Giselle había tenido suerte. Tres días y dos noches luego de su paso por la posada, estaba entrando oficialmente a las tierras dominadas por la casa Dagger durante cientos de años. Aún estaba en las periferias, donde tenían su hogar la mayoría de los campesinos de la ciudad y donde estaba, de hecho, la casa en la que Jane Valois había vivido la mayor parte de su vida.
Giselle, que ya no tenía en absoluto pinta de mujer (se había cortado el cabello y sus ropas estaban sucias y sin ningún rastro de la femineidad que tanto la había enorgullecido en toda su vida) consiguió cambiar la fina yegua por alimento, ropa nueva (de hombre, por supuesto) y una vieja mula que le serviría para pasar desapercibida en su camino hacia el palacio. Lo que haría después, aun no lo tenía del todo claro; esperaba que los señores del norte del continente ya se hallaran en camino a la
Sentado en el trono que había ansiado durante años, Tristán escuchaba con atención (y con una mano en el mentón) los planes que cada uno de sus hombres (que no eran sus hombres, sino los del dios Rojo) tenían para hacer prosperar la ciudad. Las noticias, de que varios de los pequeños y medianos reinos de lo largo y ancho del continente se dirigían a la ciudad, eran el tema principal de debate.Algunos de ellos (entre los que se encontraba Ojo de Pez) eran partidarios de exigir que cada uno de los señores dejaran a un hijo varón en la capital para ser entrenado en el arte de la guerra. A Tristán, la idea le gustaba, pues garantizaría de alguna manera la lealtad de todos aquellos que aún lo veían como un usurpador y un tirano.El maestro Luc, mientras tanto, parloteaba acerca de lo bueno que sería inculcar la fe del dios Rojo al pueblo y, de ser posible, al continente
Fuera de los muros del palacio real, el pueblo estaba sumido en la acostumbrada monotonía. La observación que Giselle había hecho a su paso era, hasta cierto punto, acertada. La gente iba y venía, sumida en sus propios problemas e importándole poco quien gobernara la ciudad. Gran parte de su indiferencia se debía, quizá, a que, en los pocos años de reinado de Iván, no se habían hecho grandes mejoras. La administración anterior, a cargo del rey Bastián, había sido poco menos que lamentable y desastrosa para la mayoría de los habitantes. Muchos habían emigrado en busca de mejores oportunidades y los que se habían quedado, no habían visto nunca grandes cambios, independientemente de quien estuviera en el trono. En cierto modo, era como si el pueblo no tuviera el menor interés en su rey. Por supuesto el pueblo, o al menos la mayoría, conoc&ia
La comitiva venida del norte estaba arribando a la poderosa ciudad capital. El nuevo rey de Sanlúcar, un caballero de finas facciones y cuerpo esbelto bien proporcionado iba rodeado por el grueso de sus hombres. Travis, recién nombrado maestro de armas de la ciudad norteña de Sanlúcar, cabalgaba inmediatamente por detrás del rey.¿Recuerdan todos el plan? — había preguntado el orgulloso rey del norte a sus hombres la noche anterior a su llegada, cuando el campamento de poco más de una centena de hombres estaba terminando de instalarse en un claro que discurría a pocos metros del sendero de los viajeros.Sí: Había sido la respuesta de todos y cada uno de ellos. Una respuesta escueta, pero que, a fin de cuentas, significaba que todos quienes lo acompañaban, entendían el tamaño de las implicaciones.Mañana por la mañana arribaremos a V
Una melodía de piano y cuerdas sonaba en la lejanía. A las notas, suaves y emotivas, se unía una voz de tenor que recitaba palabras dulces, palabras llenas de emoción y nostalgia. Era la canción más bella que Sascha había escuchado en su vida y mientras ella cerraba los ojos y pensaba en Iván, la voz del interprete recitaba:Aquí en la oscuridad Con las estrellas solitarias…Solo el hombre en la luna Y el latido de mi corazón…El rizo de tus labios y la suavidad de tu pielEl silencio que canta La canción en el viento…La letra se perdía y de un momento a otro, Sascha ya no distinguía las palabras. Era una situación un tanto surrealista, porque en el fondo sabía que nadie podía estar interpretando una canci&oa
Diez días después de su encarcelamiento, Iván acababa de ser informado sobre el destino que el consejo real del rey Tristán había designado para él. Por supuesto, la sentencia no podía ser otra, que la muerte. El propio Tristán le había visitado hace poco y aparte de hablar sobre la sentencia, el hermano de su abuelo le había puesto al tanto sobre las ultimas noticias del reino. Los Torreblanca y algunos de los señoríos más cercanos a la capital habían acudido a jurar lealtad al rey.— Eso es bueno para tu esposa y tu hija — había dicho Tristán en tono alegre — Te aseguro que ellas tendrán una buena vida sin importar lo que pase después.Iván había asentido con la cabeza y esperaba que las palabras de Tristán fueran ciertas. El chico, que hasta hace no mucho había sido rey de Valle Verd
La pequeña zorra Valois se había quedado en su habitación. Tristán no quería que le vieran en compañía de una mujer que estaba volviéndose loca. La chica se había vuelto agresiva y el rey se había visto en la necesidad de atarla con fuerza a la silla, con una previa dosis de sangre para bajarle los ánimos. Eso había sido malo, casi había hecho que perdiera su entusiasmo, pero no. Nada podía quitarle el entusiasmo que sentía ahora mientras el primero de los prisioneros subía al cadalso.Ver morir a Klaus Birmingham era divertido, pero lo verdaderamente importante, la cumbre del evento, era ver la muerte de Iván. La muerte del ultimo varón de los Dagger. Pero ¿Acaso no había dicho el dios Rojo que ahora quería la sangre de una mujer de su linaje? Tristán sabía que el tiempo se le estaba acabando, sabía que deb&ia
Jane Valois, flotando y yendo de la conciencia a la inconciencia, y atada a una silla, oye el ruido que proviene del patio. La despierta un sinfín de gritos que provienen de abajo. Jane sacude la cabeza y de pronto se da cuenta de lo que sucede, o al menos, se da cuenta parcialmente: En el palacio hay otra batalla.Trata de liberarse, pero las ataduras son fuertes y parecen reforzarse con cada movimiento que hace. En un momento dado le cuesta incluso expandir los pulmones para tomar aire.El griterío aumenta de intensidad y pronto se suma el sonido del acero: El sonido de espadas y otras armas chocando entre sí. Jane, con el corazón golpeando con fuerza su pecho, sabe que tiene que intentar algo, quizá aún haya tiempo de hacer algo. Quizá no sea aún demasiado tarde. Entonces, lentamente y aguantando la respiración lo más que puede, consigue encoger su abdomen y su pecho a un nivel alarmante y a
Ya no hay nada que ver allí — dijo el rey de Sanlúcar.Travis fingió no oírlo y continuó su camino (contrario al de su rey, que se alejaba de la ciudad con el grueso de su ejército siguiéndolo) El antiguo prisionero iba a lomos de un corcel color blanco que llevaba puesta una indumentaria con los colores de los señores del norte. A lo lejos, justo donde se erigía el palacio real, una columna de humo se elevaba perezosamente hacia los cielos. Travis tragó saliva, pico espuelas y se lanzó al galope.Al entrar a la ciudad lo primero que vio fue que el pueblo parecía verdaderamente asustado. Travis se los veía en los ojos, como algo profundamente arraigado que no puede salir.En su camino por las calles de la ciudad, no pudo evitar sentirse poderosamente atraído hacia una jauría de perros en compa&ntil