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HOMBRE 1. Capítulo 4.

Tardó varios minutos mientras se debatía con sus temores antes de decidirse a entrar. El interior de aquel edificio estaba oscuro y sucio, solo poblado por restos de muebles que se veían tan destruidos como sus paredes. Todas ellas marcadas por profundas garras.

Respiró hondo y dejó caer sobre su espalda la capucha de la parka sacudiéndose el cabello oscuro que le llegaba hasta los hombros.

Se secó con el dorso de la mano su rostro pecoso, humedecido por el frío, y sacó del interior de uno de los bolsillos de su abrigo una linterna con forma de lápiz que había llevado consigo. Con ella alumbró el lugar.

Gracias a esa luz apreció mejor la recepción, signada por la destrucción y con manchas de sangre ensuciando el piso y las escaleras. Allí debieron producirse las muertes de los seis miembros del equipo de control de engendros.

—¿Qué m****a hago aquí? —se preguntó a sí misma mientras se esforzaba por no comparar esa escena con la producida diez años atrás, en la granja de su familia en Ekaterimburgo—. Da media vuelta, Yelena. Márchate antes de que aparezca la bestia —susurró con voz temblorosa.

La mano izquierda le dolía por lo mucho que se aferraba al cuchillo, empuñándolo hacia las sombras, y la derecha le temblaba notándose en el movimiento vibrante de la luz que alumbraba la recepción. Le resultaba imposible controlar sus nervios.

—Vete, estúpida. Aún tienes tiempo —se repitió, pero el recuerdo de su hermana secuestrada por una demonio la detenía.

Estaba cansada de perder, de que los seres infernales le arrancaran de las manos todo lo que amaba y la obligaran a huir. A esconderse siempre, como si ella fuese una asquerosa cucaracha.

Quería luchar, necesitaba enfrentarlos o seguiría a su merced hasta que le arrebataran el alma.

—Tranquila. Sube que no estás sola.

Recordó al cazador que se había aventurado también en aquel acto suicida y a quien no divisaba. Debía estar en la planta superior buscando al animal, fue allí donde resonó su gruñido.

Tragó grueso y caminó con lentitud hacia las escaleras, viendo asqueada las manchas de sangre y las huellas de las garras del piso y las paredes. Todo le resultaba familiar.

Al oír que algo se caía en la planta superior se paralizó y aguzó el oído esperando escuchar movimientos.

La sangre se le acumuló en la cabeza mientras recordaba la noche en que una bestia enorme irrumpió en la granja donde vivía, hallándola a ella y a su padre en el establo.

Luego de un minuto, que pareció un siglo entero, continuó subiendo los escalones sin descuidar la vigilancia del frente ni de su retaguardia y pegada a la pared desgarrada, con los recuerdos palpitando en su memoria.

El caballo de su padre, un animal viejo y tosco, pero leal, se había lastimado una pata cuando él lo obligó a cruzar un río caudaloso para poder llegar al pueblo más cercano en busca de un médico.

Esa temporada había llovido mucho y el agua arrastraba lodo y ramas que hacían peligroso el paso, llevándose consigo los débiles y viejos puentes, pero su hermana menor esa tarde había tenido una fiebre muy alta y hasta había convulsionado.

Su padre no descansó hasta no haber llevado a un especialista que la atendiera, por eso, esa noche y después de que su hermana mejoró, él fue al establo para vigilar la herida del caballo y Yelena lo acompañó.

Llegó al primer rellano de las escaleras donde se mantuvo un instante sumida en sus memorias y viendo la oscuridad apretada que invadía la planta superior. Contra su voluntad apagó la linterna, pero no la guardó.

Si la bestia divisaba la luz la acecharía hasta cazarla, pero necesitaba ver, desconfiaba de sus instintos, estos siempre se dejaban dominar por el miedo y la paralizaban haciéndola inservible.

Continuó hasta llegar al primer piso quedándose en la entrada, temblando por el miedo, con toda la piel erizada al captar la presencia maligna que se hallaba en ese lugar.

No podía verla, pero la sentía. Esa fue la maldición que le quedó luego del ataque de aquel engendro diez años atrás. Él le había dejado parte de su poder antes de marcharse.

El callejón donde estaba ubicado el edificio contaba con escasos faroles encendidos, cuya luz amarillenta permitía eliminar algunos lugares sombríos.

Esa luz tenue entraba a través de una ventana de vidrios fragmentados ubicada al final, mostrando así la ruinosa estancia.

Era un salón amplio dividido en cubículos con escritorios y sillas. Por supuesto, todos estaban destruidos y hasta podía apreciarse papeles y otros objetos desperdigados.

En los rincones solo veía sombras, unas más oscuras que otras, suponiendo que las más grandes se tratarían de gruesas columnas.

No había rastros de alguna bestia o del cazador de la espada ninja, aunque le era difícil asegurar si estaba sola o no.

Si fuese por la condición de su piel, que se había erizado por completo levantando los vellos de su cuello como si fuera un animal preparado para el ataque, podía asegurar que tenía compañía, pero nada se movía, ningún reflejo delataba alguna presencia.

«Tienes que actuar», «no te quedes paralizada otra vez», se reprendió internamente. Diez años atrás ella fue incapaz de mover un solo músculo para ayudar a su padre. Una chica de trece años fue presa fácil del miedo que la embargó.

En aquella ocasión se quedó inmóvil, con la mirada fija en la puerta abierta del establo, viendo caer el aguacero.

Los rayos que surcaban el cielo iluminaban la negrura de la noche revelando lo que se encontraba al otro lado de la puerta: la parte trasera del tractor defectuoso de su padre, el abrevadero de los animales, el cercado que delimitaba la propiedad de su familia y las lejanas montañas, pero también, la silueta demoniaca de una bestia.

Al descubrirla, ella no pudo emitir, ni siquiera, un grito de advertencia. Su padre se enteró de la diabólica visita cuando las filosas garras del animal comenzaron a desmembrarlo.

El sobresalto emocional que le produjo ese recuerdo la empujó a encender la linterna. El rayo de luz que emitió fue como aquel rayo que desgarró el cielo diez años atrás.

Frente a ella, a tan solo unos metros de distancia, estaba la enorme bestia cuya sombra había confundido con una gruesa columna.

Sus ojos, de un azul incandescente, fríos y cargados de ira, parecían traspasarla como si fuera una espada.

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