbditos lo honren. Sigue siempre buenos consejos. Trata de solventar el sufrimiento de tu pueblo, que me aflige no poder solucionar. — el rey comenzó a toser después de decir las últimas palabras. Iván le acercó un vaso con agua y el rey continuó su discurso — Tu matrimonio se celebrará dentro de dos días. Haz feliz a la princesa, sé que no te será difícil cumplir con tus deberes conyugales, pues ella es muy hermosa. Tu padre era un gran hombre, el hijo al que más amaba, aunque nunca se lo dije. — el rey tosió de nuevo, esta vez el ataque remitió sin la necesidad de agua. —Vladimir era el único varón que mi difunta esposa me pudo dar. Mi hijo Lars fue un chiquillo enfermizo que murió de tuberculosis a los seis años, fue algo horrible, pero por fortuna, Vladimir fue siempre un hombre fuerte y muy sano, eso hasta que alguien lo mató. Alguien dentro de este palacio lo mató y yo no pude hacer nada. — el rey ya no miraba a Iván, ahora parecía como si hablara para sí mismo, como si estuviera confesándose ante un dios que solo él podía ver.
Iván se sentía cada vez más inquieto. De un momento a otro las palabras de su abuelo estaban convirtiéndose en simples divagaciones. Hablaba de guerras, hechiceros, putas y demás cosas fuera de lugar. Iván sabía que no podía dar crédito a todo lo que salía de los labios del rey, pero por un breve y aterrador momento, tuvo la certeza de que su abuelo escupía y escupía verdades. Verdades horribles y depravadas. Olvidando, quizá que él estaba allí, el viejo rey continuó su letanía, que se tornaba cada vez más siniestra y sin sentido.
— Tu madre era una puta y mis hijas le tenían envidia porque ella pudo tener a todos los hombres que quiso y además pudo parir sin ningún problema. Ellas en cambio, son tan feas, tan poco femeninas que hasta la pequeña Isabel parece más mujer que ellas…
Iván se levantó repentinamente de la silla sintiéndose aterrado y asqueado ante las palabras de su abuelo. El viejo rey ni siquiera le prestó atención cuando se dirigió a la salida.
— … Hubiera querido compartir la cama con ella ¿Sabes? Mi esposa también era una hembra ridícula y tan amorfa que hasta la criada más flaca me era más apetecible que esa estúpida bestia. Pero había que cumplir ¡claro! ¡y por eso tengo tantas hijas!... — el rey soltó una carcajada — Tristán es un idiota, espero que su cuerpo este pudriéndose ahora mismo en las profundidades, sirviendo de alimento para tiburones y crustáceos. Ojalá un tritón confunda su cuerpo destrozado con una sirena y se lo coja por todos los agujeros de su maldito cuerpo. ¡A que sí, eso sería genial! Jajajajaja
— Déjeme pasar, mí príncipe — Iván se había quedado paralizado en el umbral de la puerta, mirando atónito al despojo humano en el que se había convertido el rey, que no se dio cuenta en qué momento había regresado el médico. El delgaducho médico le apartó y entró a la habitación del rey. — Será mejor que se vaya, mi príncipe. El rey no se encuentra bien en este momento.
Iván trató de moverse, pero sus piernas parecían estar enraizadas al suelo. No fue hasta que el médico cerró la puerta que pudo ponerse en marcha, de regreso a sus habitaciones. Aun a la distancia pudo escuchar la risa histérica y siniestra de su abuelo.
El amanecer sorprendió a Iván apenas unos minutos después de acostarse. Se quedó allí, mirando el techo, pensando en las palabras del abuelo, no en las siniestras y sin sentido, sino en las que habían tenido un significado: “serás un gran rey” “tu boda será en dos días” pero sobre todo en lo que había dicho respecto a su padre “Alguien lo mató dentro de este palacio y yo no pude hacer nada”
El ruido de una celda abriéndose le despertó. El prisionero se levantó de su camastro; a sus pies, una enorme rata de ojos rojos y cola peluda comía los restos de comida que habían caído al suelo en la merienda de la tarde. Otro ruido. Está vez el sonido era de unas pisadas. La rata también se dio cuenta de la presencia que se acercaba, tomó entre su hocico el último pedazo de pan duro y se escabulló por un agujero que estaba en el rincón. El prisionero, en cambio, se limitó a quedarse sentado, con la mirada baja y tan quieto como una estatua. De pronto, una luz roja se coló por la pequeña rendija en lo alto de la enorme puerta de hierro. El prisionero parpadeó y la puerta se abrió con un chirrido agudo. La luz penetró en la habitación. El hombre que había llegado dejó la lámpara en la polvorienta mesa, recogió los platos y
La mañana del día previó a la boda el viento arreciaba con fuerza. Sascha miraba por la ventana de su habitación. Aún a la distancia podía ver como los árboles frutales situados justo a los pies de la torre se mecían con fuerza de un lado a otro.— Madame Fritz dijo que está tarde habrá otro banquete en el que estará presente el príncipe — dijo su hermana sentada en la mecedora. Ivanna estaba haciendo un complicado bordado utilizando un hilo dorado y una aguja de canevá tan pequeña que Sascha temió que su hermana pudiera pincharse. — ¿Por cierto que te ha parecido el príncipe? — preguntó Ivanna levantando la mirada.Sascha sonrío.— Creo que es muy apuesto, pero casi no cruzamos ninguna palabra. Me gustaría conocerlo más antes de casarnos ¿Entiendes?— En eso estoy de
Iván tenía una sensación extraña en el pecho y en el estómago. No tardó mucho en darse cuenta de que sus molestias físicas se debían a la excitación del momento. La princesa Sascha estaba tan cerca de él que podía escucharla masticar el salmón y la pasta de fideos. A su izquierda, escuchaba a sus hermanos conversar sobre cosas sin importancia; Isabel estaba diciendo algo sobre los patos que había visto por la tarde cerca de los estanques, Carlos hablaba acerca de lo mucho que le gustaría cazar uno con su nuevo arco y Luis reía los comentarios de los dos. Era interesante que, pese a los comentarios crueles de Carlos respecto a la caza de patos, Isabel no rompía a llorar como harían la mayoría de las niñas de su edad.Iván miró el reloj deseando que el tiempo pasara más deprisa, no porque deseara apartarse de Sascha, sino porq
El gran día había llegado. Afuera aún estaba oscuro, pero ya podía escucharse el canto de las aves que anunciaban la pronta e inminente llegada del amanecer. Una ligera llovizna se cernía sobre el palacio real, perlando con diminutas gotas los pastizales, jardines y árboles. El rey Bastián estaba sentado en su enorme sofá, alternando su mirada entre la ventana, en la que la lluvia repiqueteaba y, la única vela encendida en su habitación. El rey había tenido una noche difícil, cuando mucho había dormido un par de horas, después de eso, tras numerosos intentos fallidos, había decidido levantarse de la cama, servirse una copa de vino y dejarse caer sobre su sofá favorito. En los días previos a la boda de su nieto Iván, todo el mundo, incluido el propio rey, habían temido que su enfermedad le impidiera asistir. El médico decía que los s&iacut
Las dos damas que su madre le había asignado el día de su partida estaban terminando de cepillarle el cabello. Enfundada en el largo vestido blanco, Sascha se sentía como una figura diminuta y frágil. Le gustaba su aspecto en el espejo, pero tenía, desde la mañana, una extraña sensación de fatalidad, como si algo malo estuviera a punto de suceder en algún lado, lo bastante cerca de ella como para afectarla directamente. Tonterías — se dijo mientras sonreía a su reflejo.— Se ve usted bellísima — dijo una de sus damas, la más pequeña de las dos, que era casi de la edad de Sascha.—Gracias, Ana — respondió Sascha con amabilidad.—Debemos darnos prisa — dijo la más grande de sus damas — en cualquier momento vendrán por nosotras para escoltarnos al templo.—Tranquila, aún hay&hellip
“La tía Giselle y la tía Maggie son amantes” El príncipe Iván llevaba pensando en ello desde la noche anterior. Después de cerciorarse de que no era su imaginación, sino que en realidad estaba escuchando a dos de sus tías teniendo relaciones sexuales, Iván había regresado a lado de Sascha. Por unos momentos, estuvo tentado en contarle lo que había escuchado tras la puerta, pero finalmente decidió no hacerlo. No quería asustarla. Tampoco se lo contó a su hermano Carlos, que era el único con edad suficiente para entender lo que había visto. No era que simplemente hubiera sido incomodo escuchar una situación tan íntima, sino que, en realidad, más que solo eso, se trataba de una falta grave. Iván sabía, por las lecciones de historia, que en el pasado algunos miembros de la realeza habían sido ejecutados por
Desde que el maestro Luc Cavanagh apareció, Tristán Dagger pasaba la mayor parte del tiempo con él. El maestro Luc y el capitán se sentaban a la mesa, jugaban a las cartas, a veces en compañía de alguno de los hombres de la tripulación, pero casi siempre solos. Por las tardes bebían vino, cerveza oscura y refresco de uva. Tristán Dagger incluso visitaba menos a las mujeres que tenía a su disposición. Por las noches, cuando la mayor parte de la tripulación dormía, el maestro Luc le contaba al capitán cómo había sido la vida en Valle Verde desde que esté fuera condenado al exilio. Tristán escuchaba con beneplácito y con una atención propia del estudiante deseoso de aprender, cada una de las palabras que brotaban de la traicionera boca de Luc Cavanagh. El capitán no pudo ocultar su alegría y satisfacción ante los escabros
Las luces de los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno. Las celebraciones por la boda de los príncipes durarían al menos una semana. Giselle, en estricto orden, aun una princesa, se había retirado a sus aposentos tan pronto como su padre se hubo descuidado. La estúpida de Maggie había querido acompañarla alegando que tenía un fuerte dolor de cabeza, pero Giselle se había negado, pues conocía las intenciones verdaderas de su hermana. Giselle era una mujer cauta y precavida y lo que menos quería era que alguien, aunque fuera un simple criado, empezara a sospechar que traía amoríos con su propia hermana. Muchas veces ya le había dicho a Maggie que no hiciera ningún tipo de insinuación en presencia de los criados, el resto de sus hermanas, y menos aún en presencia de los guardias y, por supuesto, del mismo rey. Pero Maggie era estúpida, una mujer hermos