Tardó varios minutos mientras se debatía con sus temores antes de decidirse a entrar. El interior de aquel edificio estaba oscuro y sucio, solo poblado por restos de muebles que se veían tan destruidos como sus paredes. Todas ellas marcadas por profundas garras.
Respiró hondo y dejó caer sobre su espalda la capucha de la parka sacudiéndose el cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros.
Se secó con el dorso de la mano su rostro pecoso, humedecido por el frío, y sacó del interior de uno de los bolsillos de su abrigo una linterna con forma de lápiz que había llevado consigo. Con ella alumbró el lugar.
Gracias a esa luz apreció mejor la recepción, signada por la destrucción y con manchas de sangre ensuciando el piso y las escaleras. Allí debieron producirse las muertes de los seis miembros del equipo de control de engendros.
—¿Qué m****a hago aquí? —se preguntó a sí misma mientras se esforzaba por no comparar esa escena con la producida diez años atrás, en la granja de su familia en Ekaterimburgo—. Da media vuelta, Yelena. Márchate antes de que aparezca la bestia —susurró con voz temblorosa.
La mano izquierda le dolía por lo mucho que se aferraba al cuchillo, empuñándolo hacia las sombras, y la derecha le temblaba notándose en el movimiento vibrante de la luz que alumbraba la recepción. Le resultaba imposible controlar sus nervios.
—Vete, estúpida. Aún tienes tiempo —se repitió, pero el recuerdo de su hermana secuestrada por una demonio la detenía.
Estaba cansada de perder, de que los seres infernales le arrancaran de las manos todo lo que amaba y la obligaran a huir. A esconderse siempre, como si ella fuese una asquerosa cucaracha.
Quería luchar, necesitaba enfrentarlos o seguiría a su merced hasta que le arrebataran el alma.
—Tranquila. Sube que no estás sola.
Recordó al cazador que se había aventurado también en aquel acto suicida y a quien no divisaba. Debía estar en la planta superior buscando al animal, fue allí donde resonó su gruñido.
Tragó grueso y caminó con lentitud hacia las escaleras, viendo asqueada las manchas de sangre y las huellas de las garras del piso y las paredes. Todo le resultaba familiar.
Al oír que algo se caía en la planta superior se paralizó y aguzó el oído esperando escuchar movimientos.
La sangre se le acumuló en la cabeza mientras recordaba la noche en que una bestia enorme irrumpió en la granja donde vivía, hallándola a ella y a su padre en el establo.
Luego de un minuto, que pareció un siglo entero, continuó subiendo los escalones sin descuidar la vigilancia del frente ni de su retaguardia y pegada a la pared desgarrada, con los recuerdos palpitando en su memoria.
El caballo de su padre, un animal viejo y tosco, pero leal, se había lastimado una pata cuando él lo obligó a cruzar un río caudaloso para poder llegar al pueblo más cercano en busca de un médico.
Esa temporada había llovido mucho y el agua arrastraba lodo y ramas que hacían peligroso el paso, llevándose consigo los débiles y viejos puentes, pero su hermana menor esa tarde había tenido una fiebre muy alta y hasta había convulsionado.
Su padre no descansó hasta no haber llevado a un especialista que la atendiera, por eso, esa noche y después de que su hermana mejoró, él fue al establo para vigilar la herida del caballo y Yelena lo acompañó.
Llegó al primer rellano de las escaleras donde se mantuvo un instante sumida en sus memorias y viendo la oscuridad apretada que invadía la planta superior. Contra su voluntad apagó la linterna, pero no la guardó.
Si la bestia divisaba la luz la acecharía hasta cazarla, pero necesitaba ver, desconfiaba de sus instintos, estos siempre se dejaban dominar por el miedo y la paralizaban haciéndola inservible.
Continuó hasta llegar al primer piso quedándose en la entrada, temblando por el miedo, con toda la piel erizada al captar la presencia maligna que se hallaba en ese lugar.
No podía verla, pero la sentía. Esa fue la maldición que le quedó luego del ataque de aquel engendro diez años atrás. Él le había dejado parte de su poder antes de marcharse.
El callejón donde estaba ubicado el edificio contaba con escasos faroles encendidos, cuya luz amarillenta permitía eliminar algunos lugares sombríos.
Esa luz tenue entraba a través de una ventana de vidrios fragmentados ubicada al final, mostrando así la ruinosa estancia.
Era un salón amplio dividido en cubículos con escritorios y sillas. Por supuesto, todos estaban destruidos y hasta podía apreciarse papeles y otros objetos desperdigados.
En los rincones solo veía sombras, unas más oscuras que otras, suponiendo que las más grandes se tratarían de gruesas columnas.
No había rastros de alguna bestia o del cazador de la espada ninja, aunque le era difícil asegurar si estaba sola o no.
Si fuese por la condición de su piel, que se había erizado por completo levantando los vellos de su cuello como si fuera un animal preparado para el ataque, podía asegurar que tenía compañía, pero nada se movía, ningún reflejo delataba alguna presencia.
«Tienes que actuar», «no te quedes paralizada otra vez», se reprendió internamente. Diez años atrás ella fue incapaz de mover un solo músculo para ayudar a su padre. Una chica de trece años fue presa fácil del miedo que la embargó.
En aquella ocasión se quedó inmóvil, con la mirada fija en la puerta abierta del establo, viendo caer el aguacero.
Los rayos que surcaban el cielo iluminaban la negrura de la noche revelando lo que se encontraba al otro lado de la puerta: la parte trasera del tractor defectuoso de su padre, el abrevadero de los animales, el cercado que delimitaba la propiedad de su familia y las lejanas montañas, pero también, la silueta demoniaca de una bestia.
Al descubrirla, ella no pudo emitir, ni siquiera, un grito de advertencia. Su padre se enteró de la diabólica visita cuando las filosas garras del animal comenzaron a desmembrarlo.
El sobresalto emocional que le produjo ese recuerdo la empujó a encender la linterna. El rayo de luz que emitió fue como aquel rayo que desgarró el cielo diez años atrás.
Frente a ella, a tan solo unos metros de distancia, estaba la enorme bestia cuya sombra había confundido con una gruesa columna.
Sus ojos, de un azul incandescente, fríos y cargados de ira, parecían traspasarla como si fuera una espada.
El diabólico ser también tenía forma humanoide, pero esta era alta y de cuerpo portentoso, con el cabello rapado, el rostro deformado y pérfido y las manos con garras filosas.En el pasado ese ser había sido un humano. Un hombre que fue víctima de un demonio y de un hechicero maligno, perdiendo su alma y su voluntad para transformarse en un engendro que se devoraba a otros de su raza.Yelena dejó de respirar ante el asombro de toparse de nuevo cara a cara con una de esas bestias, pero temblaba tanto por el miedo que no pudo evitar que su cuchillo cayera al suelo y emitiera un ruido que hizo reaccionar al animal y desató en él un rugido feroz.La onda expansiva de su sonido la empujó hacia atrás, llevándola de nuevo al borde de la escalera.—¡CORRE, NOVATA! —escuchó el grito atronador del cazador y vio como él aparecía de entre las sombras, por un lateral, abalanzándose sobre la bestia con su espada en alto.Yelena de nuevo fue presa de sus miedos, no pudo moverse ni actuar, como suced
Al abrir los ojos, observó un techo de concreto y una lámpara redonda que no le era familiar.Apretó el ceño y dio una rápida ojeada a la extraña habitación que encontraba acogedora gracias a la calefacción.—¿Dónde…?Sus dudas murieron al recordar lo sucedido. Se sobresaltó, sentándose de golpe en la cama y sufriendo de una intensa puntada en la cabeza por el movimiento brusco.—¡Demonios! —se quejó y se frotó la sien tocando la gaza que le habían colocado en la parte alta de la frente, del lado izquierdo.—No deberías invocarlos.Saltó asustada al escuchar que alguien hablaba y bajó de la cama pretendiendo ponerse en posición de ataque, pero de nuevo, el violento movimiento la afecto. Sus rodillas temblaron y la cabeza comenzó a girarle como si estuviera sobre un carrusel.Se obligó a sentarse y cerrar los ojos mientras pasaba el mareo.—Aunque la herida no fue seria, perdiste algo de sangre y llevas más de doce horas durmiendo. —Yelena abrió los ojos para mirar con sorpresa al homb
Yelena calló al darse cuenta que no tenía forma de hacerle entender lo que ella experimentaba al estar cerca de bestias o demonios, sin narrarle los episodios trágicos que había vivido con ellos.A ese sujeto no lo conocía de nada y si estaba relacionado con los seres que asesinaron a su padre, no confiaría en él.El hombre la observó con curiosidad.—¿A qué te refieres con que no me presientes?—Mejor olvídalo —dijo nerviosa e intentó abrir la puerta, pero esta no cedió—. Déjame ir, ya tienes lo que querías.Comenzó a forcejear, sacudiendo el pomo para romper la cerradura.Él la tomó por los hombros y aplicó un poco de fuerza para girarla y estamparla contra la madera, golpeando con un puño junto a su cabeza y mostrándole los dientes.Por esa proximidad, ella notó que sus colmillos eran más grandes de lo normal.Yelena se asustó y dejó caer al suelo las botas y la parka. El rostro duro del hombre, marcado por facciones varoniles y cicatrices, se hallaba a poca distancia del de ella.
Yelena se asomó a la ventana descubriendo que se hallaba en un quinto piso y en un distrito que desconocía, poblado solo por edificios residenciales y algunos pocos comercios.No nevaba, pero las calles estaban cubiertas por una gruesa capa de nieve y escasos transeúntes pasaban con rapidez apretujados en sus abrigos.Si el tipo con el que estaba no fuese una bestia infernal, o parte de ella, abriría la ventana y gritaría a todo pulmón que la habían secuestrado.Alguien podría oírla y haría algo por ayudarla, pero si se atrevía, antes de que terminara de decir alguna frase de auxilio, el sujeto la silenciaría y la haría trocitos.Respiró hondo y se giró para mirar con enfado la puerta del baño. Él seguía encerrado, tal vez, aliviando la enorme erección que tenía.—Jódete, imbécil —masculló y alzó el dedo corazón de una de sus manos hacia él antes de dirigirse a la entrada de la habitación e intentar abrirla de nuevo.Nada. De alguna manera aquel miserable con sus poderes mentales habí
—¿Inventaste todo eso con el apoyo del gobierno? ¡¿Y para asesinar a cazadores?!—No para asesinarlos, para atraerlos —expuso con agotamiento y se recostó en la silla con semblante exhausto.—Esa bestia iba a matar a quien se acercara. ¡Intentó matarme!—Yo no lo iba a permitir, como evidentemente lo hice. Sabía cómo dominarla.—¿Pero… por qué lo hiciste? —preguntó contrariada.—Ya te lo dije, para atraer a los cazadores. Necesito información sobre uno de ellos, pero justo me quedo con la que no pertenece al gremio y no sabe nada de nada —destacó con amargura y desvió su atención hacia un costado de la habitación sumergiéndose un instante en sus pensamientos, antes de traspasarla con una mirada irritada—. Si no hubieses estado allí, molestando con tus ruidos, habría atrapado al otro cazador.Yelena se irguió, molesta por su insolencia.—Tampoco hubieses obtenido nada de ese otro tipo —dijo con arrogancia.—¿Por qué? ¿Sabes quién era?—No. Lo encontré afuera y no me dijo su nombre, sol
Drake se acercó a la ventana y la abrió para revisar el exterior. Una ráfaga de viento helado entró con algo de la escarcha de nieve que se hallaba en el alfeizar.—¡¿Qué piensas hacer?! —preguntó Yelena alarmada y mientras terminaba de ponerse las botas y corría hacia su parka para no congelarse.Sabía que él podía saltar hacia el exterior con ayuda de sus capacidades sobrenaturales, pero ella no tenía más opción que enfrentar a los demonios que se acercaban.—Apúrate y ven —ordenó Drake y subió al alfeizar de la ventana quedando agachado y con la mitad del cuerpo afuera.—¡¿Qué?! Estás demente. Yo no iré…Cerró la boca al experimentar un estremecimiento poderoso que le dejó toda la piel erizada. Se giró hacia la puerta de entrada, sabiendo que tres demonios ya estaban cerca de la habitación y pronto derrumbarían la puerta.—Si no vienes ahora, te matarán —advirtió con enfado.—No les he hecho nada —expuso nerviosa y encarándolo. Sus ojos brillaban por el miedo, era consiente que los
—¿Puedes llevarme?Drake respiró hondo y se irguió apretando la mandíbula para controlar el enfado.—¿Cuánto tiempo te dieron? —inquirió, sabiendo que se trataba de una exigencia hecha por algún demonio que pretendía divertirse a costa de ella.El monte Urales era una de las zonas de contención donde los demonios habían sido recluidos. En sus montañas más alejadas solo había seres infernales.Yelena dudó un instante, pero había querido trabajar como cazadora independiente para reunir dinero y pagar a un brujo por una herramienta de teletransportación que le permitiera llegar pronto al monte Urales, donde tenía que cumplir la absurda misión que le había dejado la demonio de la lujuria que tenía secuestrada a su hermana.Hacerlo por la vía normal le llevaría muchos días de viaje, con varias paradas que significarían más dinero del que le costaría una herramienta mágica, ya que ningún transporte la llevaría directo al «Paso del diablo».Aquel lugar era una peligrosa ladera ubicada en Kho
La conversación de ambos fue interrumpida por un golpeteo en la puerta. Yelena se tensó y, aunque no sintió la presencia de demonios, igual corrió para ocultarse tras Drake.—Entra —anunció él, ignorando la preocupación de ella mientras terminaba de tomarse el whisky y dejaba el vaso en la mesa.Un sujeto de unos setenta años, delgado, pálido y vestido con elegancia, abrió la puerta y pasó a la sala.Se detuvo muy recto cerca de la entrada, manteniendo un rostro inexpresivo, pero con una mirada amenazante puesta en la extraña mujer que acompañaba a su jefe.—Señor Dewhorn, bienvenido. ¿Comerá en casa?Yelena lo observó con extrañeza, imaginando que sería un mayordomo. El sujeto poseía un marcado acento inglés.—Ya almorcé, Frederick. Para la cena la señorita estará conmigo —mencionó, tratando de señalar a la joven que seguía escondida tras su espalda—, y prepara una habitación para ella.—Así será, señor —respondió el mayordomo antes de hacer una venia, dar media vuelta y marcharse.A