HOMBRE 3. Capítulo 37.

Abaddon salió cojeando de la celda, torciendo con violencia su brazo derecho para ubicar de nuevo el hueso del hombro en su lugar. Se relamió la sangre que manaba de su boca, al tiempo que se abotonaba el abrigo.

—¿Es difícil para los de tu especie mantener los bajos instintos controlados?

El demonio alzó la cabeza para mirar al odioso ángel parado frente a él, con pose arrogante y serena.

Ezael estaba impoluto, blanco, limpio y hermoso. Su imagen perfecta descuadraba por completo dentro de aquella pocilga sucia y manchada por la sangre de todos los que allí habían sido torturados hasta que dieron su último respiro.

Abaddon, en cambio, había perdido su perturbadora y diabólica belleza. Tenía la ropa deshecha, el rostro y el cuerpo marcado por profundas garras y mordiscos, varios huesos rotos, tierra se adhería a su piel sudorosa y decenas de heridas sangrantes en toda su piel.

Sin embargo, no se preocupaba por su apariencia. Las lesiones le sanarían en minutos, y un buen baño y ropa n
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