El ruido del acero era el sonido favorito del capitán Tristán Dagger, rivalizando, quizá, solo con los gritos de placer y dolor que daban las prisioneras cada que las montaba. Tristán llevaba años en altamar, saqueando pequeños pueblos, secuestrando hombres y mujeres para que le sirvieran como esclavos, remeros y, en el caso de las mujeres, como simples putas y ampliando así, cada vez más su flota. Ahora, mientras levantaba su pesado mandoble de acero para dar el golpe mortal a su enemigo en cubierta, Tristán Dagger se imaginó por un momento que a quién mataba en realidad no era a un simple marinero, sino su hermano, el rey de Valle Verde y quien era el causante directo de su exilio en altamar. La batalla terminó pronto, había sido una victoria fácil para el capitán Tristán y su tripulación. Los pocos sobrevivientes del bando enemigo suplicaron piedad, pero el capitán no era famoso por su compasión, así que ordenó a sus hombres que lanzaran a los heridos al mar y a los que aún estuvieran en condiciones de recuperarse a las oscuras celdas de la Muerte Negra, el orgulloso buque insignia del capitán Tristán Dagger. Sus hombres se apresuraron a obedecer y casi enseguida unos cuantos esclavos se dejaron ver por las cubiertas de las cuarenta y ocho naves para limpiar las manchas de sangre y arrojar al mar brazos, piernas y cabezas cortadas tanto de los enemigos como de los miembros de la tripulación, todo ello con previa inspección de las ropas de los muertos por si encontraban algún objeto de valor que pudiera ser de utilidad. En tanto, el capitán se retiró a sus aposentos, que estaban instalados justo al lado de las celdas. En una ocasión, cuando fue cuestionado por unos de sus hombres porque prefería esas habitaciones, el capitán respondió que los gritos, lamentos y agonías de los desgraciados prisioneros le ayudaban a conciliar más fácil el sueño.
Una vez dentro de sus habitaciones, el capitán encendió las cuatro velas de su candelabro, dejo su espada a un lado de su cama, como era su costumbre y se dispuso a entrenar. A diferencia de su hermano el rey, Tristán conservaba una gran fuerza, vitalidad y salud física. A sus cincuenta y un años tenía la musculatura de un joven soldado de veinticinco. Todas las mañanas realizaba ejercicios de flexiones en su habitación, levantaba dos enormes barras de acero de más de setenta kilos al menos una veintena de veces y salía a la cubierta para entrenar con su pesado mandoble de acero; en ocasiones incluso entrenaba con un mandoble en cada mano contra tres o cuatro de sus hombres. Siempre ganaba. El capitán Tristán Dagger era un guerrero formidable, temido y respetado por su tripulación. Por las tardes solía leer pesados volúmenes de historia, geografía y mitología y muy a menudo hacía una segunda rutina de entrenamientos, saltándose únicamente la salida a cubierta. La rutina casi nunca variaba y hoy no sería la excepción, el capitán terminó su intensa serie de flexiones, se sentó al borde de la cama y tomó tinta y papel. En sus memorias iniciaba siempre anotando la cantidad de días que llevaba en altamar seguido de los días que faltaban para que regresara a Valle Verde. La sentencia de su hermano había sido de por vida: Tristán Dagger no debería volver nunca a las tierras del Valle, pero el capitán sabía de muy buena fuente que quizá su suerte cambiaría pronto, muy pronto de hecho. Sus informantes en la corte le habían hecho llegar las noticias más recientes. En la misiva que el capitán había recibido se le informaba acerca de la boda entre el príncipe Iván y la princesa Sascha de la casa Torreblanca, además de que se hablaba de la posibilidad de que el rey contrajera también matrimonio con la hermana mayor de la princesa Sascha. Esas noticias eran absurdas y meras simplezas para el capitán, lo que realmente le emociono fue lo que decía casi al final de la carta: El rey está enfermo. Los médicos de la corte han usado muchos métodos para intentar curarle, incluidos las agujas y las sanguijuelas rojas, pero hasta ahora nada ha funcionado. Algunos creen que las prostitutas le han contagiado el Mal de la Locura.
Tristán todavía sonreía cuando recordaba esas palabras. Su hermano mayor pronto estaría muerto, sino es que lo estaba ya, y entonces nada le impediría regresar a las tierras que lo habían visto nacer y a las que Tristán creía tener derecho. Iván era un debilucho, sin carácter para gobernar y sería fácilmente manipulable. Tristán no creía que fuera necesario matar al chico, quizá solo el exilio o la prisión perpetua serían suficientes, pero si las cosas con la llegada de la princesa de Torreblanca se tornaban difíciles, estaba dispuesto a quitarlo de en medio.
Terminó de escribir, dobló la hoja y la metió dentro de un cajón. Estaba por quitarse la armadura, cuando uno de sus hombres llamó a la puerta con urgencia:
— ¡Capitán! ¡Le necesitamos en cubierta!
— ¿Qué pasa? — preguntó Tristán un poco malhumorado ante la interrupción.
— ¡Uno de los hombres que íbamos a lanzar al mar dice tener algo muy importante que decirle!
— ¿Un hombre? — Tristán volvió a recolocarse la armadura y tomó su espada.
— ¡Así es capitán!
Tristán Dagger abrió la puerta, miró al chico que estaba ante ella y caminaron juntos a la cubierta. En el exterior algunas estrellas brillaban vacilantes y la luna era como una moneda plateada brillante. Tristán vio al hombre que decía tener algo muy importante que decirle, el pobre desgraciado estaba de rodillas, tenía un ojo casi cerrado y el rostro sucio y macilento. Uno de sus brazos estaba torcido y Tristán supo de inmediato que tenía una severa fractura.
— Capitán este imbécil ha tenido la osadía de solicitar su presencia — dijo uno de sus hombres al tiempo que pateaba al arrodillado en la espalda.
— Es un hombre valiente, sin duda — asintió Tristán — Espero que de verdad sea importante lo que tienes que decirme — añadió volviéndose hacía el hombre — porque si no es así, tú muerte será más dolorosa y agónica.
El hombre en el suelo levantó la mirada. Pese a tener solo un ojo abierto encaró al capitán y dijo:
— Si que es importante, capitán. Traigo noticias de Valle Verde.
— Ya se todo lo que hay que saber de Valle Verde — atajó Tristán desenvainando su espada, listo para mutilar al prisionero muy lentamente.
— Lo dudo, capitán — soltó el hombre al ver el brillo del acero. En su voz, Tristán no distinguió ningún ápice de miedo y eso era algo muy extraño, porque lo usual era que a esas alturas el pobre infeliz ya estuviera suplicando clemencia.
— Habla entonces — lo apuró el capitán.
El hombre tragó saliva para aclararse la garganta
— Usted pronto será rey, capitán. Su hermano morirá pronto y su nieto, el heredero caerá en desgracia tan rápido como ascienda al trono. No es culpa suya sino culpa de la muchachita esa, la princesa de Torreblanca. Mucha gente importante de la ciudad está en contra de la alianza de su hermano con la casa Torreblanca. Le sugiero que cuando su hermano muera usted regrese y tomé el castillo con ayuda de su flota…
— ¡Ja! ¡Este imbécil se atreve a sugerirle a nuestro capitán lo que debe hacer! — dijo un hombre a las espaldas de Tristán.
— ¡Silenció! — gruñó Tristán — Quiero escuchar lo que este infeliz tiene que decir.
— Gracias capitán — continuó el hombre — pero ya he terminado de hablar.
— ¿Eso es todo? — preguntó el capitán frunciendo el ceño. — No me has dicho nada que yo no sepa, ni nada que no pretendiera ya hacer mucho antes de escuchar las palabras que salieron de tu sucia lengua. Mi informante en la ciudad me ha dicho…
— No me reconoce ¿verdad, capitán? — Tristán se frotó la barbilla y soltó una carcajada ante la ocurrencia del hombre por querer salvar su vida. De todas formas, sería en vano, Tristán Dagger no era un hombre que se conmoviera fácilmente.
— Para nada — dijo finalmente — Arránquenle la piel a este hablador, exhíbanlo en lo alto del mástil y…
— Estuve en el consejo real, capitán — dijo el hombre con voz firme. — Serví en los mejores años del reinado de su hermano hasta que las Eternas Doncellas conspiraron en mi contra para que se me echara a la calle como un perro.
Tristán Dagger estudio minuciosamente al hombre arrodillado. Había estado tanto tiempo alejado del reino que, aunque el hombre estuviera diciendo la verdad, no tenía manera alguna de comprobarlo. Transcurrieron algunos segundos, Tristán se frotó nuevamente la barbilla y finalmente algo se ilumino en sus ojos.
— ¿Cavanagh? ¿Luc Cavanagh?
— Ese mismo, capitán — respondió el hombre poniéndose lentamente de pie. — Lamento profundamente presentarme ante usted con estas ropas viejas y sucias, yo no era parte de la tripulación que trato de hacerle frente a su majestuosa flota, más bien era su prisionero. Pero cuando fue demasiado obvio que mis captores perderían la batalla me liberaron a fin de tener más hombres que pudieran empuñar la espada.
— Ya veo — dijo Tristán con una sonrisa. — ¡Escuchen todos, este hombre ya no es un prisionero, ahora es un invitado! Tú — dijo señalando a uno de los esclavos — Encárgate de proporcionar al maestro Luc, ropa, comida y bebida digna.
— Se lo agradezco mucho capitán — dijo el hombre haciendo una reverencia.
Más tarde, Tristán fue hasta las habitaciones que le habían sido asignadas al maestro Luc.
— Adelante capitán — dijo el hombre.
— Es una fortuna que haya llegado a nosotros, maestro — Tristán se quedó de pie junto a la puerta mientras el maestro Luc terminaba de comer su humeante caldo de pescado y calamar.
— Desde que salí de Valle Verde sabría que lo encontraría capitán. Los dioses me lo dijeron en sueños.
— Esos dioses suyos ¿Me harán rey? — inquirió Tristán
— También son sus dioses capitán y si, lo harán rey. Su hermano lleva años abriéndose camino a la tumba. Mis visiones rara vez se equivocan, capitán y he visto en ellas la muerte de su hermano y la caída en desgracia del príncipe Iván. El reino enteró buscará alzarse en armas, puede que incluso sin su intervención, el reinado del joven príncipe caerá de todos modos. La princesa Sascha es una buena muchacha, pero el pueblo la aborrece, aborrecen a cualquiera que lleve el apellido Torreblanca. Usted más que nadie sabe el largo historial de guerras y enemistades entre la casa Torreblanca y la casa Dagger. Si no quiere que el trono caiga en manos de cualquier chiquillo inexperto usted debe regresar a Valle Verde. Usted es la salvación del reino.
Tristán Dagger sonrío.
— Dígame una cosa, maestro. ¿Aún tiene usted esos poderes que tanto asustaban a mis sobrinas? ¿Aún es capaz de hablar con ellos?
Ahora fue Luc Cavanagh el que sonrío.
— Por supuesto, majestad. Y por eso salí en su búsqueda porque sé que usted no reprenderá el uso de mis dones en la corte. Sé que usted será un buen rey.
— Así será — dijo Tristán — Venga conmigo, iremos a brindar por la llegada de una nueva era de luz en Valle Verde.
Era de madrugada y la oscuridad inundaba totalmente la habitación. Un resquicio de luz de luna que se colaba por un pequeño espacio entre las persianas era toda la iluminación que había. Iván llevaba horas despierto. Había estado dando vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño. Hacía mucho que no se sentía tan emocionado y ansioso por que llegara la mañana. Quizá, cabía decir, que no se sentía así desde que sus padres aún vivían. Apartó la pesada cobija con los pies y se sentó al borde de la cama. Encendió la pequeña lámpara que tenía a lado y se puso de pie. Caminó hasta las puertas que conducían al balcón y con mucho cuidando, evitando hacer demasiado ruido, las abrió y salió.El viento le acarició el rostro con la suavidad de una caricia. Iván respiro hondo y lleno s
El ruido de una celda abriéndose le despertó. El prisionero se levantó de su camastro; a sus pies, una enorme rata de ojos rojos y cola peluda comía los restos de comida que habían caído al suelo en la merienda de la tarde. Otro ruido. Está vez el sonido era de unas pisadas. La rata también se dio cuenta de la presencia que se acercaba, tomó entre su hocico el último pedazo de pan duro y se escabulló por un agujero que estaba en el rincón. El prisionero, en cambio, se limitó a quedarse sentado, con la mirada baja y tan quieto como una estatua. De pronto, una luz roja se coló por la pequeña rendija en lo alto de la enorme puerta de hierro. El prisionero parpadeó y la puerta se abrió con un chirrido agudo. La luz penetró en la habitación. El hombre que había llegado dejó la lámpara en la polvorienta mesa, recogió los platos y
La mañana del día previó a la boda el viento arreciaba con fuerza. Sascha miraba por la ventana de su habitación. Aún a la distancia podía ver como los árboles frutales situados justo a los pies de la torre se mecían con fuerza de un lado a otro.— Madame Fritz dijo que está tarde habrá otro banquete en el que estará presente el príncipe — dijo su hermana sentada en la mecedora. Ivanna estaba haciendo un complicado bordado utilizando un hilo dorado y una aguja de canevá tan pequeña que Sascha temió que su hermana pudiera pincharse. — ¿Por cierto que te ha parecido el príncipe? — preguntó Ivanna levantando la mirada.Sascha sonrío.— Creo que es muy apuesto, pero casi no cruzamos ninguna palabra. Me gustaría conocerlo más antes de casarnos ¿Entiendes?— En eso estoy de
Iván tenía una sensación extraña en el pecho y en el estómago. No tardó mucho en darse cuenta de que sus molestias físicas se debían a la excitación del momento. La princesa Sascha estaba tan cerca de él que podía escucharla masticar el salmón y la pasta de fideos. A su izquierda, escuchaba a sus hermanos conversar sobre cosas sin importancia; Isabel estaba diciendo algo sobre los patos que había visto por la tarde cerca de los estanques, Carlos hablaba acerca de lo mucho que le gustaría cazar uno con su nuevo arco y Luis reía los comentarios de los dos. Era interesante que, pese a los comentarios crueles de Carlos respecto a la caza de patos, Isabel no rompía a llorar como harían la mayoría de las niñas de su edad.Iván miró el reloj deseando que el tiempo pasara más deprisa, no porque deseara apartarse de Sascha, sino porq
El gran día había llegado. Afuera aún estaba oscuro, pero ya podía escucharse el canto de las aves que anunciaban la pronta e inminente llegada del amanecer. Una ligera llovizna se cernía sobre el palacio real, perlando con diminutas gotas los pastizales, jardines y árboles. El rey Bastián estaba sentado en su enorme sofá, alternando su mirada entre la ventana, en la que la lluvia repiqueteaba y, la única vela encendida en su habitación. El rey había tenido una noche difícil, cuando mucho había dormido un par de horas, después de eso, tras numerosos intentos fallidos, había decidido levantarse de la cama, servirse una copa de vino y dejarse caer sobre su sofá favorito. En los días previos a la boda de su nieto Iván, todo el mundo, incluido el propio rey, habían temido que su enfermedad le impidiera asistir. El médico decía que los s&iacut
Las dos damas que su madre le había asignado el día de su partida estaban terminando de cepillarle el cabello. Enfundada en el largo vestido blanco, Sascha se sentía como una figura diminuta y frágil. Le gustaba su aspecto en el espejo, pero tenía, desde la mañana, una extraña sensación de fatalidad, como si algo malo estuviera a punto de suceder en algún lado, lo bastante cerca de ella como para afectarla directamente. Tonterías — se dijo mientras sonreía a su reflejo.— Se ve usted bellísima — dijo una de sus damas, la más pequeña de las dos, que era casi de la edad de Sascha.—Gracias, Ana — respondió Sascha con amabilidad.—Debemos darnos prisa — dijo la más grande de sus damas — en cualquier momento vendrán por nosotras para escoltarnos al templo.—Tranquila, aún hay&hellip
“La tía Giselle y la tía Maggie son amantes” El príncipe Iván llevaba pensando en ello desde la noche anterior. Después de cerciorarse de que no era su imaginación, sino que en realidad estaba escuchando a dos de sus tías teniendo relaciones sexuales, Iván había regresado a lado de Sascha. Por unos momentos, estuvo tentado en contarle lo que había escuchado tras la puerta, pero finalmente decidió no hacerlo. No quería asustarla. Tampoco se lo contó a su hermano Carlos, que era el único con edad suficiente para entender lo que había visto. No era que simplemente hubiera sido incomodo escuchar una situación tan íntima, sino que, en realidad, más que solo eso, se trataba de una falta grave. Iván sabía, por las lecciones de historia, que en el pasado algunos miembros de la realeza habían sido ejecutados por
Desde que el maestro Luc Cavanagh apareció, Tristán Dagger pasaba la mayor parte del tiempo con él. El maestro Luc y el capitán se sentaban a la mesa, jugaban a las cartas, a veces en compañía de alguno de los hombres de la tripulación, pero casi siempre solos. Por las tardes bebían vino, cerveza oscura y refresco de uva. Tristán Dagger incluso visitaba menos a las mujeres que tenía a su disposición. Por las noches, cuando la mayor parte de la tripulación dormía, el maestro Luc le contaba al capitán cómo había sido la vida en Valle Verde desde que esté fuera condenado al exilio. Tristán escuchaba con beneplácito y con una atención propia del estudiante deseoso de aprender, cada una de las palabras que brotaban de la traicionera boca de Luc Cavanagh. El capitán no pudo ocultar su alegría y satisfacción ante los escabros