Trescientos años después, San Petersburgo-Rusia…
Yelena se apretujó en su gruesa parka, que llevaba abierta para tener rápido acceso al cuchillo de carnicero que escondía dentro de ella.
Caminó por premura a través de las cicatrices de una ciudad que había tenido que resurgir de sus cenizas muchas veces, sin permitir que sus cúpulas doradas dejaran de brillar y se perdieran los majestuosos vestigios obsequiados por la época del esplendor zarista.
El instinto de supervivencia de los humanos no se rendía, ni siquiera, en sus peores momentos. Ella era un ejemplo de eso.
Avanzó por las húmedas calles evitando las sombras y los sucios montículos de nieve. La gente que pasaba por su lado parecía no verla, todos se apresuraban por llegar a sus casas.
La noche a cada segundo se hacía más fría y vaticinaba la pronta llegada de otra nevada.
En una esquina, un bar solitario aún mantenía encendido el cartel de «Abierto», pero dentro solo se hallaba el copropietario dormitando en la oficina y dos cantineros tan aburridos, que uno de ellos jugueteaba con los palillos mondadientes mientras el otro miraba con angustia el noticiero:
«Varios países acusan a Estados Unidos de encubrir a Sudáfrica tras haber realizado una posible explosión nuclear en el Atlántico Sur, en conjunto con Israel. El hecho fue registrado por un satélite de observación como una señal de “doble flash”, característico de una prueba de armas nucleares.
Sin embargo, la explosión no puede ser corroborada debido a un fallo de los detectores del pulso electromagnético. Se presume que podría haber sido una señal electrónica falsa generada por un detector envejecido o un meteorito, mantener esas teorías evitarían una nueva y aireada discusión entre las potencias.
En caso contrario, quedaría en evidencia la posesión de armas nucleares por parte de Sudáfrica y rompería el “Acuerdo de Paz” firmado hace más de cien años, y reafirmado hace una década, entre los humanos y los demonios.
La posible explosión se realizó cerca de la isla Bouvet, un gélido islote ubicado en pleno Atlántico Sur a 2.600km de Ciudad del Cabo en Sudáfrica, que es una de las zonas de contención donde fueron recluidos los demonios».
Por siglos, el hombre había aprendido la lección de no mezclarse con seres infernales o las consecuencias serían catastróficas para la raza humana.
Gracias a la alianza entre países y ejércitos, la humanidad había podido enfrentar la invasión demoniaca ocurrida trescientos años atrás, logrando reducir considerablemente la cantidad de demonios que habían escapado del infierno y aislando a los sobrevivientes en «zonas de contención», alejadas de las sociedades.
Luego de eso se pautó con ellos en un «Acuerdo de Paz» para no alterar la convivencia.
No obstante, la sed de poder era imposible erradicarla de la mente humana. Algunos líderes continuaban haciendo convenios con los demonios para obtener mayor fuerza y otros arremetían contra los seres infernales pensando que de esa forma eliminaban el posible apoyo de sus enemigos.
Pero los demonios no eran seres que respetaran acuerdos, ni entendían la diferencia entre países amigos o países enemigos, mucho menos, de bloques de aliados. Si recibían ataques, eran capaces de cobrárselas de la peor forma posible.
Ellos acometían contra los humanos en general, sin establecer diferencias. Por eso muchos gobiernos veían con terror esas provocaciones.
En San Petersburgo, el que no estaba preocupado por la pronta nevada, lo hacía por los nuevos vientos de guerra que soplaban, y no solo entre grandes potencias, sino posiblemente, entre humanos y demonios.
Pero Yelena no tenía cabeza para pensar en nada diferente a su conflicto personal. Necesitaba dinero, y rápido, y la única manera de obtenerlo era arriesgando su vida asesinando a seres infernales.
Terribles criaturas escaparon del infierno junto a los demonios trescientos años atrás, cuando los constantes ruegos de los humanos, por poder y sabiduría para ganar guerras y dominar territorios, rompieron el sello de las puertas del infierno. Aunque los demonios fueron dominados y aislados, esos monstruos fueron abandonados a su suerte.
Para los demonios eran como mascotas, pero para los humanos eran aberraciones peligrosas capaces de asesinar y destruir.
Acababan con los cultivos y con el ganado, y arremetían contra toda la fauna siendo capaces de atacar, incluso, a los propios humanos.
Las ciudades contaban con «equipos de control de engendros» para eliminarlos, por eso no era común hallarlos entre la población, sino ocultos en las afueras, ya fuera en lo más alto de las montañas, escondidos entre los bosques o en los pueblos apartados.
Para acabar con esos, los gobiernos recurrían a los cazadores. Esos sujetos eran como mercenarios que se habían especializado en perseguir y asesinar a demonios rebeldes. Sin embargo, cuando la necesidad apremiaba, se aventuraban a enfrentar a los seres infernales por dinero.
Con el tiempo, decidieron crear una especie de gremio que los agrupara para exigir ayudas logísticas y financieras a los gobiernos.
De esa forma podían ejercer su trabajo sin tanto riesgo. Pero había cazadores que trabajaban por su cuenta.
Atrapaban a especies que pudieran vender o intercambiar en el mercado negro, ya que sus pieles, sangre y huesos eran productos muy demandados y usados en la magia negra, o en la fabricación de alucinógenos ilegales.
Luego de que un ser infernal entrara en la ciudad después de devastar los campos de los alrededores y de que seis miembros de los equipos de control de engendros murieran tratando de emboscarlo en un barrio humilde, el gobernador de San Petersburgo decidió solicitar auxilio a los cazadores independientes.
Como tenían poco personal para los equipos de control y los cazadores del gremio habituaban solicitar recompensas muy exageradas para actuar dentro de la ciudad, él prefirió acudir a esos mercenarios para eliminar ese peligro.
Publicó una nota en un diario local ofreciendo una buena suma de dinero a cambio de la cabeza del animal.
Yelena vio aquello como una buena oportunidad. Justo en ese instante sufría por una nueva agresión de los demonios en su vida y necesitaba de dinero para librarse de su acoso. Por eso se armó de valor y salió al frío de la noche en busca del peligroso ser como una cazadora independiente.
Al llegar al barrio señalado en la nota de prensa donde había ocurrido la fallida emboscada, se apresuró por salir de la calle principal sumergiéndose entre callejones.
El animal que buscaba era un gnoll: un ser humanoide muy parecido a las hienas que poseía grandes colmillos y garras. La mayoría no superaba el metro y medio de estatura y solían vivir en manadas para cazar a sus presas.
Si alguno estaba en solitario, podía ser porque estaba perdido o había sido rechazado por los suyos. En ambos casos debía tratarse de un ser débil, por eso ella había decidido arriesgarse a pesar de ser una novata.
Se detuvo en una esquina y miró con recelo el estrecho y oscuro callejón franqueado por edificios ruinosos. Esa era la dirección registrada en la nota de prensa.
El lugar estaba desolado, ni siquiera las casas parecían habitadas. La joven había esperado encontrarse con varios cazadores por la jugosa recompensa que ofrecían, pero no divisó a nadie en los alrededores. Ella parecía ser la única que había acudido al llamado.
Su corazón empezó a palpitar con energía. Tenía miedo, aunque se esforzaba por ignorarlo, ya que este solía paralizarla cuando más necesitaba de acción.
Se aventuró a caminar por el centro de la callejuela para estar lejos de las sombras y así repasar con atención cada rincón, pero un fuerte ruido metálico, producido a su espalda, la hizo ahogar un grito y sacar su cuchillo del interior de la parka mientras se giraba.
Quedó inmóvil frente a un sujeto alto y delgado, vestido con un anorak gris y con la capucha cubriendo su cabeza.
Tenía una espada sostenida en su mano derecha. Él había saltado de una escalera de incendios.
—¿Un cuchillo de carnicero? ¿Es en serio? —se burló el joven— ¿Viniste a matar a un ser infernal que asesinó a seis hombres con un cuchillo de carnicero? —Él torció su boca en una sonrisa. Yelena pudo observar que poseía una corta barba rubia cubriéndole toda la mandíbula—. ¿Piensas cortarlo en filetes cuando termines con él?Ella exhaló todo el aire que había represado en su interior liberándose así del miedo que la había paralizado.Movió el cuchillo en círculos cerca de la cara del sujeto, sin poder evitar que su mano temblara por culpa de sus emociones agitadas.—¿Una espada? ¿Acaso te crees un ninja? —replicó para molestarlo, pero el hombre lo que hizo fue observarla como si ella fuera una cosa extraña.A los seres infernales, y a los demonios, se le vencía cortándoles la cabeza o despedazando su corazón.Una herida en cualquier otra parte del cuerpo podía debilitarlos, pero no resultaba mortal.A los seres infernales pequeños sí era posible matarlos con cuchillos, pero para los
Tardó varios minutos mientras se debatía con sus temores antes de decidirse a entrar. El interior de aquel edificio estaba oscuro y sucio, solo poblado por restos de muebles que se veían tan destruidos como sus paredes. Todas ellas marcadas por profundas garras.Respiró hondo y dejó caer sobre su espalda la capucha de la parka sacudiéndose el cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros.Se secó con el dorso de la mano su rostro pecoso, humedecido por el frío, y sacó del interior de uno de los bolsillos de su abrigo una linterna con forma de lápiz que había llevado consigo. Con ella alumbró el lugar.Gracias a esa luz apreció mejor la recepción, signada por la destrucción y con manchas de sangre ensuciando el piso y las escaleras. Allí debieron producirse las muertes de los seis miembros del equipo de control de engendros.—¿Qué mierda hago aquí? —se preguntó a sí misma mientras se esforzaba por no comparar esa escena con la producida diez años atrás, en la granja de su familia en
El diabólico ser también tenía forma humanoide, pero esta era alta y de cuerpo portentoso, con el cabello rapado, el rostro deformado y pérfido y las manos con garras filosas.En el pasado ese ser había sido un humano. Un hombre que fue víctima de un demonio y de un hechicero maligno, perdiendo su alma y su voluntad para transformarse en un engendro que se devoraba a otros de su raza.Yelena dejó de respirar ante el asombro de toparse de nuevo cara a cara con una de esas bestias, pero temblaba tanto por el miedo que no pudo evitar que su cuchillo cayera al suelo y emitiera un ruido que hizo reaccionar al animal y desató en él un rugido feroz.La onda expansiva de su sonido la empujó hacia atrás, llevándola de nuevo al borde de la escalera.—¡CORRE, NOVATA! —escuchó el grito atronador del cazador y vio como él aparecía de entre las sombras, por un lateral, abalanzándose sobre la bestia con su espada en alto.Yelena de nuevo fue presa de sus miedos, no pudo moverse ni actuar, como suced
Al abrir los ojos, observó un techo de concreto y una lámpara redonda que no le era familiar.Apretó el ceño y dio una rápida ojeada a la extraña habitación que encontraba acogedora gracias a la calefacción.—¿Dónde…?Sus dudas murieron al recordar lo sucedido. Se sobresaltó, sentándose de golpe en la cama y sufriendo de una intensa puntada en la cabeza por el movimiento brusco.—¡Demonios! —se quejó y se frotó la sien tocando la gaza que le habían colocado en la parte alta de la frente, del lado izquierdo.—No deberías invocarlos.Saltó asustada al escuchar que alguien hablaba y bajó de la cama pretendiendo ponerse en posición de ataque, pero de nuevo, el violento movimiento la afecto. Sus rodillas temblaron y la cabeza comenzó a girarle como si estuviera sobre un carrusel.Se obligó a sentarse y cerrar los ojos mientras pasaba el mareo.—Aunque la herida no fue seria, perdiste algo de sangre y llevas más de doce horas durmiendo. —Yelena abrió los ojos para mirar con sorpresa al homb
Yelena calló al darse cuenta que no tenía forma de hacerle entender lo que ella experimentaba al estar cerca de bestias o demonios, sin narrarle los episodios trágicos que había vivido con ellos.A ese sujeto no lo conocía de nada y si estaba relacionado con los seres que asesinaron a su padre, no confiaría en él.El hombre la observó con curiosidad.—¿A qué te refieres con que no me presientes?—Mejor olvídalo —dijo nerviosa e intentó abrir la puerta, pero esta no cedió—. Déjame ir, ya tienes lo que querías.Comenzó a forcejear, sacudiendo el pomo para romper la cerradura.Él la tomó por los hombros y aplicó un poco de fuerza para girarla y estamparla contra la madera, golpeando con un puño junto a su cabeza y mostrándole los dientes.Por esa proximidad, ella notó que sus colmillos eran más grandes de lo normal.Yelena se asustó y dejó caer al suelo las botas y la parka. El rostro duro del hombre, marcado por facciones varoniles y cicatrices, se hallaba a poca distancia del de ella.
Yelena se asomó a la ventana descubriendo que se hallaba en un quinto piso y en un distrito que desconocía, poblado solo por edificios residenciales y algunos pocos comercios.No nevaba, pero las calles estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve y escasos transeúntes pasaban con rapidez apretujados en sus abrigos.Si el tipo con el que estaba no fuese una bestia infernal, o parte de ella, abriría la ventana y gritaría a todo pulmón que la habían secuestrado.Alguien podría oírla y haría algo por ayudarla, pero si se atrevía, antes de que terminara de decir alguna frase de auxilio, el sujeto la silenciaría y la haría trocitos.Respiró hondo y se giró para mirar con enfado la puerta del baño. Él seguía encerrado, tal vez, aliviando la enorme erección que tenía.—Jódete, imbécil —masculló y alzó el dedo corazón de una de sus manos hacia él antes de dirigirse a la entrada de la habitación e intentar abrirla de nuevo.Nada. De alguna manera aquel miserable con sus poderes mentales habí
—¿Inventaste todo eso con el apoyo del gobierno? ¡¿Y para asesinar a cazadores?!—No para asesinarlos, para atraerlos —expuso con agotamiento y se recostó en la silla con semblante exhausto.—Esa bestia iba a matar a quien se acercara. ¡Intentó matarme!—Yo no lo iba a permitir, como evidentemente lo hice. Sabía cómo dominarla.—¿Pero… por qué lo hiciste? —preguntó contrariada.—Ya te lo dije, para atraer a los cazadores. Necesito información sobre uno de ellos, pero justo me quedo con la que no pertenece al gremio y no sabe nada de nada —destacó con amargura y desvió su atención hacia un costado de la habitación sumergiéndose un instante en sus pensamientos, antes de traspasarla con una mirada irritada—. Si no hubieses estado allí, molestando con tus ruidos, habría atrapado al otro cazador.Yelena se irguió, molesta por su insolencia.—Tampoco hubieses obtenido nada de ese otro tipo —dijo con arrogancia.—¿Por qué? ¿Sabes quién era?—No. Lo encontré afuera y no me dijo su nombre, sol
Drake se acercó a la ventana y la abrió para revisar el exterior. Una ráfaga de viento helado entró con algo de la escarcha de nieve que se hallaba en el alfeizar.—¡¿Qué piensas hacer?! —preguntó Yelena alarmada y mientras terminaba de ponerse las botas y corría hacia su parka para no congelarse.Sabía que él podía saltar hacia el exterior con ayuda de sus capacidades sobrenaturales, pero ella no tenía más opción que enfrentar a los demonios que se acercaban.—Apúrate y ven —ordenó Drake y subió al alfeizar de la ventana quedando agachado y con la mitad del cuerpo afuera.—¡¿Qué?! Estás demente. Yo no iré…Cerró la boca al experimentar un estremecimiento poderoso que le dejó toda la piel erizada. Se giró hacia la puerta de entrada, sabiendo que tres demonios ya estaban cerca de la habitación y pronto derrumbarían la puerta.—Si no vienes ahora, te matarán —advirtió con enfado.—No les he hecho nada —expuso nerviosa y encarándolo. Sus ojos brillaban por el miedo, era consiente que los