HOMBRE 1. Capítulo 5.

El diabólico ser también tenía forma humanoide, pero esta era alta y de cuerpo portentoso, con el cabello rapado, el rostro deformado y pérfido y las manos con garras filosas.

En el pasado ese ser había sido un humano. Un hombre que fue víctima de un demonio y de un hechicero maligno, perdiendo su alma y su voluntad para transformarse en un engendro que se devoraba a otros de su raza.

Yelena dejó de respirar ante el asombro de toparse de nuevo cara a cara con una de esas bestias, pero temblaba tanto por el miedo que no pudo evitar que su cuchillo cayera al suelo y emitiera un ruido que hizo reaccionar al animal y desató en él un rugido feroz.

La onda expansiva de su sonido la empujó hacia atrás, llevándola de nuevo al borde de la escalera.

—¡CORRE, NOVATA! —escuchó el grito atronador del cazador y vio como él aparecía de entre las sombras, por un lateral, abalanzándose sobre la bestia con su espada en alto.

Yelena de nuevo fue presa de sus miedos, no pudo moverse ni actuar, como sucedió en el pasado. Solo vio pasmada como el animal ahora dirigía su atención hacia el cazador para lanzarle zarpazos. Así evitaba que la espada se acercara a su cuello o a su corazón.

La historia de nuevo se repetía: ella inmóvil, mirando el devastador ataque de una bestia.

Aunque, a diferencia de ahora, diez años atrás su padre no tenía una espada ni destreza para luchar contra ese demoniaco ser, pero igual utilizó sus últimas fuerzas para llamar su atención y obligarlo a ocuparse solo de él mientras le gritaba a ella: «¡CORRE, HIJA!».

Las lágrimas empañaron su mirada y el dolor por el recuerdo de su padre siendo despedazado frente a sus ojos le atravesó el pecho.

Sin embargo, no pudo pensar más en eso. Oyó el rugido de una segunda bestia y, gracias a la luz de la linterna, pudo ver que este segundo animal salía del fondo del salón y corría hacia la pelea.

A diferencia de la otra, esta poseía cabellos largos hasta los hombros.

Por instinto, giró y escapó escaleras abajo mientras escuchaba los golpes de la espada, paredes y objetos destruyéndose, fuertes rugidos de bestias y los gritos del cazador.

La fuerza y el nivel letal que estos engendros poseían eran incalculables, solo superado por los dragones del inframundo, pero a estos últimos los ejércitos habían logrado extinguirlos cien años atrás, antes de firmar el Acuerdo de Paz.

A las bestias las movía el odio y el dolor que constantemente experimentaban en sus cuerpos y las hacía caer en la locura. Solo hallaban alivio devastando, matando y devorando a sus víctimas.

A diferencia de los demás seres infernales, esos fueron creados a partir de humanos que habían bebido de la sangre de los demonios y perdían su alma recibiendo, por medio de un hechicero, un espíritu diabólico que los transformara en monstruos.

El demonio que les había dado su sangre se convertía en su dueño.

Pero las bestias, al igual que muchos otros seres infernales, estaban casi extintas del planeta. Los ejércitos las habían cazado sin descanso y los demonios no necesitaron de su fuerza bruta para obtener almas.

Tenían métodos más modernos para alcanzar esa meta, así que aceptaron incluir en el Acuerdo de Paz no convertir a otros humanos y abandonaron al resto.

Era muy raro ver a alguna bestia aún con vida y las pocas que quedaban se habían vuelto tan violentas y salvajes que resultaban un peligro, incluso, para los demonios.

Por eso Yelena corría como si escapara del mismísimo Lucifer, porque sabía que no tenía opciones de salvarse de ellas, a menos que fuera con ayuda.

Diez años atrás se había liberado de su ferocidad porque un cazador experimentado apareció en el establo luego de que esta se devorara a su padre y luchó contra el animal rescatándola de una muerte segura.

Ahora estaba el cazador novato, quien podía distraerlas mientras huía…

El arrepentimiento bloqueó sus pasos cuando llegó a la planta baja, aunque no pudo evitar tropezar con un mueble emitiendo un fuerte ruido.

El recuerdo de los restos de su padre congeló su sangre más que el frío de la noche. No podía permitir que muriera un inocente. Se juró a sí misma no volver a dejarse dominar por los miedos mientras la gente fallecía a su alrededor.

—Tengo que… ayudarlo… —expresó con una voz temblorosa y apagada.

Se sobresaltó al escuchar un fuerte golpe y el grito desgarrador del cazador antes de que un cristal se hiciera pedazos. Luego, ya no captó ninguna otra señal de que él viviera.

Al girarse y alumbrar hacia la planta superior vio como aparecía la bestia del pelo rapado cubierta de sangre y zarpazos.

Parecía confundida y furiosa, buscaba algo por los alrededores, pero no la miraba a ella a pesar de que tenía la linterna encendida y con la luz en su dirección.

Yelena retrocedió hacia la puerta sin quitar su atención del animal, por eso no se percató que cerca había un trozo de madera que pateó haciéndolo rodar medio metro.

El sonido alertó a la bestia, quien enseguida posó sus ojos de un azul incandescente en ella.

En esa oportunidad, no pudo evitar gritar, la mirada enceguecida de odio del engendro la aterró.

De un solo brinco la bestia llegó al suelo ubicándose frente a la joven. Ella tuvo intención de girarse y correr, pero de pronto apareció la segunda bestia, la de cabellos largos hasta los hombros, que también saltó y quedó a su espalda.

Ahora la chica se hallaba entre dos engendros y sin ninguna posibilidad de escapatoria.

Las miró horrorizada, sabiendo que ese sería su fin. Si no podía escapar de una, de dos sería imposible.

Sin embargo, para su sorpresa, la última en saltar emitió un rugido feroz pero en dirección a la otra bestia.

Yelena no podía salir de su asombro, ninguna de las fieras la atacaba, solo se acechaban entre sí, como si ella no existiera.

Observaba a una y luego a la otra con el terror y la sorpresa tallados en su semblante, más aún, al percatarse que la segunda que había saltado no tenía los típicos ojos azules incandescentes de esos animales, sino que eran de color plata metalizado y sus movimientos parecían serenos y calculados.

Su frente estaba surcada por una enorme cicatriz que nacía de entre sus cabellos y moría sobre la ceja derecha.

Con lentitud fue retrocediendo para pegarse a la pared mientras ellas seguían retándose entre sí. A su espalda había una puerta que podía llevarla a algún lugar seguro, donde tal vez hallaría una ventana por donde le fuera posible escapar, pero la bestia de los ojos azules pareció oír sus pasos y regresó su furiosa atención hacia ella, dispuesta a saltarle encima.

No obstante, la de ojos plata se lanzó en dirección a su rival antes de que pudiera atacarla. La joven miró impactada como ambos animales se enzarzaron en una lucha letal, rodando por el suelo.

Por un instante no supo qué hacer y se quedó allí, viendo embobada la violenta confrontación. Los golpes, zarpazos y mordiscos que se daban entre sí eran descomunales.

Cuando ambas tropezaron contra una columna en medio de su forcejeo esta cayó, trayéndose consigo parte del primer piso.

El resto de la construcción tembló, amenazando con derrumbarse por completo. Si no salía cuanto antes, no moriría devorada por una bestia, sino aplastada.

En vez de llevar a cabo su plan de traspasar la puerta del lateral, corrió directamente hacia la entrada principal, pero, al faltarle poco para llegar al umbral, la tomaron con rudeza de una pierna y la tumbaron al suelo antes de arrastrarla. Se golpeó la frente quedando mareada.

El miedo que sintió al ser llevada a la fuerza hacia el interior de la edificación la obligó a olvidar sus dolencias y arañar el suelo para escapar de su captora. La imagen de su padre muriendo por culpa de esos repugnantes seres la embargó y desató sus lágrimas y sus gritos de auxilio.

Casi enseguida fue liberada porque la bestia que la había apresado tuvo que continuar su lucha con la otra, mientras ella gateaba por el piso hacia la puerta.

Cuando le faltaba un par de pasos para salir, sus rodillas flaquearon. Fue ahí cuando sintió correr un hilo de sangre caliente por su cara, que luego goteo al suelo.

En ese instante dejó de escuchar sonidos. Las bestias se habían silenciado. Tal vez, una había podido matar a la otra, pero no le fue posible confirmarlo.

Todo a su alrededor comenzó a oscurecerse quedando ella bañada en sangre, como lo estuvo aquella noche en la granja. La conciencia se le iba mientras unas pisadas pesadas se aproximaban.

Una respiración suave y profunda resonó cerca de su oreja. Estuvo a punto de caer al piso, debilitada por su herida, pero unos brazos firmes la acunaron y la elevaron para acurrucarla contra un pecho cálido.

Lo último que vio antes de perder el conocimiento, fue el brillo de unos ojos magnéticos color plata que parecieron el preludio de su perdición.

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