La mañana del día previó a la boda el viento arreciaba con fuerza. Sascha miraba por la ventana de su habitación. Aún a la distancia podía ver como los árboles frutales situados justo a los pies de la torre se mecían con fuerza de un lado a otro.
— Madame Fritz dijo que está tarde habrá otro banquete en el que estará presente el príncipe — dijo su hermana sentada en la mecedora. Ivanna estaba haciendo un complicado bordado utilizando un hilo dorado y una aguja de canevá tan pequeña que Sascha temió que su hermana pudiera pincharse. — ¿Por cierto que te ha parecido el príncipe? — preguntó Ivanna levantando la mirada.
Sascha sonrío.
— Creo que es muy apuesto, pero casi no cruzamos ninguna palabra. Me gustaría conocerlo más antes de casarnos ¿Entiendes?
— En eso estoy de acuerdo — dijo Ivanna volviendo a centrar su atención en su bordado. Quizá hoy sea el día hermanita, no desesperes.
— No desespero — respondió Sascha sentándose en el borde de la cama.
— Yo por mi parte estoy muy feliz — siguió Ivanna — el rey no me miró ni una sola vez ayer y podría apostar que tampoco lo hará hoy.
— Serían una bonita pareja — bromeó Sascha.
— ¡Por Dios, Sascha! ¡no digas tonterías! — dijo Ivanna soltando una sonora carcajada. — No me hagas reír o terminaré pinchándome un dedo por tu culpa.
— ¿Crees que yo le guste al príncipe? — preguntó Sascha con total seriedad.
— ¡No seas boba! Claro que sí, hermanita. Todos vimos ayer como le brillaron los ojos cuando los presentaron.
Sascha sonrío.
— Eres una chiquilla encantadora y si el príncipe no se da cuenta es porque está más ciego que su abuelo. Ven aquí — Ivanna apartó su bordado y le dio un gran abrazo a su hermana.
Sascha se abrazó con fuerza a su hermana. Ivanna era unos centímetros más alta y el rostro de Sascha quedaba a la altura del pecho de su hermana. Cerró los ojos y por un momento fue como abrazar a su madre, una madre que a pesar de que les decía con frecuencia que las quería, había terminado vendiéndolas a Valle Verde con el fin de aspirar a que la Casa Torreblanca recuperará algún día no muy lejano su gloria pasada. Pensar en eso era doloroso para Sascha, pero estaba decidida a ser feliz en el palacio, a ser una esposa abnegada y amorosa. La princesa alzó la mirada, tenía los ojos llorosos.
— ¡Por Dios, Sascha! ¿Estás bien? — preguntó Ivanna, alarmada.
Sascha asintió con la cabeza.
— ¿Por qué lloras entonces?
— Estoy feliz de que seas mi hermana — respondió Sascha estrechándola contra su pecho con fuerza.
— Yo también soy feliz de que seas mi hermana — Ivanna le besó en la frente.
— ¿Quieres jugar a las damas chinas antes de que Madame Fritz venga a buscarnos para el banquete? — preguntó Sascha.
— Sascha, ya sabes que Madame Fritz dice que ese es un juego para hombres.
— Entonces seamos hombres un momento — sugirió Sascha con una sonrisa.
— De acuerdo — asintió Ivanna.
El reloj del gran salón marcaba las 6 pm cuando Sascha e Ivanna entraron escoltadas por un par de los hombres de la casa Torreblanca, valientes soldados que las habían acompañado desde su hogar. A diferencia de la primera vez, ahora solo había dos mesas rectangulares de tamaño mediano. La estancia olía a especias, carne y pan. Sascha tomó asiento en el lugar marcado para ella, frente a ella había un par de platos de porcelana brillante, un juego de cubiertos de plata y una copa vacía. Ivanna se sentó justo a su lado, a la derecha. Transcurrieron apenas unos minutos antes de que apareciera el príncipe Iván acompañado de sus hermanos y dos de sus tías más jóvenes. Iván entró a la estancia con algo de timidez, Sascha lo advirtió en sus ojos, aun así, el príncipe se las arregló para sonreírle y saludarla con la cortesía de un caballero.
— Esta tarde estás radiante, mi princesa — dijo Iván con una voz que no era totalmente la suya. Era obvio que el joven príncipe se esforzaba porque su voz sonara más adulta, más madura, más varonil.
— Gracias — respondió Sascha ruborizándose un poco.
En el banquete anterior, Sascha e Iván habían estado tan separados que les había sido imposible conversar siquiera, pero ahora, la orden del rey parecía ser no solo que se sentaran juntos a la mesa, sino, también, que hubiera muchísima menos gente que la primera vez.
Iván tomó asiento justo a su lado. El joven príncipe iba vestido con un jubón azul rey, unas calzas blancas y unos botines azul cielo. Sascha lo miró disimuladamente mientras el príncipe le decía algo a su hermano que acababa de llegar a la mesa. El príncipe Carlos, un año menor que Iván, también era un muchacho atractivo, casi de la misma altura que Iván y vestido casi exactamente como él.
— Buenas tardes, mi hermosa cuñada — saludó Carlos con una reverencia tan pronunciada que Iván no pudo contener una risita.
— Hola — saludó Sascha con una sonrisa cortés.
Sascha vio acercarse también al príncipe Luis, un chiquillo encantador de tan solo nueve años. El príncipe iba vestido igual que sus hermanos, salvó por las calzas, que, en su caso, eran de color blanco, dándole el aspecto de un pequeño y apuesto caballero de cuentos.
— Hola — saludó el príncipe Luis con timidez.
— Hola — respondió Sascha tomando la mano que le tendía el pequeño
— Este principito será un apuesto caballero cuando sea mayor — dijo de pronto la voz de Ivanna refiriéndose a Luis. El pequeño se ruborizó y extendió la mano también hacia Ivanna con un gesto aún más tímido que el de hace un momento.
— ¿Ves? Luis es más educado que tú y eso que solo tiene nueve años — dijo el príncipe Iván a su hermano Carlos junto a él.
— ¿De qué hablas? — inquirió Carlos algo molesto
— De que tu no saludaste a la princesa Ivanna.
El príncipe Carlos miró a Ivanna como si estuviera dándose cuenta por primera vez de su presencia.
— Lo siento mucho, princesa, espero pueda disculparme, mi hermano tiene razón me he portado como todo un plebeyo.
— Algunos plebeyos también son educados — dijo Ivanna con voz amable — Acepto sus disculpas, mi príncipe.
Carlos pareció meditar la respuesta como si fuera alguna clase de acertijo, hizo una reverencia y volvió a sentarse con un gesto algo confundido en el rostro.
— ¡Hola, Hola! — Isabel llegó corriendo a la mesa. Llevaba una rosa blanca en la mano y cuando vio a la princesa Sascha se la extendió — Es para usted, princesa. Le dije a mi tonto hermano que él debía dársela, pero ya sabe cómo son los chicos de miedosos y distraídos.
Sascha no pudo evitar sonreír ante aquellas palabras. Ivanna fue aún más allá, soltando una risita.
— Muchas gracias, princesa — respondió Sascha tomando la rosa. — Es un gusto conocerte
— ¡Oh! El gusto es mío. — dijo Isabel — ¿No le molesta que le hable de tú, princesa?
— Esta niña es encantadora — dijo Ivanna
— No me molesta, puedes llamarme Sascha y usted ¿cómo se llama, princesa?
— Me llamo Isabel y puedes llamarme Izzy o Isa. Así me llaman mis hermanos y mi papá solía llamarme Isis, pero suena un poco raro, así que Isa o Izzy está bien.
— Perfecto — dijo Sascha dándole un abrazo a la pequeña.
— ¿Y su nombre cual es princesa? — preguntó Isabel dirigiéndose a Ivanna que la miraba con ternura y con una especie de amor que solo son capaces de sentir las mujeres.
— Mi nombre es Ivanna, princesa. — respondió al fin
— Es un bonito nombre
— Muchas gracias — respondió la adulada.
— Son unas princesas muy bonitas — dijo Isabel ensoñadoramente.
— Y tú eres una niña encantadora — dijo Ivanna.
— Gracias, Ivanna. Ahora voy a mi lugar o vendrán a regañarme — Isabel se detuvo un segundo junto a su hermano Iván y le susurro algo al oído que Sascha pudo escuchar perfectamente.
— Te dije que tú eras como el ogro malo — Iván sonrió, miró a Sascha que también sonrió tímidamente, e Isabel se encamino hacia su lugar, que estaba justo al lado del príncipe Luis.
Unos minutos después entró Madame Fritz, seguida de cerca por el capitán Marko, el mismo que había escoltado a las princesas de Torreblanca hasta el palacio de Valle Verde. Madame Fritz se acercó a los príncipes y princesa y los saludó con una cortesía que, si bien era amable, parecía más mecanizada que sincera. Los saludos del capitán Marko no fueron mejores. Madame Fritz era una mujer madura entrada en años, pero Sascha pudo ver como su institutriz parecía coquetear con el capitán Marko que era al menos quince años menor. Dos de las Eternas Doncellas se unieron a la cena unos minutos después, se trataba de las hijas menores del rey Bastián: Elena y Wendolyn. Las recién llegadas saludaron a Sascha dándole un gran abrazo, pero Ivanna tuvo que conformarse con solo un apretón de manos. Aquel simple acto le confirmó a Sacha algo que su madre les había dicho el ultimo día que estuvieron en el palacio Torreblanca. Ustedes serán la envidia de las mujeres en la corte porque son jóvenes y bonitas. Las eternas doncellas tienen muy mala fama cuando se trata de convivir con mujeres que son todo lo opuesto a ellas. Mis hijas, sean buenas y no caigan en provocaciones.
Después de recordar aquello, Sascha sintió un aguijonazo de incomodidad. Elena y Wendolyn no eran precisamente feas, pero tampoco demasiado bonitas. Elena, de hecho, tenía un rostro agraciado, de facciones finas y piel blanca. Era además delgada y con formas de una mujer en desarrollo, sin embargo, el horror se hallaba, siniestramente también a la vista, y eso, era, una marca de nacimiento bastante grande en una porción grande de su rostro. Justo debajo del ojo izquierdo y extendiéndose hasta la comisura del labio, la mancha en el rostro de Elena era como un fallo grave en el perfecto diseño de su rostro. Sascha calculó que Elena tenía unos veintitrés años como mucho, pero la horrible mancha la hacía parecer algo mayor, además de amargada y poco amistosa. Por otro lado, Wendolyn, pese a no tener ninguna mancha en el rostro, era tan delgada que no tenía grasa suficiente para que sus pechos resultaran medianamente visibles, tenía brazos largos y sus facciones eran más bien puntiagudas y poco femeninas. Eso sin contar que la risa de Wendolyn, que rondaba los veintiséis años, era más escandalosa e histérica que cualquiera que Sascha hubiera oído antes.
El banquete transcurrió sin demasiados contratiempos. Ocasionalmente la mirada de Sascha se encontraba con la del príncipe Iván, pero ambos se limitaban a sonreírse sin cruzar alguna palabra. En la última de esas ocasiones, Sascha se sintió tentada a romper el hielo, pero se detuvo cuando su inseguridad le apreso la garganta como un felino enojado. Recordó entonces lo que su hermana le había dicho esa misma mañana: Eres una chiquilla encantadora y si el príncipe no se da cuenta es porque está más ciego que su abuelo. Sascha no se había dado cuenta que el recuerdo la había hecho sonreír como una boba hasta que se encontró de frente con la mirada implacable de Madame Fritz. ¡Por Dios! ¿Qué acaso no podía ni siquiera reírse? A veces le molestaba tanto la presencia de Madame Fritz que, por las noches, antes de cerrar los ojos, acariciaba la idea de despedir a su institutriz una vez fuera reina. Por supuesto no compartía esa idea con nadie, su hermana Ivanna, un poco más corrompida que ella en cuanto a lo que una princesa debe y no debe pensar, habría dicho que Madame Fritz era una mujer dura pero que en el fondo no era mala, su madre, habría ido más allá, quizá reprendiéndola por siquiera pensar en la idea de deshacerse de la institutriz. Mamá ya no está aquí para decirme lo que debo y no debo hacer — dijo una voz dentro de su cabeza. Mamá ya no puede obligarme a nada, Mamá…
— ¿Estás bien, Sascha? — preguntó Ivanna de pronto.
— Si — respondió Sascha aún meditabunda.
— No has tocado tu comida — observó Ivanna algo preocupada.
— Oh… Yo… si, lo siento
Sascha entonces comenzó a comer.
Iván tenía una sensación extraña en el pecho y en el estómago. No tardó mucho en darse cuenta de que sus molestias físicas se debían a la excitación del momento. La princesa Sascha estaba tan cerca de él que podía escucharla masticar el salmón y la pasta de fideos. A su izquierda, escuchaba a sus hermanos conversar sobre cosas sin importancia; Isabel estaba diciendo algo sobre los patos que había visto por la tarde cerca de los estanques, Carlos hablaba acerca de lo mucho que le gustaría cazar uno con su nuevo arco y Luis reía los comentarios de los dos. Era interesante que, pese a los comentarios crueles de Carlos respecto a la caza de patos, Isabel no rompía a llorar como harían la mayoría de las niñas de su edad.Iván miró el reloj deseando que el tiempo pasara más deprisa, no porque deseara apartarse de Sascha, sino porq
El gran día había llegado. Afuera aún estaba oscuro, pero ya podía escucharse el canto de las aves que anunciaban la pronta e inminente llegada del amanecer. Una ligera llovizna se cernía sobre el palacio real, perlando con diminutas gotas los pastizales, jardines y árboles. El rey Bastián estaba sentado en su enorme sofá, alternando su mirada entre la ventana, en la que la lluvia repiqueteaba y, la única vela encendida en su habitación. El rey había tenido una noche difícil, cuando mucho había dormido un par de horas, después de eso, tras numerosos intentos fallidos, había decidido levantarse de la cama, servirse una copa de vino y dejarse caer sobre su sofá favorito. En los días previos a la boda de su nieto Iván, todo el mundo, incluido el propio rey, habían temido que su enfermedad le impidiera asistir. El médico decía que los s&iacut
Las dos damas que su madre le había asignado el día de su partida estaban terminando de cepillarle el cabello. Enfundada en el largo vestido blanco, Sascha se sentía como una figura diminuta y frágil. Le gustaba su aspecto en el espejo, pero tenía, desde la mañana, una extraña sensación de fatalidad, como si algo malo estuviera a punto de suceder en algún lado, lo bastante cerca de ella como para afectarla directamente. Tonterías — se dijo mientras sonreía a su reflejo.— Se ve usted bellísima — dijo una de sus damas, la más pequeña de las dos, que era casi de la edad de Sascha.—Gracias, Ana — respondió Sascha con amabilidad.—Debemos darnos prisa — dijo la más grande de sus damas — en cualquier momento vendrán por nosotras para escoltarnos al templo.—Tranquila, aún hay&hellip
“La tía Giselle y la tía Maggie son amantes” El príncipe Iván llevaba pensando en ello desde la noche anterior. Después de cerciorarse de que no era su imaginación, sino que en realidad estaba escuchando a dos de sus tías teniendo relaciones sexuales, Iván había regresado a lado de Sascha. Por unos momentos, estuvo tentado en contarle lo que había escuchado tras la puerta, pero finalmente decidió no hacerlo. No quería asustarla. Tampoco se lo contó a su hermano Carlos, que era el único con edad suficiente para entender lo que había visto. No era que simplemente hubiera sido incomodo escuchar una situación tan íntima, sino que, en realidad, más que solo eso, se trataba de una falta grave. Iván sabía, por las lecciones de historia, que en el pasado algunos miembros de la realeza habían sido ejecutados por
Desde que el maestro Luc Cavanagh apareció, Tristán Dagger pasaba la mayor parte del tiempo con él. El maestro Luc y el capitán se sentaban a la mesa, jugaban a las cartas, a veces en compañía de alguno de los hombres de la tripulación, pero casi siempre solos. Por las tardes bebían vino, cerveza oscura y refresco de uva. Tristán Dagger incluso visitaba menos a las mujeres que tenía a su disposición. Por las noches, cuando la mayor parte de la tripulación dormía, el maestro Luc le contaba al capitán cómo había sido la vida en Valle Verde desde que esté fuera condenado al exilio. Tristán escuchaba con beneplácito y con una atención propia del estudiante deseoso de aprender, cada una de las palabras que brotaban de la traicionera boca de Luc Cavanagh. El capitán no pudo ocultar su alegría y satisfacción ante los escabros
Las luces de los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno. Las celebraciones por la boda de los príncipes durarían al menos una semana. Giselle, en estricto orden, aun una princesa, se había retirado a sus aposentos tan pronto como su padre se hubo descuidado. La estúpida de Maggie había querido acompañarla alegando que tenía un fuerte dolor de cabeza, pero Giselle se había negado, pues conocía las intenciones verdaderas de su hermana. Giselle era una mujer cauta y precavida y lo que menos quería era que alguien, aunque fuera un simple criado, empezara a sospechar que traía amoríos con su propia hermana. Muchas veces ya le había dicho a Maggie que no hiciera ningún tipo de insinuación en presencia de los criados, el resto de sus hermanas, y menos aún en presencia de los guardias y, por supuesto, del mismo rey. Pero Maggie era estúpida, una mujer hermos
Aún podía escuchar el jolgorio de los invitados, allí, en el pasillo que conducía a las habitaciones. No a sus antiguas habitaciones ubicadas en el ala oeste, sino a las nuevas, a aquellas que habían sido especialmente acondicionadas para su noche de bodas.—No tengas miedo — dijo Evelyn, la chica castigada con una horrible mancha en el rostro.Sascha se limitó a mirarla. Esperaba que su expresión fuera serena, pero la verdad es que tenía miedo ante lo que estaba por venir. Durante los días previos al enlace matrimonial, había tratado de evitar a toda costa pensar en “eso” pensar en lo que su hermana y Madame Fritz llamaban “deberes conyugales”. Sascha, como toda adolescente de quince años sabía lo que esas palabras implicaban, y pese a que, se sentía cómoda con la idea de estar con Iván, en realidad no se sentía lo suficie
Estaba terminando su comida de la tarde: una pieza de pan, una ración de verduras al vapor bastante desabridas y un vaso mediano de jugo de manzana, cuando escucho de nuevo el sonido de las pisadas en el pasillo. Me ha dado menos tiempo para comer — pensó. El agujero por donde la rata se colaba cada noche estaba desierto ahora, pero el prisionero sabía que su compañera volvería tarde o temprano así que guardó el ultimo trozo de pan y lo guardó bajo su viejo colchón. Ya se lo daría más tarde.La puerta se abrió, lenta y pesadamente. El prisionero no se molestó en mirar, seguramente se trataba del mismo rostro que llevaba viendo los últimos años: el de su celador, que iba, como siempre, a recoger los platos vacíos.— No pareces apto para ocupar el trono de Valle Verde — dijo una voz de mujer. El prisionero miró hacia la puerta con expre