La pequeña zorra Valois se había quedado en su habitación. Tristán no quería que le vieran en compañía de una mujer que estaba volviéndose loca. La chica se había vuelto agresiva y el rey se había visto en la necesidad de atarla con fuerza a la silla, con una previa dosis de sangre para bajarle los ánimos. Eso había sido malo, casi había hecho que perdiera su entusiasmo, pero no. Nada podía quitarle el entusiasmo que sentía ahora mientras el primero de los prisioneros subía al cadalso.
Ver morir a Klaus Birmingham era divertido, pero lo verdaderamente importante, la cumbre del evento, era ver la muerte de Iván. La muerte del ultimo varón de los Dagger. Pero ¿Acaso no había dicho el dios Rojo que ahora quería la sangre de una mujer de su linaje? Tristán sabía que el tiempo se le estaba acabando, sabía que deb&ia
Jane Valois, flotando y yendo de la conciencia a la inconciencia, y atada a una silla, oye el ruido que proviene del patio. La despierta un sinfín de gritos que provienen de abajo. Jane sacude la cabeza y de pronto se da cuenta de lo que sucede, o al menos, se da cuenta parcialmente: En el palacio hay otra batalla.Trata de liberarse, pero las ataduras son fuertes y parecen reforzarse con cada movimiento que hace. En un momento dado le cuesta incluso expandir los pulmones para tomar aire.El griterío aumenta de intensidad y pronto se suma el sonido del acero: El sonido de espadas y otras armas chocando entre sí. Jane, con el corazón golpeando con fuerza su pecho, sabe que tiene que intentar algo, quizá aún haya tiempo de hacer algo. Quizá no sea aún demasiado tarde. Entonces, lentamente y aguantando la respiración lo más que puede, consigue encoger su abdomen y su pecho a un nivel alarmante y a
Ya no hay nada que ver allí — dijo el rey de Sanlúcar.Travis fingió no oírlo y continuó su camino (contrario al de su rey, que se alejaba de la ciudad con el grueso de su ejército siguiéndolo) El antiguo prisionero iba a lomos de un corcel color blanco que llevaba puesta una indumentaria con los colores de los señores del norte. A lo lejos, justo donde se erigía el palacio real, una columna de humo se elevaba perezosamente hacia los cielos. Travis tragó saliva, pico espuelas y se lanzó al galope.Al entrar a la ciudad lo primero que vio fue que el pueblo parecía verdaderamente asustado. Travis se los veía en los ojos, como algo profundamente arraigado que no puede salir.En su camino por las calles de la ciudad, no pudo evitar sentirse poderosamente atraído hacia una jauría de perros en compa&ntil
El sol brillaba en lo alto, tal como una moneda brillante; Sascha contemplaba el reflejo dorado en las aguas del río. La comitiva se había detenido tras dos horas de cabalgata bajo el intenso sol. Los caballos pastaban y bebían del río. A su alrededor, Sascha pudo ver a los soldados compartiendo bocadillos entre ellos, conversando y soltando una que otra meada detrás de los árboles. Sascha se retiró las zapatillas y movió sus agarrotados dedos. Era un alivió poder mover libremente los dedos, las zapatillas eran bonitas, pero incómodas y hacían que le sudarán los pies. El carruaje en el que viajaba era una comodidad que solo ella y su hermana mayor, Ivanna, podían disfrutar. Sascha se removió en su asiento, volvió la mirada hacia Ivanna y comprobó que seguía dormida. Con mucho cuidado pasó junto a su hermana y abrió la puerta del carruaje. Ivanna se rem
El príncipe Iván no había escuchado nunca el sonido de las campanas del gran templo de Valle Verde, ubicado al pie de la gran colina. Su padre solía decir que se debía, en parte, a que aquellas campanadas anunciaban la llegada de un visitante de la nobleza y no había habido ninguno en al menos 17 años, que era la edad de Iván. Su padre decía, además, que gracias a la enemistad del rey con sus antiguos aliados eso probablemente no ocurriría nunca mientras el abuelo rey viviera. En eso te equivocaste, padre — pensó Iván mientras miraba por el balcón de su habitación hacía el sonido de las campanas. — El abuelo no solo vive aún, mientras suenan las campanas, sino que incluso ha vivido más que tú y que mamá. Ahora soy su único heredero — pensó con una mezcla de asombro y amargura.El joven príncipe no te
El ruido del acero era el sonido favorito del capitán Tristán Dagger, rivalizando, quizá, solo con los gritos de placer y dolor que daban las prisioneras cada que las montaba. Tristán llevaba años en altamar, saqueando pequeños pueblos, secuestrando hombres y mujeres para que le sirvieran como esclavos, remeros y, en el caso de las mujeres, como simples putas y ampliando así, cada vez más su flota. Ahora, mientras levantaba su pesado mandoble de acero para dar el golpe mortal a su enemigo en cubierta, Tristán Dagger se imaginó por un momento que a quién mataba en realidad no era a un simple marinero, sino su hermano, el rey de Valle Verde y quien era el causante directo de su exilio en altamar. La batalla terminó pronto, había sido una victoria fácil para el capitán Tristán y su tripulación. Los pocos sobrevivientes del bando enemigo suplicaron piedad, pero el capit
Era de madrugada y la oscuridad inundaba totalmente la habitación. Un resquicio de luz de luna que se colaba por un pequeño espacio entre las persianas era toda la iluminación que había. Iván llevaba horas despierto. Había estado dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Hacía mucho que no se sentía tan emocionado y ansioso por que llegara la mañana. Quizá, cabía decir, que no se sentía así desde que sus padres aún vivían. Apartó la pesada cobija con los pies y se sentó al borde de la cama. Encendió la pequeña lámpara que tenía a lado y se puso de pie. Caminó hasta las puertas que conducían al balcón y con mucho cuidando, evitando hacer demasiado ruido, las abrió y salió.El viento le acarició el rostro con la suavidad de una caricia. Iván respiro hondo y lleno s
El ruido de una celda abriéndose le despertó. El prisionero se levantó de su camastro; a sus pies, una enorme rata de ojos rojos y cola peluda comía los restos de comida que habían caído al suelo en la merienda de la tarde. Otro ruido. Está vez el sonido era de unas pisadas. La rata también se dio cuenta de la presencia que se acercaba, tomó entre su hocico el último pedazo de pan duro y se escabulló por un agujero que estaba en el rincón. El prisionero, en cambio, se limitó a quedarse sentado, con la mirada baja y tan quieto como una estatua. De pronto, una luz roja se coló por la pequeña rendija en lo alto de la enorme puerta de hierro. El prisionero parpadeó y la puerta se abrió con un chirrido agudo. La luz penetró en la habitación. El hombre que había llegado dejó la lámpara en la polvorienta mesa, recogió los platos y
La mañana del día previó a la boda el viento arreciaba con fuerza. Sascha miraba por la ventana de su habitación. Aún a la distancia podía ver como los árboles frutales situados justo a los pies de la torre se mecían con fuerza de un lado a otro.— Madame Fritz dijo que está tarde habrá otro banquete en el que estará presente el príncipe — dijo su hermana sentada en la mecedora. Ivanna estaba haciendo un complicado bordado utilizando un hilo dorado y una aguja de canevá tan pequeña que Sascha temió que su hermana pudiera pincharse. — ¿Por cierto que te ha parecido el príncipe? — preguntó Ivanna levantando la mirada.Sascha sonrío.— Creo que es muy apuesto, pero casi no cruzamos ninguna palabra. Me gustaría conocerlo más antes de casarnos ¿Entiendes?— En eso estoy de