Alexey quedó inconsciente, acostado boca abajo sobre la roca, con su espada partida en dos y abandonada a varios metros de distancia de él.Natasha intentaba llegar a su lado, arrastrándose por el suelo, con todo su cuerpo temblando de forma involuntaria por el efecto que ejerció la energía angelical que retuvo por varios minutos.No tenía fuerzas ni para abrir los ojos, pero ella luchaba contra el adormecimiento de sus músculos y la debilidad de sus huesos.A pesar de que el peligro había pasado, no sabía qué consecuencias traería el acto que habían llevado a cabo.Estaba prohibido que los seres de raza superior o los descendientes de estos, compartieran con el humano su esencia, por eso los demonios eran severamente castigados cuando creaban a bestias infernales y los humanos que participaban de manera voluntaria en esos intercambios recibían también una dura sanción.Ahora sobre ambos recaía una condena. Los dos tenían sus destinos marcados.Yelena lloraba desconsolada abrazada a D
Dos meses después. Drake llevaba una bandeja con aperitivos al salón de juego de su mansión en Estonia. Yelena lo esperaba allí, acabando con toda la población de zombis que podía existir en la dimensión virtual.Se acercó a ella con rebanadas de pan negro acompañadas de lonjas de cerdo y de salmón ahumado.También llevaba pirukas, que eran empanadas rellenas de carne con zanahorias y col, y una picada de verivorst, un embutido de sangre de vaca coagulada y arroz que a él le fascinaba.Aunque su cuerpo humano no digería como lo hacía una bestia infernal, seguía comiendo de la misma manera, como si tuviera un hambre eterna.El ejercicio diario lo ayudaba a mantenerse en control, pero eso no evitó que le apareciera una pancita que Yelena adoraba y a la que siempre acariciaba como si él fuera un buda.Tras el hombre iba Frederick, el inexpresivo mayordomo, con una cava de hielo y saku, la cerveza favorita de Yelena.—¡Al fin! —dijo la chica al sentirlo entrar—. Tenía hambre.—Te hice un
En el pueblo de Esso, en Kamchatka - Rusia, Natasha, ayudada por su tía, terminaba de curtir el cuero de reno utilizando una pasta de color rojo que resultaba de una mezcla de setas, cortezas varias y agua.La extendía por la parte interna de la piel frotándola para darle suavidad, elaborando luego con ello abrigos, botas y gorros que regalaba a los chicos de la aldea.Nikolay, un niño de unos ocho años que se pasaba casi todo el día con ellos, porque su madre trabajaba a diario en un negocio de alimentos y su padre había fallecido en el ataque de los demonios en la cuenca de los geiseres, entró al hogar en medio de un llanto suave.—¿Qué ocurrió? —preguntó ella con angustia y lo abrazó para consolarlo.Ella lo cuidaba sin cobrar un rublo a la madre del niño y lo quería como a un hijo propio, tanto a él como a decenas de chiquillos en ese pueblo y en el de los alrededores.—Alexey no me dejó cabalgar un reno —dijo sorbiendo sus mocos.Alexey entro en ese momento como si fuera un padre
Trescientos años atrás, en las cercanías del Mar Báltico… Drake levantó un poco la cabeza para mirar, a través de las gotas de agua y sangre que caían de sus cabellos, el amplio salón de su mansión, ahora destruida y manchada por el fuego.Los cuerpos mutilados y sin vida de sus padres y el de sus dos hermanos menores yacían a escasos metros de él, mezclados con el de los empleados que habían servido a su familia por años.Fue el único que quedó con vida en medio de aquella masacre y gracias a que se había desmayado cuando recibió un fuerte golpe en la cabeza.Las bestias que atacaron la mansión de los Dewhorn dejaron pocas columnas en pie. Parte del techo se había venido abajo, por eso la lluvia había aplacado las llamas que los engendros dejaron para volverlo todo cenizas.Alzó la vista al cielo nocturno copado de nubes, que tan solo dejaba ver pequeños rastros de una luna de sangre, mientras se esforzaba por obtener algo de oxígeno.Sus piernas fueron rasgadas con lesiones tan pro
Trescientos años después, San Petersburgo-Rusia…Yelena se apretujó en su gruesa parka, que llevaba abierta para tener rápido acceso al cuchillo de carnicero que escondía dentro de ella.Caminó por premura a través de las cicatrices de una ciudad que había tenido que resurgir de sus cenizas muchas veces, sin permitir que sus cúpulas doradas dejaran de brillar y se perdieran los majestuosos vestigios obsequiados por la época del esplendor zarista.El instinto de supervivencia de los humanos no se rendía, ni siquiera, en sus peores momentos. Ella era un ejemplo de eso.Avanzó por las húmedas calles evitando las sombras y los sucios montículos de nieve. La gente que pasaba por su lado parecía no verla, todos se apresuraban por llegar a sus casas.La noche a cada segundo se hacía más fría y vaticinaba la pronta llegada de otra nevada.En una esquina, un bar solitario aún mantenía encendido el cartel de «Abierto», pero dentro solo se hallaba el copropietario dormitando en la oficina y dos
—¿Un cuchillo de carnicero? ¿Es en serio? —se burló el joven— ¿Viniste a matar a un ser infernal que asesinó a seis hombres con un cuchillo de carnicero? —Él torció su boca en una sonrisa. Yelena pudo observar que poseía una corta barba rubia cubriéndole toda la mandíbula—. ¿Piensas cortarlo en filetes cuando termines con él?Ella exhaló todo el aire que había represado en su interior liberándose así del miedo que la había paralizado.Movió el cuchillo en círculos cerca de la cara del sujeto, sin poder evitar que su mano temblara por culpa de sus emociones agitadas.—¿Una espada? ¿Acaso te crees un ninja? —replicó para molestarlo, pero el hombre lo que hizo fue observarla como si ella fuera una cosa extraña.A los seres infernales, y a los demonios, se le vencía cortándoles la cabeza o despedazando su corazón.Una herida en cualquier otra parte del cuerpo podía debilitarlos, pero no resultaba mortal.A los seres infernales pequeños sí era posible matarlos con cuchillos, pero para los
Tardó varios minutos mientras se debatía con sus temores antes de decidirse a entrar. El interior de aquel edificio estaba oscuro y sucio, solo poblado por restos de muebles que se veían tan destruidos como sus paredes. Todas ellas marcadas por profundas garras.Respiró hondo y dejó caer sobre su espalda la capucha de la parka sacudiéndose el cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros.Se secó con el dorso de la mano su rostro pecoso, humedecido por el frío, y sacó del interior de uno de los bolsillos de su abrigo una linterna con forma de lápiz que había llevado consigo. Con ella alumbró el lugar.Gracias a esa luz apreció mejor la recepción, signada por la destrucción y con manchas de sangre ensuciando el piso y las escaleras. Allí debieron producirse las muertes de los seis miembros del equipo de control de engendros.—¿Qué mierda hago aquí? —se preguntó a sí misma mientras se esforzaba por no comparar esa escena con la producida diez años atrás, en la granja de su familia en
El diabólico ser también tenía forma humanoide, pero esta era alta y de cuerpo portentoso, con el cabello rapado, el rostro deformado y pérfido y las manos con garras filosas.En el pasado ese ser había sido un humano. Un hombre que fue víctima de un demonio y de un hechicero maligno, perdiendo su alma y su voluntad para transformarse en un engendro que se devoraba a otros de su raza.Yelena dejó de respirar ante el asombro de toparse de nuevo cara a cara con una de esas bestias, pero temblaba tanto por el miedo que no pudo evitar que su cuchillo cayera al suelo y emitiera un ruido que hizo reaccionar al animal y desató en él un rugido feroz.La onda expansiva de su sonido la empujó hacia atrás, llevándola de nuevo al borde de la escalera.—¡CORRE, NOVATA! —escuchó el grito atronador del cazador y vio como él aparecía de entre las sombras, por un lateral, abalanzándose sobre la bestia con su espada en alto.Yelena de nuevo fue presa de sus miedos, no pudo moverse ni actuar, como suced