Iván tenía una sensación extraña en el pecho y en el estómago. No tardó mucho en darse cuenta de que sus molestias físicas se debían a la excitación del momento. La princesa Sascha estaba tan cerca de él que podía escucharla masticar el salmón y la pasta de fideos. A su izquierda, escuchaba a sus hermanos conversar sobre cosas sin importancia; Isabel estaba diciendo algo sobre los patos que había visto por la tarde cerca de los estanques, Carlos hablaba acerca de lo mucho que le gustaría cazar uno con su nuevo arco y Luis reía los comentarios de los dos. Era interesante que, pese a los comentarios crueles de Carlos respecto a la caza de patos, Isabel no rompía a llorar como harían la mayoría de las niñas de su edad.
Iván miró el reloj deseando que el tiempo pasara más deprisa, no porque deseara apartarse de Sascha, sino porque traía entre manos un pequeño plan. Mientras observaba el movimiento del segundero en el reloj, Iván pensaba en las palabras exactas que debía usar con Sascha para que ella accediera a acompañarlo a dar un recorrido por el palacio. Irían al jardín, al estanque de los patos, a la fuente, a la biblioteca y quizá hasta harían un recorrido por los pasillos subterráneos del palacio, aquellos en los que, según decía su abuelo, eran como un laberinto. Iván trinchó con el tenedor el último trozo de cordero que quedaba en el plato, se bebió de golpe el zumo de limón y llamó a Isabel con un gesto de la mano. La chiquilla llegó corriendo, Iván la acercó a él y le susurró al oído: Quiero llevar a la princesa a dar un recorrido por el palacio, ayúdame a sacar de aquí a mis tías. Isabel se apartó con una sonrisa traviesa en el rostro, miró a derecha e izquierda para cerciorarse de que nadie aparte de ella había escuchado las palabras de su hermano, rodeó la mesa y se colocó justo en medio de sus tías Elena y Wendolyn. Ellas la miraron como si fuera un espécimen raro que hubiera llegado hasta allí, hicieron una mueca y después de que Isabel dijera algo que solo ellas pudieron oír se echaron a reír. Junto a ellas, la molestia de Madame Fritz fue evidente. Iván pudo ver los ojos llenos de rabia con los que miraba a sus escandalosas tías. Isabel sacó la lengua y dijo algo que provoco más risotadas de la tía Wendolyn. Pese a que la tía Evelyn era más discreta, para Iván era obvio que también se estaba divirtiendo ante las ocurrencias de su pequeña sobrina. El príncipe Carlos trató de hacer regresar a Isabel, pero Iván le tocó el hombro y le hizo un gesto indicando que no interviniera. Carlos sonrío intuyendo ya lo que su hermano se traía entre manos y volvió su atención de nuevo hacía su plato.
Las carcajadas de Wendolyn iban en aumento, tanto que incluso la princesa Sascha se volvió hacía Iván, quizá esperando una explicación. Él se limitó a encogerse de hombros y a esbozar una sonrisa de complicidad. Sascha asintió, divertida. Las risas estaban tornándose cada vez más escandalosas, tanto así que, en un momento, todas las miradas estaban sobre Evelyn y Wendolyn. Los príncipes las miraban con una expresión sonriente, divertida. El príncipe Luis incluso soltó una risita ante lo contagioso e hilarante que le parecía la risa de la tía Wendolyn. Sascha e Ivanna miraban la peculiar escena con una expresión que era mitad confusión y mitad diversión. De todos, los únicos que no parecían sentirse nada cómodos eran Madame Fritz y el capitán Marko. La institutriz fulminaba con la mirada a las mujeres escandalosas sentadas junto a ella, sintiéndose visiblemente molesta. Quizá ansiando reprimirlas, terminó levantándose de la mesa. El capitán Marko dirigió una mirada a la princesa Sascha como buscando su autorización para retirarse. Ella asintió y el capitán salió inmediatamente tras la institutriz.
Iván le hizo una seña a Isabel indicándole que ahora solo faltaba sacar de allí a las escandalosas tías. La niña asintió y dijo a sus tías que le gustaría que la acompañaran a su habitación para que le ayudaran a elegir un vestido para el día de la boda de su hermano. La tía Evelyn, que era una fanática acérrima de los vestidos, asintió de inmediato. La tía Wendolyn por fin calló y por un momento Iván creyó que no accedería a retirarse, pero, para fortuna suya, la tía Evelyn terminó convenciéndola y las dos, acompañadas de Isabel terminaron saliendo del comedor.
— Que divertido a estado eso — dijo el príncipe Luis rompiendo el silencio.
— La tía Wendolyn es tan escandalosa que podría competir sin problemas con las campanas del gran templo — añadió el príncipe Carlos. El comentario desató las risas de todos los presentes. Incluso la princesa Ivanna se permitió reír un poco ahora que la implacable institutriz había abandonado el comedor.
— Su tía logró lo que Sascha y yo no pudimos en todos estos años: alejar a Madame Fritz de nosotros. — dijo Ivanna aún entre risas.
— Isabel es especialista en hacerlas reír — Iván se levantó de la mesa y tocó a Sascha en el hombro. La princesa lo miró, expectante. Durante unos segundos hubo un silencio incomodo, fueron solo unos segundos, pero a Iván le pareció una eternidad, podía sentir todas las miradas sobre él y que el corazón le palpitaba con fuerza. — Ah… yo… Quería saber si te gustaría acompañarme a dar una vuelta por el palacio… quizá podamos ir también a los jardines. — dijo finalmente. Por suerte su nerviosismo no se había dejado notar en su voz lo cual supuso un gran alivio.
Sascha sonrió tímidamente ante la propuesta y después se volvió a mirar a Ivanna, quien asintió con la cabeza.
— Vamos — respondió Sascha amablemente mientras se ponía en pie.
— Nadie dijo nada mientras los prometidos se dirigían a la salida. Iván sabía que los miraban, pero también confiaba en que ninguno de ellos los delataría.
— Una vez fuera del comedor del gran salón, Sascha le tomó del brazo tal y como había sido instruida. Mientras caminaban, Iván podía oler el perfume de su compañera, era un aroma dulce, a flores de verano, agradable en demasía al olfato.
— Perdón — dijo Iván de pronto.
— Sascha lo miró, confundida.
— ¿Por qué?
— Soy algo tímido y he tenido que recurrir a las artimañas para tener la oportunidad de hablar contigo
— ¿Artimañas? ¿De qué hablas?
— Fui yo quien le pidió a Izzy que me ayudara a sacar a mis tías y a tu institutriz del comedor. — Por unos segundos Iván tuvo miedo de la reacción de Sascha, quizá se había equivocado con ella y la princesa desaprobaría una conducta tan patética e infantil como esa, por suerte supo que estaba equivocado cuando Sascha soltó una carcajada.
— Ya lo ha dicho tu hermano: Fue algo muy divertido
— ¿Lo crees así? — preguntó Iván.
— ¡Por supuesto! Yo misma sentí ganas de reírme cada que veía a Madame Fritz haciendo sus muecas de odio.
— Sí que fue divertido — añadió Iván — lo que más me causo gracia fue lo rápido que a tu institutriz le desesperó la risa de mi tía Wendolyn.
— Madame Fritz es una mujer dura cuando de disciplina se trata, si Ivanna o yo hubiéramos reído así en la mesa, bueno… nos habría puesto a leer sus aburridos libros de ética, eso sin contar el tremendo sermón que nos habría recitado todas las noches durante una semana.
— Tu institutriz es todo un caso — dijo Iván, pensativo
— En el fondo no es tan mala, conmigo incluso bromea algunas veces, no sé… pero tengo la impresión de que es así porque quizá es la única forma de crianza que conoce. ¿Me entiendes?
— Sí — contestó Iván.
Siguieron caminando durante un rato sin hablar. Iván volvió a sentirse estúpido por su incapacidad para generar una conversación interesante. Era como si estar con Sascha ocasionara un corto circuito en su cerebro que le impedía pensar en otra cosa que no fuera en lo hermoso que era caminar con ella, tomada de su brazo, en una noche tranquila. Entonces, como si Sascha, pudiera leerle el pensamiento, dijo:
— Es un paseo agradable, y este palacio es muy bonito ¿Hacia dónde vamos?
— Oh… eh… bueno en realidad quería que fuéramos a los pasillos subterráneos del palacio, mi abuelo dice que allí abajo es como un laberinto, yo he estado allí un par de veces jugando con Izzy y te aseguro que es un lugar con encantó.
— Suena divertido — dijo Sascha
— Vayamos entonces — dijo Iván con una tímida sonrisa.
Y entonces, así, con Sascha tomándole del brazo. Iván se encamino a los pasillos subterráneos del palacio real. Para llegar tuvieron que atravesar una porción del estanque de los patos, más adelante, por la zona de las caballerizas y, finalmente, tras doblar una esquina, en la que se encontraba un cobertizo, estaba la puerta que conducía a los pasillos. Iván entró primero, encendió una lámpara y ante ellos apareció la escalera que descendía a una tenue oscuridad. Así comenzaron el descenso y en pocos segundos se hallaban en aquellos pasillos, pasillos que estaban tapizados con cuadros de los antiguos reyes y reinas de Valle Verde, pasillos en los que había esculturas polvorientas, alfombras de extraños materiales y artefactos tan antiguos como el palacio mismo. En un pasillo particularmente oscuro, Iván pudo sentir como Sascha le tomaba de la mano y se acercaba a él.
— Este lugar da un poco de miedo — dijo la princesa
— No pasa nada, no hay nada que temer aquí — la tranquilizó Iván.
Más adelante, y dejando atrás la zona más oscura, los pasillos se tornaban coloridos, bien iluminados y casi majestuosos. Sascha se detenía cada tanto a contemplar las estupendas pinturas y esculturas que decoraban aquellos pasillos bajo tierra. Iván, mientras tanto, le iba contando la historia de esos pasillos, el porqué de su construcción, la función vital que tenían si en algún momento estallaba una guerra y otras cosas más. Mientras hablaba, Iván sentía que su timidez e inseguridad iban aminorando, pasear con Sascha allí abajo, en completa privacidad y armonía, había sido su bálsamo. Ahora se sentía seguro de sí mismo, nada tímido, feliz y casi como si fuera a vivir para siempre.
Unos minutos más tarde Sascha estaba de frente a una escultura particularmente hermosa, está, representaba a un caballero gigante montado en una bestia que parecía un enorme oso. El caballero empuñaba una espada y miraba, valeroso al cielo. Iván se paró junto a ella y entonces, antes de que Sascha pudiera preguntar la historia de la escultura, Iván la besó. Fue un beso fugaz, apenas perceptible, casi inocente. Sacha abrió mucho los ojos, sorprendida ante el acontecimiento. Por un momento Iván casi esperaba que ella le abofeteara. Entonces, antes de que el miedo volviera a apoderarse de él, la besó de nuevo. Sascha tampoco correspondió esta vez, pero Iván pudo ver en sus ojos algo mágico, algo que definitivamente indicaba que ella también había deseado ese momento. No fue sino hasta el tercer beso, que ella correspondió. El beso esta vez fue más fuerte, más intenso, más apasionado. En ambos se notaba la falta de experiencia, pero eso no importaba, en ellos había algo, algo que era más que un simple impulso. ¿Amor? Quizá era muy pronto para saberlo, pero no había dudas que si trabajaban mucho en su relación llegarían a ser un gran matrimonio, y más que eso, unos grandes gobernantes.
Tomados de la mano se dirigieron a la salida. Iván conocía perfectamente cada una de las vueltas de aquel laberinto y en ningún momento hubo riesgo de perderse, aunque por un breve, pero intenso momento, Iván hubiera deseado pasar más tiempo con su princesa.
Fue entonces que lo escuchó. Por delante de ellos alguien hablaba, alguien hacía unos ruidos que eran mitad dolor y mitad placer.
— Quédate aquí — le dijo a Sascha
Ella asintió e Iván avanzó lentamente en dirección del sonido. A su derecha podía ya ver la salida, pero esos ruidos provenían del pasillo de la izquierda, donde se encontraba un pequeño cuarto. Iván se acercó hasta la puerta. Descubrió que los ruidos provenían desde el interior. Aguzó el oído y reconoció, entonces, la voz de dos de sus tías, no de Evelyn ni de Wendolyn, sino de dos de sus tías mayores. Hablaban en susurros e Iván no pudo escuchar de que hablaban, pero de pronto, una de ellas alzó tanto la voz que no quedo lugar a dudas de lo que había dicho.
— Ya está húmeda, ahora puedes besarla — Iván tenía la edad suficiente para saber a qué se refería su tía al decir eso.
El gran día había llegado. Afuera aún estaba oscuro, pero ya podía escucharse el canto de las aves que anunciaban la pronta e inminente llegada del amanecer. Una ligera llovizna se cernía sobre el palacio real, perlando con diminutas gotas los pastizales, jardines y árboles. El rey Bastián estaba sentado en su enorme sofá, alternando su mirada entre la ventana, en la que la lluvia repiqueteaba y, la única vela encendida en su habitación. El rey había tenido una noche difícil, cuando mucho había dormido un par de horas, después de eso, tras numerosos intentos fallidos, había decidido levantarse de la cama, servirse una copa de vino y dejarse caer sobre su sofá favorito. En los días previos a la boda de su nieto Iván, todo el mundo, incluido el propio rey, habían temido que su enfermedad le impidiera asistir. El médico decía que los s&iacut
Las dos damas que su madre le había asignado el día de su partida estaban terminando de cepillarle el cabello. Enfundada en el largo vestido blanco, Sascha se sentía como una figura diminuta y frágil. Le gustaba su aspecto en el espejo, pero tenía, desde la mañana, una extraña sensación de fatalidad, como si algo malo estuviera a punto de suceder en algún lado, lo bastante cerca de ella como para afectarla directamente. Tonterías — se dijo mientras sonreía a su reflejo.— Se ve usted bellísima — dijo una de sus damas, la más pequeña de las dos, que era casi de la edad de Sascha.—Gracias, Ana — respondió Sascha con amabilidad.—Debemos darnos prisa — dijo la más grande de sus damas — en cualquier momento vendrán por nosotras para escoltarnos al templo.—Tranquila, aún hay&hellip
“La tía Giselle y la tía Maggie son amantes” El príncipe Iván llevaba pensando en ello desde la noche anterior. Después de cerciorarse de que no era su imaginación, sino que en realidad estaba escuchando a dos de sus tías teniendo relaciones sexuales, Iván había regresado a lado de Sascha. Por unos momentos, estuvo tentado en contarle lo que había escuchado tras la puerta, pero finalmente decidió no hacerlo. No quería asustarla. Tampoco se lo contó a su hermano Carlos, que era el único con edad suficiente para entender lo que había visto. No era que simplemente hubiera sido incomodo escuchar una situación tan íntima, sino que, en realidad, más que solo eso, se trataba de una falta grave. Iván sabía, por las lecciones de historia, que en el pasado algunos miembros de la realeza habían sido ejecutados por
Desde que el maestro Luc Cavanagh apareció, Tristán Dagger pasaba la mayor parte del tiempo con él. El maestro Luc y el capitán se sentaban a la mesa, jugaban a las cartas, a veces en compañía de alguno de los hombres de la tripulación, pero casi siempre solos. Por las tardes bebían vino, cerveza oscura y refresco de uva. Tristán Dagger incluso visitaba menos a las mujeres que tenía a su disposición. Por las noches, cuando la mayor parte de la tripulación dormía, el maestro Luc le contaba al capitán cómo había sido la vida en Valle Verde desde que esté fuera condenado al exilio. Tristán escuchaba con beneplácito y con una atención propia del estudiante deseoso de aprender, cada una de las palabras que brotaban de la traicionera boca de Luc Cavanagh. El capitán no pudo ocultar su alegría y satisfacción ante los escabros
Las luces de los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno. Las celebraciones por la boda de los príncipes durarían al menos una semana. Giselle, en estricto orden, aun una princesa, se había retirado a sus aposentos tan pronto como su padre se hubo descuidado. La estúpida de Maggie había querido acompañarla alegando que tenía un fuerte dolor de cabeza, pero Giselle se había negado, pues conocía las intenciones verdaderas de su hermana. Giselle era una mujer cauta y precavida y lo que menos quería era que alguien, aunque fuera un simple criado, empezara a sospechar que traía amoríos con su propia hermana. Muchas veces ya le había dicho a Maggie que no hiciera ningún tipo de insinuación en presencia de los criados, el resto de sus hermanas, y menos aún en presencia de los guardias y, por supuesto, del mismo rey. Pero Maggie era estúpida, una mujer hermos
Aún podía escuchar el jolgorio de los invitados, allí, en el pasillo que conducía a las habitaciones. No a sus antiguas habitaciones ubicadas en el ala oeste, sino a las nuevas, a aquellas que habían sido especialmente acondicionadas para su noche de bodas.—No tengas miedo — dijo Evelyn, la chica castigada con una horrible mancha en el rostro.Sascha se limitó a mirarla. Esperaba que su expresión fuera serena, pero la verdad es que tenía miedo ante lo que estaba por venir. Durante los días previos al enlace matrimonial, había tratado de evitar a toda costa pensar en “eso” pensar en lo que su hermana y Madame Fritz llamaban “deberes conyugales”. Sascha, como toda adolescente de quince años sabía lo que esas palabras implicaban, y pese a que, se sentía cómoda con la idea de estar con Iván, en realidad no se sentía lo suficie
Estaba terminando su comida de la tarde: una pieza de pan, una ración de verduras al vapor bastante desabridas y un vaso mediano de jugo de manzana, cuando escucho de nuevo el sonido de las pisadas en el pasillo. Me ha dado menos tiempo para comer — pensó. El agujero por donde la rata se colaba cada noche estaba desierto ahora, pero el prisionero sabía que su compañera volvería tarde o temprano así que guardó el ultimo trozo de pan y lo guardó bajo su viejo colchón. Ya se lo daría más tarde.La puerta se abrió, lenta y pesadamente. El prisionero no se molestó en mirar, seguramente se trataba del mismo rostro que llevaba viendo los últimos años: el de su celador, que iba, como siempre, a recoger los platos vacíos.— No pareces apto para ocupar el trono de Valle Verde — dijo una voz de mujer. El prisionero miró hacia la puerta con expre
Era temprano por la mañana. Iván estaba terminando de ducharse cuando lo escuchó. Sascha llamó a la puerta del baño y con voz alterada dijo:— ¿Has escuchado eso? Las campanas… Oh Dios… ¿significan lo que creo?...Iván se apresuró a vestirse mientras intentaba apaciguar a Sascha del otro lado de la puerta. Si, él también las había oído. Eran las campanas en lo alto del palacio, las mismas que solo sonaban cuando fallecía un monarca.Iván salió del baño y vio a Sascha mirando por la ventana. Cuando la chica se volvió, pudo ver que parecía asustada y preocupada. No era para menos. La muerte del rey significaba que, ellos, a su corta edad, debían cargar a partir de ahora con la responsabilidad de gobernar un reino, un reino que cada vez era más convulso y tumultuoso. Durante las últimas dos sem