SASCHA (3)

Las dos damas que su madre le había asignado el día de su partida estaban terminando de cepillarle el cabello. Enfundada en el largo vestido blanco, Sascha se sentía como una figura diminuta y frágil. Le gustaba su aspecto en el espejo, pero tenía, desde la mañana, una extraña sensación de fatalidad, como si algo malo estuviera a punto de suceder en algún lado, lo bastante cerca de ella como para afectarla directamente. Tonterías — se dijo mientras sonreía a su reflejo.

— Se ve usted bellísima — dijo una de sus damas, la más pequeña de las dos, que era casi de la edad de Sascha.

—Gracias, Ana — respondió Sascha con amabilidad.

—Debemos darnos prisa — dijo la más grande de sus damas — en cualquier momento vendrán por nosotras para escoltarnos al templo.

—Tranquila, aún hay&hellip

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